La subyacente crisis energética Argentina
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- El 17 julio, 2006
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El tema es de muy fácil comprensión, con solo evaluar detenidamente un conjunto de datos claves, cuyas proyecciones a corto, mediano y largo plazo muestran un panorama signado por la escasez de combustibles y de energía eléctrica, con sus lógicas secuelas de problemas en el transporte automotor, cortes de energía, falta de potencia firme para las industrias, etc.
En el Sector Eléctrico ya estamos escasos de Potencia Instalada, o sea que el tema no se soluciona inyectando más gas natural o más petróleo: ¡faltan máquinas generadoras!
Carencias como las descriptas resultan inconcebibles en el contexto de una nación organizada, con adecuada planificación a mediano y largo plazo; y con Políticas de Estado que se continúan ejecutando sin discontinuidades y sin cambios drásticos, más allá de los naturales recambios políticos.
Sin necesidad de fijarnos en los ejemplos del denominado Primer Mundo –en los que esas premisas básicas de gobierno se cumplen con pocas excepciones-, lo mismo ocurre en países con clara vocación de grandeza, como es el caso de nuestro vecino Brasil; donde, no obstante el profundo cambio político que significó el traspaso del poder entre Fernando Henrique Cardoso y Luiz Inacio “Lula” Da Silva, los grandes lineamientos de acción se han conservado, los que están convirtiendo a ese país en una potencia mundial emergente y con sólida base de sustentación.
En Argentina hemos pasado por políticas pendulares, en general enfocadas al cortoplacismo, o a satisfacer las apetencias y desmedidas voracidades de determinados grupos de poder económico dominantes, o con claras preeminencias en sectores claves de decisión (como ocurrió a partir de la imposición del modelo socio económico neoliberal, desde 1976).
Ejemplo de la pendularidad ha sido –después de décadas de políticas estatistas (con diversos enfoques), que por cierto hasta 1976 dieron mucho mejores y más sólidos resultados socioeconómicos que los posteriores- seguido ello por el salto al vacío de la política energética ultra privatista y con fuerte preponderancia termoeléctrica –en claro detrimento del sector hidroeléctrico y del Plan Nuclear Nacional- implementado a partir de la dupla Menem – Dromi, y claramente acentuada a partir del accionar de la dupla Cavallo – Bastos; en un largo interregno que abarcó desde 1989 hasta la ya mencionada crisis del 2001; pero que ya había sido “convenientemente preparado” desde la gestión de Martínez de Hoz y sucesores, comenzada en 1976.
Si bien esa política con fuerte acento en la generación eléctrica basada en el gas natural, incrementó sustancialmente el parque total de generación eléctrica y en algún momento puntual logró reducir los costos operativos de generación, al incorporar equipos termoeléctricos de última generación, dejando como “reserva fría” al muy obsoleto 40 % del parque de generación térmica existente a fines de los ’90; tuvo varias consecuencias sumamente negativas, las cuales estamos padeciendo a partir de la implementación de dichas políticas, las cuales en sus aspectos esenciales aún no se han modificado.
Entre la sumatoria de efectos negativos del “neoliberalismo salvaje”, deben computarse:
- Las privatizaciones (eufemismo que en realidad significó las extranjerizaciones de todo el conjunto de las otrora importantes
Empresas Del Estado), con la total pérdida del manejo por parte del Estado Argentino de sectores con alta importancia estratégica (como lo es todo el Sector Energético). - La absoluta falta de control real sobre las exportaciones de hidrocarburos, tanto de las divisas que genera la actividad (que incluso en su mayor parte ni siquiera ingresan a nuestro país) así como de los volúmenes reales de petróleo y gas enviados al exterior.
- Una abusiva política de “ordeñe” desmesurado de las reservas de petróleo y gas trabajosamente conseguidas por la YPF estatal, en base a costosas operaciones de exploración, financiadas en su momento con fondos del Estado Argentino (de Nuestro Estado), sin inversiones en exploración.
- El desguace absurdo e irracional de entes de gran importancia técnica y estratégica, como entre otros fue en el Sector Energético, Agua y Energía Eléctrica; y el achicamiento casi total de la Secretaría de Energía, hoy carente casi por completo de la “masa crítica” mínima imprescindible de profesionales calificados, por lo que en los hechos es un ente anodino, incapaz de desarrollar eficazmente sus importantes funciones de planificación y de contralor de todo el Sector.
- El abrupto cese de las tareas de aforamientos (mediciones) de caudales de ríos en todo el país, cortándose series de datos diarios comenzados en la segunda mitad de la década del ’40.
- La falta total de tareas de planificación, elevándose a la categoría de “dogma sacrosanto” la falsedad neoliberal que supone que “la mano del mercado todo lo soluciona”.
- El brutal “parate” del Plan Hidroeléctrico Nacional y del Plan Atómico Nacional, con el agravante del despilfarro de valiosos estudios técnicos de numerosos proyectos hidroeléctricos
- La creciente dependencia de la matriz energética argentina respecto a los hidrocarburos, dilatándose o anulándose –según el caso- las políticas alternativas de producción de energía a partir de fuentes renovables (como la hidroeléctrica y los biocombustibles) o de gran confiabilidad técnica (como la nuclear).
En ese contexto, las fuertes inversiones privadas (mayoritariamente extranjeras) en ciclos combinados y turbinas de gas alimentados con gas natural, fueron impulsados por una maraña normativa, la cual en los hechos priorizó la generación térmica convencional, sobre las otras alternativas existentes.
Mirado con un criterio cortoplacista, los analistas superficiales de siempre –expertos en sembrar verdades a medias, inexactitudes y falsedades; afirmaron exultantes que Argentina alcanzó el status de fuerte exportador de electricidad, basando esas ligeras afirmaciones en el superávit de potencia instalada que existía entre mediados y fines de los años ’90. pero por supuesto, para llegar a esas erróneas conclusiones, se omitió analizar con el detenimiento necesario, las proyecciones de las curvas del consumo eléctrico nacional, y de las reservas de petróleo y gas; así como considerar alguna política efectiva que ampliara la cobertura territorial y poblacional de la red de gasoductos y de la red de transmisión de electricidad.
El desbarranque del modelo neoliberal trajo entre otras consecuencias un freno total de las inversiones en nuevas usinas eléctricas y una carencia de inversiones en gasoductos destinados al mercado argentino.
En ese contexto general, por supuesto se omitió tan siquiera evaluar que las necesidades energéticas argentinas crecen en forma acentuada y exponencial, aún en épocas de severo retroceso socio económico, como los años que desembocaron en el desorden general del año 2001. En energía eléctrica, la demanda aproximadamente se duplica cada diez años.
Hace casi seis años que prácticamente no se instala ninguna usina eléctrica nueva en el país, mientras la demanda sigue creciendo, aumentada por la notable reactivación económica que ya cumplió cuatro años ininterrumpidos con altas tasas anuales.
Hoy el sistema eléctrico argentino está operando casi al límite de su capacidad real instalada, mientras que las decisiones de comenzar las instalaciones de nuevas usinas siguen demorándose a un ritmo prácticamente exasperante, no obstante que la dirección enunciada de las inversiones programadas parece en líneas generales muy correcta. En el Subsector Eléctrico, las previsiones oficiales de incorporar 1.000 MW por año son muy ajustadas, y tampoco consideran el incremento exponencial del consumo; ¡Pero no se están haciendo!
En verano del 2006 o a lo sumo en el 2007, es previsible que la demanda supero la capacidad real instalada, lo cual se agravará si se tratara de un año de baja hidraulicidad, o si sucedieran roturas imprevistas en algún equipo generador de gran potencia.
El caso es que ya no existe posibilidad material para instalar nuevas usinas a tiempo, considerando que una termoeléctrica demanda entre dos a tres años, Atucha 2 tardará cuatro años en ser terminada, y cualquiera de las grandes hidroeléctricas demandará una década de estudios finales, del proceso licitatorio y de trabajo efectivo, como mínimo.
Pero también ya deben preverse las obras para cubrir las nuevas demandas a una y dos décadas vista, por lo menos. En caso contrario, caeremos en un irreversible proceso económico recesivo, con la consecuente agitación social, que nadie desea.
Es un cuadro de situación muy delicado, del cual ya había anticipado su desencadenamiento en anteriores trabajos de investigación, hace más de un quinquenio, y en particular –con toda crudeza- en un extenso informe del año 2003, que entre otros medios, fue difundido en el Boletín Nº 12 de la Comisión Nacional de Energía Atómica.
Cada día que transcurre sin adoptar las decisiones imprescindibles, se agrava la pesada carga de la herencia negativa del cuarto de siglo neoliberal. Es hora de patriotismo, creatividad y acción. ¡Argentinos, a las cosas!
LA CRISIS ENERGÉTICA NACIONAL Y EL ROL DE LOS PEQUEÑOS Y MEDIANOS PROYECTOS ELÉCTRICOS
No obstante la difusión que varios especialistas de la temática energética venimos realizando en los últimos años respecto a la severísima crisis energética, a la cual seguimos encaminándonos a pasos agigantados, la población aún no tomó conciencia de la gravedad de la situación; cuyos directos efectos casi con seguridad frenarán las espectacular reactivación económica lograda tras la severísima crisis socio económica y política de 2001, la cual estuvo a punto de desembocarnos en el nefasto callejón sin salida de la disolución nacional.
Y lo notable del caso –si bien nada sorprendente- es el poco espacio y casi nula importancia que al tema le dedican los comunicadores sociales, aún los especializados en temas económicos.
A la fecha, ya entrando en los primeros sordos pero inconfundibles estertores de una crisis energética de dimensiones apocalípticas –salvo que se implementen muy rápidas y acertadas medidas de acción-, debe analizarse sin preconceptos el importante rol que pueden desempeñar numerosos proyectos o estudios de mediana y baja potencia (algunos aún a nivel de idea o de anteproyectos), los cuales pueden estar en servicio en plazos cortos –energéticamente hablando-, de entre dos a cuatro años.
El nuevo escenario tiene un contexto técnico diferente, en el que las acuciantes necesidades de la demanda que se verán parcialmente insatisfechas, dejan fuera del escenario posible en el corto plazo a la mayoría de los proyectos de grandes potencias, pues sus plazos de ejecución precisamente exceden el corto plazo. Si hoy se actuara con la debida decisión, impulsándose con toda rapidez nuevas mega usinas termoeléctricas (adicionales a las dos que –aparentemente- comenzarían a instalarse en los próximos meses), la terminación de la atómica Atucha 2, Garabí, Corpus Christi, Añá Cuá, Paraná Medio, Chihuido II, alguna otra del Comahue, y posiblemente Cóndor Cliff; estaríamos ante la imposibilidad material de terminarlos en el corto plazo, y en varios de ellos recién se terminarían en una década, año más o menos.
Estamos ante un bache técnico de entre dos a cuatro años, tampoco superable –solo marginalmente- con importaciones, excepto grandes ampliaciones de las redes de alta tensión, lo cual también lleva su tiempo si se deciden sus construcciones.
En ese contexto de caos eléctrico en ciernes, ya se están impulsando proyectos de instalación o de reciclado de algunas pequeñas o medianas unidades térmicas; por lo general de muy baja eficiencia y de altos costos operativos; lo cual sin duda constituye un conjunto de parches solo viables en un entorno como el descripto.
Es interesante consignar que en las últimas tres décadas, en base a caprichosos criterios de “eficiencia financiera” (puestas en boga por la Escuela Económica Monetarista y por todo el contexto ultra neoliberal); la viabilidad de las diversas obras de generación eléctrica se decidió en base a la tasa de retorno de la inversión, la cual bajo la apariencia de ser un instrumento asépticamente técnico, encubre un poderoso instrumento de discriminación de inversiones energéticas que prioriza el cortoplacismo, por lo que operó como “justificación técnica” para impedir las centrales hidroeléctricas y atómicas, favoreciendo por ende las instalaciones de centrales térmicas –que operan en base a hidrocarburos-. Para que se entienda mejor eso, las proyecciones financieras rara vez excedieron los exiguos plazos de una a dos décadas, por lo que se anuló “técnicamente” la ventaja de las mayores vidas útiles de las centrales nucleares, y sobre todo la larguísima vida útil de las hidroeléctricas. Por otra parte, cuanto mayor sea la tasa de interés financiero utilizada, más se perjudica las evaluaciones de los proyectos que demandan mayores inversiones iniciales (precisamente las centrales nucleares e hidroeléctricas) sin considerarse que sus costos operativos son sensiblemente menores que las termoeléctricas.
Adicionalmente, esos criterios de “eficiencia financiera” soslayan y desprecian todas las muy importantes consideraciones estratégicas y geopolíticas, como las fluctuaciones –con fuerte tendencia al alza- de los precios de los hidrocarburos, el agotamiento de las reservas de petróleo y gas, la dependencia de repuestos e insumos importados de las termoeléctricas, la mayor vulnerabilidad de ese tipo de centrales, sus mayores índices de contaminación, y otros factores importantes.
El lógico desprestigio de todo el contexto político – económico neoliberal (que el establishment intenta tapar y soslayar por medio de los opinantes y desinformadores a destajo), no logró desmantelar aún la maraña jurídico – normativa, y el manejo de sectores burocráticos intermedios y altos, afines a la falaz filosofía de la “eficiencia de los mercados” y contrario a los Intereses Nacionales.
Pero ha dejado importantes resquicios que la crudeza de la realidad se encarga de transformar en enormes grietas por las que se abran paso poderosos y crecientes caudales de datos de la realidad y necesidades insatisfechas, irrefutables y crecientes; como ocurre ahora en el contexto de la crisis energética, hoy ya claramente indisimulable, y que amenaza con provocar un dantesco cuadro de caos social, político y económico.
En todo ese contexto, cobran renovado vigor las alternativas de pequeñas (de más de 1 MW a 10 MW) y medianas usinas eléctricas (de más de 10 MW a 100 MW), viables técnica y económicamente, como son los múltiples proyectos hidroeléctricos –muchos con estudios totalmente terminados-, las centrales atómicas modulares CArEN), y las plantas de generación eléctrica convencionales pero alimentadas con biocombustibles.
El interesantísimo caso de las centrales modulares CArEN, con estudios terminados pero aún sin ningún prototipo construido, es en si mismo todo un tema, y merece su tratamiento pormenorizado y separado, el cual –Dios mediante- se hará en próximos artículos.
Lo propio sucede en lo referente a los biocombustibles, cuyo potencial es enorme, y respecto al cual reconozco el enorme caudal de informaciones que tan gentilmente me remite el colega Contador Claudio A. Molina.
Respecto a los proyectos hidroeléctricos, existen muchos estudios realizados en todo el entorno cordillerano y en especial desde San Juan hasta El Comahue, en el NOA, en provincias precordilleranas, en las vastedades patagónicas, y muy especialmente en la pequeña pero hídricamente muy dotada provincia de Misiones.
En el caso particular de Misiones, existe al menos media docena de proyectos con estudios técnicos terminados (que incluyeron perforaciones con muestras de suelos), con gamas de potencias de 4 a casi 40 MW; además del muy interesante proyecto del Túnel del Urugua-Í, que triplicará la capacidad de generación media anual de la central homónima, con la actual potencia instalada.
Como ventaja adicional de los proyectos misioneros, existe la concreta posibilidad de instalar paulatinamente una red de irrigación que provea el vital líquido a los sufridos colonos, tantas veces castigados por las recurrentes sequías. Además de ello, el complejo de obras debe integrarse con proyectos industriales abastecidos con energía eléctrica muy económica, producida por las propias centrales a construirse, en el marco de un contexto ambientalmente sustentable. Este tema ya fue desarrollado en artículos precedentes.
Cabe enfatizar que en Brasil, país en el cual se planifican y ejecutan las obras eléctricas con una visión de largo plazo, existen claros estímulos para promover las construcciones de centrales hidroeléctricas de módulos de potencia similares a los descriptos.
Incluso uno de esos proyectos en construcción está siendo dirigido técnicamente por un calificado ingeniero argentino, que en su momento dejó su impronta muy positiva en la hoy disuelta Dirección General de Construcciones Eléctricas de Misiones.
Si no se actúa con la rapidez y patriotismo que las delicadas condiciones actuales imponen, se frenará el vigoroso proceso de recuperación económica, volviéndose a los negativos ciclos de recesiones recurrentes, “cuellos de botella” económicos, despidos de obreros, aumento de la desocupación, y todo el contexto de frustraciones que tantas veces experimentamos los argentinos.
Por: Carlos Andrés Ortiz
Ex Docente e Investigador Universitario – Investigador de temas
económicos, energéticos, ambientales y geopolíticos
Cursante de la Maestría en Gestión de la Energía
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