Pobreza y desarrollo sustentable
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- El 1 enero, 2000
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“Las desigualdades estructurales que afectan a América Latina se han mantenido. La región se ha integrado a la nueva economía global manteniendo estas desigualdades, acentuando los costos sociales y económicos [y por que no ambientales] propios de los procesos de transición, esto quiere decir, manteniendo amplios sectores (sociales y territoriales) excluidos del proceso de modernización e integración económica.” (Castells, 1998).
La relación entre pobreza y medio ambiente constituye una problemática recurrente en América Latina debido a las mencionadas desigualdades estructurales. Los sectores más postergados de la economía son los que sufren las peores situaciones medioambientales y de calidad de vida. La inequidad en la distribución de los ingresos y la existencia de bolsones de pobreza han ido generando un circulo vicioso que incorpora bajos niveles de remuneración familiar, escasa calidad en salud y educación, un entorno urbano insalubre, carencia de servicios básicos y precariedad y promiscuidad familiar, entre otros aspectos. Son estos los aspectos que caracterizan la situación ambiental actual de la Argentina.
En la Argentina la desregulación del mercado de trabajo ha significado no solo la precarización del empleo del sector formal tradicional, sino también la existencia de un empleo informal estructural, de vendedores ambulantes, kioscos y maxikioscos, cartoneros o cirujas, pequeños artesanos, masa de trabajadores que se incrementan o reducen en función de la coyuntura recesiva. Estas son algunas de las ocupaciones que florecieron al ritmo de la creciente falta de oportunidades laborales. Este tipo de ocupaciones está llegando a tales niveles que ya en Mendoza 1 de cada 20 ocupados vive del trueque y en el Chaco o Tucumán 1 de cada 20 es cartonero. (INDEC).
Si estas cifras se proyectaran a todo el país, entre changuistas, cartoneros, truequistas, vendedores ambulantes, habría unas 2.100.000 personas. Se calcula que otro millón son empleadas domésticas, la mayoría trabajando en negro.
La desocupación y la pobreza han alcanzado su récord histórico. En Argentina el 21,5% de la población económicamente activa está desocupada y el 18,6% subocupada. Eso provoca que en Capital y Gran Buenos Aires, sumados, más de la mitad de la población es hoy pobre, cuyo 40% son indigentes, sin ninguna duda, es una población extremadamente vulnerable. En síntesis las cifras del INDEC señalan que hay 5.666.000 argentinos, en general responsables de hogares, con problemas de empleo, que intentan sobrevivir en medio de una crisis sin precedentes.
Lo más preocupante de esta situación es que la desocupación también afecta a los profesionales universitarios que son los recursos humanos más calificados de los que el país dispone y que son, indudablemente, los que se requieren para poder incrementar la actividad económica y la capacitación de nuevos recursos. Si en la Región Metropolitana, la desocupación aumentó un 25,1%, en el año, entre los profesionales universitarios subió el 53,8%.
Del relevamiento del INDEC, también surge, que más de la mitad de los que trabajan – 56,9% que comprende a casi 7 millones de personas – tienen empleos precarios, improductivos, temporarios, de mera changa, o de baja calificación. En algunas zonas, la proporción es mayor aún. Así, en Corrientes esta precariedad laboral alcanza al 69,5% de los ocupados y en Formosa al 68,6%, en el conurbano bonaerense al 60,7% y en la Capital al 42,4%. Por ese motivo, una persona o familia puede ser pobre y hasta indigente, no sólo porque sus integrantes no tengan trabajo, sino incluso aunque tenga algún tipo de ocupación.
Estadísticamente, la pobreza afecta la salud por derecho propio: solo el hecho de ser pobre aumenta el riesgo. La pobreza contribuye también a la enfermedad y la muerte a través de sus efectos secundarios; los pobres, por ejemplo, viven en general en ambientes insalubres. La interacción de los agentes patógenos, la susceptibilidad individual, el comportamiento (que a menudo es el reflejo de la educación) y las condiciones ambientales locales pesan considerablemente en los resultados sanitarios.
Los esfuerzos para reducir la extrema pobreza y aumentar los niveles de ingresos disponibles en todo el mundo subdesarrollado continúan. Pero no se logrará este objetivo de forma rápida o fácil. Entre tanto, entender cómo afecta la pobreza y la salud al medio ambiente puede posibilitar a los técnicos y a los políticos a identificar nuevas estrategias para actuar.
A través de la degradación del medio ambiente, estamos también afectando severa y negativamente nuestra propia salud. Para los habitantes de las ciudades, la contaminación del aire y las aguas se han vuelto un lugar común. La falta de servicios básicos, tal como agua potable, redes cloacales y pluviales y recolección de basura, se torna especialmente grave para los pobres que habitan las áreas urbanas marginales.
Los hechos y las evidencias demuestran contundentemente el impacto negativo de la degradación ambiental en la salud, nutrición y vivienda. Para detener dicha degradación y restaurar un medio ambiente saludable, capaz de ofrecer sustento a las futuras generaciones, se requiere nada menos que de un cambio sustancial en materia de gestión ambiental.
Cabria preguntarse, frente al panorama expuesto, cuales son las tareas que están encarando actualmente los organismos ambientales del país para aportar ideas y soluciones, exponer con claridad y rigor, ante los organismos que tienen a su cargo las políticas sociales y económicas, e incluso ante los organismos internacionales, la problemática ambiental prioritaria del país; la pobreza y la indigencia.
Hay que tener en claro que esta situación de pobreza es cada vez más un fenómeno de acumulación de carencias económicas, sociales y familiares. Es por ello que la visión ambiental, puede con solvencia, enfrentar el carácter multidimensional de la pobreza, que requiere no solo de políticas socioeconómicas.
Aquí cabe lo muchas veces repetido, el desarrollo sustentable debe, necesariamente, ser entendido como un proceso de mejoramiento sostenido y equitativo de la calidad de vida de las personas, fundado en un proceso económico con equidad social, y desarrollo de medidas apropiadas de conservación y protección del medio ambiente y de la población, de manera que se logren satisfacer las necesidades actuales, sin comprometer a las generaciones futuras a las cuales debemos liberarlas de la pobreza.
Finalmente como expreso el periodista Morales Sola en el diario La Nación; “La capacidad para crear es lo que se hace falta cuando se gobierna lo desconocido, cuando ninguna experiencia anterior sirve ya de nada.”
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