La historia de una solución ecológica: cómo el mayor basural del mundo se convirtió en un oasis verde frente a Nueva York
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- El 17 septiembre, 2020
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La radical experiencia para un vertedero tóxico en Staten Island: enterrar la basura, sembrar algo de pasto y no hacer nada durante 20 años.
Algo menos de dos décadas atrás llegaba al vertedero de Fresh Kills la última carga de basura humeante. Una barcaza repleta hasta arriba salía girando lentamente del Arthur Kill —ese largo estrecho de aguas color marrón sucio que separa Staten Island de Nueva Jersey— y atracaba luego en el muelle del Departamento de Sanidad, hecho que en ese momento se celebraba menos como una cuestión de administración ecológica que como un triunfo de la política de “en mi patio trasero no”.
Recuerdo la última barcaza porque casualmente me encontraba allí. Era el 22 de marzo de 2001 y yo estaba incorporado al equipo de filmación del Departamento de Sanidad, saludando a la barcaza desde la cubierta empapada por la lluvia de lo que en la flota del Departamento de Sanidad se conoce como espumadera de basura, un barquito que captura restos, como una gaviota mecánica. La barcaza había partido esa mañana de una estación de trasbordo de College Point, Queens, en dirección sur hacia el East River. Los barcos de bomberos saludaron la basura con cañones de agua y al pasar por Gracie Mansion, la residencia oficial del alcalde, Rudolph Giuliani la saludó desde su jardín delantero.
Alrededor de una hora más tarde, Giuliani estaba en Fresh Kills en persona, parado entre montañas de basura de más de 60 metros de altura junto al presidente del distrito de Staten Island, Guy Molinari, y el gobernador George E. Pataki. Aquellos tres republicanos habían trabajado juntos para cerrar el vertedero por el que el padre de Molinari protestó por primera vez cuando se inauguró en 1948, época en la que Fresh Kills era un pantano de agua salada donde los niños nadaban. Después de 1948 se convirtió en una pesadilla ecológica y en una papa caliente política. Detrás de los tres republicanos, un cartel decía: “Promesa hecha, promesa cumplida”.
“Basta de basura para la gente de Staten Island”, declaró el gobernador Pataki.
Actualmente, Fresh Kills ha sido rebautizado como Freshkills y el parque que ahora se encuentra en el lugar del antiguo vertedero está preparándose para recibir visitantes: durante la primavera de 2021 abrirá sus puertas el North Park y el resto en 2036.
Probablemente Freshkills sea el ejemplo de restauración ecológica urbana menos verosímil del mundo, y es un caso radical no sólo por la forma en que funciona — favoreciendo que la flora y la fauna hagan lo que les plazca—, sino por su gran magnitud. Parece casi increíble que la ciudad de Nueva York ponga en reserva una extensión de tierra grande como todo el Bajo Manhattan al sur de la calle 23 y la deje poco menos que abandonada.
Pero a medida que el parque se acerca a su inauguración es importante recordar la arqueología política del lugar. En el momento de su concepción no era la expresión vanguardista de sostenibilidad que se ve hoy en día. Los votantes de Staten Island, fielmente conservadores, se aglutinaron en torno a Michael R. Bloomberg, quien, estando abajo en las encuestas durante su primer mandato, prometió cambiarles el basural por un parque.
No se los puede culpar por preferir un parque a lo que fue en su apogeo uno de los grandes adefesios del mundo. Imaginemos el Central Park con pilas de basura de 20 pisos de altura. Ahora imaginemos eso por triplicado. Imaginemos una mezcla no muy deliciosa de residuos domésticos que libera metano perjudicial y millones de litros de lixiviado rico en amonio, denominación técnica del jugo que fluye desde las montañas de basura a las vías fluviales. Se estima que hacia fines de la década de 1970, a Fresh Kills llegaban 28.000 toneladas de residuos por día.
De acuerdo a como fue concebido por James Corner Field Operations, el estudio de arquitectos paisajistas responsable de High Line Park, la idea no era sólo construir un parque sino reimaginar la idea de parque. Si el Central Park de Frederick Law Olmsted es obra de un pintor estático y pastoral, el arquitecto Corner y su equipo fueron entonces menos artistas que biólogos restauradores, que pusieron en funcionamiento un entorno y dejaron que la propia ecología del sitio terminara las cosas.
“Empezás con nada y crecés”, me dijo Corner en ese momento. “Tomás una base muy estéril o inerte y le introducís algo. Es como el liquen. Crece y muere rápidamente, crece y muere, dando lugar a un suelo rico sobre el que puede crecer otra cosa. Es así como se desarrollan los ecosistemas.”
El problema central sería la adaptación del sitio a la basura: se habían vertido no menos de 150 millones de toneladas de basura en Fresh Kills (aproximadamente el equivalente a la cantidad de plástico que hoy flota en el océano). Se la taparía con plástico y luego se la iría cubriendo lentamente con millones de toneladas de tierra limpia en la que se sembrarían pastos oriundos del lugar. Las cuatro montañas de basura se transformarían en cuatro suaves colinas verdes que a su vez se extienden a ambos lados de la convergencia de los arroyos. La plantación de árboles (iniciada por arboricultores, acelerada por aves portadoras de semillas) se produciría en coordinación con la cuidadosa ingeniería de lo que podríamos llamar las secreciones naturales del vertedero, el metano y el lixiviado.
De esta manera los departamentos de parques y saneamiento trabajaron juntos a lo largo de 20 años con Field Operations para recuperar o impulsar humedales de marea, generar bosques, matorrales y campos abiertos con distintos pastos. El Departamento de Saneamiento refina el metano y lo conduce por medio de tuberías a las casas de Staten Island para cocinar y dar calefacción, lo cual convierte una taza de té en una habitación templada un día frío en el barrio de Arden Heights en un pequeño milagro a partir de compostaje nocivo.
He visitado el sitio en varias ocasiones desde aquella última barcaza de basura, la última el verano pasado, en un bote, cuando anduve remando a través de Fresh Kills Reach y hacia el estrecho Arthur Kill para terminar justo en la orilla de Freshkills. A lo largo de años me he detenido a menudo fuera de los límites del parque para estudiar los grandes montículos visibles al costado de la autopista de la Costa Oeste o desde el barrio del borde de la zona de canales acuáticos que hace 30 años era un paisaje infernal: hordas de alimañas y olores pútridos que cierta vez escuché describir a un residente como algo parecido a tener la cabeza en un tarro de basura.
Hoy hay cuatro colinas de basura gigantes, pero sólo se ven las colinas, basura no. El Montículo Sur fue cubierto en 1996; al año siguiente, el Montículo Norte. En 2001, poco después de que llegara la última barcaza, el concurso de diseño del parque patrocinado por la Sociedad Municipal de Artes se complicó debido a que los escombros del desastre del World Trade Center terminaron en Fresh Kills; ahora están enterrados en el Montículo Oeste.
En 2007 comenzó la cobertura del Montículo Este y hacia 2011, en el extremo noroeste de Freshkills apareció, o reapareció, un viejo parque normal. El renovado Schmul Park —un parque relativamente chico de vieja escuela, con áreas de juego, campos de béisbol y canchas de básquet y handball— fue un paso tentativo, concebido para captar el interés de los barrios cercanos.
En 2011 se autorizó la circulación de algunos kayaks por las vías fluviales. En 2012 también se llevaron cabras por su capacidad de recuperación ecológica. (Comen phragmites, una caña común que tiende a diseminarse por todas partes.) En 2018 apareció una galería de arte.
Durante todo ese tiempo, personal del parque escoltaba ocasionalmente a grupos de observadores de aves por el lugar cerrado y en proceso de desarrollo, como así a artistas plásticos y grupos escolares. Incluso en grupo, el visitante se siente como un intruso en un espacio verde tranquilo y distante, salpicado de atisbos de infraestructura: láminas de plástico, tuberías de extracción de metano, canaletas de hormigón para canalizar el agua de lluvia. Entran al sitio camiones cargados de tierra de importación, gran parte de ella procedente de Pine Barrens en Nueva Jersey, suelo costero rico en hierro que tiñe de rojo los caminos de los montículos de Staten Island.
En 2015 yo daba un seminario de ciencias en el Macaulay College de la Universidad de la Ciudad de Nueva York y visité Freshkills junto con cientos de estudiantes de segundo año, todos nosotros parte de un ataque relámpago de estudio biológico, una invasión de ciudadanos científicos que en este caso documentamos la creciente lista de flora y fauna de Freshkills: murciélagos que atraviesan las estaciones de recuperación del metano, garzas que vadean las turbias corrientes de marea con fondo de basura.
Mi primer viaje de 2001 estuvo marcado en su mayor parte por el avistamiento de gaviotas; ese fin de semana nuestro grupo reportó 314 especies en las 95 hectáreas de North Park. Se dice que nuestro equipo fue el primero en ver un roble rojo en Staten Island, antes presente exclusivamente en el sur y que ahora aparece en Nueva York a medida que la zona se calienta.
Eso es lo más maravilloso de Freshkills; es un lugar para presenciar el cambio, un sitio gigantesco de observación de la adaptación ecológica. Hemos visto todas las fotos de grandes ciudades en las semanas después de que el Covid-19 bloqueara el mundo —aire visiblemente más limpio, bandadas de pájaros, rebaños de animales en las calles— etiquetadas con el irónico meme de los medios sociales “La naturaleza es curativa”. Fresh Kills es un lugar de curación pre-Covid, donde las cámaras de rastreo detectan al zorro rojo jugando en los bordes de los bosques en crecimiento o en los cruces de vida silvestre co-diseñados por personas y la vida silvestre que les sale al paso.
En cualquier lugar de EE.UU. es raro que haya hectáreas de pastizales abiertos y en una ciudad dominada por el desarrollo, inimaginable. Mientras tanto, los pastos plantados recientemente en Freshkills han atraído una población constante de aves, incluida la mayor colonia de chingolos saltamontes del estado de Nueva York.
Como experimento en marcha en la búsqueda de una megalópolis para un futuro saludable, Freshkills plantea el tipo de preguntas que no habíamos pensado hacer: ¿Por qué el chingolo saltamontes prefiere los pastizales del Montículo Este a los del Montículo Norte? ¿El sistema de drenaje más avanzado del Montículo Este, cubierto hace menos tiempo, es lo que hace que el suelo sea más seco? ¿La ligera diferencia en el ruido ambiental, que incluye el sonido de la mitigación del metano, es lo que siempre me recuerda al LP de Joni Mitchell de 1975 “The Hissing of Summer Lawns” (aproximadamente, El silbido de los prados del verano)?
Las próximas criaturas que esperan atraer los planificadores de parques son las personas, que han estado excluidas desde que estas 900 hectáreas de la costa oeste de la isla se clausuraron por primera vez en función de la basura. Cuando la próxima primavera nórdica se inauguren 8 hectáreas de senderos y campos va a ser un acontecimiento monumental. Desde la fundación de la Alianza del Parque Freshkills, organización sin fines de lucro que administra el parque y lo financia, la publicidad de Freshkills tiende a destacar la idea de transformación, indicando que lo mejor está por venir.
Esto es comprensible dada la dificultad de haber hecho esperar dos décadas a un público sediento de parques y ahora, debido a los recortes presupuestarios relacionados con la pandemia, que espere más. “Aunque algunos siguen asociando ‘fresh kills’ con el antiguo vertedero”, decía una entrada del blog de Freshkills Park Alliance el pasado mes de enero, “muchos han empezado a reconocer su importancia como símbolo de renovación, renacimiento y rejuvenecimiento”.
El reacondicionamiento no se limita a la descomposición y nuevo crecimiento de la materia vegetal. El comentario aludía también a un nuevo gimnasio en la calle, CrossFit Fresh Kills, una casa de muebles de alta gama de Brooklyn llamada Fresh Kills y a Fresh Kills IPA, una cerveza elaborada por la Compañía Cervecera Flagship de Staten Island.
Para mí, el parque es menos una transformación que un palimpsesto, un lugar con tantas capas que cuando empezás a atravesarlas, las cosas se vuelven confusas, o quedan fuera de lugar, o peor. La historia de los habitantes nativos ha sido borrada, por supuesto; la escritura notarial de 1670 que los compradores de tierras holandeses utilizaron para terminar con los reclamos de la subtribu Munsee sobre la isla es complicada, por decirlo moderadamente.
No había parques como los consideramos hoy en 1843, cuando el ensayista y poeta Henry David Thoreau vivía en Staten Island, sino que en su tiempo libre él caminaba por la orilla sur, subía las colinas y, supongo, puede haber andado en bote por la zona de Fresh Kills, en sus amplios arroyos abiertos. Thoreau ha de haber entendido que los arroyos mareales y las marismas saladas eran la sangre vital del gigantesco estuario Hudson-Raritan, que comprende la cuenca baja de los ríos Passaic y Hackensack conocida como Meadowlands (tierras húmedas, en cierto modo).
Estas marismas caracterizan nuestra región desde un punto de vista ecológico, por mucho que nos esforcemos en transformarlas en vertederos de basura o en lujosas urbanizaciones costeras. Lo asombroso es cuánto tiempo perduraron: a lo largo del estrecho Arthur Kill, en su mayoría permanecieron siendo marismas hasta bien entrado el siglo XX, cuando siguiendo el ejemplo de John D. Rockefeller, las compañías petrolíferas comenzaron a establecer en ellas enormes terminales de petróleo.
La cuestión, cuando finalmente abra Freshkills, será pensarlo no sólo en términos de sostenibilidad. También tenemos que verlo como recordatorio de lo que la ciudad consume: esas montañas están hechas con nuestra basura. Y debemos recordar lo que significa que el crecimiento de las colinas se haya detenido.
Lo que el parque Freshkills representaba inicialmente en 2001 era el plan de la administración Bloomberg de trasladar la basura a sitios de paso fuera de Staten Island y a barrios donde vivía gente de color. A partir de entonces, los residuos de Nueva York se enviaron fuera de los límites de la ciudad, como ocurre todavía hoy; por tren a Ohio, a Virginia, al norte del estado de Nueva York y a varios vertederos de Pensilvania entre otros lugares. Parte de lo que hubiera ido a parar a Fresh Kills actualmente se incinera en Newark, Nueva Jersey, Niagara Falls y Chester, Pensilvania, en la frontera con Filadelfia, donde el 70 por ciento de los residentes son afroamericanos.
El año que viene, cuando mire desde la cima del Montículo Norte, pensaré en lo que significan las nuevas praderas y los pantanos restaurados, no sólo para las finalmente afortunadas comunidades vecinas de Staten Island sino también para la costa de este sector del Atlántico. Pensaré en las aves migratorias que ven a Freshkills y a todos los parques de Staten Island como una parada vital en su recorrido a través de la región, subiendo por Meadowlands y el estuario de Long Island Sound y más allá.
También pensaré en el nuevo centro de distribución de Amazon que está en lo que podrían haber sido humedales recuperados, otra triste contrapartida. Distante unos seis kilómetros de Freshkills por la costa, ese gran edificio chato (cercano a otros depósitos de varios cientos de miles de metros cuadrados) está situado en forma adyacente a la zona de humedales de marea de Old Place Creek, justo debajo del nuevo puente de Goethals. Dicho sea de paso, Old Place Creek es lo más cerca que podés estar de ver cómo era Fresh Kills antes de Freshkills Park y antes del basural de Fresh Kills, cuando Thoreau puede haber remado en el arroyo. ♦ Robert Sullivan es autor de numerosos libros, entre ellos Rats (Ratas) y The Meadowlands. Da clases en la Escuela de Inglés Middlebury Bread Loaf.
Jade Doskow es artista asociada en fotografía de Freshkills Park. Está en la facultad del Centro Internacional de Fotografía y en la Universidad de la Ciudad de Nueva York.
Traducción: Román García Azcárate
Clarín
Agosto 2020
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