Papeleras: cuando las emociones interfieren con la razón
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- El 19 febrero, 2007
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El tema de las plantas para la fabricación de pasta de celulosa desbordó el límite en el que debería haberse encarado, que es el ambiental. Después de un tiempo en que la escalada antipapelera y supercrítica ha ido en continuo aumento, se escucha hablar en términos cada vez más nacionalistas, emotivos y ahora insólitamente beligerante sobre las razones que asisten a la Argentina, culpando rimbombantemente a las empresas multinacionales y al Uruguay.
Para apartarlo de cuestiones nacionalistas que todo lo obnubilan, pensemos por un momento que en lugar de estar involucrados nuestros países verdaderamente hermanos, se tratara nuestras provincias de Santa Fé y Entre Ríos, involucrando al Río Paraná. En este caso hipotético ya a los defensores de estas posiciones extremas se les comenzarían a caer los argumentos, porque no es lo mismo hacer desatar las emociones de todo el país “agredido” por el “largo brazo del poder imperial” (léase Uruguay como defensor de intereses del Primer mundo), que lograr el interés por dos localidades argentinas.
Acaso no suena algo parecido a cuando Galtieri desató las emociones que concluyeron en una plaza llena ovacionando las acciones bélicas para concluir, en una guerra tan absurda como dolorosa, con jóvenes argentinos muertos en una aventura que sirvió para darle un breve respiro a la decadente dictadura militar?. Eso es lo que pasa cuando los dirigentes desatan irresponsablemente las emociones humanas. Cuando los dirigentes cometen la imprudencia de desatarlas y aún más, avivarlas, se les hace muy difícil dar un paso atrás. Eso debe concluir, porque la génesis del problema que nos concierne es sólo ambiental.
Pensemos por un momento que la industria que se quiere instalar en Fray Bentos fuera un Banco. Se daría tal importancia a los tratados, a los temas jurídicos y a las gestiones de buena voluntad?. Seguramente no, porque se supone que un Banco no contamina. Entonces junto con los argumentos jurídicos y políticos, caerían los reclamos de arbitrajes o de mediaciones, que es todo lo que se les ocurre a los opinadores de turno a quienes no les alcanza con los conocimientos de un profesor de química y quieren en su lugar la opinión de un “mediador” o “facilitador”.
Esto no es algo de lo que se pueda culpar a los pobladores de Gualeguaychú, y menos cuando la queja abarca a la visual sobre el paisaje local, sino a la actitud irresponsable de las autoridades locales, provinciales y especialmente de las nacionales que parecen encontrar en estos reclamos el rumbo que determine la política internacional.
Vamos entonces al tema prioritario, que es la posibilidad de contaminación ambiental del Río Uruguay. De los tres sistemas que se usan para blanquear la lignina para producir la pasta celulósica, el único que es realmente contaminante es el que utiliza cloro gaseoso, que dicho sea de paso, se usa todavía en algunas plantas incluso en nuestro País para la producción de papeles especiales.
Los otros dos sistemas, el libre de cloro elemental (ECF) y el totalmente libre de cloro (TCF), son similares en cuanto a la escasa contaminación, ya que los niveles de sustancias contaminantes emitidas son mínimos y dentro de los aceptados por cualquier organismo internacional. Cerca del 80% de las fábricas del mundo utilizan la tecnología ECF, que es la que tienen prevista utilizar las empresas Botnia y Ence.
La etapa inicial en el terreno ambiental es un Estudio de Impacto Ambiental (EIA), que se debe hacer previo al comienzo de las obras, pero luego de efectuado y con la planta en operación, son los controles ambientales los que deben continuar y con el mayor rigor durante todas las operaciones y aún más allá. No debería sospecharse de quién es la institución que hace los estudios, ya que no deben ser hechos con un criterio recientemente acordado, sino con las pautas y los organismos preexistentes mucho antes de que se plantee realizar el proyecto.
De esta manera, poner en tela de juicio la objetividad de los resultados de los impactos y pretender formar comisiones ad hoc para llegar a una conclusión sobre esta materia eminentemente científico tecnológica, es tan poco razonable como pretender formar una comisión para analizar la validez de la ley de gravedad. (Y claro, luego sospechar de los organismos internacionales que la dieron por válida, porque “algún interés deben tener…”).
Esto es sólo reservado para los amantes de la sospecha, de las teorías del complot internacional y otras cuestiones semejantes que siempre logran la atracción para los seguidores de las emociones. Donde debería ponerse el énfasis total de la cuestión es en los controles ambientales, que son los que se efectúan cuando la empresa está en operaciones. No es cuestión de impedir que se construya la obra civil, sino en que las emanaciones y el agua que se vierte nuevamente al río mantenga absolutamente los protocolos permitidos por las autoridades locales, nacionales de ambos países, y hasta internacionales. Un compromiso de cierre inmediato de la operación en cuanto se superen los parámetros permitidos quizás sea un punto que ayude a ver esto como objetivo y no en defensa de un interés en particular, salvo el de la comunidad.
De otra manera, lo que se hace es utilizar los argumentos nunca demostrados del fantasma de la contaminación, no ya para que no se contamine, sino para que no haya desarrollo. Por eso se fue pasando del no a la contaminación hacia el no a las papeleras. Ya no es apoyar el concepto de desarrollo sustentable, sino que se trata de frenar todo desarrollo, de frenar el crecimiento y la calidad de vida de los pueblos. Una cosa es cuidar el ambiente y otra muy distinta es utilizar al ambiente como excusa para frenar el desarrollo.
Por César Rodríguez
Economista especializado en temas del Ambiente
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