El club de Roma – Génesis del movimiento ecologista
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- El 21 marzo, 2005
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Las Ciencias Sociales –dentro de ellas la Economía-, no poseen la exactitud y la previsibilidad de las denominadas “Ciencias Duras” (Matemática, Física, Química, etc.).
Por la propia imprevisibilidad de la conducta humana, por las múltiples imbricaciones de las cuestiones sociales con diversas áreas del saber, y considerando la movilidad y volubilidad de los diversos factores y estamentos sociales; usualmente diversos fenómenos se muestran aparentemente confusos, hasta incomprensibles, y suelen involucrar variopintas extracciones sociales, culturales, e incluso pueden albergar a grupos de intereses parcial o totalmente antagónicos.
Las actitudes colectivas y los mismos paradigmas sociales (incluyendo en ellos a los económicos) tienen la característica de la extrema pendularidad, pasándose de un extremo a otro, para recién después buscarse el punto de relativo equilibrio.
Desde el comienzo de la Primera Revolución Industrial, las variables ambientales no fueron tenidas en cuenta como valores económicos, y por lo general no se consideraban los costos sociales –e incluso económicos- de la polución. Esa es una postura extrema, en la cual los bienes naturales se consideraban inagotables y no se preveía su agotamiento por degradación.
En cierta forma como respuesta a ese paradigma –que implicaba la maximización de las utilidades, siendo una de sus variables el crecimiento económico constante-, se constituyó el denominado Club de Roma, que aglutinó a catedráticos, intelectuales, y otras personalidades relevantes; cuya característica en común era la disconformidad con el grado de deterioro ambiental que en forma crecientemente acelerada, podía constatarse en diversas regiones del mundo.
Pero uno de los factores claves a ser tenidos en cuenta para entender el sesgo ultra conservacionista que rápidamente caracterizó al Club de Roma, es el hecho que fue formado en el Primer Mundo, y sus integrantes y orientadores han sido total o mayoritariamente ciudadanos de naciones de la denominada “sociedad opulenta”; la misma que hoy conforma el Mundo Postindustrial.
El primer trabajo elaborado por el Club de Roma fue publicado en 1972, y a partir de allí uno de sus postulados básicos fue el paradigma del “crecimiento cero”. Partiendo de la premisa (nunca demostrada científicamente) que el mundo alcanzó el grado máximo tolerable de utilización de los recursos naturales, puso como objetivo central detener complemente el crecimiento económico.
De hecho, en muchos sectores de la población de diversos países, lograron reemplazar el paradigma del crecimiento económico como medio de incrementar el bienestar; pasando al neoparadigma del conservacionismo in extremis. De alguna manera esa postura tan radicalizada fue una reacción ante el consumismo desenfrenado de la “sociedad opulenta” (en ese momento constituida básicamente por Europa Occidental, EEUU, Canadá y Japón).
La amplia difusión dada a esos nuevos postulados, la financiación directa o encubierta a las transnacionales de la ecología que rápidamente se crearon y expandieron, y la instalación de los neoparadigmas a niveles catedráticos, intelectuales, seudo intelectuales, disconformes de toda laya con “el sistema”, y personas de buena fe con o sin conocimientos para analizar en profundidad todo ese fenómeno; dieron origen a una masiva proliferación de entidades ecologistas formales e informales, en prácticamente casi todo el mundo.
Lo que muy pocas personas tuvieron en cuenta es que el movimiento ecologista mundial se constituyó en base a postulados elaborados en el Primer Mundo, dejando absolutamente de lado temas de primordial importancia mundial, pero que a la vez no son de ningún modo prioridades para la “sociedad opulenta”; pues la población de esos países vive otra realidad ajena a las necesidades y angustias del mundo subdesarrollado.
La miseria socio económica, los gravísimos males del subdesarrollo, e incluso la abyecta contaminación que es consecuencia del subdesarrollo extremo; usualmente ni siquiera son tenidos en cuenta en los análisis del Club de Roma, de las transnacionales de la ecología, ni en los de organizaciones ecologistas menores.
Inclusive “se olvidaron” de analizar como compatibilizar el paradigma del “crecimiento cero” con las crecientes necesidades de la población creciente del tercer y cuarto mundos; menos aún de cómo elevar el nivel de vida de los millones de desposeídos, subalimentados y pobres del mundo.
Por otra parte, resulta más que evidente que los postulados “internacionalistas” emanados del accionar del “Club de Roma” son claramente funcionales a la globalización. En ese orden se encuadran las “áreas Ramsar” (áreas intangibles bajo “tutela mundial”, que anulan en ellas la propia soberanía del país en el cual están ubicadas), los claros intentos de “poner bajo tutela mundial La Amazonia, El Pantanal, eventualmente El Iberá y buena parte de La Patagonia.
De alguna forma la monstruosa criatura en la que ha devenido un movimiento en sus inicios aparentemente altruista, como se presentaba el ecologismo; ha hecho que uno de sus fundadores, el inglés James Lovelock; haya hecho públicas sus gruesas desavenencias con los postulados a ultranza y carentes de basamentos científicos; o peor aún, mezclando verdades parciales con gruesas falsedades.
Lovelock advirtió la inconsistencia de pretender basar las necesidades energéticas futuras, en tecnologías muy inmaduras y con serias limitaciones técnicas, como son la solar y la eólica. Como una buena alternativa, propuso volver a priorizar las construcciones de usinas nucleares.
Al respecto no considera mala a la alternativa hidroeléctrica, pero con mentalidad del Primer Mundo, no la considero por el hecho que en esos países ya han construido casi todas las obras hidroeléctricas posibles, por lo que quedan pocas por hacer. Ese no es el caso del mundo subdesarrollado, y en particular de Sudamérica, donde tenemos aún un vasto potencial hidroeléctrico sin utilizar.
El caso es que después del anterior paradigma del crecimiento ilimitado y sin consideraciones ambientales, se pasó a la antítesis del “crecimiento cero” del Club de Roma y el grueso del movimiento ecológico de corte fundamentalista.
Pero como alternativa coherente, moderada, y aplicable a nuestra realidad de las acuciantes necesidades por cubrir; el paradigma que compatibiliza nuestras urgencias por el desarrollo con el cuidado ambiental, es el del desarrollo socioeconómico sustentable, el cual por definición contempla el cuidado del medio ambiente, pero sin resignar el imprescindible desarrollo.
Adviértase que este planteo final es diametralmente opuesto al fundamentalismo antirrepresas a ultranza de ciertos ecologistas vernáculos; el cual a la vez “olvida” dar idéntica importancia a los efluentes de determinadas industrias químicas, los efluentes de las centrales termoeléctricas, los problemas gravísimos de los agrotóxicos, y un largo etcétera, incluyendo en él la insidiosa contaminación que es consecuencia de la miseria extrema.
C.P.N. CARLOS ANDRÉS ORTIZ
Docente – Investigador = Facultad de Ciencias Económicas
U.Na.M.
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