Comunicación de la emergencia en casos de desastre por inundaciones
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- El 6 diciembre, 2013
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Para contextualizar el carácter de las inundaciones, debemos subrayar que son acontecimientos de carácter antrópico, es decir, donde la actividad humana juega un papel central respecto de su ocurrencia, en conjunción con factores naturales.
Toda comunicación destinada a prevenir y operar en caso de emergencias o desastres debe ser abordada por gobiernos yadministraciones teniendo en cuenta la especificidad técnica del evento, es decir, el conjunto de saberes prácticos o procedimientos necesarios para evaluar y actuar a fin de obtener resultados previsibles.
La resultante de ese diagnóstico técnico se expresará en un mapa de riesgo, un recurso fundamental no sólo para el área de
comunicación, sino para todas las dependencias de gobierno y aun para la sociedad civil, que constituye una herramienta esencial para la prevención y para la acción durante los desastres.
Un mapa de riesgo es una fotografía que expone cuáles son las condiciones en el momento presente, que puede (y debe) ser modificado en la medida que se generen cambios significativos en la situación territorial, demográfica, productiva, climatológica, etc. La contraparte necesaria de este mapa de riesgo es el aprestamiento de los recursos propios de la administración, de los existentes en la comunidad y en otras jurisdicciones para atender el desastre.
Nos referimos tanto a recursos humanos (agentes de la defensa civil, logística, bomberos, policía, médicos y auxiliares de la salud, psicólogos, etc.) como tecnológicos y de infraestructura (edilicia, de comunicaciones, de transporte, etc.).
Los modos en que la comunicación debe intervenir concretamente en la prevención y la mitigación del daño que generan los desastres debe contemplar tres momentos y diferentes niveles. Así, se definen acciones para el antes del evento, el durante y el después del mismo, con objetivos y características específicas para cada caso, como así también para los distintos segmentos de destinatarios: públicos internos, víctimas y afectados, medios y otros segmentos de la población (ver Esquema de comunicación ante desastres por inundación).
Prevención y legitimidad
La grilla referida, que podría complementarse con muchos otros recursos y acciones y que es aplicable, con sus particularidades, a distinto tipo de emergencias y catástrofes, muestra que el núcleo de la acción está puesto en el ANTES de la emergencia. No se puede enfrentar un desastre sin una preparación previa. Y esto vale tanto para la parte técnica como para la comunicacional. Los conceptos generales que guían el accionar de la comunicación del desastre son: prevenir y controlar para que no ocurra. Y si ocurre, saber cómo actuar. En conjunto, todas estas acciones con sus fundamentos, componen el Plan Estratégico de Comunicación de la Emergencia y el Desastre.
La preparación preventiva debe ser sostenida en el tiempo, lo que implica creatividad y reformulación de los mecanismos de contacto con la población para no provocar cansancio o indiferencia. A la vez, el peso que implica la comunicación de un riesgo posible debe ser sostenido con equilibrio y racionalidad para no generar pánico ni su contraparte, la negación. Y siempre requiere adecuación al tipo de población a la que se dirige, contemplando sus características particulares. Por eso, el discurso preventivo debe formularse en dos niveles: dirigido a segmentos específicos que se pueden definir por grado de vulnerabilidad social, de amenaza, etc., pero siempre sostenido por un discurso “paraguas” que se dirige a toda la población y que genere “efecto de gobierno”, de presencia de las agencias oficiales para la contención y el cuidado de la población.
La comunicación de la emergencia y el desastre se enfoca en informar respecto de qué hacer; pero su eficacia será relativa si
en el ANTES de la emergencia no se logró consolidar el vínculo de confianza, de legitimidad y de autoridad necesario para actuar como conducción en el momento del desastre.
Aunque la autoridad del Estado para imponer rumbos de acción proviene de su carácter legal-institucional, no supone un mandato. El principio de autoridad y de legitimidad debe construirse en el ejercicio de la acción diaria. En nuestro país, el problema de la legitimidad política del Estado ha teñido gran parte de su historia institucional, pero no cabe duda que los procesos desatados en 2001 y 2002 abrieron un interrogante respecto de la viabilidad de nuestro sistema democrático desde el punto de vista de su representatividad. Se trata de un fantasma no del todo alejado, y que en las condiciones de crisis que generan las emergencias y los desastres, asoma siempre como amenaza.
No son pocas las veces en que los gobiernos están en falta respecto de las tareas de infraestructura, de mantenimiento o depreparación que deben realizar para evitar o para paliar los efectos de un desastre; en esa línea, la comunicación deberá hacerse cargo, hasta donde pueda, de esos incumplimientos.
Pero también es cierto que el riesgo nunca es del todo controlable. Y aun en situaciones ideales de inversión de recursos, es posible que ocurran pérdidas humanas y materiales significativas.
En este punto, aparece otra vez la dimensión política: ¿qué gobierno está dispuesto a comunicar a su población que está en peligro de vida o que sus bienes pueden ser afectados? Los riesgos de la sobrepromesa o de la negación pueden ser “más caros” para los gobiernos, en términos de opinión pública, que el costo de ayudar a comprender los márgenes en los que se mueve toda acción de gobierno.
Por otra parte, la paradoja de la comunicación de la emergencia y el desastre es que debe intervenir respecto de hechos que quizás nunca ocurran; de allí que la inversión de recursos también forme parte de una decisión política que requiere de un cierto consenso social.
La percepción que la población puede tener de los modos de gestionar la emergencia por parte de un gobierno nunca se maneja entre los extremos del “todo bueno” o “todo malo”; aun en contextos de guerra, la población asume posiciones diversas en términos de adhesiones ideológicas, estados de ánimo, tendencias de opinión, experiencias, etc.
En ese gran espacio que queda entre el rechazo o la adhesión total a cualquier propuesta de un gobierno o administración es que se debe encuadrar el accionar de la comunicación para explicar por qué las cosas se hacen o no se hacen y cuáles serán sus efectos posibles.
Las sociedades pueden resignificar las experiencias o los horizontes críticos si perciben algún elemento compensador y sobre todo, un “hacerse cargo” por parte de la institucionalidad del Estado de sus deberes y obligaciones de cuidado y protección. La capacidad de los gobiernos de sostener algún tipo de horizonte colectivo, apoyado en un interés general, supone la posibilidad de alentar procesos de reflexión y de participación amplia y positiva, en los que la comunidad se involucre en la toma de decisiones.
El peor escenario es aquel en el que “del otro lado” no aparece nadie ni nada, “sólo el agua”. El diálogo simbólico que construyen gobernantes y gobernados se constituye en el espacio público, espacio por excelencia del debate y la cooperación. Si no hay palabra ni presencia oficial, ese espacio va a ser llenado por otros actores sociales con intereses diversos o, peor aun, será campo de la anarquía que lleva a la disgregación y a la muerte social como país.
Existen los recursos humanos, técnicos y materiales para trabajar en un Plan Estratégico de Comunicación de la Emergencia y del Desastre a nivel nacional, provincial y local. La articulación entre los recursos nacionales y la intervención rápida que pueden generar las administraciones locales -además del conocimiento cercano de las problemáticas de su territorio y de su población- es imprescindible para atender a los fenómenos del desastre. Hacen falta respuestas concretas y efectivas que superen cierta inercia e individualismo social que nos caracteriza. Sabemos que somos solidarios; seamos también responsables y activos como ciudadanos para demandarles a los gobiernos que nos cuiden. Y para actuar con conciencia social en cualquier posición que nos toque: como vecinos, comerciantes, empresarios o profesionales.
Por: Beatriz Sznaider
Fuente: Hydria
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