¿Quién le teme a la energía nuclear?
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- El 12 junio, 2006
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Sus defensores dicen que es comparativamente barata, limpia y segura, sus detractores que sus desechos radiactivos son contaminantes durante miles de años. ¿Hay una postura irrefutable en desmedro de la otra o ambas son razonables?. La respuesta, quizás, no debe buscarse en las cualidades sino en la utilización de la energía nuclear. Su uso con fines pacíficos es deslumbrante, pero su manejo con fines bélicos es aterrador, así, sin términos medios.
En el panorama actual, a la argumentación sobre si la energía nuclear debe o no ser utilizada por los estados nacionales se agrega el fantasma de su manejo por grupos extremistas. En la ciudad alemana de Mannheim (y es solo un ejemplo) se juzga a Gotthard Lerch acusado de pertenecer a la red del científico atómico paquistaní Abdul Qadir Khan. La llamada red de Khan, en la que están implicados técnicos y hombres de negocios suizos, alemanes, sudafricanos y de Sri Lanka, es un auténtico supermercado del terror atómico. Pero, ¿puede el mal (o el peor) uso de un desarrollo tecnológico justificar su eliminación?.
Superada en el mundo la larga noche –iniciada con Chernobyl- el uso pacífico de la energía nuclear vuelve desplegando sus banderas no solo porque le son reconocidas sus bondades específicas, sino porque la necesidad está empezando a mostrar su afilado rostro. Ante reservas fósiles que languidecen y atento al cambio de los vientos, el Grupo de los 8 (integrado por los Estados Unidos, Canadá, Inglaterra, Italia, Francia, Alemania, Japón y Rusia) se reunirá entre el 15 y el 17 de julio próximo en la ciudad de San Petersburgo con una agenda que, aunque mantiene como tema central la explotación de nuevos yacimientos de petróleo y gas natural, incluye una mayor participación de las centrales nucleares en la matriz energética de sus países.
La decisión es aguijoneada, entre otras, por la incertidumbre que provoca el suministro de combustibles fósiles importados (en su gran mayoría) desde zonas con alta temperatura política; la escalada de los precios (que Irán intenta impulsar); la preocupación por el efecto invernadero de las emisiones de anhídrido carbónico (el informe de la Fundación Schuman dice que el mundo pasó el punto de no retorno en materia de emisión de gas carbónico) y una demanda que parece insaciable (la influyente Energy Outlook proyecta un salto de 8,3 Kv/hora por habitante al año, a 10,6 en 2025).
Como presidenta novicia del G8, Rusia declaró que la seguridad energética es tema prioritario de su agenda y que sus reservas de petróleo y gas son una fuente de abastecimiento en la que los países importadores pueden confiar. A pesar de ésta declaración de principios, los que recuerdan a Ucrania continúan con su ceño y nariz fruncidos, en la sospecha que “eso mismo me puede ocurrir a mi”. Porque si bien puede admitirse que la intranquilidad europea es producto de la desconfianza, también debe aceptarse que no es fantasiosa. El gas importado de Rusia se enseñorea sobre el 25% del consumo europeo y a ésta observancia se añaden las dudas que levanta la Agencia Internacional para la Energía sobre Gazprom y, además, la posibilidad que, puesta a elegir, Rusia decida dar prioridad a sus convenios con China.
Aún cuando la apuesta del gobierno de Vladimiro Putin a la energía fósil sigue siendo alta, la construcción de 40 nuevas plantas atómicas le dan un formidable impulso a su programa nuclear. La ampliación del parque provocará, hacia 2020, un aumento de hasta un 25% de la participación nuclear en la generación de energía. De todos modos, la postura rusa no es botón de muestra. Es que, en lo referente a la resolución de la cuestión energética, la posición de los miembros del G8 es disímil. Alemania tiene, hasta hoy, una postura contrastante a la de Francia, – país que se mostró inflexible en la continuidad de su programa nuclear –; Inglaterra parece querer rever su política energética desde una posición más conciliadora hacia el desarrollo nuclear y los Estados Unidos, que son los que más reactores nucleares tienen en su territorio (110), si bien siguen preocupados por la proliferación, avanzan hacia posiciones pro nucleares. En 2005 el presidente Bush convirtió en ley un proyecto de energía que asigna fondos multimillonarios para investigación y desarrollo y subsidios a empresas que decidan la construcción de centrales nucleares. Por su parte el Instituto de Energía Nuclear estadounidense –NEI – prevé la construcción de 20 nuevas centrales hasta 2020. El gran tema a resolver es ¿dónde?, porque las autoridades de los diferentes estados se muestran sensibles a la postura de grupos de ambientalistas que se oponen en forma intransigente al proyecto.
En la actualidad, a la necesidad europea de estructurar un mercado energético común, se suma la idea de un plan mundial para desarrollar la energía nuclear pacífica — en la que confluyen tanto Washington como Moscú — sin el riesgo de proliferación militar y capaz de responder a una demanda en crecimiento.
La iniciativa, vista por los franceses como interesante pero “pas de tout concrétes”, es observada por el secretario de Energía de Alemania, con cierto desinterés. “Ah! si, ese es un plan global, dice Georg Adamowitsch mientras eleva sus hombros, pero lo cierto es que nosotros tenemos ideas propias”.
Entre los especialistas que reconocen la cara política de temas que se pretenden exclusivamente técnicos, la idea dominante es que los jefes de Estado se mostrarán sensibles a la creación de condiciones que favorezcan la inversión y den respuesta efectiva a una demanda energética que sigue en alza. “La falta de energía, dicen, es el freno más categórico para mandar al traste nuestro incipiente crecimiento”.
Mientras el secretario de Energía norteamericano, Samuel Bodman, subraya que las condiciones “de un mercado libre juega un papel importante para afirmar la seguridad energética en el mundo y aumentar la oferta”, la postura de otros responsables del área gira en torno a la idea que la seguridad no es un concepto sólo ligado al aprovisionamiento sino, mas bien, a la demanda futura de los principales países consumidores. Es que las importaciones, que representan el 50% del consumo total de energía en la Unión Europea (UE), de no mediar un giro del volante, treparán al 65% en 2030. Según los estudios prospectivos realizados, la dependencia del abastecimiento desde el exterior crecerá incluso al 94% en el caso del petróleo y hasta el 84% en el del gas. Y es la fría contundencia de estas cifras la que promueve el nuevo debate sobre la energía nuclear, con Francia como adalid.
Recientemente, el ministro de Economía francés presentó un memorando para el relanzamiento de la política energética europea desde una perspectiva sustentable. El documento señala “las ventajas para el desarrollo del empleo de energías renovables evaluando el impacto medioambiental y el agotamiento de los recursos fósiles”. Este enfoque permite a Francia “subrayar la contribución positiva de la energía nuclear en el mercado europeo de electricidad (el país produce cerca del 30 % de la electricidad que consume el continente) y en el logro de los objetivos de la UE en materia de seguridad de aprovisionamiento, de continuidad del servicio de electricidad a precios competitivos y de lucha contra el cambio climático”.
El mensaje es bien explícito en el sentido de retomar el proyecto nuclear y no vacila en sostener que “si no se construyen nuevas centrales, la participación de la energía nuclear a la producción de electricidad descenderá hasta el 17,4% en 2030”.
También debe mencionarse que, a pesar de producir el 77% de su electricidad con energía nuclear, Francia (que es el país europeo con mayor cantidad de centrales nucleares: 59) respeta el principio de subsidiariedad sobre la producción energética y admite que la elección de las fuentes de energía corresponde a la decisión libre y soberana de cada uno de los estados que integran la UE. No es una postura menor. El mapa europeo de generación eléctrica en base a energía nuclear es hoy bien diverso: Austria e Italia no tienen instalaciones nucleares; Alemania (18 centrales) y España (9 centrales) habían decidido paralizar nuevas construcciones; el Reino Unido (23 centrales) podría, en dos años, volver a construir centrales; mientras que sólo Francia y Finlandia (4 centrales) apostaron a una participación creciente de la energía nuclear.
El caso de Finlandia, un país famoso por el cuidado del medio ambiente, es demostrativo de las decisiones que se toman en los tiempos que corren. Bajo el paraguas del Protocolo de Kyoto y después de realizar un largo período de debates público y parlamentario, en 2002 los finlandeses decidieron la instalación de la primera central nuclear que se construye en Europa en los últimos 15 años. Los trabajos comenzaron en 2005, y su puesta en servicio se anuncia para 2009; según la opinión de algunos observadores, serviría de modelo para la construcción de la próxima central que se construya en suelo norteamericano.
En la actualidad, el Organismo Internacional de Energía Atómica (OTEA) contabiliza la existencia de 443 reactores dispersos por 31 países, suma que se cuadruplicará en los próximos 50 años y que, a más corto plazo, se incrementará con las 30 plantas que se construyen en 11 países, en su mayoría de Asia”.
Pero hay más. Una tercera generación de reactores será estrenada en 2010 -2012 con la entrada en servicio del reactor europeo de Flamenville ( Francia) en base a agua presurizada. Y habrá una cuarta generación a la que se dio luz verde cuando un consorcio internacional aprobó un presupuesto de 15.000 millones de dólares para construir en Cadarache (Francia) el ITER, un reactor de 1.500 a 1.600 megavatios que comenzará a funcionar a partir de 2030.
No es todo. Algunos eurodiputados ya están trabajando en pos de “centrales nucleares más compactas, más pequeñas, más seguras y más baratas”. “Hay que pensar en un reactor europeo”, dicen, y hay que saber que el desarrollo de esta industria puede generar grandes beneficios porque podremos exportar nuestras centrales a los países emergentes”.
En ese marco, en la Argentina ¿habrá luz verde para el Carem?, “Hoy se están dando pasos positivos para tener un prototipo del Carem. La decisión es política y si se la adopta nuestro país está en condiciones de poner en funcionamiento un reactor de potencia con tecnología propia en un lapso de 5 años”, afirma taxativo el doctor Juan José Gil Gerbino, Gerente de la División Proyectos Nucleares de INVAP y una de las personalidades con mayor prestigio en el sector.
Hace varios años que el Carem está casi a punto, pero suprimir el “casi” y lograr su emplazamiento es una tarjeta de presentación imprescindible para su posterior comercialización. Es que las reglas de juego en el mercado internacional son “ver y tocarlo, o más apropiadamente “comprobar”. De manera que si se lleva adelante este otro proyecto largamente postergado, las posibilidades de competir exitosamente en el mercado internacional son muy altas porque, aunque hoy por hoy el reactor es sólo una promesa, ya hay potenciales interesados.
Por: Irene Naselli
Fuente: Revista de economía y política industrial
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