Recursos naturales y medio ambiente
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- El 27 junio, 2005
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Parte A. Recursos naturales
1. El potencial ilimitado de los recursos naturales
El potencial del crecimiento económico no está limitado en modo alguno por una posible extinción de recursos naturales. A pesar de la afirmación hecha tan a menudo de que estamos en peligro de quedarnos sin recursos naturales, el hecho es que el mundo está hecho de recursos naturales —abarrotado de recursos naturales, que se extienden desde los límites superiores de su atmósfera hasta su centro, cuatro mil millas más abajo. Esto es así porque la masa entera de la tierra no está hecha de otra cosa que elementos químicos, todos los cuales son recursos naturales. Por ejemplo, el núcleo terráqueo está compuesto básicamente de hierro y níquel —millones de millas cúbicas de hierro y níquel. Sus océanos y atmósfera están compuestos de millones de millas cúbicas de oxígeno, hidrógeno, nitrógeno y carbón y de menores cantidades, pero aún así enormes, de prácticamente cualquier otro elemento. Incluso las arenas del Sahara no están compuestas de otra cosa que compuestos de silicio, carbono, oxígeno, hidrógeno, aluminio, hierro, etcétera, todos ellos teniendo quién sabe que utilidades potenciales que la ciencia puede algún día descubrir. Tampoco hay elemento alguno que no exista en la tierra en cantidades superiores en millones a las que se hayan podido extraer mediante minería. El aluminio se encuentra en prácticamente todas partes. Hay inmensas cantidades, incluso de los elementos más raros, como oro y platino, de las que pueden encontrarse trazas en los océanos, por ejemplo. Lo que es verdad para la Tierra puede aplicarse igualmente a cualquier otro elemento planetario en el Universo. Puesto que el Universo se compone de materia, no se compone de otra cosa que de elementos químicos y, por tanto, de recursos naturales.
Tampoco hay ninguna escasez fundamental de energía en el mundo. Se descarga más energía en una sola tormenta que la que produce toda la humanidad en un año. Tampoco la oferta de energía se reduce en modo alguno en virtud de la energía que el hombre captura de la naturaleza. El calor del sol ofrece un suministro constantemente renovado que es miles de millones de veces mayor que la energía que consume el hombre. La cantidad total de energía en el mundo permanece constante a todos los efectos, con un exceso incalculable respecto de lo que consume el hombre y seguirá así hasta que el sol empiece a enfriarse. El problema de los recursos naturales no es en ningún sentido de escasez intrínseca. Desde un punto de vista estrictamente físico-químico, los recursos naturales son uno y lo mismo con la oferta de materia y energía que existe en el mundo y, de hecho, en el Universo. Técnicamente, esta oferta puede ser descrita como finita, pero a todos los efectos prácticos, es infinita. No constituye el más mínimo obstáculo a la actividad económica—no hay nada de lo tengamos que privarnos de hacer a causa de que la tierra (dejemos de lado el Universo) corra el riego de quedarse sin algún elemento u otro, o sin energía.
El problema de los recursos naturales es estrictamente de usabilidad, accesibilidad y economía. Esto es, el hombre necesita conocer qué diferentes elementos y combinaciones de elementos de los que ofrece la naturaleza son buenos para su uso y además ser capaz de llegar a ellos y emplearlos en la satisfacción de sus necesidades sin tener que emplear una cantidad desmesurada de trabajo para ello. Claramente, el único límite efectivo en la oferta de esos recursos naturales económicamente utilizables —esto es, recursos naturales en el sentido de que constituyen riqueza— es el estado del conocimiento científico y tecnológico y la cantidad y calidad de los bienes de equipo disponibles.
Puesto que la oferta de recursos que suministra la naturaleza es una y la misma que la oferta de materia y energía, la oferta de recursos naturales económicamente utilizables puede incrementarse de forma virtualmente ilimitada. Se incrementa a medida que el hombre expande su conocimiento y poder físico sobre el mundo y el universo. Por ejemplo, el petróleo, que ha estado presente en el suelo durante millones de años, no se convirtió en un recurso natural económicamente utilizable hasta la segunda mitad del siglo diecinueve, cuando se descubrió su utilidad. El aluminio, el radio y el uranio también se convirtieron en recursos naturales económicamente utilizables sólo durante el último siglo aproximadamente. La utilización económica del carbón y, más recientemente, del silicio, se incrementaron grandemente mediante el descubrimiento de nuevos usos adicionales.
La oferta de recursos naturales económicamente utilizables se incrementa no sólo por el descubrimiento de utilidades para cosas que previamente no tenían utilidad en absoluto o por nuevas utilidades adicionales para cosas que ya tenían usos conocidos, sino también por los avances que permiten al hombre facilitar el acceso a esas cosas—por ejemplo, excavando minas más profundas con menos esfuerzo, moviendo mayores masas de tierra con menos esfuerzo, descomponiendo compuestos que antes no podían utilizarse o hacerlo con menos esfuerzo, consiguiendo llegar a regiones de la tierra previamente inaccesibles o facilitando el acceso a regiones ya accesibles. Todo esto incrementa la oferta de recursos naturales económicamente utilizables. Todos ellos, por supuesto, al mismo tiempo otorgan el carácter de bienes y riquezas a lo que hasta entonces eran simplemente cosas.[1]
Hoy día, como resultado de dichos avances, la oferta de recursos naturales económicamente utilizables es incomparablemente mayor de lo que era al inicio de la Revolución Industrial o incluso hace una o dos generaciones. Hoy día, el hombre puede cavar más fácilmente miles de pies en una mina de lo que antes le costaba cavar diez pies, gracias a avances como equipos de excavación más poderosos, explosivos más potentes, estructuras de acero para bóvedas de minas y bombas y máquinas modernas. Hoy día, un solo trabajador de manejando un buldózer o una pala mecánica puede mover más tierra que cientos de obreros en el pasado utilizando pico y pala. Los avances en los métodos de reducción han hecho posible obtener menas puras de compuestos con los que antes era imposible o demasiado costoso trabajar. Las mejoras en la navegación y construcción de vías férreas y carreteras han hecho posible el acceso a bajo coste a importantes depósitos minerales en regiones previamente inaccesibles o muy costosas de explotar.
A la luz de estos hechos, deberíamos considerar lo estúpido que resulta quejarse, por ejemplo, de que las menas de cobre que hoy día de extraen contengan sólo un 1 por ciento de cobre puro, mientras que a inicios del siglo veinte la menas solían contener un 10 por ciento. Con un trabajador en la cabina de una pala mecánica capaz de mover cientos de miles de veces más tierra en el mismo tiempo que un trabajador con pico y pala, el volumen de cobre puro removido en el mismo tiempo es ahora notablemente mayor, aun cuando las menas tengan la décima parte de pureza. El recursos a estas menas no es una evidencia de que estamos quedándonos sin suministro, sino de que hemos sido capaces de crear fuentes enormemente mayores de suministros que nunca antes. La verdadera realidad de que explotamos esos depósitos es la evidencia de los progresos que hemos hecho. Puesto que no podríamos explotarlos en ausencia de grandes mejoras en la productividad del trabajo.
De forma similar, el desarrollo de fertilizantes químicos y métodos de irrigación de bajo coste han permitido al hombre no sólo incrementar radicalmente la productividad del terreno cultivable, sino de hecho crear más terreno cultivable. Hoy día, terrenos antes desérticos o semidesérticos se han convertido en mucho más productivos que las mejores tierras disponibles para las generaciones anteriores. Israel y California son buenos ejemplos.
No hay límite para los posibles avances futuros. El hidrógeno, el elemento más abundante en el universo, puede convertirse en una fuente de energía económica en el futuro. Explosivos atómicos y de hidrógeno, láseres, sistemas de detección por satélites e incluso los propios viajes espaciales abren nuevas e ilimitadas posibilidades de incrementar la oferta de minerales económicamente utilizables. Los avances en la tecnología minera que harían posibles excavar económicamente a una profundidad de, digamos, diez mil pies, en lugar de las profundidades actualmente mucho más limitadas o cavar minar bajo los océanos, también incrementarían la porción de masa terráquea accesible al hombre de forma que todos los suministros previos de minerales accesibles parecería insignificante en comparación. E incluso a diez mil pies, el hombre solo estaría, casi literalmente, arañando la superficie, ya que el radio de la tierra se extiende a una profundidad de cuatro mil millas.
Como ya se ha indicado, son posibles avances igualmente drásticos en el campo de la energía. Éstos pueden provenir del uso de la energía atómica, fusión de hidrógeno, energía solar, energía de mareas o energía geotérmica, o incluso por otros procesos aún desconocidos. Las reducciones en los costes de extracción del petróleo de sedimentos óleos y arenas bituminosas proporcionan potencial para expandir el suministro de petróleo económicamente utilizable con una enorme capacidad multiplicadora respecto de la actualidad. El volumen físico del petróleo presente en formaciones como nuestras Montañas Rocosas y Canadá excede con mucho las reservas de petróleo líquido de los países árabes. Todo lo que se necesita es la manera de reducir los costes de extracción.[2] Igualmente también hay grandes terrenos carboníferos conocidos en Estados Unidos suficientes para cubrir la demanda de consumo de carbón para varios siglos y todavía capaces de hacerlo de una forma rentable. Puesto que la mayor parte de los productos petrolíferos pueden fabricarse a partir del carbón, las reducciones en su coste para esos fines podrían representar el equivalente a un enorme incremento en el suministro de los depósitos de petróleo económicamente utilizables.
Puesto que la tierra no es otra cosa que literalmente una inmensa bola sólida de elementos químicos y puesto que la inteligencia e iniciativa humanas en los últimos dos siglos ha sido relativamente libre para operar y ha tenido el incentivo de hacerlo, no debería sorprender que la oferta de minerales accesibles y utilizables exceda hoy con mucho a la que el hombre es económicamente capaz de explotar. Virtualmente en todos los casos, hay enormes reservas conocidas de minerales que no se explotan, por que no es necesario explotarlas. De hecho, si se explotaran habría una sobreproducción relativa de minerales y una relativa escasez de otros bienes —es decir, un despilfarro de capital y trabajo. Virtualmente en todos los casos, es necesario elegir qué depósitos explotar— esto es, aquéllos que, por razón de su ubicación, la cantidad de excavación requerida, el grado de concentración y pureza de las menas y otros motivos, pueden explotarse con los costes más bajos. Hoy día, se mantienen sin tocar enormes depósitos minerales que podrían explotarse con poco trabajo más unidad que lo que costaban los mejores depósitos explotados hace pocas décadas —gracias a los avances en tecnología minera y la cantidad y calidad del equipamiento minero disponible.
Mientras los hombres preserven la división del trabajo, la sociedad capitalista y sean libres y estén motivados para pensar y construir el futuro, el cuerpo de conocimientos científicos y tecnológicos a disposición de la humanidad crecerá de generación en generación, al igual que el equipo capital.[3] Desde esta base, el hombre puede expandir constantemente su poder físico sobre el mundo y así disfrutar de una oferta cada vez mayor de recursos naturales económicamente utilizables. No hay razón para que, bajo la existencia continuada de una sociedad libre y racional, la oferta de dichos recursos naturales no siguiera creciendo tan rápidamente como en el pasado o más aún.
La clave básica para la disponibilidad económica de recursos naturales es la inteligencia humana motivada y lo que significa: una sociedad capitalista. En una sociedad de este tipo, gran parte de la gente más inteligente dedica sus vidas a la ciencia la tecnología y los negocios. Todos están altamente motivados para incrementar la oferta de recursos naturales económicamente utilizables ante la perspectiva de hacer fortuna por cada éxito significativo que obtengan en este aspecto. No puede haber mayor garantía de capacidad humana para disfrutar de una oferta creciente de recursos naturales.
Los principios esenciales relativos a los recursos naturales pueden resumirse como sigue. Los que la naturaleza ofrece es un suministro de materia y energía que a todos los efectos prácticos en infinito. Al mismo tiempo, la naturaleza no ofrece una sola partícula de recursos naturales en forma de riqueza. La concesión del carácter de bienes económicos y riqueza sobre lo que la naturaleza ofrece es la labor de la inteligencia humana. Una tarea económica esencial del hombre es aplicar progresivamente su inteligencia para lograr una creciente comprensión de la naturaleza y para construir progresivamente mayores y más poderosas formas de bienes de equipo que le den cada vez mayor control sobre la naturaleza.
En este proceso, tanto los avances en conocimiento como en bienes de equipo constituyen por sí mismos una etapa para posteriores avances en conocimiento y bienes de equipo, operando así para dar al hombre mayor comprensión y poder físico sobre la naturaleza —por supuesto, suponiendo que continúe siendo racional, esto es, que continúe pensando y actuando a largo plazo. Por ejemplo, aprender aritmética es una etapa previa a aprender álgebra, que es a su vez una etapa para aprender cálculo y así sucesivamente. Ser capaces de construir las iniciales y primitivas vías férreas y acerías da la capacidad física de poder construir más adelante más y mejores vías férreas y acerías. El desarrollo de la industria metalúrgica es una etapa para el desarrollo de una industria eléctrica y de componentes, que es una etapa para el desarrollo de una industria electrónica e informática, que a su vez es una etapa para el desarrollo de la capacidad de lanzar naves espaciales y así sucesivamente. La combinación del incremento en el conocimiento y en las capacidades físicas hace que una fracción creciente de la masa física de la Tierra y por tanto del universo está cada vez más bajo el poder del hombre para servir a sus fines y así continuamente se engrandece la fracción de la naturaleza que representan los recursos naturales económicamente utilizables y por tanto la riqueza.
Por tanto, la porción de la naturaleza que representa riqueza debe entenderse como una diminuta fracción que empieza virtualmente en cero e incluso aunque desde entonces se haya multiplicado en varios centenares, todavía es virtualmente cero cuando se considera cuán pequeña es la porción de masa terráquea, no digamos del Universo, que está sometida al control del hombre y cuán lejos está el hombre de entender todos los aspectos y utilidades potenciales de lo que ha llegado a estar bajo su control. Parafraseando la afirmación de Ayn Rand de que lo bueno es un aspecto de la realidad en relación con el hombre: A todos los efectos prácticos, la naturaleza en su infinitud siempre permanecerá lejos de aquellos bienes en relación al hombre que queden por descubrir y dominar respecto de los que hasta ahora se hayan descubierto y dominado, siendo los requerimientos esenciales para avanzar en este proceso la razón y el capitalismo.[4] La razón y el capitalismo posibilitan el progresivo engrandecimiento del carácter de bien y riqueza de la naturaleza y por tanto un incremento continuo en la oferta de recursos naturales económicamente utilizables. No sólo no puede encontrarse mejor garantía de la capacidad de la humanidad para disfrutar de una oferta creciente de recursos naturales, sino que la metafísica subyacente en una naturaleza virtualmente infinita que se enfrenta a una inteligencia humana motivada, que expande continuamente el conocimiento y las capacidades físicas del hombre, asegura que no es necesaria ninguna otra garantía para el éxito de la humanidad.
La creciente amenaza a la oferta de recursos naturales de la que la gente empieza a quejarse no es el resultado de nada físico—no más de lo que lo era cuando se escribieron estas terribles y desesperadas palabras: Debéis saber que el mundo se ha hecho viejo y no mantiene si antiguo vigor. Él mismo da testimonio de su propio declinar. Las lluvias y el calor del sol están disminuyendo; los metales están prácticamente agotados; el agricultor fracasa en los campos, el marinero en los mares, el soldado en el campo de batalla, la honradez en el mercado, la justicia en las cortes, la armonía en las amistades, la habilidad en las artes, la disciplina en la moral. Esta es la sentencia dada al mundo, que todo lo que tiene un inicio perece, que las cosas que llegan a la madurez envejecen, la fortaleza se debilita, lo grande empequeñece y después de la debilitación y el empequeñecimiento viene la disolución.[5]
Este pasaje no es una cita de algún ecologista o conservacionista contemporáneo. Se escribió en el siglo tercero—mucho antes de que el primer trozo de carbón, gota de petróleo, onza de aluminio o cualquier cantidad significativa de cualquier mineral hubiera sido arrancado de la tierra. Entonces como ahora, el problema no era físico, sino filosófico y político. Entonces como ahora, la gente se alejaba de la razón y se dirigía al misticismo. Entonces como ahora, crecían menos libres y se encontraban cada vez más bajo el poder de la fuerza física Por eso creían, y por eso la gente en nuestra cultura empieza a creer, que el hombre está indefenso frente a la naturaleza. No hay indefensión en absoluto. A los hombres que usan la razón y son libres de actuar, la naturaleza les da cada vez más. A aquéllos que se alejan de la razón o no son libres, les da cada vez menos. Y nada más.
La crisis energética
Se ha hablado mucho de escasez de energía. Obviamente no hay escasez de energía en la naturaleza y no hay razón inherente por la que la humanidad no pueda ser capaz de continuar con el progreso de los dos últimos siglos y obtener un acceso económico a más y más oferta de una energía natural virtualmente infinita.
Incluso si se secaran los depósitos de petróleo líquido en los próximos cincuenta años, no hay razón por la que, antes de que se sequen, los hombres no puedan ser capaces de producir productos petrolíferos a partir de sedimentos óleos, arenas bituminosas o carbón con menos trabajo que el que se emplea hoy día para el petróleo líquido—tal y como actualmente se produce hierro y cobre a partir de menas relativamente de menor pureza con bastante menos trabajo que el que se empleaba en menas de mayor pureza. De hecho hoy hay productos petrolíferos que se pueden producir a partir de estas fuentes con bastante menos trabajo del que se podía emplear en el pasado para producirlos a partir del petróleo líquido. El poder de la mente humana, operando en el contexto de una sociedad capitalista y de división del trabajo es evidentemente tal, que no deja lugar a dudas de que se podrían logran resultados beneficiosos similares con respecto a los productos petrolíferos en los próximos años.
La crisis energética de los años 70 fue puramente política. Esencialmente, fue el resultado de hacer completamente ilegal producir energía. En casi todos los países extranjeros, la propiedad de los depósitos de petróleo y gas natural se ha convertido en monopolio del gobierno. Simplemente, es ilegal para los ciudadanos privados producir esos bienes y por tanto su producción se ha restringido por todas las ineficiencias de la propiedad gubernamental.[6] En Estados Unidos, el Gobierno Federal se atribuye la propiedad de la plataforma continental y de la mayor parte de los terrenos de los Estados del Oeste. A partir de esta atribución, y bajo la justificación de la “preocupación por el medio ambiente” ha vetado el aprovechamiento de muchas de las más prometedoras áreas de prospección de petróleo y gas. Se han dejado aparte como “reservas de la vida salvaje” y “áreas silvestres” y así se ha prohibido su explotación. De esta forma, y mediante otras que explicaremos más adelante en este libro, el gobierno hizo ilegal producir energía. Ésta es la única razón por la que hubo una crisis de energía.[7] La reducción sustancial en el intervencionismo estatal que se llevó a cabo a inicios de los 80, sobre todo la eliminación de los controles de precios en el petróleo, hizo desaparecer la crisis energética. Lograr un mercado de la energía completamente libre aseguraría la recuperación de la creciente abundancia de la energía y la disminución del coste real que caracterizó al mundo occidental en los doscientos años anteriores a los 1970.
Sin embargo, lamentablemente, la política gubernamental de restringir la oferta de energía continúa. Continúa preservando cada vez más territorio de su exploración y explotación: prácticamente toda la plataforma continental de los Estados Unidos tiene vetadas nuevas perforaciones petrolíferas y es dudoso que se autoricen nuevas explotaciones en Alaska. El gobierno incluso prohíbe el uso de instalaciones ya existentes para producir energía, siendo los dos casos más conocidos la planta de energía atómica de Shoreham, en Long Island, en el estado de Nueva York y la refinería de fuel y gas Gaviota, cerca de Santa Barbara, California. La planta de Shoreham, completada en 1984, con un coste de cinco mil quinientos millones de dólares (5.500.000.000$), tiene capacidad para cubrir la tercera parte de las necesidades de energía de los más de 900.000 hogares de Long Island. Sin embargo, nunca se le ha permitido operar más allá del nivel de pruebas y en octubre de 1994 se desmanteló de hecho su reactor nuclear.[8] La planta Gaviota, completada en 1987 con un coste de dos mil quinientos millones de dólares (2.500.000.000$), tiene capacidad para refinar 100.000 barriles de petróleo diario. Pero tampoco ha recibido nunca permiso para operar, a causa de las políticas medioambientales del Estado de California y el Condado de Santa Barbara.[9]
[1] La mayor parte de esta sección apareció previamente en mi libro The Government Against the Economy (Ottawa, Ill.: Jameson Books, 1979), páginas 15-19.
[2] En los últimos años se han hecho progresos considerables en la reducción de los costes de extracción de petróleo de arenas bituminosas, hasta el punto de que constituyen aproximadamente una cuarta parte de la producción de crudo de Canadá. El petróleo recuperable sólo de los depósitos de Alberta se estima en 300 mil millones de barriles, frente a los 265 mil millones de barriles estimados para Arabia Saudí. Ver el New York Times de 28 de diciembre de 1994, página C5.
[3] Ver George Reisman, Capitalism (Ottawa, Illinois: Jameson Books, 1998), páginas 123-128, para una explicación de cómo la división del trabajo ofrece un marco para el crecimiento económico continuo. Ibídem, páginas 176-180, una explicación de cómo, en una sociedad con división del trabajo la expectativa de ganancias conlleva un crecimiento económico continuo y también, páginas 622-642 para una explicación del proceso de acumulación del capital.
[4] Ver Ayn Rand, Capitalism: The Unknown Ideal (New York: New American Library, 1966), página 14.
[5] En W. T. Jones, The Medieval Mind, volumen 2 de A History of Western Philosophy (New York: Harcourt, Brace, and World, 1969), página 6.
[6] Ver George Reisman, Capitalism, páginas 303-304, para conocer las razones por las que la propiedad gubernamental de una industria causa ineficiencia.
[7] Ibídem, páginas 234-237.
[8] “Completado el desmantelamiento de la Planta Nuclear de Shoreham”, New York Times, 13 de octubre de 1994, página B6. Ver también “Nuevo episodio en Shoreham: New York pleitea para quedarse con la Planta”, Ibíd., 29 de junio de 1990, página B3. Es de destacar que los ecologistas que destruyeron la planta de Shoreham atacaron a su propietaria, la compañía Long Island Lighting (Lilco), por tener tarifas eléctricas altas, aunque sus políticas no tengan nada que ver con estas tarifas. Además, parece que la aceptación de Lilco en su eliminación total se obtuvo mediante una oferta de adquisición de 9 mil millones de dólares por parte del Estado de Nueva York, que se va a financiar con la venta de bonos municipales por esa cantidad. Si se hace efectiva esta oferta, se repetiría la secuencia evidenciada previamente en la adquisición gubernamental de la industria ferroviaria americana, esto es, en primer lugar, la destrucción gubernamental de la rentabilidad de una industria o compañía, seguida por el alivio comparativo de la socialización a un precio que al menos ofrezca en cierto modo una compensación. A partir de un comunicado oficial sobre la oferta de adquisición, que incluía un precio de compra de acciones de Lilco a 21,50$ la acción, éstas subieron de 25 céntimos a 17.375$ en la Bolsa de Nueva York. (Wall Street Journal, edición Oeste, 28 de octubre de 1994, página A9.)
[9] Ver “Las crisis de Oriente Medio pone de nuevo la atención en una refinería abandonada en California”, New Tork Times, 1 de septiembre de 1990, página 1.
Parte A. Recursos naturales
2. La ley de los rendimientos decrecientes
La fabricación de cualquier producto requiere el uso de al menos dos factores de producción, por ejemplo, trabajo y tierra, o trabajo, terrenos, una fábrica y maquinaria y materiales.[1] Por supuesto, la combinación de factores de producción puede ser bastante más compleja, incluyendo cosas como distintas máquinas, materiales, medios de transporte y combustibles, tanto para hacer funcionar los medios de transporte como para dar luz y energía a las fábricas afectadas.
Ahora, si todos los factores necesarios para la fabricación de un producto se incrementan en la misma proporción, por ejemplo si se doblara la cantidad de todos ellos, lo esperable sería que la cantidad del producto también se incrementara en esa proporción, en este caso, se doblara. Sin embargo, normalmente también es posible incrementar la producción incrementando la cantidad de sólo algunos de factores de producción necesarios. Por ejemplo, la cantidad de productos producidos en una granja puede incrementarse incrementando sólo la cantidad de trabajo, o de trabajo y equipamiento juntos, sin incrementar la cantidad de terreno empleado. En las manufacturas, casi siempre es posible incrementar la producción en las fábricas existentes, simplemente incrementando la cantidad de trabajo, materiales y combustible empleados y por tanto sin incrementar el número ni el tamaño de los edificios ni siquiera la cantidad de maquinaria empleada.
Todos esos casos están sujetos a la ley de los rendimientos decrecientes o, como a veces se la denomina, la ley de los rendimientos no proporcionales. La ley de los rendimientos decrecientes establece que bajo un estado de conocimiento tecnológico dado, el uso de cantidades sucesivamente mayores de cualquier factor de producción o combinación de factores de producción, en conjunción con una cantidad fija de cualquier otro factor o factores de producción necesarios, deberá en un momento dado producir menos que los incrementos proporcionales añadidos. Por ejemplo, doblar repetidamente el trabajo y equipamiento en un terreno determinado deberá en un momento dado producir menos del doble en este terreno.
Si esto no fuera así, entonces todas las necesidades de alimento del mundo podrían producirse en ese pedazo de terreno. Igualmente, toda la oferta del mundo de cualquier bien podría producirse en una sola fábrica. El hecho de que antes o después harán falta más tierra y más fábricas, más de todos los factores de producción, para producir más de cualquier cosa, es la evidencia de la existencia de la ley de los rendimientos decrecientes. Este punto se alcanza cuando tras la simple aplicación de más factores de producción—los llamados factores variables de producción—inicialmente permiten incrementar los resultados en una cantidad adicional menor que la proporción que la cantidad de factores variables de producción añadidos y, al final, no la incrementan en absoluto. Antes o después, Para incrementar la producción en la misma cantidad en que se incrementan los factores variables de producción, o incluso para incrementarla absolutamente, resulta necesario incrementar la cantidad de factores de producción que inicialmente se han mantenido fijos (los llamados factores fijos de producción).
Este obligatoriedad es resultado de lo que von Mises llamó la “determinación cuantitativa”. Todo lo físico tiene sólo una capacidad determinada y delimitada de producir efectos. Esta capacidad puede agotarse de una sola vez o puede ir apareciendo más o menos gradualmente. Por ejemplo, la capacidad para producir pan de una cantidad concreta de harina de una calidad determinada se agota completamente en la producción de una determinada cantidad de pan de un determinado tipo. No es posible producir más de ese pan sin disponer de más de esa harina. La simple aplicación de más trabajo no hará fabricar más producto.
En otros casos, como en la carga de un camión cada vez mayor, es posible incrementar la cantidad de trabajo empleado desproporcionadamente y conseguir producir más del producto, en este caso más cargamento en un camión concreto. Pero de nuevo, antes o después, el transporte de más cargamento requerirá otro camión, y antes de que otro camión resulte completamente esencial, el transporte de más cargamento en relación con la utilización de determinada cantidad de trabajo requerirá un nuevo camión. Esto último refleja el hecho de que son necesarios incrementos desproporcionados en al cantidad de trabajo para conseguir incrementos adicionales en la cantidad de cargamento puesta en un camión determinado. En ambos casos, el de la harina y el del camión, la capacidad del factor fijo de producción para dar rendimientos está limitada y ante so después se requerirá más del factor fijo para fabricar más producto y/o para mantener la productividad del o de los factores variables de producción.[2]
Tabla 3-1. Rendimientos decrecientes | |||
Cantidad de trabajo empleado en una granja de 100 acres (en hombres/año) | Producción (en bushels) | Incremento en producción | Producción media por trabajador |
1 | 100 | 100 | 100 |
2 | 190 | 90 | 95 |
3 | 270 | 80 | 90 |
4 | 340 | 70 | 85 |
La Tabla 3-1 ofrece una ilustración cuantitativa de cómo operan los rendimientos decrecientes en el contexto de la aplicación de distintas cantidades de trabajo en una granja de un determinado número de acres. Se ve claramente cómo se requiere más del factor fijo de producción para mantener la productividad de los factores variables de producción mucho antes de se una necesidad absoluta para producir determinada cantidad adicional del producto. Así en la tabla 3-1, mientras que puede producirse más simplemente empleando más trabajo, es necesario utilizar más terreno para evitar que la productividad laboral decaiga. Por ejemplo, la tabla muestra 85 unidades como la producción media por trabajador como resultado del empleo de 4 hombres-año de trabajo en una granja de 100 acres. Al mismo tiempo, la tabla implica que para esas granjas de 100 acres, la producción media por trabajador sería de 100 unidades, en lugar de 85.
En el único contexto en que la ley de los rendimientos decrecientes no puede aplicarse es en el de las fórmulas o recetas tecnológicas, esto es, en las ideas. Idéntica idea puede aplicarse una y otra vez hasta el infinito, sin pérdida alguna en su capacidad de servicio y por tanto no hay disminución alguna en la productividad de los demás factores de producción.[3]
Íntimamente relacionado con la ley de rendimientos decrecientes se encuentra un fenómeno paralelo identificado por el gran economista clásico David Ricardo, que opera desde la base del propio interés racional. Es el hecho de si la gente tiene conocimiento y capacidad para elegir, escogerá explotar la tierra y las minas donde sea mayor la productividad de su trabajo. Tal como lo expresó Ricardo, empezarán cultivando terrenos y explotando depósitos minerales de primera calidad. Sólo cuando la población llegue al punto en que se hayan hecho productivos todos los terrenos y depósitos minerales de primera calidad, recurrirán a terrenos y depósitos de la segunda calidad, que ahora representan los terrenos y depósitos más productivos que hay disponibles. En comparación con los terrenos de primera calidad, los de segunda calidad tenderán a estar más lejos de los mercados a los que sirven, más altos en las laderas de las colinas y a ser más pedregosos; las minas de segunda calidad también tenderán a estar más lejos del mercado al que sirven, tendrán menas menos puras y requerirán excavaciones más profundas.
Posteriores incrementos de población y la puesta en producción de más y más terrenos y depósitos minerales de segunda calidad llevan al final a recurrir a terrenos y depósitos de tercera calidad, que en este momento se convierten en los más productivos de entre los aún disponibles, y después de ellos, a los de cuarta e inferiores calidades. Así, un año-hombre de trabajo llevado a cabo en un terreno de primera calidad puede producir 100 unidades, mientras que un año-hombre idéntico de segunda calidad produciría 90 unidades, y un terreno de tercera calidad, 80 unidades y, por fin, el terreno de cuarta calidad, sólo 70 unidades.[4]
La necesidad de recurrir progresivamente a terrenos de grados inferiores de productividad opera precisamente de la misma forma que los rendimientos decrecientes acompañando el empleo de más y más trabajo en cualquier porción de terreno. De hecho, los dos procesos van de la mano. En los ejemplos mostrados, cuando se hace necesario cultivar tierra de segunda calidad, el terreno de primera calidad puede cultivarse más intensamente y el rendimiento añadido obtenido por el empleo del segundo año-hombre sobre el terreno de segunda calidad igualaría la producción del primer año-hombre en el terreno de segunda calidad, esto es, 90. Igualmente, cuando se hace necesario cultivar tierra de tercera calidad, el terreno de segunda calidad puede cultivarse más intensamente y el cultivo del terreno de primera calidad aún más. En nuestros ejemplos, la producción del primer año-hombre en el terreno de tercera calidad es igual al del segundo año-hombre en el terreno de segunda calidad y del tercer año-hombre en el de primera calidad, esto es, 80.
La ley de los rendimientos decrecientes y el ilimitado potencial de los recursos naturales
La ley de los rendimientos decrecientes no contradice en modo alguno la proposición previamente establecida de que no hay límite en la práctica a la oferta potencial de recursos naturales económicamente utilizables. Esto ocurre porque la ley de los rendimientos decrecientes aplicada a la agricultura y la minería sólo aplica en un momento dado, en el contexto de un estado concreto de la tecnología y los bienes de equipo. Con el paso del tiempo, puede lograrse un crecimiento económico. De hecho, en una sociedad capitalista de división del trabajo, con su racionalidad y sus incentivos, tanto monetarios como culturales, para la aplicación continua de la razón a los problemas de la vida humana, el crecimiento económico es la norma.[5]
Los avances tecnológicos y las mejoras en bienes de equipo, que este tipo de sociedad hacen posibles, pueden fácilmente compensar los efectos de la ley de los rendimientos decrecientes, y por un amplio margen. La determinación cuantitativa continúa existiendo y continúa siendo cierto que, por ejemplo, sólo puede hornearse determinada cantidad de pan de una determinada calidad a partir de una determinada cantidad de harina, o generar determinada cantidad de calor de una libra de carbón. Sin embargo, se han encontrado formas para que con la misma cantidad de trabajo humano se pueda cultivar o explotar mayores cantidades de terreno y para generar mayores cantidades de tierra disponibles para su cultivo o explotación. En agricultura, esto ocurre a través de medios como la utilización de tractores y cosechadoras y el desarrollo de métodos mejorados de irrigación. En la explotación minera, esto ocurre a través de medios como la utilización de palas mecánicas, buldózeres, mejores perforadoras y explosivos más potentes. Además, al incrementarse el conocimiento científico y tecnológico, se encuentran formas para incrementar radicalmente el poder productivo de cada acre de tierra o minero. En agricultura, esto ocurre a través de medios como mejorar la composición química del suelo, el uso de insecticidas y herbicidas, el desarrollo de mejores tipos de semillas y, por supuesto, otra vez, de mejor irrigación. En la explotación minera, esto ocurre a través de medios como encontrar maneras de procesar menas previamente imposibles o muy caras de procesar—por ejemplo, adquiriendo la capacidad de mover cargas de varias toneladas con menos esfuerzo que el que se requería anteriormente para mover una sola paletada, y aprendiendo a descomponer elementos a partir de diferentes componentes y hacerlo a menor coste, como aprendiendo a obtener hierro a partir de compuestos sulfurosos así como de compuestos óxidos y hacerlo a menor coste.
Por tanto en una sociedad capitalista de división del trabajo, el uso más intensivo o extensivo de terrenos encuentra rendimientos decrecientes, ya sea en 1894 o en 1994. Pero en una sociedad de este tipo, en 1994 el progreso económico ha mejorado en tal manera los poderes del trabajo humano que los terrenos más pobres y las peores minas actualmente en explotación son cientos de veces más productivos que los mejores terrenos y minas en explotación en 1894, y el punto en el cual la productividad del trabajo disminuye en la agricultura y la minería en 1994 está cientos de veces por encima del punto en que disminuían en 1894. De hecho, gracias al crecimiento económico, hoy día es posible aprovechar incluso terreno extremadamente submarginal—auténtico desierto—y, mediante el traslado de agua y el añadido de determinados productos químicos al suelo, hacer ese terreno incomparablemente más productivo de lo que eran los mejores terrenos de hace unas pocas generaciones, como se ha hecho en Israel y en el Imperial Valley de California. En el caso de la minería, pueden encontrarse ejemplos similares. De hecho ha sido tan grande el acceso a nuevos terrenos y el incremento en las cosechas por acre en todo tipo de terrenos, que grandes extensiones han dejado de cultivarse y han vuelto a ser bosques y pastizales. Este es el caso de grandes porciones el Este de Estados Unidos, a medida que aparecían mejores tierras en el Medio Oeste, y en Gran Bretaña, cuando los territorios americanos se convirtieron en fuentes de suministro.
Con aún mayor crecimiento económico, esos resultados continuarán consiguiéndose en el futuro. Por ejemplo, en años recientes se ha demostrado que pueden cultivarse multitud de variedades vegetales en sustratos y soluciones científicamente controlados en edificios de pisos, virtualmente en fábricas. Por supuesto, esto es un desarrollo potencialmente equivalente a un incremento prácticamente ilimitado en la oferta de terreno agrícola. La ingeniería genética, actualmente en pañales, también ofrece un potencial enorme. En el caso de la minería, probablemente algún día será posible con la ayuda de explosiones controladas de tipo atómico o de hidrógeno, remover las más inmensas cantidades de tierra a un coste mínimo. Y probablemente el hombre pueda en el futuro realizar actividades mineras, e incluso agrícolas, no sólo bajo el mar, sino en cualquier lugar del sistema solar y más allá. Por tanto, el principio básico sigue siendo que mientras el hombre incremente su conocimiento y poder sobre el mundo—es decir, el universo—la oferta de recursos naturales accesibles y económicamente utilizables continuará incrementándose, e incrementándose por unidad de trabajo empleado.
La discusión de la ley de los rendimientos decrecientes confirma el hecho de que el único factor limitativo de la producción—el único agente de producción fundamentalmente escaso—es el trabajo humano, nunca el terreno o los recursos naturales. Siempre hay terreno no cultivado que pueda cultivarse o terreno ya cultivado que pueda cultivarse más intensivamente y depósitos minerales conocidos pero actualmente sin explotar o que se explotan, pero pueden explotarse más intensivamente. Por ejemplo, está todo el terreno que queda como pastizales o bosques naturales, que podrían usarse fácilmente para cultivar la tierra y enormes cantidades de terreno desértico que asimismo podrían usarse potencialmente para el cultivo. Como ejemplo para el caso de los minerales, hay, como ya se ha mencionado, enormes depósitos de petróleo en forma de sedimentos y arenas bituminosas que nunca se han tocado. Y aproximadamente dos tercios del petróleo en campos petrolíferos convencionales se ha quedado en la tierra. La razón por la que se han dejado sin usar terrenos y depósitos minerales utilizables es que el trabajo que requeriría trabajar en ellos tendría que detraerse o bien de tierras o depósitos mejores, cuya productividad es mayor, o bien de la producción de otros bienes que son más importantes que la producción de productos agrícolas o minerales adicionales. Por ejemplo, para cultivar terreno que ahora dejamos sin usar, tendríamos que detraer trabajo de mejores terrenos de cultivo, cuya productividad es mayor, o de la producción de otros bienes que tienen mayor importancia para los compradores que los productos agrícolas adicionales.
Por la misma razón no explotamos cada terreno o mina hasta el máximo posible. El trabajo adicional que sería necesario debería venir o bien de otros terrenos o minas donde la operación de rendimientos decrecientes no ha llegado tan lejos, y por tanto cuya productividad del trabajo es mayor, o bien de la producción otros bienes que tienen mayor importancia para los compradores que los productos agrícolas o mineros adicionales. Por ejemplo, para obtener los dos tercios restantes de petróleo de un campo petrolífero convencional, deberíamos dejar de lado el tercio normalmente extraído de una docena de otros campos petrolíferos, porque necesitaríamos mucho trabajo adicional. O tendríamos que dejar otros bienes en cantidades que juzgamos ser más importantes que el petróleo adicional. De todas formas, debería quedar claro que si realmente necesitamos más productos agrícolas o minerales, podemos obtenerlos quitando trabajo en otras áreas y aplicándolo a las granjas o minas existentes o a terrenos o depósitos minerales que sabemos son capaces de producirlos, pero que hasta ahora habían quedado abandonados porque su explotación no era rentable. Por tanto, incluso a corto plazo, esto es, sin necesidad de esperar a nuevos avances o descubrimientos tecnológicos, las necesidades de producción nunca se verán restringidas por falta de materias primas. Por supuesto, con crecimiento económico, que es lo que cabe esperar bajo el capitalismo, podemos disponer de más y más materias primas, no sólo sin quitar trabajo de otras áreas, sino incluso poniendo trabajo a su disposición. La historia económica de los dos últimos siglos, por ejemplo, muestra no sólo un incremento radical en la oferta de materias primas de todo tipo, sino también un decrecimiento radical en la proporción de trabajo dedicado a la agricultura y la minería, y un incremento correspondiente en la proporción de trabajo dedicada a la manufactura y a las distintas industrias de servicios. Estos resultados pueden comprenderse sencillamente imaginando un incremento multiplicado por cien en la productividad del trabajo en la producción de materias primas, acompañado por unas necesidades de consumo sólo diez veces mayores en la cantidad de materias primas, antes de dar preferencia a mayores cantidades de bienes manufacturados y servicios. En estas circunstancias, en lugar de emplear 100 trabajadores en agricultura y minería para producir 100 veces más materias primas, 10 de esos trabajadores se emplearán para producir 10 veces esos bienes y 90 trabajadores previamente empleados para producir esos bienes quedarán libres para producir más de otras cosas.
Los rendimientos decrecientes y la necesidad del crecimiento económico
La existencia de la ley de los retornos decrecientes implica que el crecimiento económico es necesario no sólo para mejorar el nivel de vida, sino para mantener el nivel de vida cualquiera que sea éste. En ausencia de crecimiento económico, una población creciente ocasionaría rendimientos decrecientes tanto en la agricultura como en la minería, porque la mayor demanda de alimentos y minerales que requeriría la mayor población, necesitaría recurrir a terrenos y minas demasiado pobres para ser explotados hasta ahora y una explotación más intensiva de los terrenos y minas ya en uso. Incluso si la población no crece, los rendimientos decrecientes aún aparecerían en la minería, a medida que se extinguen las menas más cercanas a la superficie y por tanto más fáciles de trabajar. (En el caso de la minería, los rendimientos decrecientes de hecho acompañan a la repetición de la misma cantidad de trabajo en el tiempo, no sólo a la aplicación de trabajo adicional en el mismo momento).
Por tanto, aun con una población constante, en ausencia de crecimiento económico, el nivel de vida decrece en lugar de mantenerse estable. Cuando se mantiene estable, lo hace como consecuencia de un crecimiento económico al menos suficiente para equilibrar la ley de rendimientos decrecientes en la minería. Estos hechos deberían ser significativos para juzgar las propuestas de aquellos que desean un fin en el crecimiento económico, principalmente los militantes en los movimientos ecologistas y medioambientales que apuestan por un objetivo de crecimiento cero. Lo que proponen no es el mantenimiento de nuestro estado presente de bienestar, sino el aumento de la pobreza.[6] Más aún, debe entenderse que ese empobrecimiento no puede ser suave y gradual, como sugieren los rendimientos decrecientes año a año en la minería. Tampoco es posible conseguir que de alguna forma se ajuste el crecimiento económico para que se equilibre con los rendimientos decrecientes en la minería. El crecimiento económico no es algo que pueda ser regulado o controlado en general. Si las condiciones son las adecuadas, no hay límite fijo a cuál puede ser en un momento dado. Si las condiciones son negativas, no sólo no habrá crecimiento económico, sino un empeoramiento radical.
La condición previa esencial para el crecimiento económico es la existencia de individuos motivados para pensar y aplicar los resultados de su pensamiento al mundo económico. Pero también es una condición previa esencial para el mantenimiento de cualquier sistema económico moderno. Para mantener un sistema de este tipo, deben resolverse constantemente nuevos problemas. Incluso si los mismos problemas en esencia han sido resueltos anteriormente, en generaciones previas, ahora son nuevos para aquellos que deben resolverlo en la presente generación. Y casi siempre diferirán en al menos algunos aspectos importantes respecto de los problemas resueltos en el pasado. Toda maquinaria y equipamiento se desgasta y debe ser reemplazado. Todas las construcciones, carreteras, puentes y túneles antes o después necesitan ser sustituidos o un mantenimiento y reparación tales que resultan equivalentes a su sustitución. Todo esto requiere un nuevo proceso de pensamiento. Y esto requiere la existencia de un amplio grupo de individuos que quieran y puedan pensar.
Intentar reprimir el nuevo pensamiento que ocasiona crecimiento económico también, si lo consigue, ocasiona detener el nuevo pensamiento que es necesario para mantener el sistema económico a su nivel actual. Esto ocurre porque debe operarse con el nuevo pensamiento en su totalidad. No puede decirse a una inteligencia que se activa por sí misma que puede llevar su curiosidad hasta el punto de repetir lo que resulta antiguo, pero no debe adentrarse en lo nuevo. Si se intenta reprimir la curiosidad y los descubrimientos asociados a lo nuevo, debe reprimirse la curiosidad y los descubrimientos para reproducir lo antiguo. El efecto de prohibir el crecimiento económico debe ser desestimar la inteligencia activa en favor de la estupidez pasiva en todo el sistema económico y esto atenta radicalmente contra el sistema económico, no solamente previene su mejora.
[1] La expresión “factores de producción” puede entenderse como sinónimo de “medios de producción” o “elementos físicos de producción”. Como se verá, en el contexto de una economía de división del trabajo, en la que toda en actividad productiva es vital la ganancia monetaria, el uso de esas expresiones requiere implícitamente que los bienes físicos o servicios que representan los factores de producción sean adquiridos para realizar las subsiguientes ventas. Sobre este punto, ver George Reisman, Capitalism, páginas 442-456.
[2] Cf. Ludwig von Mises, La acción humana: tratado de economía (Madrid: Unión Editorial, 1995), Parte 1, Capítulo VII, punto 2.
[3] Ibid.
[4] Cf. David Ricardo, Principios de economía política y tributación (Madrid: Ediciones Pirámide, 2003), Capítulos 2 y 3.
[5] Ver más arriba el número 3 y más abajo parte B, punto 6. También George Reisman, Capitalism, páginas 45-46.
[6] Para un desarrollo de este punto, ver George Reisman, Capitalism, páginas 313-316.
Parte A. Recursos naturales
3. Conservacionismo:
Una crítica Los argumentos precedentes implican que la doctrina del conservacionismo es incorrecta. El conservacionismo considera la oferta existente de recursos naturales económicamente utilizables como algo que da la naturaleza, en lugar de un producto de la inteligencia humana y de su corolario, la acumulación de capital. No ve que lo que proporciona la naturaleza es, a todos los efectos prácticos, una oferta infinita de materia y energía, que la inteligencia humana puede aprovechar progresivamente, en un proceso de creación de constante incremento en el suministro de recursos naturales económicamente utilizables. No ve que el suministro de recursos naturales económicamente utilizables se incrementa a medida que el hombre gana conocimiento del mundo y el universo y de acuerdo con ello mejora sus medios de producción, agrandando así progresivamente la parte de la naturaleza sobre la que tiene poder. No ve que mientras crece la parte de la naturaleza sobre la que el hombre tiene control y conocimiento, también lo hace la oferta de recursos naturales económicamente utilizables. En resumen, el conservacionismo no ve que el incremento en la oferta de recursos naturales económicamente utilizables es parte de exactamente el mismo proceso por el cual la capacidad de producir como tal y en general se incrementa.
Al no entender el papel de la inteligencia humana en la creación de recursos naturales económicamente utilizables y confundir la oferta actual con todos los recursos naturales presentes en la naturaleza, los conservacionistas creen ingenuamente que cada acto de producción que consuma recursos naturales es un acto de empobrecimiento, que agota un supuestamente precioso e irremplazable tesoro de la naturaleza. A partir de esta base, concluye que la búsqueda del beneficio propio por los individuos bajo la libertad económica lleva al consumo gratuito de una irremplazable herencia natural de la humanidad, sin consideración por las necesidades de las futuras generaciones. Una vez que se ha concluido la existencia de este problema completamente imaginario, producto nada más de que su propia ignorancia acerca del proceso productivo, los conservacionistas indican a continuación que lo que se necesita para resolver este supuesto problema es una intervención gubernamental dirigida a “conservar” los recursos naturales mediante la restricción o la prohibición de distintas formas de aprovechamiento humano de los mismos.
Irónicamente, la consecuencia de todas estas restricciones y prohibiciones es el despilfarro—despilfarro del único factor de producción verdaderamente escaso, esto es, el trabajo humano. Son nuestro trabajo y nuestro tiempo los que son fundamentalmente escasos, no el terreno o los recursos naturales. En buena medida, necesitamos economizar en terreno y recursos naturales en tanto que hacerlo represente un ahorro en nuestro trabajo o tiempo. Tenemos que preocuparnos por esos terrenos y depósitos minerales cuya existencia nos ahorra trabajo en comparación con tener que producir utilizando terrenos o depósitos inferiores. Por ejemplo, valoramos las tierras de cultivo del Medio Oeste y un pozo de petróleo, porque su existencia nos ahorra trabajo para producir alimento y petróleo. Sin esa tierra de cultivo del Medio Oeste, tendríamos que producir más en terrenos menos productivos en la Costa Este o cultivar otros terrenos en el Medio Oeste más intensivamente y así generar menos productividad laboral. De forma similar, sin ese pozo petrolífero, tendríamos que recurrir a métodos más intensivos y menos eficientes de extraer petróleo de otros pozos o quizá poner en producción fuentes de petróleo menos productivas, como arenas bituminosas o depósitos sedimentarios. En ambos casos, el efecto sería que costaría más trabajo producir la misma cantidad de bienes. La existencia de terreno en el Medio Oeste o del pozo de petróleo nos ahorra ese trabajo y por eso valoramos ambos.
A veces, es cierto, hay sitios concretos que son únicos respecto de qué nos permiten producir. Su producto no puede replicarse exactamente en cualquier otro sitio utilizando una mayor cantidad de trabajo. Por ejemplo, las propiedades inmobiliarias en el Bajo Manhattan, criaderos de esturión que producen caviar selecto, viñas que producen uva, y por tanto vino, de sabor único. En otro tiempo, ningún aumento en el trabajo podía ofrecer más de un bien—por ejemplo, productos agrícolas entre cosechas. En casos de este tipo, podemos hablar de un problema de conservación aparte del ahorro de trabajo.
Pero aun en estos casos, el conservacionismo se equivoca completamente al pensar que se necesita algún tipo de acción política para evitar el mal uso de los bienes en cuestión. Porque el precio de mercado de esos bienes los preserva para usos más importantes y limita su índice de consumo de acuerdo con su limitada oferta disponible. El precio libre de mercado de las propiedades inmobiliarias normalmente asegura que se dedican a sus usos más importantes. El precio libre de mercado de cada producto agrícola actúa para mantener un adecuado suministro del mismo hasta que llegue la siguiente cosecha. Exactamente de la misma forma, el precio libre de mercado de minerales actúa para limitar su índice de consumo mientras se descubren nuevos depósitos o métodos mejorados de extracción, hasta donde sea necesario. En estos casos, la perspectiva de precios más altos en el futuro actúa para subir los precios de inmediato, subida que limita automáticamente los índices de consumo.[1] No se necesita ninguna limitación gubernamental al índice de consumo. Toda la limitación que se necesita la efectúa el precio libre de mercado, que hace todo debido a que tiene en cuenta las necesidades del futuro. Cualquier limitación al índice de consumo por encima o por debajo de lo marcado por el precio libre de mercado sólo sirve para sacrificar innecesariamente el presente o el futuro, que no requieren ese sacrificio, y por tanto hacen que el trabajo humano sea menos productivo. La errónea filosofía del conservacionismo desempeña hoy día un papel fundamental en la oposición a la energía nuclear, la minería del carbón y la apertura de nuevos vertederos. También justifica las muchas propuestas de “reciclaje” e incluso el límite de velocidad a cincuenta y cinco millas por hora.
Por ejemplo, se alega que la basura radiactiva que generan las plantas atómicas constituye un grave problema porque los depósitos en que se guarda este material permanecerán radiactivos y por tanto inutilizables por decenas de miles de años. Asimismo se alega que la minería superficial de carbón no debe llevarse a cabo porque una vez que se extrae el carbón el terreno no queda utilizable para su cultivo o aprovechamiento ganadero, salvo que, con un alto coste, se restaure la capa de tierra.
Quienes apoyan estos argumentos simplemente no tienen en cuenta que no necesitamos hasta el último pedazo de tierra que poseemos. En Estados Unidos tenemos cientos de miles de millas cuadradas de tierra—desiertos y montañas, por ejemplo—que, en lo que se refiere a su contribución a la vida y el bienestar humano, podrían igualmente estar cubiertas por el mar. La importancia o utilidad marginal de esos terrenos es sencillamente cero. Incluso si parte de ellos se perdieran para su uso para siempre, no supondrían ninguna diferencia para la vida y el bienestar humano. Al insistir en la sacralidad de cada milla cuadrada de tierra, nos ponemos nosotros mismos en una posición de cierta avaricia irracional—no una avaricia de dinero, sino, si se puede imaginar, una avaricia de agua en un país lleno de lagos, ríos y arroyos. Es como si fuéramos un granjero que necesita, digamos, mil galones de agua cada día para todas sus necesidades, tiene diez mil galones diarios disponibles y aún así no puede dormir por la pérdida de un tazón de agua.
Dejando aparte los 3 millones y medio de millas cuadradas del territorio de los Estados Unidos, incluso si los depósitos de basura radiactiva y las minas de carbón de superficie destruyeran totalmente y para siempre la utilización de unos pocos cientos o incluso miles de millas cuadradas para otros propósitos, eso no nos supondría pérdida alguna. Incluso si parte del terreno a utilizar para estos fines tiene actualmente otros usos, como tierras de cultivo o ranchos, estos usos se abandonarían sólo porque el terreno tiene un valor superior como depósito o mina. Y su pérdida como cultivo o rancho se compensaría sobradamente utilizando otro terreno actualmente sin uso en producción o produciendo más intensivamente en otro terreno. El efecto neto sería simplemente que podemos tener parte de la energía adicional que necesitamos urgentemente.
Para concretar esto y hacerlo lo más claro posible, supongamos que una compañía minera de carbón quiere comprar un terreno en Wyoming en lo que hoy es actualmente un rancho de ganado. Desea pagar un precio que es muy superior del que corresponde a las ganancias que pueda obtener de la ganadería el propietario actual. Puede que ni la compañía minera, ni el ranchero, ni gran mayoría de la gente se den cuenta, pero esa oferta superior refleja el hecho de que ese terreno se necesita más urgentemente para extraer carbón que para emplearlo en ganadería. Los compradores de carbón desean gastar más en el precio del carbón como empleo de este terreno que lo que los compradores de productos ganaderos desean gastar en él en el precio de estos productos. Es por esto que es más importante para la compañía minera que para el ranchero. Incluso aunque el terreno se pierda para siempre como rancho o cualquier otro uso posterior, el hecho es que podemos obtener carbón y energía que se necesitan urgentemente, mientras que el ganado que se mantenía hasta ahora puede alimentarse en otro lugar. Más aún, por la mayor disponibilidad y por tanto, menor precio de la energía que resultaría de permitir el completo desarrollo de las fuentes de energía, es casi seguro que pronto el ganado podrá criarse a un costo menor en otro terreno de lo que podría hacerse si continúa en el terreno carbonífero.
Por supuesto, los mismos principios son de aplicación a los depósitos nucleares. No hay que decir que, en una sociedad capitalista, el propietario de un depósito de este tipo no podría exponer la propiedad de sus vecinos a dosis dañinas de radiación. Tendría que tener un lugar suficientemente grande para asegurarse de que los niveles de radiación en su perímetro se encuentran holgadamente dentro de la zona de seguridad. (Tampoco hay que decir que los vecinos del propietario, no digamos la gente que vive en el otro extremo del país, no tiene derecho a preservar ninguna de las cualidades estéticas especiales de un terreno determinado. Incluso si fuera verdad que, por ejemplo, la minería de superficie deje el terreno terriblemente feo, en lugar de aceptar su propio tipo de grandeza, nadie podría afirmar legítimamente que por ello se le deniega el uso y disfrute de su propiedad o que tiene derecho a interferir).[2] Por supuesto, es probable que en el futuro la tecnología encuentre formas de eliminar la radiactividad y restaurar el terreno con un coste muy inferior al posible hoy día. Lo haga o no, de todas formas, es irrelevante. Puesto que nada importante depende de disponer del terreno en cuestión. Tal como están las cosas, este tipo de ideas erróneas sobre el desperdicio de tierras que acabamos de exponer nos amenaza con un enorme desperdicio de nuestro trabajo. Y esto porque la única alternativa que puede ofrecerse a los combustibles fabricados por el hombre, como la energía atómica y el carbón son las minúsculas cantidades que pueden aportar los músculos humanos. Por tanto, si evitamos el desarrollo de esos combustibles, a la vez se pone en riesgo nuestra capacidad de producción.
Como ya se ha indicado, una posterior consecuencia de la mentalidad conservacionista ha sido una acusada reducción en el número de permisos gubernamentales emitidos para abrir vertederos para tirar la basura.[3] La razón de los conservacionistas es que el uso de terrenos para este propósito es un “desperdicio” de tierra. El efecto ha sido que mientras los vertederos existentes se acercan a su límite de capacidad prevista, ha empezado a desarrollarse una escasez de espacio para deshacerse de la basura. En respuesta a esta escasez, se denuncia a los ciudadanos por llevar estilo de vida derrochador, lo que supuestamente genera una cantidad excesiva de basura, y como parte de la solución se urge a los padres a sacrificar tanto su comodidad como incluso el confort y la salud de sus hijos evitando el uso de pañales desechables y volviendo al cambio de pañales. Además se anima a los propietarios e inquilinos de viviendas a convertir parte de su espacio de alojamiento en pequeños centros de reciclaje, separando allí cuidadosamente periódicos, latas de metal y objetos de vidrio de la basura convencional, para facilitar una cómoda recolección y reciclado de los mismos.
A medida que se ha ido produciendo la escasez de espacio en los vertederos, la prensa ha ignorado interesadamente cosas como las restricciones gubernamentales a la apertura de nuevos vertederos, lo que ha llevado al público a pensar que el problema es de una falta real de espacio para tirar la basura. También se ignora el hecho de que el americano medio, con su estilo de vida moderno y próspero en realidad genera sustancialmente menos basura hoy que en el pasado y menos que el mexicano contemporáneo medio, con su estilo de vida mucho menos avanzado y más pobre.[4] Este es el resultado de hechos como que en la sociedad moderna las mil doscientas libras o más de cenizas de carbón que una familia americana medía solía generar ya no se generan, gracias al uso de la electricidad, el gas natural y las parafinas para calentar los hogares; gracias a cosas como el enlatado, la congelación y los envases modernos de carne, una familia media tampoco genera tanta basura en forma de restos animales o vegetales, como plumas de pollo, raspas de pescado o peladuras de patata. Y de la basura generada, resulta que la parte correspondiente a pañales desechables es del orden de un mero 1 por ciento, mientras que los envases de comida rápida (otro objetivo prioritario de los conservacionistas y “medioambientalistas” de hoy en día) es de cerca de una décima de un 1 por ciento y todos los plásticos combinados (otro objetivo prioritario) constituyen menos del 5 por ciento.[5]
Esta confusión acerca de la basura está presente en buena parte de las preocupaciones expresadas acerca de la necesidad de “reciclar”. Resulta que cuando es posible para un puñado de trabajadores remover y procesar toneladas enteras de mineral utilizando gigantescas palas mecánicas y otras máquinas similares, y por tanto producir cosas como latas y botellas de forma fácil y barata, tiene poco sentido para el ciudadano medio gastar su tiempo hurgando en su basura para encontrar una pocas latas y botellas, para llevarlas a su “centro de reciclaje” más cercano o ponerlas aparte para que las recoja un camión de la basura especial. No es el tirar las latas o botellas lo que es un desperdicio, sino gastar su tiempo en recogerlas y enviarlas o que la compañía de basuras tenga que recogerlas por separado. Porque seguramente tendrá cosas mejores que hacer con ese tiempo y la compañía de basuras no debería afrontar el gasto innecesario de tener un segundo camión y empleados para recoger cosas de valor insignificante. Por supuesto, no todo reciclaje es un desperdicio. Depende de si está o no indicado por la relación entre el precio de mercado del material reciclado y el coste de reciclarlo. Si el precio de mercado del material reciclado es suficientemente alto como para compensar el trabajo que supone y un nivel de beneficio competitivo para el capital a invertir, entonces el material a reciclar es suficientemente importante para justificar el reciclaje. Por ejemplo, el precio del oro y la plata es suficientemente alto para hacer que merezca la pena a los dentistas recuperar los restos de los empastes, que en otro caso simplemente se irían por el desagüe. Por el contrario, normalmente no compensaría a la gente guardar sus latas de acero o aluminio, porque la productividad del trabajo de extracción y procesado de nuevas menas de hierro y aluminio es tan alta, y el precio de las latas de estos materiales consecuentemente tan bajo, que hacen sus esfuerzos en este aspecto altamente ineficientes e innecesarios.
En relación con esto, debe tenerse en cuenta que no hay “desperdicio” alguno ni actividad antieconómica en el hecho de que usemos tantas latas o envoltorios de papel. Como se apuntaba unos párrafos más arriba, en realidad sirven para reducir considerablemente el volumen de los tipos de basura más molestos.[6] Más aún, como siempre he escrito, si consideramos el poco trabajo que nos cuesta—en términos del tiempo que necesitamos para ganar el dinero que gastamos para ello—tener cosas que nos llegan limpias, frescas y nuevas, en nuevos contenedores y envoltorios y cuáles son las alternativas para gastar ese dinero o tiempo, está claro que el gasto merece la pena.[7]
Consideremos las alternativas: podríamos envolver nuestros alimentos y otros bienes en periódicos viejos y ponerlos en botellas, bolsas o cajas que llevaríamos con nosotros siempre que fuéramos de compras o tendríamos que hacer un viaje especial para ir y recogerlas siempre que encontremos inesperadamente algo que queríamos comprar. Podríamos entonces usar el dinero ahorrado de ese forma en comprar unas cuantas cosas más. Podemos pensar que podríamos usar el dinero ahorrado en trabajar unos pocos minutos menos cada día en nuestros trabajos y ganar por tanto algo menos. Pero estas alternativas serían sencillamente extravagantes, porque ni unos pocos bienes extra ni el trabajar unos minutos menos en nuestro trabajo nos compensaría por la pérdida de limpieza, comodidad, satisfacción estética y también el tiempo ahorrado en comprar que nos ofrece el empaquetado actual.
Por supuesto, la gente es libre de adoptar un estilo de vida personal similar al de un mendigo si así lo desean. Pueden ir por ahí como las antiguas abuelas rusas en Moscú, constantemente con una bolsa de compra y un tarro de arenques, si eso es lo que quieren. Pueden buscar en los cubos de basura mientras suponen vivir en una nave espacial—la “nave espacial Tierra”, la llaman—en lugar de en el país más rico del planeta Tierra. Pero no hay ni una sola razón sensata por la que alguien quiera o necesite vivir de esa manera, y menos en la América moderna. Sobre todo, no debería obligarse legalmente a nadie a aceptar esos valores tan peculiares.
No es sorprendente que la intención de forzar a la gente a aceptar esos valores irracionales haya empezado a generar lo que deben describirse como medidas de interferencia totalitaria en sus vidas. Donde el reciclaje es obligatorio, como en la ciudad de Nueva York, hay ya policía de basuras, cuyo trabajo es husmear en la basura de la gente para asegurarse de que cumplen con los requisitos de reciclaje. Ese tipo de coerción y espionaje resulta inevitable cuando se obliga a la gente a hacer algo sin sentido y que por tanto no harían voluntariamente. Puede esperarse que a los niños en edad escolar adoctrinados en el ecologismo se les aliente a denunciar a vecinos e incluso a sus propios padres ante la policía de basuras.
El límite de velocidad a cincuenta y cinco millas por hora también se inspira en el conservacionismo. Se supone que evita el despilfarro de petróleo. Como medida conservacionista, el límite de velocidad se convierte en algo despilfarrador por la misma razón que lo son las medidas de reciclaje obligatorio. Esto es, en un esfuerzo equivocado por ahorrar petróleo, despilfarra trabajo, equipos y tiempo, cuya pérdida es más importante que el petróleo ahorrado. La prueba de todo este despilfarro es que todos los camioneros y la mayor parte de los propietarios de automóviles saben que circulando a cincuenta y cinco millas por hora, en lugar de, digamos, a setenta millas por hora, pueden reducir el combustible consumido y así reducir gastos. Sin embargo, no eligen voluntariamente circular a una velocidad menor. La razón por la que los camioneros no lo hacen es que el valor del combustible ahorrado es menor que los costes adicionales que deben pagar, ya que tienen que gastar más horas conduciendo a una velocidad menor para transportar la misma cantidad de carga a la misma distancia; además, se pueden necesitar más camiones para transportar la misma cantidad de carga en el mismo periodo de tiempo. Los propietarios de automóviles no conducen voluntariamente a menor velocidad porque la importancia que dan al dinero que pueden ahorrar al hacerlo es menor que la que dan al tiempo que ahorran circulando más aprisa.
La comparación del dinero ahorrado con el dinero perdido o de la importancia del dinero ahorrado con la importancia del tiempo perdido es el único criterio racional de despilfarro, porque sopesa todos los factores relevantes afectados (tanto el trabajo del camionero como el combustible), no sólo un factor aislado. Más aún, si recordamos que siempre puede producirse más petróleo si es necesario, detrayendo trabajo de otras partes, no resultará sorprendente que el uso de este criterio nos lleve a que los bienes se produzcan con la menor cantidad de trabajo global o con el trabajo de menor valor.
Por ejemplo, el hecho de que el combustible que el camionero puede ahorrar conduciendo más lento sea menos valorado que el trabajo extra del conductor del camión que se necesita a velocidades menores es un indicador de que el trabajo necesario para producir el combustible adicional es menor que el necesario para ahorrar combustible circulando más lentamente. Por ejemplo, ahorrar el equivalente a cinco dólares de combustible teniendo que pagar diez dólares más en salarios a conductores de camiones es una indicación de que se requiere al menos el doble de trabajo para hacer posible el ahorro de combustible de lo que se requiere para producir una cantidad equivalente de combustible. De hecho, puesto que los salarios pagados en la producción de combustible equivalente a cinco dólares son menores que cinco dólares, el ahorro de trabajo a través del uso del combustible en cuestión es aún mayor. El hecho de que una cantidad determinada de combustible puede estar disponible con menos trabajo si producimos más combustible que si consumimos menos significa que el que el conservacionismo nos fuerce a consumir menos combustible simplemente nos hace desperdiciar nuestro trabajo.[8]
Curiosamente, en décadas anteriores, ideas erróneas acerca del despilfarro llevaron a reclamar un desarrollo de los recursos naturales patrocinado por el Gobierno, sobre todo proyectos de regadío y control de riadas. En ese momento, se asumía ingenuamente que el mero hecho de que si un terreno podía usarse productivamente, esto quería decir que debería usarse productivamente; en caso contrario, se sostenía, el terreno se estaba “desperdiciando”. No se entendía que desde el punto de vista de la escasez fundamental del trabajo, sencillamente no es posible utilizar todo el terreno que es potencialmente utilizable. No se veía que el efecto de obligar a desarrollar terreno que el mercado juzgaba ser submarginal es causar despilfarro de trabajo y capital—esto es, retirar trabajo y capital de terrenos mejores y más productivos o de la producción de otros bienes que se desean más urgentemente. Desde esa ignorancia, el Gobierno de EEUU bajo el New Deal despilfarró miles de millones de dólares en proyectos de este tipo como la Autoridad del Valle de Tennessee (Tennessee Valley Authority).
El conservacionismo ha difundido la tan popular idea errónea, ahora adoptada por el movimiento ecologista, de que la libertad individual para buscar el propio interés es culpable de fenómenos tales como la deforestación insensata y la extinción gratuita de especies. La incorrecta y antieconómica deforestación practicada en varios zonas de los Estados Unidos a finales del siglo diecinueve y principios del veinte y la casi desaparición del bisonte, que antes pastaba en enormes manadas en la Grandes Llanuras de los Estados Unidos, se presentan como principales ejemplos. Estos ejemplos no prueban lo que los conservacionistas creen que prueban. No fue la búsqueda del interés propio bajo la libertad la responsable de esa deforestación, sino la violación gubernamental de la libertad individual para establecer la propiedad privada.
A partir de la segunda mitad del siglo diecinueve, el Gobierno de EEUU ha reclamado la propiedad de la mayor parte de los territorios de los estados del Oeste, incluyendo, por supuesto, bosques y depósitos minerales, y ha rechazado que ese territorio se convierta en propiedad privada. Por el contrario, cuando los bosques son de propiedad privada, el propio interés normalmente no lleva a sus propietarios a cortarlos sin preocuparse por replantarlos, que es de lo que se acusaba a las compañías madereras a finales de siglo diecinueve e inicios del veinte. De hecho, un propietario que se preocupa por su propio interés normalmente no corta árboles sin preocuparse por replantar, igual que si cortara trigo o maíz sin preocuparse por replantar. Simplemente, los árboles se cosechan a más largo plazo que el trigo o el maíz. Se cultivan comercialmente donde el terreno es propiedad privada y el precio esperado de los árboles cubre los costos de plantación más una cantidad que ofrezca una tasa de retorno razonable durante el tiempo que tardan en crecer.
Por el contrario, el hecho de que los bosques occidentales de los Estados Unidos sean propiedad del Gobierno significa que las compañías madereras que los trabajan no pueden estar seguros de recibir los beneficios de la replantación. En consecuencia, no tienen incentivo para afrontar los problemas y costes de replantación. Si el Gobierno fuera propietario del terreno de cultivo y privara a los agricultores de la perspectiva de quedarse con la próxima cosecha de trigo o maíz, tampoco existiría incentivo para replantar estas especies. La solución obvia era hacer las zonas boscosas propiedad privada. Los propietarios privados, sean compañías madereras u otros, hubieran tenido el incentivo para replantar. La casi exterminación del bisonte fue consecuencia del hecho de que su valor para el hombre simplemente no era suficientemente grande para justificar el gasto en trabajo para preservarlos. El bisonte sin duda podría haber sido criado comercialmente, en ranchos, igual que el resto del ganado. Pero nadie encontró rentable hacerlo, porque los consumidores sencillamente no permitían que la carne y pieles de bisonte tuvieran un precio suficientemente alto para cubrir los costes de esas operaciones. Preferían en su lugar la carne y pieles de vaca. Los bisontes eran valiosos para el hombre sólo mientras fueran libres para ocupar las praderas.
A la vista de estos hechos, la casi exterminación no fue un acto de destrucción gratuita, sino perfectamente razonable. Una alternativa hubiera sido obligar a domesticar bisontes e incluso forzar el consumo público para que éste prefiriera carne y pieles de bisonte a los de vaca. O si no cerrar la Grandes Llanuras, o una gran parte de ellas, a los colonos, con el fin de mantener su estado natural en favor del bisonte. En cualquier caso, la preservación del bisonte como especie significativa hubiera llevado a un enorme despilfarro: despilfarro de tierras rancheras, trabajo y capital en mantener manadas de bisontes en lugar de manadas de ganado o el desperdicio de la totalidad de las Grandes Llanuras o una enorme porción de las mismas al ser cerradas completamente a su desarrollo. En todo caso, habría sido una enorme pérdida en términos de capacidad de la Grandes Llanuras para contribuir a la vida y el bienestar humano.
[1] Para un desarrollo de estas proposiciones, ver George Reisman, Capitalism, páginas 191-192 y 206-209.
[2] Por supuesto, si la propiedad en cuestiones realmente de un belleza excepcional, tendría un valor económico superior como atracción turística que como explotación minera. Todo lo que haría falta para asegurar su uso sería que fuera propiedad privada. De esta forma, todos los posibles usos que compiten serían libres de expresarse mediante ofertas al propietario que a su vez compiten entre sí, y la más valorada por los consumidores superaría, en libertad, a las menos valoradas.
[3] Cf. Llewellyn H. Rockwell, “Government Garbage”, Free Market 8, nº 2 (Febrero 1990), páginas 2 y 8. Ver también Peter Passell, “The Garbage Problem: It May Be Politics Not Nature”, New York Times, 26 de febrero de 1991, páginas B5 y B7.
[4] Rockwell, “Government Garbage”.
[5] Ibíd.
[6] Por supuesto, los conservacionistas y ecologistas de hoy prefieren los residuos “biodegradables”, como materia animal y vegetal en descomposición, que se pudren y huelen mal. Los prefieren a la materia inerte, como el aluminio y el poliestireno, que mantienen su apariencia original por un largo periodo de tiempo indefinido. La razón de su preferencia parece ser que tienen reparos a la existencia de una evidencia permanente de la tecnología moderna y, por tanto, del consumo masivo.
[7] La última frase de este párrafo y los dos siguientes se han tomado, con unos pocos cambios, de The Government Against the Economy, páginas 19-20.
[8] Por supuesto, la objeción esencial a una política conservacionista no es estrictamente que nos obliga a realizar más trabajo, aunque esto sea casi siempre verdad, sino que nos obliga a gastar medios de producción de valor superior para lograr un ahorro de valor inferior. Hay casos en que debemos gastar dos o más horas de trabajo de mal remunerado para ahorrar una hora o menos de trabajo bien remunerado o muchas horas de trabajo para ahorrar una cantidad de material extremadamente valioso. La comparativa de precios de mercado afectados determina cuál será la acción apropiada. Ver George Reisman, Capitalism, páginas 206-209 y 212, para una explicación más detallada de este principio
enviado por Leandro Bazano
www.liberalismo.org
Del libro Capitalism de George Reisman
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