Los Lagos de Argentina y Canadá
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- El 18 noviembre, 2010
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La administración eficiente del agua en el mundo se ha visto priorizada en las últimas décadas a raíz de los problemas derivados por su falta de suministro a muchas poblaciones carecientes. Hasta se ha convertido en una muletilla muy común el afirmar, tal vez con cierta exageración, que las guerras del futuro serán justamente por los reservorios de agua dulce.
Esta disponibilidad de agua dulce para usos humanos, se ha convertido además en un factor muy importante, condicionante del desarrollo de los pueblos. Esto es particularmente cierto en aquellos países carentes de agua en suficiente cantidad como para cubrir sus necesidades básicas y a veces con alta densidad poblacional.
Si bien el agua es un recurso natural renovable, en la práctica, y a la escala temporal de las urgencias humanas, puede considerarse como un recurso NO renovable, en tanto y en cuanto el proceso de contaminación y deterioro de su calidad por las actividades de origen antrópico (industrias varias, aguas cloacales, actividades agrícolas, etc.) es mucho mas rápido que su renovación y reciclado por efectos naturales.
Los grandes ríos y lagos naturales han sido usados de manera intensiva por los seres humanos en todo el mundo y a lo largo de toda la historia de la humanidad. Desde los comienzos mismos de la civilización, la provisión de agua para diferentes usos, sobre todo el riego y la alimentación, han sido un recurso indispensable, y también como vía de comunicación.
Así, por ejemplo, los antiguos Egipcios inventaron su calendario basándose en las crecidas del Nilo, mientras en Babilonia, donde se redactó la legislación más antigua conocida, el código de Hammurabi, se incluyeron procedimientos y leyes acerca de la utilización racional de los ríos mesopotámicos, el Eufrates y el Tigres. En la China de los mandarines se construyeron canales artificiales para asegurar la provisión de agua proveniente del Río Amarillo, y en la India actual todavía se considera al Ganges como un río sagrado. Los Romanos aún hoy nos sorprenden por sus conocimientos de ingeniería hidráulica aplicada a la construcción de sus famosos acueductos, que persisten pese al paso de los años como atractivo turístico en Europa y norte de África. Ante la creciente necesidad de controlar las fluctuaciones en el caudal de los ríos, con períodos alternantes de crecidas y de sequías, se construyeron represas y diques para crear embalses, que junto con los lagos naturales constituyen los principales reservorios de agua dulce disponible, aparte de los grandes acuíferos subterráneos, como es el caso de nuestro Guaraní.
En este sentido, países como Argentina y Canadá tienen en común el hecho de gozar de una situación privilegiada, ya que se trata de países con extensiones territoriales amplias, con variados ríos y lagos y poca población, lo que de ninguna manera significa que pueda descuidarse la administración racional y prudente de sus recursos hídricos. Es en este enfoque donde la política ambiental de Canadá difiere de la llevada adelante por Argentina.
En general, son más comunes los lagos de origen natural en las áreas del planeta que han sufrido cambios geológicos en tiempos relativamente más recientes, ya que esta condición hace que la topografía del terreno sea bastante despareja y permita la formación de cuencas profundas.
Por el contrario, en aquellas tierras más antiguas, el efecto de la erosión produce un “achatamiento” de las montañas y un “relleno” de los valles, tendiendo a una planicie que no deja gran profundidad para la formación de lagos.
El primer caso se aplica a los Grandes Lagos de Norteamérica, que se formaron como consecuencia de la última glaciación, al retirarse y derretirse los hielos hace unos 10 a 12 mil años.
Estos lagos son de gran extensión, fácilmente visibles en cualquier mapa, y son compartidos por Estados Unidos y Canadá ya que están en la frontera de ambos países.
Más precisamente, se ubican en la zona llamada las Tierras Bajas de los Grandes Lagos y del Río San Lorenzo, e incluye a los lagos Superior, Michigan, Hurón, Erie y Ontario. Al norte está el Escudo Canadiense, una región de montañas.
En las Tierras Bajas, hay un gran desarrollo de actividades agrícola-ganaderas, y se verifica también una alta densidad de población humana, ya que además es la región donde las bajas temperaturas típicas del Canadá son un poco más moderadas que en el norte y las regiones Árticas.
El llamado Escudo Canadiense, en cambio, tiene menor densidad poblacional y es abundante en extensos bosques de coníferas que se explotan para la producción de papel.
Al sur de la frontera, en Estados Unidos, hay una gran actividad industrial en ciudades como Michigan, Detroit o Chicago, que originan la perniciosa “lluvia ácida”, al desprender los humos de sus chimeneas que luego son llevados al norte y precipitan sobre los bosques por efecto de condensación al encontrarse con las masas de aire más frío. Ello origina lixiviado hacia los Grandes Lagos, que además reciben descargas de contaminantes de todo tipo: municipales, agrícolas, industriales, y un largo etcétera.
Pese a todo lo antedicho, ni los bosques ni los lagos están en peligro, al menos no demasiado serio, y ello se debe a inteligentes políticas de conservación aplicadas en forma sostenida desde muchos años, incluyendo un eficaz tratamiento de todos los efluentes previo a su vertido a la naturaleza.
La situación en Argentina, desgraciadamente, es la inversa, ya que tenemos niveles muy altos de contaminación en nuestros cuerpos de agua, aún cuando nuestro desarrollo industrial no es ni siquiera comparable con el de Estados Unidos o Canadá.
Así por ejemplo el Embalse de Río Hondo en la Provincia de Santiago del Estero, o el Embalse San Roque en la Provincia de Córdoba, son ambientes con contenidos muy altos de materia orgánica, lo que los califica como eutróficos a hipertróficos, presentando varias veces al año florecimientos importantes de microalgas y de cianobacterias productoras de toxinas, colores y olores desagradables. Algo similar puede decirse de los lagos y embalses de casi todo el centro y norte del país. La diversidad de microalgas en el San Roque era de unas 50 especies hace seis décadas, mientras en la actualidad hay menos de siete u ocho especies dominantes.
Es evidente que de no existir medidas de control coherentes y sostenidas durante el tiempo, que vayan más allá de los cambios de gobiernos, se produce un deterioro más o menos acelerado del recurso, que puede llegar a afectar tanto la cantidad de agua disponible como su calidad.
Por: Prof. Dr. Carlos H. Prosperi
Universidad Blas Pascal
Carrera de Gestión Ambiental
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