El futuro, el poder, todo depende del agua escasa
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- El 15 marzo, 2007
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Fue una sorpresa, por cierto. Los diarios titularon que nuestras Fuerzas Armadas cambian su hipótesis de conflicto y tendrán como principal objetivo la custodia de los recursos naturales. Se sugería que los reservorios de agua dulce eran uno de los puntos neurálgicos: junto con los Estados Mayores de Brasil, Uruguay y Paraguay, diseñan una estrategia conjunta para preservar el denominado “Acuífero Guaraní”.
Es que -en un mundo en el que el agua disponible se ha convertido en un capital estratégico- en la Mesopotamia argentina, en el sureste brasileño y en los ríos y esteros paraguayos y uruguayos, está una de las reservas de agua dulce más grandes del mundo. Es más, el mapa de los reservorios de agua disponible, muestra que aquí en América Latina está el 28,3% del total de la masa del mundo. Es la mayor en el globo. Y entonces, cada reservorio se ha convertido en punto neurálgico de las estrategias de defensa regional.
La ecuación es dramática: hay 1.600 millones de personas en el mundo que carecen de acceso al agua tratada y -en contraste con el crecimiento demográfico- su disponibilidad, por muchos factores climáticos, por contaminación y degradación, ha disminuido en un 35% desde 1970 (Aaron Wolf, de la Universidad de Oregón).
Todo proyecto de poder futuro depende ahora de tener o no tener agua disponible.
Kofi Annan, el ex secretario general de las Naciones Unidas, advirtió en 2002 que “la competencia feroz por el agua dulce puede convertirse en una fuente de guerras y conflictos en el futuro”.
El agua disponible es ahora hipótesis de conflicto y punto crucial en las estrategias de defensa de los países previsores.
En “Agua, el desafío del siglo XXI”, Ken Conca señala que “mientras los conflictos del agua se aceleran, la diplomacia internacional se mueve despreocupada a paso de tortuga”. Vaticina que “pocos gobiernos están preparados para enfrentar esta vital situación”.
Carlos Fernández-Jáuregui concluye que “la crisis del agua en el mundo es una crisis de gobernabilidad, de falta de políticas de Estado”.
Derroche, el enemigo. En el centro de las políticas de preservación del agua escasa figuran la lucha contra el derroche -en el uso urbano o en el riego agrícola-, contra la contaminación y la recuperación de sus aguas servidas, entre otros aspectos. Pero es evidente una escasa conciencia colectiva.
Sin perjuicio de las medidas para el uso racional en el agua potable de los centros urbanos -donde la medición y el pago volumétrico son implacables- en el mundo se advierte el énfasis en la modernización de los métodos de riego agrícola. Es comprensible esa prioridad: el 70 u 80% del agua dulce se usa en las explotaciones agrícolas.
En el sur francés, que supo ser la cenicienta de la economía gala, en menos de 50 años llenaron de embalses la geografía hídrica, entubaron e impermeabilizaron el 95% de los canales distribuidores, hasta entregar agua entubada y a presión en la puerta de cada finca: actualmente, el 94% de los agricultores del sur francés riega por goteo, por aspersión u otros sistemas de riego moderno (por cierto, pagan en función de lo que usan).
El panorama es similar en Israel, por ejemplo. Cada gota es oro. Al momento de pagar se siente la conveniencia de no despilfarrarla: ya nadie riega por inundación, como nuestros padres huarpes. Como nosotros, todavía.
Por casa. En los últimos 10 años -sobre todo en 5 años a esta parte- en Mendoza ha habido un gran avance en la inversión para impermeabilizar canales primarios y secundarios de riego (en canales, hijuelas y surcos de arena se pierde más de la mitad del agua que va hacia la planta). Pero estamos a mitad de camino: contando sólo los canales primarios y secundarios, en el área del río Mendoza hay un 41% de los canales revestidos; 40% en el Tunuyán; sólo 8% en el Atuel y 18% en el Diamante.
Otra película es la capacidad de almacenaje.
En los oasis del Valle de Uco (el imperio del Tunuyán) y en el del Norte (el río Mendoza), el déficit de la capacidad de embalse es un dato grave si se piensa en años de caudales flojos, como los que podría deparar el recalentamiento global.
Los diques sobre el Atuel y el Diamante conforman en el sur una capacidad de almacenaje casi equivalente a la de su demanda agrícola anual.
En cambio en el Tunuyán sólo está el viejo Carrizal, aguas abajo para colmo (aguas arriba, nada, con el proyecto Los Blancos archivado).
En el Mendoza, el reciente y único Potrerillos puede guardar sólo un tercio del agua que demanda un año agrícola en su área de influencia (de otro embalse en ese curso no se volvió a hablar). No es anecdótico: en torno al río Mendoza vive el 65% de la población mendocina y se genera alrededor del 70% del PBG).
De la tranquera para adentro. Pero donde la mesa está más enclenque en el riego es tranqueras adentro. De las más de 300.000 hectáreas en explotación agrícola, apenas 30.000 tienen sistemas de riego por goteo, aspersión u otras tecnologías modernas (por lo general son grandes emprendimientos y la mayoría se abastecen con pozos). El resto sigue regando por inundación, como lo hacían los huarpes.
Se riega a manto y se paga por superficie: así, el costo del agua y la necesidad de ahorrarla no figuran entre los desvelos (como el riego de countries y jardines en áreas coquetas de fin de semana, en varios de los cuales aún se riega con agua potable de OSM).
Las experiencias de sistematización moderna son escasas e incluso algunos intentos fracasaron por una mezcla de falta de interés vecinal o por estrategias oficiales equivocadas.
El fraccionamiento de la tierra en Mendoza -el 75% son propiedades de menos de 20 hectáreas- demanda para la modernización una política de integración asociativa (por los costos de la nueva tecnología), ausente por ahora.
Hace algunos años, se puso en discusión la reforma de la Constitución provincial y de la Ley de Aguas para promover un proceso de modernización, el uso racional y motivar el recambio de la inundación por métodos modernos de riego (goteo, aspersión, etc.). Incluía el pago volumétrico.
Se armó tal polvareda que nunca más ningún político se animó a tocar el tema (como el viejo anhelo de poner medidores del consumo de agua potable en todos los domicilios).
“No sé cuáles son los compromisos políticos de Cobos con Kirchner, pero en lugar de Portezuelo del Viento en el río Grande, debiéramos haber puesto el esfuerzo en construir más embalses, en impermeabilizar toda la red de canales y en armar un proceso de modernización de los métodos de riego tranqueras adentro”, decía el martes un agrónomo, crítico del acuerdo del Gobernador con la Rosada.
De todas maneras, el futuro de agua escasa no aparece ni en la conciencia colectiva ni en las discusiones electorales.
Aparece sí, priorizado, en las previsiones de los grandes grupos o de las corporaciones con proyectos de poder.
Por: Gabriel Bustos Herrera Especial para Los Andes
Fuente: Los Andes on line
www.losandes.com.ar
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