Tenemos un modelo de gestión del agua del siglo XIX
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- El 24 julio, 2009
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En La Segunda mitad del siglo XIX La Argentina recibía con poco retraso las Técnicas de Europa, Por lo que el sanitarismo se instaló como modelo exitoso de gestión del agua en Buenos Aires y otras grandes ciudades de país. Evacuar rápidamente en agua de lluvia fue la consigna para compensar el recuerdo aún reciente de un espacio urbano encharcado y maloliente. Ciento cincuenta años después seguimos construyendo las redes urbanas con el mismo criterio, aunque el mundo desarrollado ya va por otro camino.
El agua es una sustancia omnipresente en cualquier espacio habitado por el ser humano, y en las ciudades el manejo del agua adquiere una relevancia fundamental. Ese manejo está estructurado a partir del diseño y funcionamiento de las redes de servicios que, a su vez, están basadas en las concepciones que rigieron en un momento determinado de la historia.
En las ciudades argentinas estamos acostumbrados a pensar en las redes de infraestructura pública como sistemas diferentes y excluyentes entre sí: la red de agua potable, que provee al consumo doméstico; la red cloacal, que recoge los residuos líquidos; y la red pluvial, que evacua el agua de lluvia (1).
Este funcionamiento lleva implícito una clasificación del agua en tres tipos diferentes, asignando a cada tipo un uso y un destino diferentes. Y esa clasificación determinará la percepción que la población tiene del agua y la forma en que convive con ella.
Sin embargo, podríamos establecer otro tipo de clasificación del agua adoptando un punto de vista diferente, lo que significa revisar la racionalidad del diseño de nuestras redes de servicios. Si tomáramos como referencia la calidad del agua requerida para los distintos usos urbanos veremos, por ejemplo, que el agua de red tiene la calidad necesaria para ser utilizada como bebida directa, para la preparación y limpieza de alimentos e higiene personal. Sin embargo, sólo un pequeño porcentaje se destina a esos usos, mientras que el mayor porcentaje de agua potable es utilizada para descargar el inodoro, lavar pisos, regar el jardín, entre otros. Para estos últimos se podría utilizar el agua de lluvia debidamente almacenada, pero las redes pluviales están diseñadas para eliminarla rápidamente de la superficie de las ciudades y conducirla hacia un cuerpo receptor (2), sistema que, además, genera un progresivo riesgo de inundaciones a medida que crece la urbanización (ver Mundo urbano).
Revisar la racionalidad con la cual manejamos el agua en nuestras ciudades significa poner en discusión un sistema que consideramos natural para lograr un cambio cultural en todos los niveles: de los dirigentes, de los planificadores, de los técnicos, de los organismos de financiación y de la población en general.
Los crecientes problemas asociados a la gestión del agua urbana hacen imprescindible el esfuerzo. Los ingenieros están aportando estudios hidrológicos y sistemas de gestión basados en nuevos conceptos y los arquitectos se animan a implementar dichas soluciones, que aún quedan relegadas a proyectos aislados. En las cámaras legislativas suelen aparecer iniciativas de este tipo, que duermen el sueño de los justos (3), mientras que en las ciudades los sistemas de gestión del agua siguen construyéndose como hace 150 años.
EL miedo al Agua
La gestión moderna de las aguas urbanas está íntimamente relacionada con las epidemias. A mediados del siglo XIX las ciudades eran sucias, malolientes, con encharcamientos en las calles y problemas sanitarios severos y frecuentes. El agua era la fuente del hedor y de las amenazas de enfermedad y, por lo tanto, el primer desafío fue sacar el agua lo más lejos posible de los espacios habitados, al mismo tiempo que obtener agua limpia en cantidad abundante para consumo humano.
Desagües pluviales Por Juan Carlos Bertoni – ingeniero. instituto Superior de recursos Hídricos, universidad de Córdoba. La filosofía básica del manejo del agua pluvial en zonas urbanas está actualmente abierta a discusión y revisión. La experiencia en la región indica que bajo limitadas e inadecuadas filosofías, el agua pluvial ha sido raramente bien manejada en el pasado. De hecho, frecuentemente ha sido no manejada.
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“Desde sus orígenes el proceso de urbanización debió hacer frente a graves problemas epidemiológicos resultantes de la concentración de la población, lo que explica la concepción sanitarista inicial de la hidrología urbana”, afirma Juan Carlos Bertoni, Ingeniero de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Universidad Nacional de Córdoba.“Se concibieron de esta manera obras para la evacuación rápida de las aguas pluviales y de los desechos industriales y domésticos, constituyendo un sistema que no es aceptable en el mundo actual. En aquel periodo, nuestro país recibió la influencia de los países industrializados con muy poco retraso, pero el defasaje temporal en la incorporación de nuevas tendencias ha sido, lamentablemente, cada vez mayor.”
El modelo sanitarista funcionó sin cuestionamientos durante más de cien años, pero en la segunda mitad del siglo XX comienza a ser revisado en vistas de lograr una mayor racionalización y normatización de los cálculos hidráulicos. “Nace así en la década del 70 lo que llamamos el concepto hidráulico del saneamiento urbano, que incorpora mecanismos de detención y retención del agua para que el sistema funcione de manera más similar a como lo hace en la naturaleza, sin generar los picos de caudales causados por la creciente impermeabilización del suelo con sus lógica consecuencias de inundaciones”, explica Bertoni. “De esta manera se pretendía atacar uno de los principales problemas del modelo sanitarista, que era transferir a la esfera pública el resultado de las acciones individuales de impermeabilización del suelo.”
Por último, alrededor del año 2000, el modelo vuelve a evolucionar hacia una concepción más general, incorporando el manejo de la cantidad y calidad del agua en el ámbito urbano. Para Bertoni, “esta etapa, a la que llamamos ambiental, es la que se está implementando en Europa, mientras que América latina permanece mayormente en la etapa sanitarista. La situación Argentina actual es el resultado de una mezcla de acciones no coordinadas, donde coexisten algunos objetivos inalcanzados de la etapa hidráulica, con cálculos y esfuerzos generalmente aislados. Entre otras causas, la falta de datos hidrológicos en áreas urbanas ha conducido a una limitación notable en las investigaciones técnico- científicas en el país”.
Un código esteticista
Las concepciones hidráulicas de los modelos mencionados toman cuerpo en cada ciudad a través de sus códigos de urbanismo que, en el caso de Buenos Aires, según el arquitecto Fernando Couto, “tiene un sentido más estético que ambiental”.
A cargo de la Secretaría de Planeamiento del Instituto Universitario Nacional de Arte (IUNA) Couto proyectó —y luego dirigió— las obras de ampliación de una sede del Instituto que incorporan mecanismo de retención de agua de lluvia y su reutilización. Si bien una sola obra no tiene impacto sobre la gestión global del agua en la ciudad, el proyecto es un caso testigo de una nueva forma de concebir la convivencia entre los seres humanos y el agua en el espacio urbano, sin que ello signifique —vale subrayarlo— un aumento de los costos de construcción.
“Podemos calcular —afirma el arquitecto— que del total de agua de lluvia, la mitad cae sobre espacios públicos (calles y plazas) y la otra mitad dentro del área demarcada por la línea municipal (espacios construidos). Suponiendo que no podemos intervenir demasiado sobre la primera mitad de esa agua (3), sí podríamos reducir la cantidad de agua que enviamos a los desagües pluviales almacenándola en reservorios en cada predio, lo que a la vez nos permitiría utilizar esa agua para distintos fines y, así, reducir el consumo de agua potable y también reducir el volumen de agua que se vuelca a las cloacas”.
Según Couto, cuando el ingeniero Bateman ejecuta las obras de desagües en Buenos Aires en 1871, calculaba que en el radio céntrico de la ciudad (4) era necesario conducir el 80% del agua de lluvia, mientras que el 20% restante se infiltraba o se evaporaba. Para la zona aledaña al centro, esos porcentajes variaban: 60 y 40%, respectivamente. Y para los pueblos cercanos, como Flores y Belgrano (5), los porcentajes eran a su vez de 20% para la escorrentía y 80% para infiltración y evaporación.“Pero hoy, toda esa área está impermeabilizada con construcciones y pavimentación de calles, por lo que un 90% del total de agua de lluvia debe escurrir por las redes pluviales. A ello debemos sumarle que los arroyos fueron entubados y que el sistema de desagües en general es subterráneo, por lo que el efecto de la evaporación es mínima”.
Todo suma para que el caudal que es necesario transportar cuando llueve sea mayor y a más velocidad hacia su zona de destino. Ciertas obras de infraestructura —que son generalmente bienvenidas por los vecinos— acentúan la velocidad de escurrimiento en vez de hacer más lenta esa marcha, con el consecuente colapso de los desagües en el pico de las lluvias y la inundación de las zonas más bajas. “Las calles y cordones de adoquines funcionaban como retardadores de la velocidad del agua, pero al ser reemplazadas por hormigón, cuya superficie es lisa, el agua escurre a mayor velocidad hacia las bocas de tormenta.”
Pensando la ciudad desde otra perspectiva, y atendiendo los aportes de los ingenieros, los arquitectos se animan a diseñar soluciones novedosas, como la sede del IUNA o el nuevo edificio de la ONG Greenpeace (Ver Aguas grises…) que constituyen ejemplos, aunque inadvertidos, que contradicen las rutinas de los planificadores. (6)
Transitar el camino hacia los modernos enfoques en la gestión del agua urbana implicará mucho más que iniciativas aisladas. Según Bertoni, “existen deficiencias en la formación universitaria de los profesionales que actúan en la materia (ingenieros, arquitectos, urbanistas, etc.), por lo que será preciso actualizar programas y enfoques y capacitar a los profesores. Además, habrá que invertir en educación y difusión. Sólo así podrá revertirse la actual tendencia a asignar un rol preponderante al cambio climático como causante del aumento del riesgo de inundación en áreas urbanas, hecho que frecuentemente es utilizado para transferir responsabilidades locales hacia el nivel global (el mundo), minimizando así las primeras”.
NOTAS
[1] aun para la población sin acceso a estos servicios, el esquema es válido de todos modos, ya que los sistemas individuales (pozo de captación, pozo ciego o zanjeo) mantienen la lógica de separación entre los tres tipos de aguas. En algunos casos, como el casco céntrico de la ciudad de Buenos aires, las cloacas y los pluviales constituyen una misma red, pero esta solución operativa no invalida el principio mencionado.
[2] Que, en muchos casos, es el mismo desde donde se capta el agua para ser potabilizada.
[3] Se podría intervenir también sobre esta porción del espacio reduciendo las áreas impermeabilizadas de veredas y plazas
aunque, sin embargo, las ciudades parecen seguir una tendencia contraria.
[4] La zona delimitada hoy por la avenida Callao.
[5] Hoy, Buenos aires incorporó estos antiguos pueblos, y aún otros más alejados, como barrios de la propia ciudad.
[6] Couto fue, además, asesor en la Legislatura porteña, y autor de un proyecto en este sentido, que no tuvo tratamiento en el recinto.
[7] El proyecto propuesto por Couto, entonces Secretario de infraestructura y Planeamiento Edilicio del iuna, fue aprobado por Sandra Torlucci, decana del Departamento y la rectora del iuna, Liliana Demaio.
Fuente: Revista Hydria
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