Sin enegía no hay industria, sin industria no hay trabajo
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- El 26 febrero, 2008
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La realidad demuestra que la actividad industrial es gran generadora de trabajo, y que los salarios de los operarios industriales son por regla general muy superiores a los de los trabajadores de sectores de menor complejidad técnica, como la actividad agrícola ganadera básica, o la comercial.
Por regla general el efecto multiplicador de la actividad industrial es mucho mayor que la actividad agro ganadera, y que la variada gama de los servicios (dentro de los que se incluye el comercio).
Dos de los factores que marcan claramente la diferencia entre una economía desarrollada y otra subdesarrollada, son la existencia y fortaleza de las actividades tecnológica e industrial; siendo la primera el gran sustento para el crecimiento autosostenido de la producción industrial.
Por todo ello, no es casual que los países más prósperos y poderosos de La Tierra, sean potencias industriales y tecnológicas; y que las potencias emergentes pongan gran acento en desarrollar esas actividades.
Pero todo ese andamiaje de actividades pujantes, fuertemente demandantes de mano de obra, y grandes “locomotoras” de toda la actividad económica, se sostiene en la producción de fuertes, crecientes y en lo posible económicas cantidades de energía eléctrica, y de energía primaria en general; repitámoslo, generada en grandes y crecientes escalas de producción.
Tampoco debe soslayarse que el bienestar de la población, y el acceso masivo de la misma a las nuevas tecnologías de uso masivo en los hogares, las escuelas, los hospitales, las actividades recreativas, etc., debe fundamentarse en la fluida y masiva producción de energía eléctrica. Eso significa ni más ni menos que el desarrollo socio económico requiere el soporte de una poderosa infraestructura eléctrica, de crecientes dimensiones, con correcta planificación muy anticipada, y con márgenes de reserva operativa que alejen los riesgos de crisis energética, de cortes imprevistos, o peor aún de colapsos gigantescos como los que inexorablemente pasan a ser consecuencia de la imprevisión, la improvisación, o de gruesos errores conceptuales que lleven a políticas energéticas inadecuadas, carentes de sustento técnico, o directamente erróneas.
Los errores o tergiversaciones conceptuales se pagan muy caro en el Sector Eléctrico, y sus correcciones suelen llevar largos años de penurias, atrasos, e incluso de caos político – social. En Argentina, tal es la gravedad de la situación energética, que puede conducir a un colapso político – social de imprevisibles y trágicas dimensiones, como el de 2001.
Ese elemental cuadro de situación debe ser cuidadosamente sopesado, sobre todo en la muy difícil situación estructural que está viviendo Argentina, inmersa en la peor crisis energética de su historia. Crisis que reconoce causas muy precisas, que se entroncan con la corrupción institucionalizada de la sobornización activa (conceptos expuestos en esos términos por Joseph Stiglitz, Marcelo Lascano y otros diversos economistas argentinos) implementada durante el apogeo del neoliberalismo destructor del Estado Nacional, que padecimos en décadas pasadas, y que aún no se logró remover más que parcialmente en sus diversas ramificaciones dentro del tejido social argentino.
Deben remontarse años de falta de inversiones genuinas en Generación (nuevas usinas), en Transmisión (redes de alta y media tensión), en exploración petrolera y gasífera, en gasoductos, en refinerías y otras obras de infraestructura de capital intensivo, que por sus características técnicas no se hacen de la noche a la mañana.
El horizonte mínimo de anticipación de las inversiones eléctricas debe ser de una década, mientras que en Argentina estamos padeciendo atrasos de entre media década a dos décadas, según el rubro que se considere…¡y además debe trabajarse para cubrir los normales incrementos de la demanda, sin contarse con esa década mínima de anticipación, perdida en el jolgorio “libremercadista” del neoliberalismo salvaje aplicado por décadas, pero sobre todo en los años ’90! Conste que las precedentes duras expresiones también las usaron gráficamente muchos economistas que no comulgaron con el dañino monetarismo neoliberal y privatizante.
En ese cuadro preocupantemente real de situación, deben seleccionarse muy cuidadosamente las inversiones que se deben priorizar, pues todo nuevo error se pagará muy caro, pudiéndose detener el saludable crecimiento económico de casi seis años continuados.
En tal sentido, las llamadas “nuevas fuentes de energía” deben ser analizadas con sus grandes limitaciones técnicas, sus costos ambientales encubiertos, y sus altos costos por KWh.
La inexistencia total en Misiones, y la escasez bastante acentuada en todo el país, de entes técnicos energéticos de reconocida solvencia técnica y de rigor ético e intelectual. cuyos dictámenes y evaluaciones sirvan como referencia necesaria previa a toda decisión sobre el tema, deja lugar a “opinólogos” de toda laya, barajándose incluso ideas absurdas como la delirante de “traer energía solar del Sahara” (expuesta pocos años ha).
En ese aquelarre variopinto de opinólogos al voleo, totalmente fuera de todo rigor técnico, y del gravísimo contexto de la profunda crisis energética, algunas propuestas trascendidas exceden todo marco de lógica, siendo tema digno de ser incluido en una futura edición ampliada de mi Manual de Zonceras Energéticas Argentinas.
Pretender reemplazar las mega centrales de Corpus y Garabí (2.900.000 KW y 1.600.000 KW respectivamente) por microcentrales de 20 o de 50 KW; o incluso por centrales medianas de 5.000 a 30.000 KW, es un brulote técnico total. Hace al caso recordar que las microcentrales hidroeléctricas fueron un rotundo fracaso social en Misiones, por no poder autofinanciarse dejando desamparados a los usuarios.
Afirmar que con los residuos madereros y la biomasa, se puede reemplazar –con menos costos ambientales y económicos- la mega central de Corpus, tampoco tiene asidero técnico. Cualquier empresario maderero conoce los inconvenientes y costos del manipuleo a distancia de los residuos, y la baja notable del poder calórico de la madera humedecida. ¡Y no puede decirse que esa combustión no emite abundante humo, precisamente! ¿Eso es “ecológico”?
Y en el marco de la acuciante crisis, “tirar la idea” de postergar por una década las grandes obras hidroeléctricas, es apostar al caos energético y social, y a la desindustrialización.
¡Pero si quienes llegan a proponer semejante incoherencia, apoyaron decididamente el modelo neoliberal, anti industrial y marcadamente anti argentino de los años ’90, la cosa puede entenderse!
Corpus, Garabí, el gasoducto y otras grandes obras, deben apoyarse en el marco de un serio y muy bien implementado proceso de industrialización de Misiones y Corrientes; que nos saque del marco de la economía primaria, y que genere abundante trabajo para que nuestra juventud no deba emigrar acuciada por la falta de oportunidades laborales dignas en nuestro suelo. Volveremos a tratar específicamente este punto.
Por: Carlos A. Ortiz
Ex Docente – Investigador – FCE – UNaM = Especialista en la Temática Energética
Cursante de la Maestría en Gestión de la Energía
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