Protesta sí, corte no
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- El 21 agosto, 2009
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Comencemos por dejar en claro que el derecho a la protesta es un derecho inalienable de las personas, actúen éstas individual o colectivamente.
Dicho esto, vayamos al punto. Estamos cerca de que se cumplan tres años de corte ininterrumpido del acceso al puente internacional General San Martín, que une a la Argentina con el Uruguay y a las localidades de Fray Bentos y Gualeguaychú. ¿El motivo del corte?, mantener vivo el rechazo de la sociedad gualeguaychuense a la instalación de la planta de Botnia sobre las costas uruguayas del río compartido, ante la convicción de que esa planta se ha construido en violación de un tratado internacional y de que la actividad que desarrolla pone en riesgo la calidad de vida, del agua, de la flora y de la fauna de la región, habida cuenta del potencial contaminante que se le atribuye al emprendimiento.
Es también claro que el gobierno argentino, en cumplimiento de lo estipulado en el Tratado del Río Uruguay, ha elevado su demanda al organismo jurisdiccional previsto en el mismo tratado, el cual está pendiente de pronta resolución.
Tan claro como lo anterior es que, fiel a su política de no reprimir la protesta social, salvo que se ponga en riesgo la vida propia o ajena o los bienes de terceros, el gobierno nacional, pese a desaprobarlo, no ha usado la fuerza para desalojar el corte del acceso al puente internacional.
A nuestro juicio, la desaprobación de esta metodología de protesta no sólo encuentra sustento en argumentaciones jurídicas, sino también en su manifiesta ineficacia y en el potencial daño que puede producir pensando en la mejor defensa de los intereses argentinos.
Es manifiestamente ineficaz, en tanto que Botnia funciona a pleno, sin que el corte la afecte de manera alguna. Por el contrario: la empresa saca claras ventajas de la prolongación del conflicto y del corte, y en alguna oportunidad ha provocado el fracaso de negociaciones que anunciaban un acuerdo entre los dos países, evitando así un eventual control binacional de sus actividades.
El corte es potencialmente contraproducente, en tanto que nuestra contraparte lo ha presentado como un argumento en favor de su posición. Convengamos en que un corte de casi tres años del acceso a un puente internacional podrá entrar en el Libro Guinness de los Récords , pero difícilmente sirva a la mejor defensa jurídica de los derechos reclamados.
Con respecto al daño de nuestros intereses, los hay de variado tipo. El impacto en el costo del transporte terrestre es de ida y vuelta, siendo más gravoso para las empresas argentinas, que exportan casi el doble de lo que lo hacen sus pares uruguayas. El turismo es también de ida y vuelta. Las cifras de los últimos tres años demuestran, además, que el turismo argentino al Uruguay ha crecido hasta alcanzar cifras sin precedentes, con lo cual sólo se ha perjudicado a los turistas y viajeros de menores recursos. Ellos usaban el puente más cercano para no afrontar onerosos incrementos en gastos de combustible o pasaje. El impacto directo sobre las dos poblaciones limítrofes es también de ida y vuelta, y ha causado daños en algunos casos irreparables a familias trabajadoras. En el caso de Fray Bentos, casi dos centenares de trabajadores vinculados con comercios periféricos del puente han quedado desocupados. Sea argentino o uruguayo, para un trabajador la pérdida de su empleo es un agravio a la dignidad que debe lastimarnos, sin distinción del origen de su partida de nacimiento.
Como siempre, el hilo se corta por lo más delgado. Los empresarios se han reacomodado y el intercambio comercial sigue creciendo, los turistas son cada día más y las inversiones productivas argentinas siguen llegando al Uruguay. Los únicos perjudicados son los trabajadores y pequeños comerciantes, que se han visto afectados de un lado y del otro del puente interrumpido.
Y acá llegamos al daño que se provoca a un “intangible”: el de la sensibilidad de la inmensa mayoría de los orientales. Los conservadores han sostenido siempre que lo que une y desune a los pueblos son los intereses (“Los Estados no tienen amigos permanentes, sino intereses permanentes”, dijo Benjamín Disraelí) y que los afectos, los valores compartidos y las afinidades políticas son el producto de un utópico romanticismo. Podrá ser esto cierto en otras geografías, con pueblos herederos de otras experiencias, pero sin duda no lo es en nuestra América mestiza, y menos aún en el Río de la Plata. Se dijo alguna vez que uruguayos y argentinos somos un mismo pueblo con dos soberanías. Y, en este caso, vaya si los afectos cuentan. Los valores comunes fortalecen y las afinidades políticas hacen la diferencia al tiempo de construir la Patria Grande, que va a cumplir dos siglos de dolorosas e interesadas postergaciones.
Recomencemos. El derecho a la protesta es incuestionable. El pueblo de Gualeguaychú ha sido, en muchos aspectos, un ejemplo de esa vocación de protagonismo y movilización que puede transformar a la democracia formal en una democracia de compromiso y participación. Pero el corte de la ruta 136 debe cesar ya, por propio interés y decisión de sus protagonistas. Mucho más eficaz para hacer oír su voz y sus reclamos sería convocar a periódicas movilizaciones masivas y mantener a los costados de la ruta una guardia permanente que distribuyera impresos con las razones de la protesta. Un gesto en este sentido ratificaría que los gualeguaychuenses luchan por lo que sienten son sus legítimos derechos, sin agravios ni resentimientos para con un pueblo con el que los hermanan la historia y el porvenir.
Los gobiernos seguiremos transitando el camino de la justicia. Pero con esto no alcanza. Sólo el diálogo político y diplomático conseguirá la superación definitiva de este doloroso diferendo. Superación que será tal si culmina con el diseño de normas y procedimientos regionales que hagan compatible la defensa del medio ambiente y de la soberanía sobre nuestros recursos naturales con las inversiones productivas y la creación de trabajo digno para los pueblos.
Construir futuro será la mejor prueba de que somos capaces -tal como lo demostró con grandeza el general Perón en 1973- de transformar la crisis en oportunidad y las diferencias actuales en un salto de calidad de la relación bilateral y en un más profundo compromiso con la integración regional.
Por: Hernán Patiño Mayer
Para La Nación
El autor es embajador de la República Argentina en Uruguay
Fuente: La Nación
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