La excelencia en prevención de Riesgos Laborales
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- El 1 enero, 2000
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Desde un principio, la prevención de riesgos laborales se basó en la separación entre el riesgo y el trabajador mediante el uso de equipos de protección individual, barreras mecánicas, resguardos, etc. Una prevención técnica que ni siquiera en los procesos de trabajo tecnológicamente seguros conseguía evitar los accidentes.
Consecuencia de esta situación y de los estudios desarrollados en los años 50 por Heinrich, se planteó que los accidentes se producían en la mayoría de los casos como consecuencia de actos inseguros de los trabajadores. Se llegó a establecer que si un trabajador actúa de forma segura puede convivir con riesgos no protegidos, dado que su preparación y actuación le protegen suficientemente. Esta teoría, que en muchos casos ha sido desvirtuada para culpabilizar al trabajador por el accidente, creó una serie de métodos de cambio cultural que han permitido a muchas empresas reducir su siniestralidad ampliamente pero, aun así, sin eliminarla por completo.
En la actualidad, consecuencia de los nuevos conceptos empresariales introducidos a través de la gestión de la calidad, nos encontramos dentro de una corriente prevencionista que plantea la solución a la siniestralidad a través de la implantación de Sistemas de Gestión de la Prevención de los Riesgos Laborales (SGPRL). Teoría que se ha visto reforzada por la publicación de normas para el diseño y certificación de estos sistemas.
Pero la siniestralidad sigue subiendo, ¿en qué nos estamos equivocando?, ¿nunca seremos capaces de encontrar el método adecuado? Si analizamos el porqué, podemos llegar a la conclusión de que las metodologías que hemos indicado anteriormente son apropiadas, pero han sido desarrolladas de forma inconexa, una tras otra como solución al fallo de la anterior. Ahí, es donde radica el problema.
La prevención debe conjugar, de forma simultánea y coherente, todos los criterios de la acción preventiva: la técnica, la gestión y la cultura; no primando ninguno de ellos sobre el otro. Pero a su vez, debemos tener en cuenta a todos y cada uno de los agentes que componen la empresa: la dirección, los trabajadores y los técnicos de prevención. Si todos estos agentes trabajan de forma coherente con esos criterios, al unísono y en la misma dirección, podremos conseguir altas cotas de prevención y, lo que es más importante, conseguiremos mantenerlas. Esta situación, que denominamos excelencia preventiva, requiere un compromiso por parte de todos.
La teoría clásica de la prevención ha venido haciendo hincapié en los aspectos morales de protección de la salud por encima de cualquier otro aspecto, olvidando el concepto de empresa. Este olvido, aparentemente ético, ha ocasionado una gran dificultad para integrar la prevención en la actividad empresarial. La seguridad y salud de los trabajadores no ha sido tenida en cuenta como algo fundamental dentro del negocio de la empresa, considerando los empresarios que se trata simplemente de un coste que no le genera ningún avalor añadido, más allá del concepto ético de preservar la vida del trabajador. Mientras los trabajadores, lógicamente, lo plantean como un derecho irrenunciable. Esta situación ha venido generando un continuo conflicto entre las partes social y empresarial.
Si queremos alcanzar la excelencia preventiva, debemos definir una verdadera sinergia entre lo social y lo económico. Las personas son consideradas como el principal recurso de la empresa, los procesos de los que forman parte son básicos y su mejora, algo fundamental para el proyecto empresarial. La prevención tiene que dejar de ser considerada como un enfrentamiento y pasar a ser una colaboración necesaria entre el empresario y los trabajadores, como una inversión y no como un coste. Evolucionando de una situación de conflicto a una situación de colaboración entre la parte social y la económica que redundará en beneficio de todos.
En el enfoque preventivo actual, y dentro de la búsqueda de la excelencia preventiva, los técnicos de prevención deben ser considerados como parte del equipo de valor de la empresa y no del equipo de gasto como han venido siendo contemplados. Los antiguos departamentos de seguridad, cuyas actividades han sido tratadas hasta ahora como un desembolso que se ha de controlar todo lo posible, deben formar parte del equipo generador de valor de las empresas. Sus actuaciones generarán valor añadido al esforzarse por alcanzar un equilibrio entre las necesidades de los trabajadores y las de la empresa, diseñando políticas y programas que mejoren la seguridad y salud de los trabajadores y que, al mismo tiempo, contribuyen a que la organización alcance sus objetivos empresariales.
En consecuencia, la excelencia preventiva no es un mero aspecto ético o de imagen. Es una necesidad de las empresas a través de la cual pueden dar respuesta a los requisitos de los agentes internos de la misma, la dirección y los trabajadores, y a los de los agentes externos, los accionistas y la sociedad. De esta forma se puede alcanzar un funcionamiento coherente que satisfaga a todos, contribuyendo a la mejora continua a través de la protección de la salud de los trabajadores y no a costa de ella.
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PERE BOIX
Pesar no es pensar.
Pesar (sin “n”) es una técnica de medir. Pensar (con “n”) es otra cosa. Es examinar la realidad, reflexionar, discurrir. Es comprender, producir conocimiento. Y conocer es lo que permite cambiar. Una metodología científica es algo más que manejar aparatos.
Mirar no es ver.
Una cosa son los datos y otra las realidades que los sustentan. Se pueden mirar las estadísticas sin ver el drama humano que subyace. Se puede mirar una máquina y no ver a las personas. O mirar el riesgo sin ver la organización del trabajo que lo determinaŠ Cuando se mira para otro lado, no se ve nada.
Medir no es evaluar.
Un riesgo es algo más que un número. Forma parte de una situación que afecta a las personas. La percepción del riesgo por dichas personas forma parte de la “realidad del riesgo”. Al menos, tanto como la medición técnica del mismo. Un prevencionista no puede ser un simple “medidor de riesgos”.
Prevenir no es informar.
La misión de un profesional de la prevención no se reduce a decir “esto es lo que hay”. Prevenir es promover cambios. Implica convencer y movilizar a las partes que son quienes tienen capacidad de decisión. Dinamizar esa implicación forma parte de las competencias profesionales del prevencionista. Su trabajo no termina con la presentación de un informe. Los resultados no son indiferentes.
Formar no es adoctrinar.
La formación puede ser una herramienta de implicación. Pero para ello debe dejar de ser una simple enumeración de preceptos. Una formación pasiva no genera actividad. Una formación acrítica no genera inciativas. Domesticar no genera participación.
Independiencia no es neutralidad.
Todo lo contrario. El rigor no impide estar decididamente a favor de que las condiciones de trabajo mejoren. Ni de que los trabajadores participen en dichas mejoras. Un prevencionista no puede lavarse las manos, debe mojarse. Al fin y al cabo, su objetivo es que los trabajadores no enfermen en su trabajo. ¿O no?
Juan Carrlos Bajo Albarracín
Revista Porexperiencia
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