¿Hay un cambio del clima?
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- El 1 enero, 2000
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El pensamiento actual considera que las actividades humanas y los estilos de vida de hoy en día pueden alterar de forma notable el funcionamiento del planeta Tierra. El texto repasa los aspectos científicos y socioeconómicos de la problemática relacionada con el clima. Se nos plantea si realmente está cambiando el clima, si la situación actual es una amenaza o más bien una oportunidad para arrancar nuevas actividades económicas y se proyectan algunas reflexiones sobre el futuro.
Aurora, el Sol y la Luna y el cambio climático
Según nos cuenta Maria Àngels Anglada en su libro Relats de mitologia. Els déus (1), Helios (el Sol), Eos (el Alba) y Selene (la Luna) eran hermanos. El Sol llevaba una cuadriga divina: cuatro caballos alados, en un carro de oro que cada día salía del océano, por levante, atravesaba la bóveda celeste y volvía al mar por poniente. El Sol era tan bello que ninguna ninfa se negaba a ser su amante, con lo cual tuvo infinidad de hijos. Faetón era hijo de Helios y Climene, una oceánida. Cuando era adolescente, su padre, viéndolo tan hermoso y fuerte, le prometió que le iba a conceder un deseo. Faetón le pidió conducir el carro del Sol. Helios vio con preocupación que su hijo no podría dominar la cuadriga, pero un dios no podía negarse a cumplir su palabra. El resultado fue incluso peor de lo esperado. Faetón no sabía conducir ni dominar el carro de llamas y en el delirante camino que los cuatro caballos alados le hicieron seguir se acercó demasiado a la Tierra, lo que provocó que los bosques se incendiaran y que los ríos y los lagos se secaran. Zeus, finalmente, viendo la imprudente acción del desbocado carro, envió su rayo reparador y mató a Faetón. Este episodio de la mitología griega recoge, de manera poética y también exagerada, la importancia del Sol en el funcionamiento del sistema climático. Unos dos mil años después de que este episodio fuera imaginado, Melutin Milankovitch (2) planteó que las variaciones periódicas de las características de la órbita de la Tierra alrededor del Sol eran las causantes de los cambios del clima en épocas pasadas; a través de las complicadas composiciones de la mecánica celeste intentaba justificar lo que los clásicos representaban por medio del carro del Sol.
Sin embargo, hasta hace diecisiete años no empezó a adquirirse, de forma más o menos generalizada, cierta conciencia sobre las consecuencias de las actividades humanas en el comportamiento mundial de la atmósfera. Entre otoño de 1984 y primavera de 1985 se publicaron los artículos de S. Chubachi (3), correspondientes a las observaciones en la base japonesa de Syowa, y de Farman, Gardiner y Shanklin (4) en la estación de Halley Bay, acerca del contenido de ozono de la estratosfera de la Antártida. Ambos equipos de científicos atmosféricos demostraron que el contenido de ozono en la estratosfera antártica disminuía de modo espectacular durante los meses de septiembre y octubre. Al principio, el hecho de que ese fenómeno se midiera justo por encima del continente más alejado de las zonas del globo donde se emiten la mayoría de contaminantes generó muestras de incredulidad, pero poco después, una vez confirmadas las mediciones y comprendido el fenómeno, surgió una intensa preocupación. Por primera vez quedaba constatado un problema ambiental mundial: las emisiones en el hemisferio norte de unos compuestos químicos denominados genéricamente CFC, utilizados en numerosas aplicaciones industriales y de consumo, se dispersaban y se esparcían por toda la atmósfera hasta llegar a la estratosfera y a la Antártida, donde en primavera las bajas temperaturas y la dinámica de la atmósfera producían unas complejas cadenas de reacciones químicas que terminaban por eliminar el ozono estratosférico.
Como consecuencia del descubrimiento científico y de la importancia del problema, muchos grupos de científicos de todo el mundo empezaron a investigar el problema. Hubo una actividad ingente y numerosos congresos y encuentros que servían para discutir y presentar los resultados de las últimas investigaciones. Un aspecto que hay que destacar es que, a pesar de que el fenómeno se había medido con datos instrumentales de entonces, desde hacía años se contaba ya con información de los satélites sobre los niveles de ozono en la Antártida, pero nadie lo había estudiado. A su vez, dada la dimensión mundial del problema, los representantes políticos de los gobiernos de los países se reunieron bajo los auspicios de la ONU a fin de actuar ante el problema, y lo que sabemos hoy es que se llegó a un acuerdo de limitación de producción y de consumo de los compuestos químicos causantes del problema. Se firmó el Protocolo de Montreal en el año 1987, que fue ampliado, a medida que se avanzaba en el conocimiento del problema, por medio de posteriores acuerdos. En consecuencia, hoy podemos decir que el problema del ozono estratosférico se conoce lo suficiente desde el punto de vista científico y que, políticamente existen acuerdos internacionales que han sido elaborados con el objetivo de paliar el problema.
Es paradigmático, pues, el papel que la rápida irrupción del problema del ozono tuvo en la opinión pública: desde entonces se ha producido un cambio en la concepción social de los problemas ambientales y su alcance. Si bien es cierto que sigue existiendo una percepción más directa sobre la dimensión local de muchos problemas ambientales, la posibilidad de que las actividades humanas puedan alterar de forma significativa el funcionamiento del planeta se encuentra presente en el pensamiento actual.
Justo cuando se llevaban a cabo las conversaciones que conducirían al Protocolo de Montreal, la Organización Meteorológica Mundial y la ONU preparaban la formación del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (conocido habitualmente como IPCC, el acrónimo del grupo en inglés). Finalmente, el IPCC se constituyó en el año 1988 y desde entonces actúa como un importante elemento de referencia respecto al conocimiento científico y los impactos del cambio climático y a las acciones de adaptación y mitigación sobre ese fenómeno. En cierto modo, pues, el IPCC conforma la opinión consensuada de los expertos sobre el cambio del clima asociado a las actividades humanas, sus impactos y las posibles estrategias de mitigación y adaptación. Los informes del IPCC son utilizados por los responsables políticos como referencia para la discusión y eventual elaboración de tratados internacionales que pretenden incidir en la problemática del cambio climático.
Cuando hoy se habla de cambio climático, uno se refiere al cambio del clima terrestre ligado a los efectos que las emisiones en la atmósfera de ciertos gases producen como consecuencia de las actividades de la sociedad moderna. No nos referimos, pues, a los cambios del clima terrestre que se han producido a lo largo de toda la historia geológica de la Tierra, a pesar de que su conocimiento es una herramienta importante para el conocimiento del clima actual y su evolución. También se conoce como calentamiento mundial, ya que es el calentamiento de la atmósfera el primer efecto que la mayor presencia de gases causantes del efecto invernadero en la atmósfera parece estar produciendo. En el presente artículo se pretende dar un breve repaso al estado actual del problema, articulándolo sobre la base de una serie de preguntas. La problemática asociada al cambio del clima debido a las actividades humanas tiene dos vertientes mutuamente relacionadas: la científica y la socioeconómica y política.
Tradicionalmente se ha puesto un gran énfasis en la primera, pues era preciso conocer bien el problema y sus implicaciones, pero en el momento de aventurar las acciones que se deben tomar se entra de pleno en las dimensiones sociales, económicas y políticas de nuestro mundo, que suponen el punto de partida de cualquier solución.
Los inicios: ¿qué es el clima y qué entendemos por cambio climático?
Una definición intuitiva sobre qué es el clima se resume diciendo que es el tiempo medio, es decir, una media de las variables meteorológicas más importantes que caracterizan la meteorología: temperatura, precipitación, humedad, etc. Sin embargo, al definir una media temporal cabe precisar los períodos de tiempo en los que se calcula: días, semanas, meses, años. La meteorología, pues, corresponde al conocimiento del tiempo instantáneo, es decir, el comportamiento de la atmósfera en un período inferior a diez días, mientras que la climatología estudia el comportamiento medio del sistema climático en escalas de tiempo, en cualquier caso superiores a diez días, pero normalmente medias estacionales, anuales o incluso medias de períodos más largos. De hecho, es justo esa característica de la climatología sobre el conocimiento del tiempo medio lo que ha provocado que, hasta hace muy poco, esta disciplina no haya suscitado el interés entre la comunidad científica (5).
Si echamos un vistazo a la historia reciente, el primero que habló de cambio climático en el sentido actual de la cuestión fue Svante Arrhenius (6), un químico y físico sueco galardonado con el premio Nobel que en 1896 presentó a la Sociedad de Física de Estocolmo una comunicación en la que argumentaba que una reducción o un aumento del 40 % en la concentración de dióxido de carbono, un gas presente en concentraciones muy pequeñas en la atmósfera, podía provocar perturbaciones en el funcionamiento del clima que explicarían el avance o el retroceso de los glaciares. Arrhenius formuló un modelo simple, pero calculaba la reflexión de la radiación por la superficie terrestre y por las nubes o las retroacciones producidas por la capa de hielo y de nieve de manera que, teniendo en cuenta el conocimiento actual, hoy consideraríamos ingenuo o incluso erróneo. Arrhenius (7) concluyó que la variación del contenido de CO2 y de vapor de agua de la atmósfera ejercía una gran influencia en el equilibrio energético del sistema climático. Llegó a dicha conclusión después de realizar cálculos sin la ayuda de ningún instrumento mecánico ni, por supuesto, electrónico, y realizó a mano entre 10.000 y 100.000 operaciones correspondientes a lo que hoy llamaríamos diferentes escenarios de emisiones de CO2. También realizó los cálculos para las cuatro estaciones del año e intentó discriminar los efectos del aumento de CO2 según la latitud. En las conclusiones de su trabajo se puede leer: «[…] si la cantidad de carbónico aumenta en progresión geométrica, la temperatura aumentará en progresión aritmética». Arrhenius también concluyó que la variación de la temperatura sería mayor cuanto mayor fuera la cantidad de dióxido de carbono, que la temperatura crecería más si la latitud era más alta y que, además, el aumento sería mayor en invierno que en verano. En general, Arrhenius previó que, al duplicarse el contenido atmosférico de CO2, se produciría un ascenso de la temperatura de entre cinco y seis grados Celsius.
La suerte y la casualidad han hecho que las predicciones de Arrhenius sean tan similares, desde el punto de vista cuantitativo, a los resultados obtenidos a través de los sofisticados modelos climáticos actuales. Seguramente, esta similitud también explica que se considere al científico sueco el iniciador de los estudios del cambio climático. Sin embargo, Arrhenius compartía con los expertos actuales una visión avanzada, pues no sólo habló de los efectos del aumento de dióxido de carbono sobre el sistema físico, sino que también habló de impactos ambientales. Su visión positivista del progreso, junto con la perspectiva de una persona que vivía en un país sometido a los rigores de un largo y duro invierno, le hicieron pensar en el impacto positivo de un clima menos riguroso que con gran probabilidad podría facilitar el desplazamiento hacia latitudes altas de determinadas prácticas agrarias y paliar, en cierto modo, el déficit alimentario de la época.
Si realizamos un gran salto en el tiempo, la investigación en climatología a lo largo de la primera mitad del siglo XX despertó el interés de pocos científicos. Fue a partir del desarrollo de los sistemas automatizados de predicción del tiempo en la segunda mitad del siglo XX, y especialmente durante el último cuarto de siglo, cuando empezó a pensarse en la obtención de metodologías de predicción del clima. El sistema climático fue definido, en un documento elaborado en 1975 por el GARP (Global Atmospheric Research Program) de la Organización Meteorológica Mundial, como el sistema formado por la atmósfera, la hidrosfera, la criosfera, la litosfera y la biosfera (8). Posteriormente, la convención marco de Naciones Unidas sobre el cambio climático, firmada en Río de Janeiro en 1992, también mítico en cuanto a cuestiones ambientales, y que entró en vigoren marzo de 1994, define el sistema climático como la atmósfera, la hidrosfera, la biosfera y la geosfera y sus interacciones. Si bien es cierto que ambas definiciones, naturalmente, son muy semejantes, la última pone énfasis en las interacciones. La atmósfera, el suelo, los océanos, la superficie de agua, la superficie de hielo y nieve, y el conjunto de la vegetación y demás seres vivos en el océano y en los continentes, están estrechamente relacionados entre sí e intercambian flujos energéticos y de materia, lo que hace difícil llegar a una comprensión completa de su funcionamiento.
A menudo también evaluamos el clima de un modo excesivamente simple, interrogándonos sobre cómo va a cambiar la temperatura o el nivel del mar. Sin embargo, las respuestas que se intentan dar desde la perspectiva de la modelización climática tienen que ver también con aspectos más sociales de habitabilidad y de sostenibilidad. Así, se responde a preguntas como: ¿va a ser el aire respirable? ¿Va a haber suficiente agua para beber y para la agricultura? ¿Va a ser el ambiente suficientemente confortable? Para responder a esas preguntas será preciso no sólo conocer el funcionamiento del sistema climático, sino también elaborar escenarios de evolución del sistema socioeconómico, es decir, establecer de forma clara las relaciones entre el sistema climático y la sociedad humana.
¿Aumenta la concentración en la atmósfera de los gases causantes del efecto invernadero y, como consecuencia de ello, está cambiando el clima?
La característica común de los gases causantes del efecto invernadero (GH) es su capacidad para absorber la radiación de onda larga emitida por la Tierra. La cantidad de estos gases es muy alta pero, en la práctica, los que se analizan con detalle, dada su importancia radiativa, son sólo seis. En general, las emisiones de estos gases aumentan, a pesar de que hay algunos que disminuyen. Aparte del vapor de agua, de los gases GH más directamente condicionados por la actividad humana, los más importantes son el dióxido de carbono, el metano, el ozono, el óxido nitroso, el hexafluoruro de azufre y los clorofluorocarbonos (CFC). Otros componentes atmosféricos que también hay que tener en cuenta son los aerosoles, partículas materiales en suspensión en la atmósfera de tamaño diverso, de origen natural y producto de las combustiones, cuya función en la evolución del clima todavía no se conoce totalmente. En general, las emisiones de los gases y de los aerosoles en la atmósfera crecen ligadas a la evolución de la economía. La prosperidad económica tradicionalmente conlleva mayores tasas de emisiones y, en cambio, las crisis económicas se caracterizan por emisiones más bajas.
El dióxido de carbono en la atmósfera, por ejemplo, se mide desde 1958, cuando en el observatorio de Mauna Loa, en Hawai, se instaló un instrumento que desde entonces ha registrado a un ritmo continuado el contenido de ese gas en la atmósfera. Si se observa la curva de Keeling en el gráfico 1, se comprueba que, sin duda, la cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera aumenta año tras año. Esta tendencia es común en la mayoría de los gases causantes del efecto invernadero, los cuales en la actualidad presentan mayores concentraciones en la atmósfera que en períodos preindustriales (9).
Por lo tanto, no hay duda de que la mayoría de los gases GH aumentan debido a las actividades humanas. Sin embargo, existen todavía incertidumbres acerca de adónde va a parar todo el CO2 emitido en la atmósfera, pues sólo se mide aproximadamente la mitad de todo el que ha entrado en la atmósfera. Tampoco está muy claro cuál es el efecto a escala mundial de los aerosoles, sobre todo los sulfatos y el hollín. Se cree que su capacidad de reflejar la radiación solar les confiere un efecto amortiguador del efecto invernadero, ya que actúan como escudo respecto a la radiación del sol. También se observa que el ritmo de crecimiento de las emisiones va disminuyendo, es decir, no crece tanto como se pensaba. Eso puede ser a consecuencia de la transformación de muchos sistemas de producción de energía eléctrica, de la transformación que pasa del uso de carbón al de otros combustibles fósiles con menos emisiones de carbono y de las transformaciones de determinadas prácticas agrarias, ganaderas e industriales.
Para poder afirmar que el clima está cambiando, es preciso recurrir al estudio de los datos de la red de estaciones que miden la temperatura terrestre. El registro instrumental de la temperatura en estaciones terrestres y en barcos lleva a la conclusión de que la temperatura superficial mundial del aire se ha calentado entre 0,4 y 0,8 ºC durante el siglo XX. La tendencia al calentamiento es general en todo el planeta y coincide con el retroceso de los glaciares, la reducción de la superficie de nieve y el ritmo más acelerado de ascenso del nivel del mar durante el siglo XX, comparado con los últimos mil años, por ejemplo. Se han observado y se han documentado fenómenos derivados del calentamiento y que, al corresponder a sistemas biológicos, suponen una integración de los cambios de diferentes variables climáticas, como, por ejemplo, el aumento del período de crecimiento de ciertas especies vegetales, el avance de la floración y el retraso de la caída de las hojas, el desplazamiento hacia el norte de algunas especies de mariposas y hacia zonas de mayor altura de algunas especies de árboles y la llegada antes de tiempo de algunas especies migratorias. Parece que también puede afirmarse que la capa superficial del océano se ha calentado aproximadamente 0,05 ºC durante los últimos cincuenta años.
Los cambios más acentuados, sin embargo, se han producido en las regiones polares, especialmente del hemisferio norte. El análisis de datos proporcionados por la información desclasificada procedente de submarinos rusos y norteamericanos indican que el hielo del Ártico se ha reducido desde mediados de los años setenta. Los datos de los satélites también indican que la concentración de hielo sobre el Ártico en verano ha disminuido cerca del 10 %. De todos modos, la variación de la temperatura no ha sido uniforme en todo el globo ni todos los años. El mayor calentamiento se ha producido antes de 1940 y desde 1980 hasta finales de siglo. Sin embargo, el hemisferio norte ha experimentado un ligero enfriamiento durante el período 1946-1975 y existen zonas donde dicho enfriamiento ha sido muy patente, especialmente en el este del continente americano.
Las causas de esta interrupción en el calentamiento no son claras. Una posible explicación es el aumento de los aerosoles, a los que antes nos referíamos, a consecuencia del uso de carbón como combustible con un alto contenido de azufre. A estas causas cabe también añadir causas naturales como la variación de la luminosidad del suelo o las erupciones volcánicas que han tenido lugar durante este período.
El informe del IPCC10 compara el calentamiento medio producido durante el siglo XX con otras perturbaciones del clima en tiempos pasados. Para realizar dicha comparación se utilizan datos instrumentales, que comprenden los últimos doscientos años, junto con datos similares que proceden del análisis de los anillos de los árboles y del estudio de las burbujas de aire de los hielos en Groenlandia. Los resultados de este análisis concluyen que el calentamiento que hemos experimentado durante el siglo XX es probablemente de los más importantes que se han dado a lo largo del último milenio. Sin embargo, esa afirmación hay que tomarla con suma precaución: se han utilizado los mejores datos disponibles, pero éstos son irregulares en su distribución temporal y espacial y, por lo tanto, el grado de confianza que aportan a la anterior afirmación es moderadamente bajo.
Otra cuestión es saber si este cambio de la temperatura es debido a causas humanas o no. El mencionado informe del IPCC atribuye, con un alto grado de confianza, la causa del calentamiento al crecimiento del contenido atmosférico de gases de efecto invernadero y, además, muestra unas simulaciones de modelos numéricos donde se consigue separar, durante los últimos diez años, la variabilidad natural y la variabilidad relacionada con las actividades humanas, que, naturalmente, es mucho mayor. Los críticos a estas afirmaciones indican, no exentos de razón, que todavía existe un importante grado de incertidumbre en el conocimiento de la magnitud de la variabilidad natural. Así, señalan que al doblarse el contenido del dióxido de carbono en la atmósfera se produce un forzamiento radiativo de 4 wm-2 (del 2 % con respecto a la radiación total que llega a la superficie), cantidad minúscula comparada con el efecto que puede tener el acoplamiento entre el calentamiento y el contenido de vapor de agua de la atmósfera y la cobertura de nubes. Por lo tanto, sostienen que por el momento es imposible relacionar de forma precisa el cambio del clima observado con las emisiones antropogénicas, pues se carece de conocimientos exactos acerca de la variabilidad natural.
En resumen, parece ser que los datos confirman que se detecta un cambio del clima cuyos responsables probablemente son, en buena medida, el aumento de la concentración atmosférica de gases GH como consecuencia del uso generalizado de los combustibles fósiles y del motor de explosión, el desarrollo de la agricultura y la ganadería intensiva y los cambios en los usos del suelo. A pesar de que durante los últimos años se ha logrado una importante mejora de los modelos matemáticos que representan el clima, todavía existe cierta dosis de incertidumbre acerca de la contribución antrópica y la variabilidad natural al cambio climático.
¿Cuánto y cómo va a cambiar el clima durante el siglo XXI?
Para proyectar hacia un futuro próximo la magnitud del cambio climático, se requiere, por un lado, conocer con un importante grado de certidumbre el funcionamiento del medio físico, es decir, disponer de un modelo fiable, y, por otro lado, poder proyectar con precisión cuáles van a ser las emisiones futuras de los gases causantes del efecto invernadero y cuál va a ser la evolución de los sumideros, es decir, cómo van a cambiar en el futuro los usos del suelo, las prácticas agrarias y ganaderas y la silvicultura.
Mientras que en la actualidad se cuenta con modelos bastante fiables en cuanto al conocimiento que incorporan del funcionamiento del medio físico, el segundo aspecto, las emisiones y la evolución de los sumideros, supone una meta que presenta muchas más imprecisiones. En efecto, hasta ahora se han relacionado las emisiones con variables de carácter económico y demográfico actual ligadas a previsiones que permiten vislumbrar la evolución de la economía mundial en los próximos diez, veinte o cincuenta años. Sin embargo, no se sabe cuál va a ser la estructura de producción energética, industrial y de transporte de las sociedades del futuro. Esas incertidumbres son, por lo tanto, demasiado importantes como para poder considerar que los resultados que se obtienen de los modelos predicciones sobre lo que puede ocurrir en el clima del futuro.
Para poder comparar los diferentes modelos, el IPCC ha confeccionado escenarios de emisiones futuras elaboradas a partir de previsiones del Banco Mundial o de la ONU sobre el crecimiento demográfico y económico mundial. Esos escenarios contemplan un amplio abanico de asunciones sobre el futuro económico y el desarrollo tecnológico. En ese sentido, es obvio que existe un gran número de incertidumbres sobre el crecimiento económico, los estilos de vida, el uso de los diferentes sistemas de producción de energía, el crecimiento de la población o los futuros cambios tecnológicos. Ateniéndonos a dichos escenarios y, en especial, a un escenario de previsiones medias es como se han de entender las cifras que comentaremos a continuación.
Un escenario útil es el que asume el crecimiento de emisiones durante los últimos veinte años del 1 % anual y determina que hasta el año 2050 las emisiones de los gases de efecto invernadero quedarán estabilizadas a los niveles actuales. En el contexto actual es como si estuviéramos considerando una situación de mínimo. En ese escenario, la temperatura aumentaría aproximadamente 0,75 ºC en 2050.
Si se tienen en cuenta los escenarios utilizados por el IPCC, se prevé que en el año 2100 la temperatura de la atmósfera habrá aumentado entre 1,4 y 5,8 ºC, calentamiento que, de darse, sería el mayor de los últimos 10.000 años. Todos los modelos también ponen de manifiesto que la diferencia entre las temperaturas mínimas y las temperaturas máximas va a disminuir y que, en general, las temperaturas mínimas van a ser más altas, con lo cual van a disminuir los episodios de frío extremo. En general, se cree también que van a aumentar las precipitaciones, a pesar de que su distribución espacial y temporal va a ser diferente. En nuestro país, por ejemplo, parece que las precipitaciones van a aumentar en invierno, pero, en cambio, en verano los períodos de sequía van a ser más intensos y frecuentes. Los modelos prevén también una disminución general de la zona cubierta por la nieve y el hielo, así como un ascenso del nivel del mar, debido principalmente a la dilatación del agua como consecuencia del calentamiento, de entre 0,09 y 0,88 metros. Estos comportamientos generales no nos deben hacer creer que todo va a cambiar de un modo uniforme ni en un mismo sentido. La variabilidad climática a la que hacíamos referencia no sólo se manifiesta de forma temporal, sino también de modo regional. Por lo tanto, ya se tiene constancia de la coexistencia, en períodos pasados y en pocos centenares de quilómetros de distancia, de tendencias opuestas de variación natural del clima. Ese hecho se mantiene también en las perturbaciones climáticas de origen antrópico.
En un corto plazo de tiempo, la agricultura y el bosque se van a beneficiar de la fertilización de dióxido de carbono y del aumento de la temperatura y la precipitación. Los estudios regionales son escasos y todavía poco concluyentes. Tampoco va a haber una tendencia unívoca para todos los tipos de cultivos y actividades. Las condiciones óptimas de ciertos cultivos van a cambiar y a menudo van a ser necesarias adaptaciones significativas en el ámbito regional. Sin embargo, va a ser importante la relación entre la escala de tiempo del cambio climático regional y los tiempos característicos de evolución y adaptación de las especies. Las consecuencias sobre las plagas y las enfermedades de las plantas de los cambios del clima son entendidas de forma incompleta y, por lo tanto, a escala regional y a largo plazo existe todavía una gran incertidumbre y se carecen de muchos estudios.
Algunos modelos proyectan la tendencia, en las regiones semiáridas, a un crecimiento de los períodos de sequía. Parece probable que disminuya la cantidad de nieve en las montañas y que la nieve se funda antes a consecuencia del calentamiento atmosférico, lo que puede afectar al balance hídrico y puede conllevar importantes impactos en la disponibilidad de agua dulce. A su vez, el crecimiento de las lluvias en invierno y el hipotético aumento de los episodios de fuertes tormentas puede dar lugar a problemas en el control de riadas y cambios en los hábitats de plantas y animales.
Otro aspecto importante que hay que considerar es el impacto en la salud. El aumento de la temperatura va a influir, sin duda, sobre la frecuencia y la transmisión de enfermedades infecciosas, sobre el efecto en la población de episodios de olas de calor y de frío y, naturalmente, sobre la calidad del aire y del agua. Se desconocen, sin embargo, las pautas hacia donde pueden evolucionar dichos cambios. Las variaciones de la temperatura y de la precipitación inducen a cambios en los hábitats de los organismos que actúan como vectores transmisores de enfermedades (mosquitos, roedores, etc.). Parece probable que, al existir una menor frecuencia de determinados episodios de frío, puedan sobrevivir determinados tipos de mosquitos que en las condiciones actuales no sobreviven. Algunos estudios prevén una posible incidencia del mosquito de la malaria en el sur de la península Ibérica dentro de diez años, debido precisamente a ello. Lo mismo puede decirse para el impacto de las olas de frío y de calor. Es de prever una menor afección a las olas de frío, pues éstas van a ser menos frecuentes, mientras que es probable que se produzcan más episodios de calores extremos, lo que va a ocasionar problemas de salud en personas especialmente sensibles.
El aumento de episodios meteorológicos extremos parece otra consecuencia del cambio climático, dada la mayor cantidad de energía de la atmósfera. Sin embargo, ése es uno de los aspectos más controvertidos, pues hasta ahora no se ha podido constatar una determinada tendencia, desde un punto de vista instrumental. No obstante, buena parte de la población del mundo se concentra en las zonas costeras, lo que hace prever importantes impactos económicos si el nivel del mar es más alto o si hay una mayor frecuencia de episodios meteorológicos extremos.
En cualquier caso, el tiempo es un factor importante. Cada uno de los mencionados procesos tiene sus propias dinámicas y en ningún caso se cree que haya procesos ni cambios bruscos. La adaptación de los sistemas naturales a los cambios ambientales podrá ser gradual y el éxito o el fracaso, o la vulnerabilidad o la sensibilidad de un sistema, va a depender justamente del tiempo que requiera para adaptarse a las condiciones ambientales cambiantes. Pero no todos los cambios van a ser negativos. Como ya observó Arrhenius, los cambios de las condiciones ambientales van a ser favorables para ciertos procesos y desfavorables para otros. Por ejemplo, mientras que los cambios del clima en la región mediterránea parece que pueden afectar de forma desfavorable al cultivo productivo de ciertos cereales, probablemente van a favorecer el cultivo de la vid y del olivo, cultivos éstos que en la actualidad son de gran importancia.
¿Existe una concentración sostenible de gases causantes del efecto invernadero en la atmósfera?
Se trataría de contestar a la pregunta de si existe una concentración umbral de gases GH en la atmósfera, por encima de la cual se producen cambios catastróficos en el funcionamiento del sistema climático, o de si se conocen lo suficiente las consecuencias del calentamiento debido al aumento de los gases de efecto invernadero, de forma que la comunidad científica sea capaz de definir una concentración aceptable basándose en análisis de riesgos y daños potenciales .
Una forma de responder a estas cuestiones es observar lo que ha ocurrido en el pasado. La paleoclimatología nos aporta datos con respecto a la variación de CO2 atmosférico durante épocas pasadas en la historia geológica de la Tierra. Hace unos cincuenta millones de años había entre tres y nueve veces más dióxido de carbono en la atmósfera y, según parece, hacía mucho más calor que ahora. Por ejemplo, parece que existía vida abundante en el círculo polar y que la temperatura de las aguas profundas del mar era bastante alta. También se han encontrado períodos con variaciones bruscas en miles de años del dióxido de carbono atmosférico relacionadas también con cambios de la temperatura. De esas oscilaciones hay algunas en las cuales los períodos cálidos exceden en magnitud las proyecciones más radicales de los modelos climáticos. Esos cambios están asociados, a veces, a extinciones o redistribuciones de especies, en ningún caso a una desaparición total de la biosfera.
La evolución del clima del futuro va a depender de la naturaleza del forzamiento climático, es decir, del contenido en gases GH y de la sensibilidad del sistema climático. Por lo tanto, determinar una concentración sostenible de los gases de efecto invernadero depende de la capacidad para determinar la sensibilidad del sistema climático, así como del conocimiento exacto de los factores de forzamiento y de los riesgos y vulnerabilidades. Además, tal y como ya se ha dicho, en el clima se producirán cambios con un marcado carácter regional, y mientras todos los modelos proyectan un aumento mundial de la temperatura y de las precipitaciones, las distribuciones temporales y espaciales de las mismas varían de zona a zona del globo y de modelo a modelo. Por lo tanto, con el conocimiento que se tiene actualmente del sistema climático, es difícil, por no decir imposible, establecer una concentración atmosférica de gases GH asumible con la que los riesgos y los impactos estén relacionados de forma equilibrada con el esfuerzo tecnológico y económico para lograrla.
Además, esos últimos factores tampoco son uniformes para todo el mundo. El problema del cambio climático es diferente si se ve desde la perspectiva de un ciudadano de la Unión Europea o de Estados Unidos, con buena capacidad tecnológica y económica para adaptarse a los cambios, o si se ve desde la perspectiva de un esquimal, que depende para su alimentación de la extensión del hielo, o desde la de un habitante de las islas Maldivas, conjunto de unas 1.600 islas de coral, para quien la extensión de su país depende de la magnitud del ascenso del nivel del mar.
Considerando, pues, un punto de vista realista y pragmático, la actuación frente al cambio climático conlleva dos tipos de acciones fundamentales: la mitigación de las causas y la adaptación a las nuevas condiciones climáticas. La mitigación consiste en la disminución de las emisiones: es evidente que, en las condiciones actuales, existe tecnología disponible para estabilizar el contenido atmosférico de dióxido de carbono a 450 ppm, a 600 ppm o a 1.000 ppm. Definir el nivel es una cuestión de orden económico y de voluntad política y social. En cuanto a la adaptación, significa prepararse para las condiciones cambiantes, bien sea desde el punto de vista de las actividades económicas, o bien desde la adaptación de infraestructuras, etc. Ambas estrategias, la adaptación y la mitigación, van a ser imprescindibles para poder paliar el fenómeno.
El único acuerdo internacional de reducción de emisiones alcanzado hasta la fecha, el Protocolo de Kioto -todavía pendiente de ratificación- establece compromisos fruto de acuerdos entre estados, los que integran el llamado anexo B, que justamente ponderan la capacidad tecnológica para reducir las emisiones y adaptarse al coste económico que conllevan. No existen consideraciones científicas para las propuestas de reducción, o lo que es lo mismo, las recomendaciones científicas estaban muy alejadas del techo de las reducciones planteadas. Los gases GH tienen tiempos de residencia en la atmósfera muy dilatados, es decir, se degradan con dificultad. Esto significa que las acciones que se tomen van a tener efectos a largo plazo, decenas o centenares de años. Ésa es una coincidencia importante con otros problemas ambientales, como la degradación del contenido del ozono estratosférico a la que nos referíamos al principio de este artículo. La escala de tiempo del origen de la perturbación es muy inferior a la escala de tiempo de recuperación del sistema. Por ello es importante aplicar el principio de precaución, que consiste en actuar ahora, a pesar de que todavía no existen certezas completas sobre la magnitud y el alcance del fenómeno. Lo que se sabe, sin embargo, es que cualquier actuación deberá mantenerse por largo tiempo y que va a surtir efecto más allá de nuestra generación., lo que supone un problema añadido a la gestión del problema.
El cambio climático: ¿oportunidad de nuevas actividades económicas?
Para que sean efectivas, las actuaciones para paliar el cambio climático deben ser económicamente viables, pero también existen nuevos sectores empresariales, que ahora empiezan a desarrollarse a consecuencia de las acciones de mitigación y adaptación y que se espera que sean económicamente viables. El desarrollo de esos sectores va a ser una buena herramienta para reducir el problema del cambio climático. Ejemplos de dichos sectores los encontramos en las empresas dedicadas al desarrollo de energías alternativas, como las renovables, principalmente la eólica y la solar, las que trabajan el uso del hidrógeno como combustible y que estudian métodos de generación y almacenamiento, las que desarrollan las pilas de combustible o, incluso, las que llevan a cabo nuevos intentos para reavivar la generación de energía nuclear.
Sin embargo, también existen incipientes sectores económicos relacionados con a la reducción de emisiones, como las actuaciones de compra y gestión de bosques. Efectivamente, los bosques y la vegetación intercambian grandes cantidades de CO2 con la atmósfera. Los vegetales capturan CO2 por medio de la fotosíntesis y, al respirar, emiten oxígeno y una parte del CO2 absorbido. En conjunto, retienen carbono en forma de materia orgánica. El almacenamiento de carbono por parte de la vegetación crece a causa de las prácticas de reforestación o como consecuencia de los cambios en las prácticas de la gestión de los residuos en los cultivos. En nuestro país y en otros países desarrollados, el abandono de zonas agrarias ha supuesto, a menudo, su transformación en zonas forestales, con la consiguiente fijación adicional de carbono atmosférico. La gestión de estas y otras zonas en países terceros sujetas a ser gestionadas precisamente por su capacidad para retener dióxido de carbono puede representar una oportunidad de negocio si finalmente se establece a escala internacional un mercado de emisiones.
La actividad en el mercado de emisiones, tanto desde el punto de vista de actuar de intermediación entre las empresas compradoras de derechos de emisiones y las compañías que pueden venderlos como desde el punto de vista de las empresas que piensan dedicarse a las certificaciones, es decir, a contabilizar las emisiones que se ahorran con una determinada acción tecnológica o de inversión, parece que también será un sector que se va a desarrollar con cierto impulso durante los próximos años. El comercio de emisiones consiste, en esencia, en poder intercambiar emisiones no hechas o emisiones reducidas por encima de las cantidades previamente establecidas o pactadas. Es un intento de conseguir reducir al máximo las emisiones de gases GH en la atmósfera con el mínimo coste mundial. Así, si a una industria o a una empresa, para cumplir sus compromisos, le resulta muy costoso económica o tecnológicamente cambiar una determinada línea de producción por otra con menos emisiones, podría negociar su compra con otra empresa a la que le sobren derechos de emisiones. A escala mundial, la atmósfera se beneficiaría de ello, como si la empresa hubiera llevado a cabo el trabajo, y tanto la empresa compradora como la empresa vendedora obtendrían mejoras económicas por el trato.
Se ha hablado mucho de los sumideros y del comercio de emisiones como alternativas a la reducción de emisiones, especialmente en el marco del Protocolo de Kioto. Las dificultades que existen sobre su uso no consisten en conocer si realmente sirven para absorber o retener dióxido de carbono, sino en conocer la capacidad y la confianza de tener sistemas de medición y de verificación de las cantidades de dióxido de carbono absorbido o no emitido. Sólo si este punto se resuelve, se van a poder poner en funcionamiento los mecanismos -tan tímidos para algunos y los únicos posibles para otros- de reducción de emisiones, y entonces se empezará a actuar sobre los gases GH en la atmósfera.
Consideraciones finales
El intento de ofrecer una visión panorámica y breve sobre algunos de los puntos que caracterizan el análisis de los posibles cambios del clima no debe dejar de lado el hecho de que todavía quedan considerables áreas donde se plantean cuestiones importantes sobre las que hay que mejorar el conocimiento y fomentar su investigación. Por un lado, se debe mantener y aumentar la red de observación y fomentar el desarrollo de estudios que reconstruyen el clima del pasado como elementos indispensables para establecer su variación actual. Todavía queda por entender, tanto a escala mundial como a escala local, cuál es la contribución de la variabilidad natural y de la variabilidad de origen antrópico en los cambios del clima, lo que va a suponer la posibilidad de mejorar los modelos y las predicciones a escala local. En este mismo sentido, la incorporación de las nubes y un conocimiento preciso de los ciclos del carbono, del agua y del nitrógeno mejorará también la capacidad de predicción de la climatología. Sin embargo, va a quedar por resolver la escasa capacidad de predicción sobre la evolución socioeconómica futura de nuestras sociedades, que, al fin y al cabo, es el elemento esencial para poder predecir la evolución del clima del futuro. A pesar de todos estos elementos, bajo ningún concepto se puede adoptar una postura expectante: el problema existe y es preciso actuar de la forma más rápida y efectiva posible. La ventaja es que la mayor parte de actuaciones que intervienen paliando el problema de las emisiones de gases GH en la atmósfera son acciones que, en términos absolutos, gestionan mejor los recursos. En efecto, mejorar la eficiencia, utilizar energías renovables, gestionar de un modo adecuado las prácticas agrarias y ganaderas, etc., son ejemplos de actuaciones que reducen las emisiones, pero en términos absolutos, en el supuesto de que el problema del cambio climático no existiera, sería positivo llevarlas a cabo.
Josep Enric Llebot
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