Control de riesgos: Una obsesión
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- El 19 febrero, 2008
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Hace unos 25 años, aproximadamente, leía en una revista de Vanidades Continental, una entrevista realizada a uno de los equilibristas de la cuerda floja más importantes de todos los tiempos, el francés Philippe Petit, en la que comentaba, que lo que más detestaba en la vida era asumir riesgos. Y lo aseguraba, mientras describía a la prensa su plan de caminar por el aire en Israel, 300 metros a 20 pisos de altura, sobre un alambre de acero no más grueso que un puñado de cigarrillos.
Todo consiste, agregaba a continuación, en prepararse con suficiencia, llegar al lugar de la presentación con semanas de anticipación, trazar líneas del recorrido con la precisión de un neurocirujano, estudiar por 15 años hacía atrás, cuanto menos, las condiciones del viento de la zona, y controlar en sus pormenores la instalación del cable. No puedo dejar nada al azar, ya que de ese alambre depende mi vida. Si no hiciera todo esto, admite con franqueza, correría peligro, pero realmente, afirma confiadamente…; “no hay ninguno”. El que se cae tiene lo que se merece: no aseguró la cuerda, alguien camino por abajo o su mente nos estaba donde debería estar.
Y es que cuando Petit está en la cuerda floja, es un modelo de control, concentración y precisión; y además, su conocimiento, digamos que académico, de la física de las cuerdas y de los efectos del viento sobre las misma, riman en lo poético, que a mi entender no es más que el dominio sublimado de la disciplina de su competencia, de ahí lo del cero riesgo, su bandera: “El cable respira, está vivo como un toro frente al torero”, suele decir. Sólo cuando pone los pies sobre la tierra, es cuando se da el lujo de que su cabeza ande por las nubes.
Hace poco, después de darme vueltas y más vueltas en mi mente, y por muchos años, las precisiones de Petit sobre el control de riesgos en tan singular oficio, aplicable, por supuesto, a todas las actividades a emprender, encontré en una revista de National Geographic en español, Noviembre de 2006, una entrevista a Reynhol Messner, considerado como el mejor alpinista del mundo en la actualidad (primero en subir cada una de las 14 montañas de más de 8000 metros del planeta, entre otras hazañas memorables en diferentes campos del deporte), en donde decía “…me preparo muy bien, paso mucho tiempo concentrado en mi visión, en mi fantasía, en mi reto. Antes de emprenderlo ya lo estoy viviendo, estoy planeando, entrenando. Así que cuando empiezo el ascenso, en especial uno complicado, estoy tan concentrado que no existe nada más, sólo unos cuantos metros de pared rocosa que estoy escalando y de la cual estoy suspendido. Y en ese estado, todo parece bastante lógico. Ya no hay peligro. El peligro desaparece… Pero la concentración es absoluta”.
Tanto en la entrevista de Petit como en la de Messner, es relevante lo que podría denominarse como los tres principios fundamentales en el control total de riesgos:
1. Planear en detalle las actividades a emprender no dejando nada al azar.
2. Prepararse física, mental e intelectualmente a plenitud, y vivir la acción antes de emprenderla a fin de, previas verificaciones, hacer los ajustes o correctivos pertinentes encaminados a materializar el cero riesgo en la puesta en práctica del plan: Todos los accidentes son evitables, reza una de las máximas de la seguridad industrial.
3. Control mental absoluto: la mente al 100% centrada en el objetivo.
La calidad total en acción, podríamos decir, enmarcada dentro de las directrices del PHVA (Planear, Hacer, Verificar y Actuar):
P = Planear la actividad direccionada hacia un objetivo especifico.
H = Desarrollar la acción acorde a lo planeado, previa capacitación y entrenamiento de la misma.
V = Verificar con los indicadores apropiados el cumplimiento del plan en el tiempo de ejecución establecido.
A = Actuar acorde a los resultados que dicten los controles implementados, si seguimos adelante con el plan trazado (ciclo de seguimiento y control hacía la estandarización del proceso en ciernes); si lo mejoramos (ciclo de mejoramiento); o si le hacemos correcciones de fondo al mismo (ciclo de corrección).
Pero, ¿Por qué razón se nos dificulta seguir un delineamiento como el antes esbozado, cuya eficiencia en el logro de un objetivo está por demás garantizado?
Por un lado, por no contar con las herramientas de implementación efectivas en la forja de hábitos tendientes a garantizar la puesta a punto del PHVA. Y por el otro, por no mantener los cinco sentidos inmersos en la tarea.
Por lo general, cuando realizamos una labor, como mucho enfocamos dos o tres de nuestros sentidos en ella, y los restantes, los fijamos en sucesos o situaciones que afectan negativamente nuestras emociones. Y al desconcentrarnos, el accidente, con todas las consecuencias menores o mayores, nos acechará a la vuelta de la esquina.
La implementación del PHVA quizás no nos resulte demasiado embarazosa, pero lo que si nos cuesta, y mucho, es concentrarnos en la labor propiamente dicha: Que las culebras, que mi mujer, que mi jefe, que con esa no me quedo yo, ¿y mi señora?, ¡Dios mío!, ¿que estará haciendo ahora mi señora?
En lo que respecta a la ejecutoria de los trabajos asignados, el control que ejercemos sobre nuestra imaginación no es efectivo para nada. Y como barcos a la deriva, los riesgos a correr se potencian sobremanera.
En consecuencia, si lo que queremos es centrarnos en la tarea al 100% de nuestra capacidad, además de planear los trabajos a ejecutar bajo el empoderamiento de una herramienta eficaz, como lo es el PHVA, lo esencial es someter, bajo un control irrestricto, proceso de mejoramiento continuo, a nuestra imaginación. Y ahora si, acto seguido, a presumir con conocimiento de causas, a lo Petit o a lo Messner: “Ya no hay peligro. El peligro ha desaparecido por completo… Pero la concentración es absoluta”. ¡Manos a la obra señores!
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Por: Ricardo López Solano
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