Comentario sobre la Encíclica Laudato Si’
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- El 27 julio, 2015
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“1. «Laudato si’, mi’ Signore» – «Alabado seas, mi Señor», cantaba san Francisco de Asís. En ese hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos: «Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba»”. Así comienza esta Carta Encíclica del Papa Francisco, recordando la vinculación fraternal del Santo de Asís con la naturaleza.
Si bien se ocupa de los grandes problemas ambientales que nos afectan a todos en este Siglo XXI, la Encíclica Laudato Si’ tiene mucho de ecológica, pero es mayormente social y teológica, ya que plantea sustancialmente la relación íntima entre el hombre consigo mismo y con la creación.
Desde luego que la Iglesia no es la autoridad específica en temas de Ecología, aun cuando la Pontificia Academia de Ciencias del Vaticano cuenta con prestigiosos científicos e investigadores de todo el mundo que brindaron su asesoramiento en el tema. Pero en cambio es competencia del Pontífice su preocupación por la problemática social que existe detrás del manejo económico y ecológico del planeta, así como de las implicancias teológicas que se derivan del concepto cristiano del hombre como custodio de la Creación, según lo relata el primer capítulo del Génesis, y también la tradición de la Patrística Cristiana cuando sostenía que la existencia de Dios se puede inferir racionalmente a partir de la visión de sus criaturas: “12. Por otra parte, San Francisco, fiel a la Escritura, nos propone reconocer la naturaleza como un espléndido libro en el cual Dios nos habla y nos refleja algo de su hermosura y de su bondad: «A través de la grandeza y de la belleza de las criaturas, se conoce por analogía al autor» (Sb 13,5). Y agrega también: “64… Si el solo hecho de ser humanos mueve a las personas a cuidar el ambiente del cual forman parte, «los cristianos, en particular, descubren que su cometido dentro de la creación, así como sus deberes con la naturaleza y el Creador, forman parte de su fe».
Después de la referencia a San Francisco, la Encíclica hace una comparación entre el deterioro actual del planeta y el peligro de la destrucción por una guerra nuclear hace 50 años, cuando Juan XXIII escribió Pacem in Terris. Continúa con la preocupación de los Papas siguientes por la temática ambiental, y también del Patriarca Bartolomé, para luego trazar un panorama sucinto de los principales desafíos ecológicos globales que enfrentamos en la actualidad, tales como: el cambio climático, la contaminación en general, la acumulación de basura y residuos, la cultura del descarte, el agotamiento de los recursos naturales, y en particular del agua potable, la pérdida de la biodiversidad, el uso imprudente de agrotóxicos, el impacto ambiental de diversos emprendimientos humanos, el reemplazo de la flora silvestre por cultivos, el deterioro de los océanos, el crecimiento desmedido y desordenado de los grandes centros urbanos, así como las consecuencias de todos estos factores, que redundan en la degradación social y una pérdida en la calidad de vida de la humanidad, de tal manera que se produce una inequidad planetaria: “48. El ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podremos afrontar adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención a causas que tienen que ver con la degradación humana y social. De hecho, el deterioro del ambiente y el de la sociedad afectan de un modo especial a los más débiles del planeta”.
La referencia a los más débiles se aplica tanto a las naciones como a las personas que sufren la pobreza. Siguiendo con su prédica de los tiempos en que era el Cardenal Bergoglio, y vinculado con la tradicional doctrina social de la Iglesia, desde antes incluso que la Encíclica Rerum Novarum de León XIII, nos recuerda la importancia del bien común por encima de los bienes particulares, lo que implica una distribución justa de los recursos que la Tierra brinda a todos sus habitantes sin distinciones.
La ruptura de la relación entre el hombre y Dios, o entre el hombre y la creación de Dios es concebida como un pecado que desnaturaliza esa relación: “66… Esta ruptura es el pecado. La armonía entre el Creador, la humanidad y todo lo creado fue destruida por haber pretendido ocupar el lugar de Dios, negándonos a reconocernos como criaturas limitadas. Este hecho desnaturalizó también el mandato de « dominar » la tierra (cf. Gn 1,28) y de «labrarla y cuidarla» (cf. Gn 2,15). Como resultado, la relación originariamente armoniosa entre el ser humano y la naturaleza se transformó en un conflicto (cf. Gn 3,17-19)”. Ello sobre todo porque la idea de creación divina es incluso superior al concepto de naturaleza: “76. Para la tradición judío-cristiana, decir « creación » es más que decir naturaleza, porque tiene que ver con un proyecto del amor de Dios donde cada criatura tiene un valor y un significado”.
En el pensamiento de Santo Tomás, la diversidad de creaturas era también un símbolo de la grandeza de su Creador: “86. El conjunto del universo, con sus múltiples relaciones, muestra mejor la inagotable riqueza de Dios. Santo Tomás de Aquino remarcaba sabiamente que la multiplicidad y la variedad provienen «de la intención del primer agente», que quiso que «lo que falta a cada cosa para representar la bondad divina fuera suplido por las otras», porque su bondad «no puede ser representada convenientemente por una sola criatura». Por eso, nosotros necesitamos captar la variedad de las cosas en sus múltiples relaciones”.
El Papa señala igualmente la necesidad de cuidar especialmente a los animales, no sólo por cuestiones ecológicas sino también por motivos humanitarios, evitando su sufrimiento: “92… El corazón es uno solo, y la misma miseria que lleva a maltratar a un animal no tarda en manifestarse en la relación con las demás personas. Todo ensañamiento con cualquier criatura «es contrario a la dignidad humana». “130… el Catecismo enseña que las experimentaciones con animales sólo son legítimas «si se mantienen en límites razonables y contribuyen a cuidar o salvar vidas humanas». Recuerda con firmeza que el poder humano tiene límites y que «es contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin necesidad sus vidas». Todo uso y experimentación «exige un respeto religioso de la integridad de la creación».
Asimismo, rechaza enfáticamente el aborto como solución a los problemas de superpoblación: “120. Dado que todo está relacionado, tampoco es compatible la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto. No parece factible un camino educativo para acoger a los seres débiles que nos rodean, que a veces son molestos o inoportunos, si no se protege a un embrión humano aunque su llegada sea causa de molestias y dificultades”. “136. Por otra parte, es preocupante que cuando algunos movimientos ecologistas defienden la integridad del ambiente, y con razón reclaman ciertos límites a la investigación científica, a veces no aplican estos mismos principios a la vida humana. Se suele justificar que se traspasen todos los límites cuando se experimenta con embriones humanos vivos. Se olvida que el valor inalienable de un ser humano va más allá del grado de su desarrollo”.
Propone a la vida como el bien mayor que debe protegerse, y al que deben subordinarse tanto la política como la economía: “189. La política no debe someterse a la economía y ésta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia. Hoy, pensando en el bien común, necesitamos imperiosamente que la política y la economía, en diálogo, se coloquen decididamente al servicio de la vida, especialmente de la vida humana”.
Casi al final, ruega la protección de la Virgen María, invocándola como reina de la creación: “241… (María) vive con Jesús completamente transfigurada, y todas las criaturas cantan su belleza. Es la Mujer « vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza » (Ap 12,1). Elevada al cielo, es Madre y Reina de todo lo creado”.
Como decíamos al principio, si bien la Laudato Si’ es un documento que se ocupa de cuestiones referidas al ambiente, tiene también una dimensión mucho más profunda, en tanto y en cuanto reflexiona sobre el hombre en sus relaciones consigo mismo, que es el campo de acción de la Sociología, así como en la relación del hombre con la naturaleza creada, que es objeto de la Teología.
Por: Dr. Carlos Prosperi
Profesor de Epistemología y de Biología
Universidad Blas Pascal. Córdoba
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