Avanza la desintegración Energética Latinoamericana
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- El 17 julio, 2009
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“HEMOS ARADO EN EL MAR…”
Simón Bolívar, 1830 en su lecho de muerte.
Durante décadas, varios de los muchos organismos energéticos latinoamericanos preconizaron las ventajas de la integración energética regional. En especial favorecieron los proyectos de unión a base de infraestructura física común, como por ejemplo, las grandes obras hidroeléctricas, los gasoductos transfronterizos, las líneas de transmisión internacionales, etc.
Dada la diversidad y abundancia de recursos, América Latina perfilaba como un continente en el cual estos mecanismos podrían funcionar con una sincronía inédita en otras latitudes.
Estaban siguiendo la tendencia global y más específicamente el modelo de la Unión Europea que, con la integración energética, logró administrar mejor sus recursos, mejorando el acceso a los mismos, con mayor seguridad energética y reducciones sustantivas en cuanto a los costos tanto para los consumidores como para las empresas.
Sin embargo, al cabo de los años, y después ríos de tinta y de presunta ideología latinoamericanista a favor de la integración, queda claro que avanzamos hacia un modelo regional que expresa precisamente todo lo contrario.
Si tomamos como referencia el gas natural que abunda en la región, debe notarse que el “anillo de gasoductos” del que hablaba hace poco donde circularían las reservas existentes en Bolivia, Perú, Venezuela y Argentina, ha quedado completamente descartado en los hechos.
La verborragia integracionista, y la enarbolada “solidaridad” latinoamericana, no alcanzaron para superar otras diferencias políticas y el interés individual de los Gobiernos, que se enfocaron a optar por otras estrategias más costosas, a las que consideraron como mucho más confiables que las ofrecidas por la asociación con las naciones vecinas.
Como ejemplo, basta citar que los proyectos de terminales de Gas Natural Licuado de Brasil y Chile han implicado inversiones cercanas a los 10.000 millones de dólares. En idéntico sentido, Perú finalmente materializó su contrato con México y su fluido llegará hasta los Estados Unidos antes que aprovecharse en la región.
En estas decisiones, han incidido factores políticos. La realidad de Bolivia, de Venezuela y también de Argentina han llevado a los países con necesidades energéticas a ponderar el factor de seguridad -dado que el gas se puede traer desde cualquier país productor en el mundo- por encima de la disponibilidad y hasta del precio.
En este marco, se inscriben los proyectos chilenos de GNL Quintero y Mejillones, que procesan gas procedente de Trinidad & Tobago. Brasil, a través de Petrobrás, ha desarrollado una terminal en el puerto de Pecém, otra en Río de Janeiro, y una tercera unidad, en la zona sur del país, que permitirá en un futuro cercano vender gas a Uruguay y Argentina.
Los recursos brasileros, descubiertos recientemente en los gigantescos yacimientos de Tupi y Júpiter (offshore “pre sal”), demorarán entre 10 y 15 años en aplicarse plenamente al mercado.
También hay que incluir el contrato por parte de Argentina de los servicios de un buque regasificador de GNL, utilizado en Bahía Blanca, para satisfacer los altos requerimientos invernales del país ante las insuficiencias de su propia producción.
El cambio de estrategia en la región no sólo involucra a los consumidores. Los productores, como Perú y Venezuela estudian contratar obras de infraestructura para instalar terminales de licuefacción de gas natural (LNG) y exportarlo más allá de América Latina. Tarde o temprano, algo similar hará Bolivia.
El GNL importado de latitudes distantes, finalmente costará mucho más a los usuarios residenciales y a las empresas productivas de la región de lo que hubiera costado movilizar efectivamente las reservas de gas propias de la región.
Todas estas instalaciones estarán operativas a fines de 2009 y constituyen decisiones de naturaleza estructural que configuran un proceso, sólo reversible a muy largo plazo y dependiendo del descubrimiento hipotético de nuevas reservas.
Algo similar acontece con los grandes proyectos hidroeléctricos que mantienen disputas de precios como Itaipú y Yacyretá igualmente que otras iniciativas cuestionadas. Pese a las declamaciones, no hay ningún avance – salvo en el control- en el terreno posibles proyectos conjuntos en materia de energía nuclear.
En síntesis, detrás de un escenario que proclama ruidosamente la integración y la solidaridad regional, y que genera costosas e inútiles superestructuras repletas de funcionarios, diplomáticos y políticos, lo único que se consolida en los hechos es la desintegración y el retroceso de ver cómo los recursos del continente emigran; con la consecuencia inevitable de mayores costos para los hogares y empresas latinoamericanas.
Por: Carlos José Aga
Fuente: gabinete.org.ar
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