Agrocombustibles y Desarrollo Sostenible en América Latina y en el Caribe. Parte 5
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- El 13 septiembre, 2007
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Tendencias futuras en agrocombustibles
Los estudios de prospectivas indican que la producción de combustibles originados en productos agrícolas tendrá una importante expansión en los próximos 3-4 años, y eso desencadenará muchos cambios en las relaciones de precio y suministro especialmente en la producción agropecuaria. El horizonte para incrementar la producción es muy amplio: si se apunta a que el actual volumen de consumo de combustibles pase a ser cubierto por agrocombustibles, se necesitarían 30 millones barriles etanol/día, y 23 millones barriles de biodiesel/ día, lo que significa tener bajo cultivo 300 millones has de caña de azúcar, o 225 millones has de palma (Torre Ugarte, 2006).
La mayor parte de la nueva demanda se origina en los países industrializados. En el caso de América Latina, el aumento del uso de ese tipo de combustibles es más modesto, y se lo estima en algo más del 3% de la demanda de energía primaria, según la Organización Latinoamericana de Energía (OLADE) 25.
Esto ocasiona reordenamientos de la producción agrícola tanto dentro de los países industrializados como en América Latina y otras regiones del sur. En el norte, en algunos casos se enfatizan cultivos para obtener combustibles, mientras caen otros cultivos, con lo cual se abren oportunidades para que los países de América Latina cubran esas diferencias.
El empuje de estos combustibles dependerá también del valor del petróleo. Si el precio del crudo se mantiene elevado, se favorecerán los agrocombustibles, mientras que si hay un descenso, lamarcha de estos cambios se enlentecerán.
Tabla 5. Escenarios de cambios en los precios mundiales de granos al año 2020.
Aumento en los precios mundial en relación a los precios de base actuales, en %, al año 2020.
Se consideran tres escenarios. Selección de proyecciones realizadas por IFPRI (Rosegrant y colab., 2006). Es importante advertir los cambios en marcha en Estados Unidos, donde se espera un aumento en la demanda de maíz para combustibles, y con ello aumentará el precio de ese grano en relación a otros productos; se ampliará la superficie cultivada, y por lo tanto habrá una reducción en otros cultivos (tales como la soja). Estos cambios tendrán muchas repercusiones en América Latina, ya que potenciará la producción de soja (especialmente en el Cono Sur). Se estima que seguramente los precios de la soja se sostendrán, o incluso pueden aumentar, lo que alentará la producción en el sur, y por lo tanto aumentará la presión ambiental por la sojización. Asimismo, al destinarse una proporción mayor de maíz a combustibles, también se alterará la disponibilidad de raciones animales, con lo cual se pueden desencadenar cambios
en la producción de carnes, especialmente aves y porcinos (el uso preferente de esos granos).
Este tipo de factores hacen que a nivel global los cultivos dedicados a la energía tendrán un aumento de precio relativo mayor a los destinados a la alimentación (USDA IAPC, 2007). También se espera un aumento en la producción de oleaginosas, tanto por la demanda en el sector de alimentos y raciones, como por los incrementos adicionales para combustibles. La combinación de la demanda de soja desde China y la Unión Europea, con la caída del área sojera en Estados Unidos (debido a los mejores precios de maíz para obtener bioetanol), junto a las propias metas de biodiesel en Brasil, hace que todo apunte hacia el incremento del área sojera en el Cono Sur (Gudynas, 2007). Las metas nacionales para biodiesel también empujarán el avance estos combustibles. Por ejemplo, para cubrir la demanda de B10, serán necesario sumar otras 2,8 millones has de soja en Argentina (Rothkopf, 2007), y posiblemente eso ocurra en las márgenes de la actual área sojera, con lo que se empujará a otros cultivos y la ganadería.
Mientras se cuente con precios altos de la soja, resulta más competitivo dedicarla a aceites y harinas que a combustibles, lo que contribuye a que otros cultivos (como palma, colza o ricino) sean más atractivos para obtener combustibles. Además, la soja tiene un bajo contenido de aceites, y por lo tanto otras especies, con mayores contenidos, son preferibles (especialmente la colza, palma y ricino).
Una situación similar sucederá con la caña de azúcar, debido al sostenimiento de las necesidades de azúcar y la demanda para bioetanol, tanto para uso doméstico como para exportar. Se estima que aumentará la superficie cultivada, y que además retornará a sitios donde había sido abandonada, reemplazará a la soja en otras zonas, y ocasionará la apertura de nuevas áreas por avance de la frontera agropecuaria. Las estimaciones son variadas, pero oscilan de 3 a 9 millones de has en Brasil. Buena parte de ese crecimiento se espera dentro de la ecoregión del Cerrado (especialmente en Goias, Sao Paulo y Mato Grosso do Sul), en Maranhao y el “triángulo minero” (Laschefski y Teixeira, 2006). La expansión de la caña de azúcar en Ecuador y Perú genera riesgos especialmente en la Amazonia. Este tipo de incremento en las áreas de cultivo requerirá de obras de infraestructura y construcción de nuevas usinas, lo que a su vez originará nuevos impactos ambientales y sociales.
Existe creciente evidencia de que los cambios en los precios pueden ser muy importantes, y se desencadenará competencia frente a usos alimentarios. Como ejemplo de esos análisis se pueden considerar las estimaciones del International Food Policy Research Institute (IFPRI), donde se generaron tres escenarios al año 2020: el primero apunta a un aumento en un promedio del 20% en el uso de biodiesel en el transporte bajo la tecnología actualmente disponible, en el segundo hay innovaciones tecnológicas con combustibles de segunda generación basados en celulosa (por lo tanto se reduce la competencia con cultivos alimentarios), y en el tercero hay una demanda agresiva pero con avances tecnológicos (tabla 5). Escenarios como este, y otros actualmente disponibles, coinciden en que tendrán lugar aumentos en los precios (las diferencias se observan en el porcentaje asignado a esos incrementos), y por lo tanto las evaluaciones de costo/beneficio en la agricultura serán muy diferentes, y la competencia con usos alimentarios estará presente en varios casos. Asimismo es importante advertir que estos escenarios están basados en análisis clásicos y no incorporan costos ambientales.
La expansión de los cultivos y el aumento del consumo de agrocombustibles dependen que se confirme la demanda desde los países industrializados. Muchos de los proyectos propuestos en la actualidad están vinculados directamente a promesas de compra, las que todavía se deben confirmar. Un buen ejemplo es la propuesta de nuevas usinas y un alcoducto en Brasil, pero que depende de lograr contratos firmes de compra desde Japón. Ese tipo de contratos tienen una demanda básica empujada por los planes de recambio en el uso de combustible a nivel nacional, pero también pueden acelerarse o enlentecerse de acuerdo al precio del petróleo.
Políticas y gestión ambiental
Si bien en casi todos los países se están aprobando nuevas normas sobre agrocombustibles, la incorporación de la dimensión ambiental es por ahora limitada. Es posible enumerar los siguientes aspectos destacados (basado especialmente en Ajila y Chiliquinga, 2007):
En algunos países se aplican evaluaciones ambientales a las plantas productoras. Por ejemplo, en Argentina se exige una Evaluación de Impacto Ambiental de las plantas productoras, y en Brasil se deben cumplir todos los pasos de las licencias y
evaluaciones ambientales. En Brasil además se exige que el organismo nacional regulador (ANP) debe hacer cumplir buenas prácticas de gestión ambiental en los agrocombustibles. En otros casos, el acento está en la evaluación ambiental del uso de los combustibles. En Colombia se contempla que el Ministerio del Ambiente puede establecer regulaciones y controles sobre el uso y emisiones de los biocombustibles y los requerimientos de saneamiento ambiental para cada región del país.
Pero el uso de evaluaciones ambientales sectoriales o estratégicas sobre los cultivos, o sobre todo el sector de agroenergéticos, es más limitado. Brasil está contemplando el asunto y exige licencias y permisos ambientales también para la fase agrícola de la cadena. En Paraguay, la normativa sobre agrocombustibles apunta a que los proyectos de inversión deben contar con licencia ambiental, pero el acento de la legislación está en los proyectos del Mecanismo de Desarrollo Limpio.
La incorporación de las agencias ambientales de cada país en el diseño y evaluación de la política energética es también limitado. En Argentina la autoridad ambiental participa en la Comisión Nacional Asesora para la Promoción de la Producción y Uso Sustentables de los Biocombustibles. En el caso peruano se establece la participación de representantes del Consejo nacional del Ambiente–CONAM- en la Comisión Técnica encargada de recomendar y proponer normas complementarias en la normativa.
Queda en claro que uno de los flancos débiles de estas normativas es la falta de evaluaciones ambientales integradas, tanto en el plano territorial (de manera de analizar los impactos de los cultivos), como en la dimensión sectorial (considerando los efectos en el sector energía).
Balance preliminar de sustentabilidad
La información disponible indica que la obtención de combustibles bajo la actual estrategia de monocultivos de amplia escala, como parte de cadenas agroindustriales, son insustentables desde el punto de vista ambiental y social, mientras que es dudosa su sustentabilidad económica. En efecto, tal como se resumió más arriba, este tipo de producción tiene fuertes impactos sobre áreas naturales, y sobre los recursos naturales. En el mismo sentido una reciente revisión sobre distintos estudios que evalúan los impactos ambientales y los efectos sobre la salud humana durante las fases de cultivo, cosecha y procesamiento de biomasa para producir etanol, concluye que el saldo neto es negativo (Curran, 2005). En el campo de las visiones optimistas, también se reconoce que “muchos efectos ambientales importantes de la producción de biocombustibles son pobremente conocidos” y se requieren nuevos estudios (Farell y colab., 2006). El Comité de Agricultura de FAO en su sesión de abril 2007, advierte sobre sus implicancias, tales como los efectos sobre la seguridad alimentaria a nivel del hogar, países y mundial, la posibilidad que los aumentos de precio terminen excluyendo a los sectores de bajos ingresos en el acceso al alimento, la falta de incorporación de las externalidades en los precios del mercado, etc. (CA FAO, 2007). Se podría argumentar que muchos de estos problemas no son propios de los agrocombustibles en sí mismos, sino que dependen de las prácticas agrícolas y el manejo del territorio. Sin embargo, en el actual estado de situación, la fase de cultivos es inseparable del resto de la cadena, y por otro lado, la propia cadena de elaboración de combustibles necesita de enormes volúmenes de materia prima que necesariamente se obtienen desde monocultivos de amplia escala.
En algunas regiones predominan los riesgos y presiones sobre áreas silvestres (especialmente en el trópico de América del Sur), mientras que en otros casos, los problemas se deben a reconversiones en tierras que ya se encuentran bajo explotación agrícola o ganadera (especialmente en América Central, Caribe, y en zonas del Cono Sur). Las presiones más destacadas sobre áreas naturales se observan en los ecosistemas del centro y trópico de Brasil, el oriente de Bolivia y Paraguay, el norte y oeste de Argentina, zonas amazónicas de Perú, la selva sobre la costa del Pacífico en Ecuador, y los valles interandinos y región caribeña de Colombia. Los problemas por reconversión de tierras agropecuarias que ahora pasan a orientarse a los agrocombustibles se observa en varios países centroamericanos y caribeños (especialmente Guatemala y Honduras), y en zonas del Cono Sur (Chile, centro de Argentina, oeste de Uruguay, y sur de Brasil). Un gran número de ecoregiones está potencialmente afectada por los agrocombustibles (un resumen se presenta en la fig. 5).
Es así que se generan tensiones sobre otros usos del territorio, y en especial sobre zonas de protección ambiental o sobre las áreas que se dedican a la producción de alimentos. Estas evidencias indican que el eventual crecimiento de los agrocombustibles puede tener profundos impactos en los usos del territorio en América Latina.
Las tensiones entre cultivos alimentarios y cultivos de exportación ya existen, y los agrocombustibles profundizarán esos problemas. En cinco países se observa la paradoja de presentar altos niveles de subnutrición mientras son importantes exportadores agroalimentarios. Bolivia, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Paraguay poseen más del 10% de su población subnutrida, y en sus exportaciones más del 25% son agroalimentarias. Esas condiciones hacen altamente desaconsejable adentrarse en una estrategia de agrocombustibles de exportación. En los demás países con altos niveles de subnutrición, pero con menores proporciones de exportaciones agroalimentarias, igualmente las prioridades están en resolver las demandas de alimentación (estos son los casos de Colombia, El Salvador, Haití, Jamaica, Perú, Panamá, Rep. Dominicana y Venezuela; tabla 4).
Desde el punto de vista de la sustentabilidad económica y social, las mayores presiones se registran sobre productores rurales y agricultores en predios de pequeño y mediano tamaño, campesinos e indígenas que practican agricultura. Estos enfrentan riesgos de venta o arrendamiento de tierras a empresas dedicadas a la agroindustria de los combustibles. En estos casos se repiten los problemas endémicos en muchos países de pérdida de empleo rural, estancamiento en los indicadores de pobreza rural, desplazamiento hacia las ciudades, pérdida de la propiedad de la tierra, etc. Es muy posible que se desencadenen conflictos sociales en algunos sitios. Varias organizaciones de productores rurales y campesinos están comenzando a cuestionar los agrocombustibles 26.
Además, en la dimensión económica, una vez más no se incorporan adecuadamente los costos de todos los impactos ambientales. Este aspecto es crítico, ya que aún aceptando como válidos los balances energéticos que son favorables, es evidente que la cuantificación de los costos ambientales pone en serias dudas los argumentos de las ventajas económicas de los combustibles de base agrícola. También es necesario advertir y recordar que más allá de las posibles ganancias en energía, de todas maneras esta producción sigue dependiendo de combustibles fósiles para buena parte de sus tareas. El balance energético en varios de estos cultivos es muy incierto, persiste el debate en el campo académico, y serán necesarios nuevos estudios.
Otros estudios minimizan los impactos de la fase de cultivo, en parte asumiendo que muchas de ellos ya se producen en la región desde hace mucho tiempo. Hay un cierto fatalismo basado en que esos impactos son inevitables. La simplificación es de tal envergadura que Rothkopf (2007), en el reporte del BID, presenta como alternativa positiva plantar palma aceitera en la Amazonia ya que se genera un empleo por cada diez hectáreas cultivadas, olvidando tanto el costo ambiental de esa reconversión como que el empleo generado es casi igual al de la caña de azúcar. Estos y otros problemas similares expresan las enormes dificultades para generar análisis multidisciplinarios, donde se integre de manera adecuada la dimensión ambiental.
El énfasis otorgado a los agrocombustibles como nuevo producto de exportación termina reforzando estrategias productivas basadas en la venta de recursos primarios. No nos encontramos con una rama industrial que genere mucho empleo. Por lo tanto, la comercialización de estos combustibles no arroja ninguna novedad para las estrategias de desarrollo actual, sino que son un nuevo ejemplo de un intercambio ecológicamente desigual. Esta estrategia no resuelve los problemas crónicos de la pobreza rural o la desigualdad en la estructura productiva agropecuaria. Por el contrario, son las restricciones o debilidades de las estrategias agropecuarias latinoamericanas las que hacen posible que los agrocombustibles se conviertan en una opción exportadora viable. Si se contara con comunidades rurales fortalecidas y diversificadas, buenos mercados internos para los alimentos, mayor equidad en los beneficios y otra actitud estatal, este tipo de agrocombustibles podría estar orientado al uso interno, pero difícilmente se lo promovería con tanto ahínco como producto de exportación.
Asimismo, los impactos ambientales y sociales en la producción de esos combustibles quedan en las naciones latinoamericanas, no son incorporados en el precio, y en buena medida son promovidos para atender la demanda de los países industrializados. Esa corriente comercial reviste otra paradoja ya que los países del norte en parte la defienden invocando sus preocupaciones frente al cambio climático, y vuelven a involucrar al sur para intentar resolver sus responsabilidades de mitigación de emisiones de gases. Sin embargo, en la región latinoamericana la mayor proporción de emisiones de CO2 no proviene del sector energía sino del sector agropecuario, situación que seguramente se verá agravada por el aumento de los cultivos. Esto significa que las medidas adoptadas en el norte para reducir sus emisiones, utilizando agrocombustibles, terminan aumentando las emisiones de gases de efecto invernadero en el sur, en este caso en América Latina, como efecto del aumento de la actividad agrícola. Por otra parte las preocupaciones latinoamericanas en realidad deberían apuntar a la adaptabilidad frente al cambio climático, ya que es su desafío más importante (Honty, 2007).
Figura 5. Cultivos para combustibles en América del Sur.
Principales áreas de cultivos destinados a combustibles (áreas cubiertas por los cultivos
actualmente utilizables y áreas potencialmente utilizables). Las flechas indican los principales
frentes de avance de los cultivos. Elaboración provisoria por los autores en base a la situación
presentada en el diagnóstico regional.
Desde la perspectiva del desarrollo sustentable, las alternativas de combustibles basados en cultivos tampoco ataca la base de los problemas energéticos. Simplemente se generan nuevos sucedáneos para seguir alimentando, en especial, a los mismos automóviles individuales. De hecho la expansión de los agrocombustibles está siendo también alentada por las grandes compañías automovilísticas que encuentra un nuevo mercado para renovar las flotas de vehículos con nuevos motores adaptados a los nuevos carburantes.
Pero además, si se comparan los volúmenes necesarios para el transporte contra el exigido para la alimentación, se hace todavía más evidente la debilidad de la propuesta actual de los agrocombustibles. En efecto, para “alimentar” un automóvil durante un año se requieren unos 1400 litros de etanol, que exigen 3,5 ton de maíz, lo que es siete veces mayor a los requerimientos alimentarios de una persona durante un año (Connor y Míguez,2006) 27. Por lo tanto, dedicar la tierra a generar combustibles es muy ineficiente bajo las tecnologías actuales, y sigue siendo más útil (y urgente) aprovecharla para obtener alimentos para los seres humanos. La promoción de los agrocombustibles solo aparece viable en un contexto económico, como un negocio exportador, y bajo un petróleo caro.
Podría discutirse una estrategia orientada a producir agrocombustibles para consumo interno en países que no poseen hidrocarburos, y que se encuentran enfrentando dificultades en acceder energéticos, que no tengan altos niveles de subnutrición, y cuenten con alta proporción de tierras agropecuarias. Este es el caso de Uruguay. En el caso de Chile, que enfrenta restricciones energéticas y tiene buenos indicadores alimentarios, tiene el problema de restricciones en la disponibilidad de tierras agropecuarias.
Pero a pesar de estas posibilidades, hasta ahora el uso y la promoción de los agrocombustibles no aparece claramente articulada con agendas nacionales o regionales para el uso racional de la energía y reducción de la dependencia de los hidrocarburos. Una verdadera atención a la sustentabilidad energética indefectiblemente exige reducir el consumo de energía, y en especial en usos suntuarios o banales, mejorar la eficiencia, y orientarlo a funciones productivas que generen mayor empleo y más alta rentabilidad.
REFERENCIAS
25 Declaraciones del secretario ejecutivo de OLADE; véase www.olade.org.
26 Un ejemplo concreto ilustra la situación: en Perú, en la revista de las organizaciones agropecuarias se alerta sobre nuevos proyectos de agrocombustibles en Piura por sus efectos en el manejo del agua y el desplazamiento de productores; Revista Agraria, Lima, febrero 2007).
27 Este calculo asume que el automóvil recorrerá 20 mil km en un año, consumiendo unos 7 lt/100 km, y que para un litro de bioetanol se requiere 2,48 kg de granos. Los requerimientos alimentarios de una persona se estiman en 0,5 ton granos (Connor y Migues, 2006).
Por: Gerardo Honty
Eduardo Gudynas
Los autores son investigadoresen el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES).
Honty se especializa en temas de energía y cambio climático;
Gudynas aborda la temática de la sustentabilidad y el desarrollo rural.
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