El mito del cambio climático
- Creado por admin
- El 7 septiembre, 2006
- 0
La novela medioambiental de Michael Crichton Estado de miedo tiene muchos pasajes agradables, como el destino deliciosamente apropiado que inventa para un eco-poseur de Hollywood a lo Martin Sheen. Pero, en un determinado momento, el protagonista expone un punto de vista sosegadamente sensato: después de diez años, todo grupo activista de presión debería cerrar el chiringuito.
Para entonces, sin que importe el impacto que hayan tenido sobre cualquier causa que defiendan acaloradamente, habrán invertido sobre todo en la perpetuación de su propia indispensabilidad.
Eso es lo que le sucedió al movimiento ecologista. Denunciando la reunión de la Asociación Asia-Pacífico que comienza hoy [1] en Sidney, los ecotistas parecen fósiles que se están quedando sin combustible. “Está claro que los beneficios a corto plazo de las compañías de combustibles fósiles cuentan más en Canberra que la salud y el bienestar a largo plazo de los australianos corrientes”, dice Clive Hamilton, del Australia Institute, despreciando el hecho de que “la salud y el bienestar a largo plazo” de que disfrutan los australianos corrientes no deja de tener cierta conexión con los combustibles fósiles.
“Confiar únicamente en la tecnología para ocuparse de las emisiones de efecto invernadero es como intentar vaciar una bañera con el grifo abierto: simplemente, no puedes”, dice el portavoz laborista para cuestiones ambientales, Anthony Albanese. ¿Así que la política laborista es cerrar el grifo?
Incluso si no se desquiciara el “consenso” medioambiental global, valdría la pena celebrar el encuentro de la Asociación Asia-Pacífico. En política medioambiental, los intereses a corto plazo del eco-establishment cuentan más que la salud y el bienestar a largo plazo de los australianos comunes, los neozelandeses o, incluso, los indios y los nigerianos. Cuentan más que la reputación a largo plazo de las instituciones científicas.
De ahí el famoso gráfico del “palo de hockey”, que pretendía que el clima de los últimos mil años es como un bungalow continuo y plano de un milenio de largo, con un rascacielos adosado para el siglo XX. Este gráfico era casi ridículamente fraudulento, ya que utilizaba una fórmula que generaría una forma de palo de hockey independientemente de los datos que se incluyeran, incluso si fueran datos totalmente aleatorios generados por ordenador. Pero el poder del eco-lobby es tal que este fraude se convirtió en la piedra angular de los informes de la ONU sobre el calentamiento global. Si está sucediendo, ¿por qué es necesario mentir?
Bien, el problema para los que rinden culto al Protocolo de Kioto es que la proximidad del fin del mundo nunca es lo bastante próxima como te gustaría. Hace treinta años, Lowell Ponte publicó un gran superventas titulado El enfriamiento: ¿ha comenzado ya la nueva Edad de Hielo? ¿Podemos sobrevivir? Respuestas: No, no ha comenzado. Sí, podemos.
Así que, cuando esa nueva Edad de Hielo predicha en los años 70 no sobrevino, la eco-horda pasó al calentamiento global, en los 80, y después, más recientemente, a considerar cada fenómeno meteorológico concebible como prueba del calentamiento global: la falta de calor global es evidencia del calentamiento global; pero las heladas, el hielo, la nieve, los glaciares, todo eso son también muestras del calentamiento global. Si vives en Inglaterra, donde hay 12 ºC y está medio nublado durante todo el verano y hay 11,5 ºC y está nublado durante todo el invierno, ese dramático cambio del clima es también una prueba del calentamiento global.
Cambio climático: he aquí la nueva consigna de estos días. Tenemos que detenerlo, o invertirlo, antes de que destruya el planeta. Y si no lo destruye, en torno a 2011 los kiotócratas citarán la ausencia de cambio climático como prueba del cambio climático. Son, literalmente, una iglesia, y bajo el Libro Sagrado de Kioto sus obispos exigen que las grandes naciones industriales les entreguen el diezmo. O sea, que nunca van a seguir el consejo de Crichton.
Así las cosas, la mejor alternativa es la Asociación Asia-Pacífico, la “coalición de los emisores”: Australia, Estados Unidos, India, China, Japón y Corea del Sur. Estas naciones son responsables de alrededor de la mitad de las emisiones de gases invernadero, y antes de 2050 representarán casi el 75% del PIB global. En otras palabras, estos son los jugadores que cuentan. Y, al contrario que los kiotófilos, su estrategia no es una forma de autoflagelación cultural. América y Australia pondrán la tecnología occidental a disposición de los países en desarrollo para acelerar su desarrollo, para que no tengan que pasarse siglo y medio con chimeneas eructando furiosamente sobre ciudades mugrientas, como tuvieron que hacer las primeras naciones industrializadas.
Mi único problema con esto es que, en un Gobierno como el australiano, notable por su obvio, saludable desdén hacia la devoción por lo transnacional, el ministro de Medio Ambiente parece haberse pasado demasiado tiempo esnifando el viejo CO2 en las fiestas del eco-lobby. Como informaba Matt Price en estas mismas páginas el año pasado:
“Emergiendo de una hilera de arbustos del bosque de Tarkine, al noroeste de Tasmania, el ministro de Medioambiente, Ian Campbell, declaraba a The Australian que el debate sobre las causas y el impacto del calentamiento global, en la práctica, había terminado: ‘Creo que el Gobierno australiano debe contar al público las cosas como son'”.
Vaya por dios, con “contar las cosas como son” se refiere a contarlas como se lleva haciendo desde hace 30 años: “Australia y otras naciones industrializadas necesitan emprender acciones urgentes para evitar el desastre ecológico”.
¿De veras? Ya sabe, no me gusta quejarme, pero tal vez ese bosque de Tarkine sea parte del problema. He aquí un titular del National Post de Canadá, el pasado viernes: “Los bosques pueden contribuir al calentamiento global: estudio”. El estudio era de la Universidad de Stanford. Desarrollaron un modelo que cubrió de bosque la mayor parte del Hemisferio Norte y descubrieron que la temperatura global se incrementaba tres grados, varias veces más de lo que lo se supone lo hacen las emisiones de CO2.
En lo relacionado con el calor, un bosque es como una mujer con un burka negro en mitad del desierto iraquí. En mi estado de New Hampshire tenemos muchos más bosques de los que teníamos hace un siglo o dos. ¿Podría estar causando la repoblación forestal más calentamiento global que mi Chevrolet finiquitador de recursos de 700m-por-litro? Está claro que necesito varios millones de dólares para investigar más.
Dije arriba que cualquier día de estos los kiotófilos esgrimirán la ausencia de cambio climático como prueba del cambio climático. Pero, esencialmente, eso es lo que llevan haciendo desde hace años. Por ejemplo, la Universidad Rutgers difundía, justo antes de Navidad, una nota de prensa titulada ‘El calentamiento global duplica el ritmo de crecimiento del nivel del mar’. ¡Guau, vende ya esa propiedad en primera línea de playa! Si las cosas continúan así, los excitables “jóvenes” de Sydney [2] tendrán que perpetrar sus desmanes en traje de buzo.
Pero espera, ¿a qué se refieren exactamente con “duplica” y “ritmo”? Kenneth Miller afirma haber demostrado que, desde hace 5.000 años hasta hace unos 200, el crecimiento del nivel del mar era de cerca de 1mm al año. Pero desde 1850 lleva creciendo 2mm al año. Es decir, se duplicó en algún momento en el siglo XIX y se ha quedado ahí desde entonces, impertérrito, al parecer, ante la industrialización de Europa, China, la India y gran parte del resto de Asia, así como ante la invención del automóvil, el desodorante de aerosol y el jet privado que utilizó Barbra Streisand cuando voló a Washington para discutir sobre el calentamiento global con el presidente Clinton. Pero a nadie se le ocurrió encabezar la noticia con “El ritmo de subida del nivel del mar, sin cambios durante siglo y medio”.
Si se mantiene el ritmo actual, las Maldivas quedarán sumergidas hacia el año 2500. Por supuesto, para entonces, si continúa el actual nivel de declive demográfico, la mayor parte de Rusia y Europa estará vacía, y podríamos reasentar a los 350.000 maldivenses en la Riviera.
O podríamos lisiar ya la economía global.
Un día, el mundo se maravillará ante la histeria medioambiental de nuestro tiempo y ante la corrupción, profundamente perjudicial, de la ciencia, provocadora de un culto alarmista. Lo mejor que podría hacer la reunión de esta semana es inculcar cierta modestia, por lo menos en el senador Ian Campbell, ante un asunto que es casi completamente especulativo. No sabemos cómo o por qué cambia el clima. Lo que sí sabemos es que lo ha hecho drásticamente a lo largo de la historia del planeta (cambios como la supuesta “pequeña Edad de Hielo”, que dio inicio en el 600, cuando yo todavía conducía un Ford Oxcart) y que, en comparación, la era industrial ha sido una época de estabilidad relativa. Pero, por supuesto, como con ese “palo de hockey”, depende de cómo dibujes la curva.
Una pregunta: ¿por qué los defensores del calentamiento global comienzan sus aterradoras estadísticas con “desde 1970”? Pues porque “desde 1970” ha habido un calentamiento global de la superficie de medio grado o así. Pero de 1940 a 1970 las temperaturas cayeron. Bien, ¿a qué se debería eso? ¿Quién sabe? Tal vez fue Hitler. Quizá las guerras mundiales sean buenas para el planeta.
O quizá debamos todos aspirar una profunda bocanada de CO2 y calmarnos.
Por: Mark Steyn
Fuente: Revista libertad digital
España – 2006
0 comentarios on El mito del cambio climático