Superstición ecologista contra lo transgénico
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- El 24 septiembre, 2007
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Todos sabemos lo que son los genes; y al hablar de “cultivo”, estamos aludiendo a cualquier organismo viviente que nos interese reproducir y “criar” para nuestros propios fines. Lo anterior se puede hacer gracias a la Ingeniería Genética, ciencia de desarrollo reciente que ha requerido inmensos y millonarios esfuerzos de inversión e investigación (sólo hay que tratar de imaginarse lo que significa descifrar y “mapear” los genomas de las especies, identificar los genes y determinar sus funciones propias, y de entre ellas encontrar aquel que trasmite la característica que deseamos, ….etc. En resumen, una hazaña científica COLOSAL, que todavía está en pañales y cuyas proyecciones para el desarrollo son simplemente inabarcables.
Hasta el momento entonces, no hay nada diabólico, nada que justifique la histeria ecologista. Todo lo contrario, es un campo fascinante para la investigación y el desarrollo, y no hay que ser muy demasiado inteligente para darse cuenta de que es un tren al que nos debemos subir ahora, mientras estamos aún a tiempo; no hacerlo significará algo así como sacar patente de imbéciles, o como poner la palabra “subdesarrollado” en nuestras tarjetas de visita.
La superchería ecologista ha creado una leyenda negra en torno a lo transgénico, queriendo hacernos creer que la empresas que apostaron a esta tecnología están dirigidas por discípulos del Dr. Frankenstein, y que van a tener tiempo y dinero para andar creando monstruos, como si no hubiera nada más interesante que hacer; la verdad es que la revolución de lo transgénico ya está en marcha y es imparable, y como ha sido siempre el progreso humano, no tiene vuelta atrás. Lógicamente que con el nacimiento de esta nueva tecnología se abre también un enorme espacio para acciones definitivamente inmorales, y por eso es urgente el desarrollo de una también nueva “bioética” que prevenga las perversiones que podrían sobrevenir, pero ello no significará, en ningún caso, detener el reloj de la Historia.
Hasta el momento, los cultivos transgénicos se están aplicando en la industria farmacéutica y en agricultura industrial, como el maíz para etanol o la soya para biodiesel y otros usos, sin el menor peligro para el ser humano, sin que se haya registrado ni un solo caso de enfermedad ni mucho menos muerte atribuibles a su consumo. El maíz se usa para obtener el almidón, del que se puede obtener glucosa, de la que se consigue la fructosa. Si el maíz ha sido genéticamente modificado, lo será para que produzca más almidón, o para que sea resistente a alguna enfermedad, y esas características estarán en el ADN de la planta, y no en el almidón, que es lo que se consume (que por lo demás, lleva un proceso de elaboración). La soya se utiliza para aceite, el cual, si se ha de consumir, es hidrogenado, interesterificado, fraccionado, etc. No se sabe que la predisposición genética de un organismo pase a otro por vía alimentaria. Por ejemplo, si las arañas comen moscas, no llegarán a aficionarse a la caca como aquéllas, del mismo modo de que un vegetariano puede pasar toda su vida comiendo lechugas, pero nunca podrá sintetizar su propia clorofila simplemente poniéndose al sol.
Hay mucha mentira y mucha ignorancia en la propaganda ecologista. Por ejemplo, ¿a quién se le ocurre que pueda ser funcional un gen de un pez en un cultivar de tomate? Esta afirmación tendrá que ser debidamente respaldada; si no, es simple cuchufleta. De lo que hay certeza es de que en USA se logró un tomate transgénico que no se amustia, o sea, que puede cosecharse maduro, y no verde o “pintón”, como es lo normal. Ninguna duda cabe de que el nuevo tomate es substancialmente mejor que el tradicional. Y esto se logró no agregando un gen de mono ni de perro, ni de jurel, sino “sacando” o suprimiendo un proceso natural de descomposición del tomate que dependía un gen que fue neutralizado, reemplazándolo por uno “inactivo”.
También se ha logrado eliminar la toxina natural de las semillas del algodón (gossypol), con lo que se podrá disponer de 44 millones de toneladas anuales de grano rico en proteínas de alta calidad. La toxina se mantiene en el follaje y tallos, ya que es la defensa natural de la planta contra los insectos.
La implantación de genes extraños en un cultivo siempre se hace con cierta lógica, tanto práctica (por ejemplo: ¿qué característica deseo para mi cultivo que no podría obtener naturalmente?), como biológica (¿podrá este gen tener el efecto deseado en este cultivo?); para esto hay que tener en cuenta que la afinidad genética está en relación directa con la afinidad filogénica (o sea, en realidad son lo mismo), y lo lógico es implantar genes de plantas en plantas o genes de mamíferos en mamíferos, etc. y mientras más afines las especies mayor probabilidad de éxito.
Cuando se ha probado la implantación de genes humanos en otros organismos ha sido con fines médicos; por ejemplo, la leche de vaca es muy buena para los terneros, pero para los niños es mejor la leche humana. El problema es que la leche de vaca la podemos producir industrialmente en establos y lecherías a partir de una materia prima abundante llamada “pasto”; la leche humana, ¡ni pensarlo! Entonces, parece lógico tratar de que las vacas produzcan una leche lo más semejante posible a la humana, lo que significa que debe contener algunas proteínas que no tiene o tiene en muy pequeña cantidad, por ejemplo, la lactoferrina. Y eso es factible de conseguirse implantando el gen “humano” que induce la síntesis de la proteína.
El proyecto ya se hizo (en Holanda), tuvo éxito y fue saboteado por Greenpeace, con el estúpido argumento de que la implantación del gen atentaba contra los derechos de la especie (la vaca); y más estúpida aún, la actitud de las autoridades que acogieron la demanda.Otro caso fue la obtención de una oveja transgénica que produce una leche muy similar a la leche humana, pero con un contenido muy mínimo de fenilalaninas. Es decir, la solución perfecta para la fenilcetonuria, que martiriza o mata a millones de niños. Suponemos que Greenpeace hará otra de sus acostumbradas “cruzadas” contra este nuevo descubrimiento.
Hay que decir las cosas como son: la industria mundial de semillas hace muchas décadas que está produciendo los híbridos que pierden sus características a la siguiente generación. Esto es una buena forma de proteger el inmenso esfuerzo económico y tecnológico invertido en obtener las nuevas variedades que permiten rendimientos nunca vistos, así como diversas adaptaciones y resistencias. Esto es patente en el maíz, donde la tecnología genética galopa rompiendo cada año los records del anterior, pero no lo es en otros cultivos como el trigo, donde la tecnología sólo va al trote, justamente porque las nuevas variedades pueden resembrarse, por lo que se venden apenas una vez. Esto hace que sea menos atractiva la investigación.
Esto no es trágico ni tenebroso; es sólo progreso, y nadie se ha arruinado por ello. Al revés, la agricultura moderna es una industria pujante y dinámica, y cada vez más tecnificada.
Realmente se hace difícil entender esa idealización de “las formas de cultivo ancestrales y tradicionales”, que en general no son más que muestras de subdesarrollo, y que sólo se ven bien en postales de kiosko, esas que dicen “Recuerdo de…” y muestran una linda carreta de bueyes acarreando diez sacos de trigo por un bucólico camino rural, o bien una colorida trilla a yeguas, con ramada y cantoras de las que hoy sólo se hacen “a pedido” y con el específico fin de agasajar a alguna autoridad, o de presentar el espectáculo para alguien que lo pague.
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El ecologismo, ideología burda y confusa, se demuestra también oscurantista y retrógrada. Pero lo cierto, lo efectivo y real es que la ingeniería genética ya está en el mundo, se está desarrollando y no la para nadie. En ese contexto, mejor antes que después es necesario que el tema se empiece a discutir, no sólo en el Congreso, sino en todos los estamentos interesados.
Un buen comienzo sería que los críticos nos informaran detalladamente de lo que consideran “peligroso” en los cultivos transgénicos y las razones científicas de su postura. Porque para estar tan en contra de una nueva tecnología, primero hay que haberse convencido de que ella, por alguna razón, es “mala” y hasta perversa.
Ing. Forestal
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