Veneno en los oídos
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- El 5 julio, 2004
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El ruido que provocaba la tracción animal preocupó a Juan José de Vértiz, virrey del Río de la Plata de 1778 a 1783. Por esa época, una de las ciudades más ruidosas del Virreinato era la ciudad de Rosario. Las quejas de los vecinos insomnes obligaron a los carreteros a enfundar con cintas de cuero las ruedas de sus carruajes para suavizar el traqueteo infernal que provocaban cada vez que transitaban por el empedrado Camino Real.
El crecimiento de las ciudades y el desarrollo de la ciencia y la tecnología traen consigo una mejora en lcondiciones de vida en muchos aspectos, pero también implican inconvenientes diarios y riesgos para la salud. Hoy por hoy, las cosas se han complicado y la Ciudad Autonoma de Buenos Aires se encuentra entre las ciudades más ruidosas del mundo, detrás de Tokio, Nueva York y Paris.
Se han escrito ríos de tinta acerca de la contaminación ambiental, dentro de este gran apartado se encuentra la contaminación acústica, el ruido, que puede definirse coloquialmente como el sonido no deseado. Debemos entender que el sonido es una sensación producida por el movimiento vibratorio de los cuerpos que se transmite por un medio elástico, como el aire. Una de las maneras de medirlo es el decibel (dB). Pasar más de ocho horas diarias expuestos a un ruido que supero los 80 dB ya implica un riesgo auditivo. A partir de los 100 dB, el oído entra en situación de peligro sin importar su duración, y el umbral del dolor comienza en los 120 dB.
Los ruidos no son sólo una cuestión de molestia o incomodidad. Su presencia implica graves daños en la salud de los seres humanos. Una de las consecuencias más inmediatas es la muerte de las delicadas células que dan origen al oído interno y que convierten las ondas sonoras en impulsos nerviosos. Resultado: sordera permanente.
Normalmente escuchamos música o conversaciones sin pensar en los complicados mecanismos involucrados en este proceso. Sólo comenzamos a preocuparnos e interesarnos por su funcionamiento cuando somos víctimas de un posible problema auditivo: no oímos el timbre de la puerta o del teléfono; frente al televisor comprendemos perfectamente las noticias del noticiero, pero no el doblaje de actores en las películas; no captamos con toda claridad las palabras pronunciadas por un niño o una voz femenina, y nuestros parientes y amigos se quejan porque hablamos alto. Todas estas situaciones tienen un denominador común: se oye, pero no se entiende bien. Es el comienzo de la sordera.
Los problemas de la audición son más comunes de lo que habitualmente se piensa. Se estima que una de cada cinco personas en el mundo no oye de manera adecuada, situación que en la mayoría de los casos causa profundos inconvenientes a los afectados. Al superar los niveles que perjudican el sistema auditivo comienza a aparecer la fatiga auditiva o el trauma acústico. Esto trae como consecuencia aparejado la falta de equilibirio, irritabilidad, nerviosismo, alteraciones del ritmo cardíaco y falta de concentración. Una de las principales consecuencias de la contaminación acústica en las ciudades es el desorden del sueño. La alteración crónica del sueño puede provocar que las personas sufran más accidentes de tráfico, debido a la desatención, así como que estén más predispuestas a sufrir trastornos psiquiátricos.
El ruido altera a las personas de diferentes maneras, desde el momento que a una misma persona, el mismo ruido puede molestarle en una ocasión y en otra no, o una misma fuente de ruido puede molestas más a unas personas que a otras, el ruido pasa a ser algo muy subjetivo. Sin embargo, el poblador urbano está acostumbrado a un nivel sonoro que enloquecería a un chacarero.
La causa principal de la polución sonora en las grandes ciudades es el tránsito. Contra la creencia general, los mayores responsables no son los tan denostados “escapes libres”, sino los motores Diesel. Cuatro ómnibus o camiones hacen más barullo que cien automóviles. Una persona esperando un colectivo debe soportar un promedio de 80 dB y picos superiores a los 100 dB. Entando en 130 dB el umbral del dolor es sobrepasado, el cuál puede provocar trastornos auditivos muy graves.
Los barrios Palermo Viejo, Recoleta, Almagro y Retiro de la Ciudad Autonoma de Buenos Aires tienen el dudoso galardón de ser los barrios porteños con el mayor barullo. La contracara la muestran los barrios de Villa Devoto, Versalles y Villa Pueyrredon.
El estrés, la dolorosa impotencia para concentrarse y la notoria pérdida de energías indican una impactante verdad: la contaminación sonora enferma tanto al espíritu como al cuerpo.
Grados de Sordera
En el límite de la normalidad:
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Cuando esta hablando con otras personas, ya sea en privado o en un lugar público, le resulta difícil seguir la conversación.
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Tiene problemas para entender a la gente si no está mirándola a la cara o a los labios.
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Necesita situarse cerca del interlocutor.
Sordera leve:
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Necesita situarse cerca del interlocutor, mirarlo a la cara y, especialmente, a los labios, para adivinar lo que dice.
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Pide a la gente que suba la voz.
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Tiene dificultades para mantener una conversación por teléfono.
Sordera moderada:
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Tiene problemas para expresarse y hablar fluidamente.
Sordera severa:
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Cuando habla con otras personas, el ruido de fondo le impide oír lo que dice y/o cuando está en un lugar concurrido le resulta imposible seguir una conversación.
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Le es imposible mantener una conversación por teléfono.
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Tiene dificultades para seguir una conversación cara a cara.
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La gente tiene que hablarle muy alto y, a pesar de ello, sólo entiende parte de lo que dice.
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Se acerca al interlocutor, pero sólo oye parte de la conversación.
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Necesita mirar al interlocutor para entender parte de lo que dice.
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Tiene problemas para expresarse.
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Tiene problemas para identificar sonidos fuertes y habituales, como los timbres de la puerta y el teléfono, una sirena, el camión de la basura…
Sordera profunda:
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Las personas en esta situación presentan las mismas dificultades auditivas que en el caso anterior, pero agravadas. Por ejemplo, son incapaces de seguir una conversación cara a cara y necesitan mirar constantemente al interlocutor para entender todo lo que dice.
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