Un nuevo reto para la humanidad
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- El 26 febrero, 2020
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Hace pocos días, el coronavirus fue declarado por la Organización Mundial de la salud (OMS) “enemigo público número uno del mundo”. Desde la peste negra, en el siglo XIV, que acabó con 25 millones de personas, casi la mitad de Europa en ese momento, hasta las epidemias más recientes, como el VIH, el síndrome de la vaca loca, la gripe aviar, la influenza A (H1N1) y el SARS, todas han hecho que pongamos al planeta en alerta en el momento de su aparición repentina.
Lamentablemente, es difícil anticipar este tipo de problemas, pero parecería que otros que sí podríamos prever no están en la agenda, como las enfermedades causadas por bacterias resistentes a los antibióticos. De hecho, ministros de Salud de América Latina se reunieron para tratar el tema de la expansión del dengue, del sarampión y la probable llegada del coronavirus. La OMS, en un impactante estudio, advirtió que para el año 2050 en el mundo habrá más muertes relacionadas con superbacterias resistentes que por cáncer. De hecho, la OMS estima que para ese no tan lejano 2050 la resistencia a antibióticos será la principal causa de muerte en el planeta.
Si no hacemos nada al respecto, 10 millones de personas morirán cada año por infecciones causadas por microbios resistentes. Actualmente mueren 700.000 al año por esta razón, lo que coloca a este flagelo contra la humanidad a una mortalidad cientos de veces mayor que la exhibida por el coronavirus hasta ahora.
Cuando usamos antibióticos, sus residuos, así como las bacterias que se han vuelto resistentes a ellos, terminan en el inodoro y, en consecuencia, en las aguas residuales. ¿Podrían las actuales plantas de tratamiento de efluentes (remanente líquido de los procesos) servir como incubadoras de bacterias resistentes a los antibióticos? Después de todo, los residuos de antibióticos y diferentes bacterias se mezclan en el agua sometida a purificación, y esa interacción podría aumentar el número de bacterias resistentes.
Según estudios realizados en diferentes países de Europa, la mayoría de los efluentes contenían baterías resistentes a los antibióticos. Por lo general, una planta de tratamiento de efluentes avanzada, que incluye filtración por membrana, ozonización, irradiación ultravioleta o cloración, es eficiente para esta problemática.
En contrapartida, una planta más antigua o un proceso de purificación deficiente pueden terminar aumentando la resistencia a los antibióticos en el medio ambiente. Debido a la falta de inversión en América Latina en este tema, ya sabemos cuál es nuestro escenario.
Entonces, no solo debemos enfocarnos en reducir el uso de antibióticos en animales y la venta de comprimidos innecesarios para humanos, sino también en comenzar a tomar nuestros efluentes como un pasivo ambiental del que deberíamos hacernos cargo. Por lo general, los descartamos en los mismos ríos que nos abastecen de agua potable, como en el caso del Río de la Plata.
Desde la Asociación Latinoamericana de Desalación y Reúso de Agua (Aladyr), junto con otras entidades, presentaremos este año un estudio en la Argentina sobre estas y otras sustancias contaminantes en el agua de consumo humano.
Por: Alejandro Sturniolo
La Nación
26 de febrero de 2020
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