Morir trabajando
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- El 26 abril, 2004
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Ocultado por los grandes medios, pasó desapercibido un documento decisivo: el informe publicado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) que denuncia que cada año en el mundo 270 millones de asalariados son víctimas de accidentes de trabajo, y 160 millones contraen enfermedades profesionales. El estudio revela que la cantidad de trabajadores muertos ejerciendo su oficio supera los dos millones por año… De manera que el trabajo mata a 5.000 personas por día. “Y estas cifras, señala el informe, están por debajo de la realidad”.
Según la Caja nacional de seguro médico (CNAM) cada año en Francia el trabajo mata a 780 asalariados (más de dos por día). También en este caso “las cifras están subestimadas”. Y hay alrededor de 1.350 millones de accidentes de trabajo, lo que corresponde a 3.700 víctimas diarias, es decir, por jornada de ocho horas, a razón de 8 heridos por minuto…
Los defensores del pueblo llamaban antes “el impuesto de sangre” a este sufrimiento silencioso, a este canon destinado al crecimiento y la competitividad. A la hora de ocuparse de las jubilaciones, conviene recordar este tributo. Y pensar en los cientos de miles de asalariados que llegan al final de su vida desgastados, extenuados, arruinados. Sin poder disfrutar su tercera edad. Porque si la esperanza de vida aumentó, se traduce también debido a las secuelas de la actividad profesional en un estallido de enfermedades del jubilado: cánceres, afecciones cardiovasculares, depresiones, ataques cerebrales, artrosis, deficiencias sensoriales, demencias seniles, Alzheimer, etcétera.
Esto vuelve especialmente repugnante el ataque contra el sistema de jubilaciones. Un ataque coordinado, impulsado por los motores de la mundialización liberal -el G8, el Banco mundial, la OCDE- que desde los años 1970 lideran una ofensiva contra la Seguridad Social y el Estado providencia, continuado por la Unión Europea cuyos jefes de Estado y gobierno, de derecha e izquierda, decidieron en ocasión de la cumbre en Barcelona en marzo de 2002 postergar cinco años la edad de jubilación. Lo cual implica una grave regresión social y el abandono del proyecto de construir sociedades más equilibradas e igualitarias.
En momentos en que las clases medias están empobrecidas y reducidas, la riqueza sigue concentrándose en la cúspide: hace 30 años un patrón recibía cuarenta veces el salario promedio de un trabajador, hoy gana mil veces más… Y ve acercarse sin inquietud el momento de cesar su actividad. Cosa que está lejos de ser el caso de los asalariados corrientes, especialmente los docentes.
En Italia, España, Alemania, Grecia, Austria, Francia, se multiplicaron por cientos de miles los paros para protestar contra el desmantelamiento del sistema de jubilaciones que por otra parte es preciso reformar. Porque la cantidad de activos disminuye al tiempo que se incrementa el de los jubilados. Y porque el peso de las pensiones, que hoy representa el 11,5% del PIB, representará en 2020 el 13,5%, en 2040 el 15,5%, y se convertirá en una carga insoportable para el Estado.
A pesar de la crisis bursátil que a hecho perder más del 20% de su valor a los fondos de pensión, la opción de una jubilación por capitalización no se descarta, y menos aún si la reforma del sistema de reparto se hace sólo a costa de los asalariados. Como si únicamente se tratara de un problema técnico, sin consecuencias para el conjunto de la sociedad. Todas las variables -monto y extensión de las cotizaciones, edad de jubilación, monto de las pensiones- se modifican sistemáticamente en detrimento del asalariado y de los ingresos laborales. No se ha buscado ninguna solución alternativa, que recurra al aporte de las empresas o que grave las ganancias financieras.
Se considera normal que 2 asalariados pierdan por día la vida en su trabajo, y que otros ocho sean sacrificados por minuto a la conveniencia de las empresas. Pero no que éstas y el capital participen en mayor medida en las pensiones del personal. ¿Cómo no comprender la furia de los trabajadores?
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