México, a la basura
- Creado por admin
- El 29 noviembre, 2005
- 0
QUIERO compartir lo que me vino a la mente anoche, después de pasar por la Condesa barrio del Distrito Federal por la calle de Tamaulipas, a las 10:00 de la noche. Mi carro avanzaba lentamente, entre semáforo y semáforo, siguiendo la fila única frenada por los muchachos y muchachas que bajaban de los automóviles que entregaban en doble fila a los aparcadores; eso me dejaba el tiempo de admirar la belleza de esa calle, con sus árboles majestuosos y su amplio camellón con palmeras, fresnos y jacarandas.
Hasta que mi bienestar, mi buen humor casi eufórico fue disipado por una visión demasiado terrenal: al pie de una soberbia palmera, un bodegón compuesto de todo lo que pueden imaginar y que pinto con una sola palabra: basura, la palabra clave de nuestro México. Botellas de plástico, latas de cerveza, platos y vasos de plástico, servilletas formaban un círculo al pie del árbol.
Y me acordé de la incredulidad en forma de asombro y también de indignación y de sincera compasión, de un amigo francés que acompañé hace poco en un viaje desde La Paz en la hermosa Baja California hasta la Ciudad de los Palacios en la región alguna vez más transparente del aire.
La Paz, caliente, hospitalaria y limpia, recibió muy buena calificación por parte de mi amigo y de su esposa. Marinero que es, había rentado un velero y descubrimos las bellezas sobrenaturales del mar de Cortés y de sus islas. Y de repente, en la soledad más absoluta, en un lugar de puro cielo y minerales, con una vegetación del asombroso desierto, entre cangrejos, lagartos y pájaros… botellas de plástico, latas de cerveza, vasos y platos: la “santísima trinidad” que iba a acompañarnos a lo largo del viaje.
¡Qué decir de la playa de San Evaristo! Ahí el hombre del lugar y las corrientes del mar se unen para transformar cierta parte de la bahía en basurero al aire libre; el mar no tiene la culpa sino los hombres que desde sus barcos grandes y chicos, veleros de turistas o buques pesqueros tiran todo lo que pueden tirar, tanto el aceite de los motores como los desechos inorgánicos e indestructibles de nuestra civilización del embalaje y del despilfarro.
Volamos a Mazatlán para asistir a la lucha titánica entre los servicios de limpieza de la ciudad, empeñados en multiplicar los botes de basura para que la gente no la tirara en el piso, y la humanidad local y la de paso también, no menos empeñada en respetar dichos botes para llenar de horrores las jardineras, las bocas del drenaje, los huecos al pie de los faroles y de los semáforos, con una inventiva prodigiosa que no deja ningún posible receptáculo vacío.
Pero lo peor no fue el zócalo, sino la costera, las playas y en especial los hermosos acantilados del cerro ilustre que figura en el escudo de armas de la ciudad: desde los miradores hasta el mar, toda la pendiente tapizada de basura, y vimos cómo las familias se asomaban y admiraban el terrible oleaje del Pacífico para, antes de retirarse, aventar al vacío otra vez la “santísima trinidad”. Y eso que había botes de basura en cada esquina. Mis amigos filmaron esa gesta porque no lo podían creer. Debo confesar que ellos despertaron en mí un coraje que a lo largo de los años había desaparecido, a fuerza de impotencia y de inútiles rabietas.
Ellos mismos me comentaron para tranquilizarnos: “Es un puerto, en todo el mundo los puertos son cochinos y hay demasiado turismo: fuera de su casa uno se deja ir”. El problema es que al día siguiente, en todos los días siguientes, con la sola excepción del centro histórico de Durango (¿milagro de un día o realidad permanente?) y de la ciudad de Aguascalientes, la misma experiencia se repitió con una insistencia diabólica. Al grado de que mi amigo, pequeño o mediano empresario, soñaba con poner en México un negocio de reciclaje de la basura… Rentamos un carro y trepamos la grandiosa, la bella, la terrible sierra del Espinazo del Diablo y respiramos, pensando que la pesadilla basurienta había quedado atrás, hasta que en el puerto del mismo nombre, lugar de parada obligatoria para los mirones, la maldición nos alcanzó de nuevo para no soltarnos hasta Durango.
Nos metimos a un paraje poco conocido, tan bello que no lo voy a mencionar para evitar el crecimiento del turismo y de la basura. Después de una brecha hay que dejar el coche para caminar en un bosque claro de pinos, entre rocas ruiniformes, cascadas y arroyos, en compañía de vacas y mulas, burros y caballos. En lugares estratégicos, grandes tambos esperan en vano la basura que se tira por todos lados, hasta en los ojos de agua. A lo ya mencionado, añádanle pañales de bebé.
¿Conocen la Quemada en Zacatecas? Algo tan noble e impresionante como el Partenón, un sitio protegido y cuidado por el INAH. Igual, con todo y la labor cotidiana de los pobres empleados. “¡Hay que castigar con multas enormes!”, rugía mi amigo. ¿Conocen la Sierra de Órganos, esa maravilla de la naturaleza, cerca de Sombrerete? Otro parque protegido, en una soledad impresionante; otra belleza insultada por la basura.
Hasta nos topamos con pedazos de automóviles.
Todos ustedes conocen la labor titánica de los trabajadores de Chapultepec en la ciudad de México y saben que del lago sacaron toneladas de basura, pero quizá no saben que de La Marquesa hasta Malinalco y Chalma, por ambos lados de la carretera es un rosario continuo de botellas, vasos y bolsas.
Todo México vio en Televisa, la semana pasada, las toneladas de basura en el Cañón del Sumidero, Chiapas; eso vale para todas las presas, ríos, canales de riego de la República. Mi amigo concluyó que, tarde o temprano, México tendrá que enfrentar ese problema pero que cada año que pase nos costará más caro.
Por: Jean Meyer
Profesor investigador del CIDE
[email protected]
Fuente: El Universal
0 comentarios on México, a la basura