Las fábulas con moraleja
- Creado por admin
- El 26 noviembre, 2009
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El actual escándalo de los mails de Phil Jones y su alegre pandilla de irresponsables tiene un anterior y muy famoso antecedente que ha pasado a la historia como la fábula del “El pastorcillo mentiroso”, que Sergei Prokofiev convirtió en 1936 en su bella pieza musical, “Pedro y el Lobo”.
Esta fábula, como todas, tiene el fin de avisparnos sobre que hay cosas que no se deben hacer si uno quiere encontrar un lugar aceptable dentro de la sociedad y no convertirse en un paria que debe robar para sobrevivir. No envidiar, o serás la zorra de las uvas, edúcate y aprende lo más que puedas o si no serás el cerdo que aplaude cuando baila la mona. Pero el pastorcillo mentiroso tiene una conmovedora similitud con lo que estuvo pasando en la ciencia del clima, que de tanto gritar lobo y el lobo que nunca venía, ha terminado con la credibilidad de la gente que en verdad creía –muy ingenuamente- en que cambio climático había sido provocado por las actividades humanas y su quema de los combustibles fósiles.
Las fábulas de Esopo, Samaniego y La Fontaine también nos dan ejemplos que son algo así como profecías de lo que los científicos del clima estuvieron haciendo. “El asno con la piel del lobo,” o “El lobo con la pie del cordero,” también pintan la actividad de los investigadores y la de los políticos que están decididos, contra viento y marea, en la actitud del cerdo que aplaude a la mona, “salvar al mundo” de un cataclismo que ha sido sólo imaginado por esos costosos juegos de video al estilo PlayStation® que llaman pomposamente “simulaciones computadas del clima.”
Por ejemplo, la fábula del “Loco Vendiendo Sabiduría” describe la actividad de nuestro viejo amigo Al Gore. Dice la fábula de La Fontaine:
Huid siempre de los locos, es el mejor consejo que puedo daros. Abundan en la corte, y suelen gustar de ellos los príncipes, porque asestan sus tiros a los bribones y a los majaderos.
Iba gritando un loco por las calles y plazuelas que vendía sabiduría, y muchos crédulos corrían a comprarla. Hacíales extrañas gesticulaciones, y después de sacarles el dinero, les obsequiaba con un tremendo bofetón y un cordel de dos brazas de largo. La mayor parte de los engañados se sulfuraba; pero, ¿de qué les servía? Quedaban burlados doblemente: lo mejor era tomarlo a risa o marcharse sin abrir la boca con el bramante y la bofetada. Buscar a aquello algún sentido hubiera sido hacerse silbar como solemnes mentecatos.
¿Qué razón explica los actos de un loco? El azar es la causa de todo lo que pasa en una mollera trastornada. Pero, cavilando sobre el bofetón y el cordel, uno de los burlados fue a buscar a cierto doctor varón, que sin vacilar le contestó: “El hilo y la bofetada son preciosos jeroglíficos: toda persona de seso debe mantenerse apartada de los locos la longitud de ese cordel. Y si no lo hace así, se expone a atrapar algún moquete. No os engañó el loco: vende sabiduría.”
Al Gore no está vendiendo sabiduría. Les está vendiendo un buzón a esos ingenuos que creen en su “sabiduría”. También vende “permisos para seguir emitiendo,” “bonos de compensación de carbono,” es decir, Indulgencias Plenarias para ingresar al Paraíso de la diosa Gaia donde podrán disfrutar de ese terrenito que creen haber pagado en cómodas cuotas mensuales.
Otra fábula que se ajusta como anillo al dedo a la actividad de los burócratas investigadores del CRU, es El Lobo Pastor, porque tiene un paralelismo sorprendente. Es el lobo que se cubre de prendas que lo hacen aparecer como un ser humano (o científicos serios y honestos) para acercarse al rebaño mientras Perico el pastor duerme (Perico somos los ingenuos ciudadanos, el rebaño es la fama y el dinero de los subsidios de investigación). La Fontaine termina su fábula así:
“Metamorfoseado de tal suerte, y apoyando las patas delanteras en el cayado, acércase poco a poco el fingido Perico. El perico de veras, tendido sobre el blando césped, dormía como un lirón. Dormía también su perro, y hasta la gaita dormía. Para dormir todos, dormían asimismo las ovejas.”
“A fin de engañarlas mejor, y atraerlas a su madriguera, el lobo quiso reforzar con sus palabras el engaño de su disfraz; pero esto fue lo que le perdió. Por más que hizo, no pudo imitar la voz del pastor. El áspero timbre de la suya hizo resonar el bosque y descubrió la añagaza. Despertaron todos, las ovejas, el mastín y el zagal. El pobre lobo, con el estorbo de la zamarra, no pudo huir ni defenderse.”
“Siempre dejan los bribones algún cabo suelto.”
El lobo en el CRU había dejado un cabo suelto: cantidades siderales de información altamente comprometedora en un server FTP al que cualquiera podía ingresar. Ni siquiera ha sido un “hacker” sino que ha sido un simple y joven ayudante de Jones que se cansó de ver el manoseo y la falsificación de datos que se estaba haciendo, y el abuso al que la verdadera ciencia estaba sometida. Lo felicito. El inmenso favor que le ha hecho a la humanidad es incalculable. Yo lo propongo para ser el próximo Premio Nobel de la Paz.
La información no ha sido “ilegalmente obtenida”, como aducen en el CRU y la claque de periodistas obsecuentes con el IPCC y su desacredita hipótesis, porque no se puede obtener ilegalmente una información que estaba ilegalmente retenida en ese server. Esa información era de dominio público, tal como lo establecen las leyes que rigen las actividades de los empleados del gobierno, el Acta de Libertad de Información (FOIA), o que reciben dineros públicos para sus actividades.
La Defensa de la Inmoralidad
Con algunas pocas, pero honrosas excepciones, la comunidad de científicos que reciben esos dineros públicos para investigar ha salido a defender a Phil Jones y sus secuaces. Porque secuaces son quienes colaboran con otros para la comisión de un delito, y la falsificación de información con la intención de engañar e inducir a error a los políticos que deben dictar leyes que podrían causar una hecatombe económica, es un delito, cualquiera sea el país donde se cometa el hecho. No sabemos si en China, Irán, Corea del Norte, o Venezuela eso sea delito pero sabemos con certeza que sí lo es en Gran Bretaña y los estados Unidos, donde actuaban los falsificadores de datos.
Es un delito, no queden dudas de ellos, y son varios los delitos cometidos. Hay científicos que no son del bando de los escépticos, sin embargo, como Hans von Storch, que han exigido que los involucrados en el affaire del CRU y la conspiración para fabricar estudios que pueda usar el IPCC sean separados de sus cargos, y que no puedan participar con información que sea considerada en los Informes del IPPC.
Dice Hans von Storch, respetado climatólogo alemán en su sitio web:
Hay una cantidad de declaraciones problemáticas que serán discutidas en los medios y la blogosfera. Yo encuentro revelador al estilo de comunicación, hablando de otras personas y sus ideas, uniendo fuerzas para “matar” estudios, intercambios o “mejorar” presentaciones sin explicaciones.
También están incluidos emails de/para Eduardo Zorita y a mí mismo; también nostros hemos sido objeto de frecuentes menciones, usualmente no de manera halagüeña. Intercambio interesantes y evidencias están contenidas acerca de esfuerzos para destruir a “Climate Research” [el journal que se atrevía a publicar estudios de escépticos]; que en los días de excitación del palo de hockey nosotros compartimos nuestrdos datos ECHO-G con nuestros adversarios; y que Michael Mann tuvo éxito en excluirme de un encuentro de “peer review” sobre reconstrucciones históricas en Wengen (demostrando otra vez su problemático pero poderoso rol como guardametas.) Asumo que información más interesante se encontrará en los archivos, y que emergerá un útil debate sobre el grado de politización de la ciencia climática. Una conclusión podría ser que el principio, de acuerdo con el que la información debe hacerse pública,de manera que también adversarios puedan revisar el análisis, tiene que ser realmente impuesto obligatoriamente. Otra conclusión podría ser que científicos como Michael Mann, Phil Jones y otros, no deberia participar en el proceso de revisión de datos en las actividades de evaluación como las del IPCC. –Hans von Storch, 22 noviembre, 2009
También el ultra calentólogo periodista inglés George Monbiot ha comenzado a hacer un tibio mea culpa, y sugiere que Phil Jones y su troupe deben renunciar y dar por terminada sus carreras. Duras palabras, que viniendo del mismo riñón de la comunidad del cambio climático antrópico, seguramente tendrán su efecto en los encargados de que se haga justicia y la confianza en los científicos sea restablecida.
Pero quienes se empeñan en defender lo indefendible, no están defendiendo a Phil Jone y Cía: están defendiendo la supervivencia de la subespecie del homo sapiens conocida como “investigadores del clima”. Si el resultado de las investigaciones de esta falsificación de datos, de las trabas puestas a los investigadores escépticos para publicar en journals como Science y Nature, de la retención ilegal de información que contradice la hipótesis del calentamiento supuestamente inducido por el hombre, etc, termina demostrando que la amenaza de un calentamiento es escasa o directamente nula por el advenimiento de un muy probable enfriamiento global, entonces la ingente cantidad de fondos que les permite seguir viviendo corre peligro de desaparecer. Y eso es algo que miles de científicos que han estado “chupando del bote” durante décadas no están decididos a permitir.
Sería un cambio muy saludable para la humanidad si esa catarata inagotable de dinero dejara de fluir hacia investigaciones innecesarias y fraudulentas, y se dirigiese en la dirección de objetivos mucho más necesarios como la salud y la educación de los países donde la ignorancia, la desnutrición, las enfermedades parsitarias y contagiosas, la falta de agua potable, la ausencia de tecnologías agrarias básicas son un flagelo inadmisibles porque son las responsables del atraso y sufrimiento de miles de millones de seres humanos de la Tierra.
No será posible eliminar esos flagelos mediante la simple eliminación o reducción de la población –sería como tirar al bebé por la ventana junto al agua de la bañera, sería haber eliminado al hambre del mundo porque se ha eliminado a la población. ¡Es una locura asesina!
Bienvenido el escándalo del CRU porque indica que todavía quedan personas en su sano juicio en el mundo. Quizás ese sano juicio se contagie a nuestros gobernantes, aunque si nos guiamos por la fábula de La Fontaine, “El perro que lleva la comida del amo”, no creo que eso pueda suceder en los próximos 5000 millones de años:
Nadie tiene los ojos exentos de la tentación de la hermosura, ni libres las manos de la del oro: pocos son los que guardan un tesoro con bastante fidelidad.
Llevaba un perro a casa la comida del amo, colgada al cuello. Era sobrio y frugal, más de lo que hubiese querido cuando veía una buena tajada; pero, al fin y al cabo lo era. ¿No estamos todos sujetos a esas debilidades? ¡Extraña contradicción! La frugalidad, que enseñamos a los perros, no la pueden aprender los hombres.
Quedamos, pues, en que aquel perro era de condición. El caso fue que pasó un mastín, y probó a quitarle los manjares. No lo consiguió tan fácilmente como creía: nuestro perro dejó en tierra la presa para defenderla mejor, libre de la carga, y comenzó la batalla.
Acudieron otros perros, entre ellos algunos de esos que viven sobre el país y hacen poco caso de los golpes. No podía contra todos el pobre can, y viendo la pitanza en inminente riesgo, quiso obtener su parte, como era de razón. “¡Basta de pelea!” les dijo: “No quiero más que mi ración; para vosotros lo demás.” Y así diciendo, hinca el diente, antes que nadie. Y cada cual tira por su parte, a quien mejor: y todos participaron de la merienda.
Veo en este caso el vivo ejemplo de una ciudad cuya hacienda está a merced de todos. Regidores, síndicos y alcabaleros, meten la mano hasta el codo. El más listo abre el ojo a los demás, y en un periquete quedan limpias las arcas. Si algún escrupuloso quiere defender el público caudal con frívolas razones, le hacen ver que es un solemne bobo. No le cuesta mucho convencerse, y al punto le veis meter la uña como el primero.
Por: Eduardo Ferreyra
Presidente de FAEC
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