Hago ruido, luego existo
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- El 23 julio, 2004
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ORIOL PI DE CABANYES
El ruido es una de las grandes enfermedades de nuestro tiempo. Aunque ni se le da este rango ni se le presta suficiente atención. Y, sin embargo, es de toda urgencia que seamos capaces de impedir su extensión incontrolada. Porque el ruido es una de las expresiones de la violencia y un inductor de la violencia social. El ruido destruye. Y no únicamente la capacidad de concentración que todo ser humano necesita si quiere construir algo que no se lleve el viento. O si no quiere sucumbir al caos. El muy enervante ruido también corroe las bases de la convivencia pacífica.
Muchos de nuestros comportamientos son inducidos por los medios de masas, que en el fondo nos representan a todos. Ni la escuela ni la familia pueden competir ya con ellos como ámbitos de socialización. En ellos quien más grita, más razón tiene. Porque más llama la atención, más consigue, y, por consiguiente, más éxito. Que, sea como sea, es el valor principal. Éste es el mensaje que hemos ido interiorizando. Que no hay que respetar ya ni los turnos, ni las colas ni las distancias y que uno tiene que abrirse paso por la selva humana a golpes de machete. Y que quien más amplificación se procura, más consigue imponer su voz.
Que existir es hacer ruido, o más exactamente berrear, es cosa que se aprende desde la más tierna infancia. Si uno no se hace oír, no es percibido. Y, por consiguiente, no existe. Angustioso asunto. No hay ser más ruidoso que el cachorro humano, incapaz de retener su miedo o de transformar su ansiedad. Así que trata de llamar la atención como sea, por las buenas o por las malas. El problema está en que les hagamos caso sin darles la oportunidad de aprender que vendrá un día en que no tendrán unos padres a quienes reclamar afecto aunque sea de manera intempestiva.
Educar es ayudar a que uno asuma la propia vida en sus manos. Y esto en ocasiones reclama también que nos abstengamos de actuar. Si el niño berrea, hay que ayudarle -no interviniendo- a que aprenda a soportarse en la soledad y en la oscuridad. Es posible que este aprendizaje no se esté efectuando hoy con el mismo rigor que en otros tiempos. Es posible que hoy en día haya mucha menos atención positiva, mucho menos tiempo para el afecto familiar, mucha mayor mala conciencia y, por tanto, mucha mayor permisividad compensatoria. Y una imagen mucho más mermada de la autoridad.
¿Por qué hablan a gritos los jóvenes cuando van en cuadrilla? Por puro exhibicionismo de la propia fuerza. La rebeldía es la tendencia natural entre los adolescentes (y hoy en día buena parte de la juventud se queda en una adolescencia alargada). El adolescente necesita confrontarse, echarles un pulso a sus padres, poner en cuestión los valores establecidos. Aunque luego deberá poner sobre los noes algún sí. Y entregarse a él en lo posible. Sólo en la medida en que los síes superen en interés a los noes se construirá un mundo de seguridades y llegará a relativizar su sistemático enfrentamiento con lo anterior a él.
En nuestras sociedades avanzadas, el ruido, la bronca y la muerte violenta forman parte de un mismo universo de degradación moral. ¿Qué hacer? Para empezar, que hablar y dejar hablar, vivir y dejar vivir sean valores superiores a no hablar ni dejar hablar o a no vivir ni dejar vivir.
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