Ergonomía: el costo de la incomodidad
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- El 20 septiembre, 2013
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En una empresa, el barco en el que la mayor parte de nosotros desarrollamos nuestra vida laboral, la herramienta sería la oficina en sí misma, con sus ordenadores, muebles, sistemas de comunicación, etcétera.
La calidad y el resultado de un trabajo bien dirigido depende tanto de la preparación y compromiso de los trabajadores como de la calidad e idoneidad de los bienes, medios y herramientas puestos a su disposición. Una buena sintonía y adaptación entre trabajo, herramientas y trabajadores es condición esencial para alcanzar buenos resultados. Hay una ciencia, la ergonomía, que se ocupa de ello y que podemos definir como la “adaptación del entorno de trabajo a la labor que se desempeña en él y a la persona que la desarrolla, buscando su bienestar y su eficacia”.
Así, la ergonomía engloba todos aquellos aspectos relacionados con el entorno de trabajo que pueden influir en la persona que desempeña una tarea y en el correcto desarrollo de la misma: desde las herramientas y los equipos, informáticos, hasta la propia distribución de los puestos de trabajo, pasando por el mobiliario y las sillas, deben atenderse los principios ergonómicos, que incluyen, además, aspectos tales como la iluminación, ambiente térmico, ruidos, privacidad…
Como se puede observar, se trata de una disciplina muy amplia y aplicable al diseño de prácticamente cualquier elemento de nuestra vida cotidiana. Pero lo más importante a la hora de aplicar los principios ergonómicos correctamente es que cuando se diseña un puesto de trabajo éste debe estar perfectamente adaptado a la labor que se va a realizar allí: por ejemplo, instalar el sistema de iluminación más adecuado o elevar la altura de una mesa de trabajo para que la persona no tenga que inclinarse innecesariamente.
El objetivo de aplicar la ergonomía en el trabajo es doble: por un lado, proteger la salud de las personas -confort físico- y, por otro, mejorar el grado de satisfacción de los usuarios -confort psicológico-, cuya repercusión más directa será el aumento de la eficacia en sus tareas y el incremento de la productividad.
Los beneficios resultan evidentes para todos. Para los empleados porque van a trabajar en unas condiciones mejores, más sanas y seguras. Para las empresas porque, por un lado, sus trabajadores serán más productivos y eficientes -algunos estudios hablan de aumentos de hasta el 25%- y, por otro, porque se reducen las bajas y absentismos laborales con los consiguientes ahorros. En definitiva, mayores beneficios y más ahorro.
En nuestro país, más del 65% de la población laboral corresponde al sector servicios (terciario) y la mayoría trabaja en una oficina. Estos entornos se están convirtiendo en elemento clave de productividad y competitividad, por lo que su buen diseño, desde el punto de vista ergonómico, es fundamental. El trabajo en este sector se caracteriza por pasar más de ocho horas realizando tareas en posturas sedentarias y con un enorme esfuerzo para el sistema nervioso central. Los problemas más frecuentes son dolores de espalda, cuello, inflamación de muñecas, piernas y tensión ocular, solucionables en gran medida si se hubiera tenido en cuenta la ergonomía a la hora de diseñar el puesto.
Algunos datos interesantes: el 55% de las personas que trabajan en oficinas presentan problemas posturales y un 7% ha causado baja por este motivo. El dolor de espalda constituye la segunda causa de absentismo y la primera causa de incapacidad en menores de 45 años; también hay consecuencias psicológicas como dificultad de concentración, irritabilidad, desmotivación… Las principales quejas de los trabajadores se refieren a la mesa y la silla de trabajo, ambiente térmico, falta de espacio, iluminación y privacidad.
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