El CO2 no es un enemigo
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- El 30 mayo, 2014
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Antón Uriarte
En el siglo XX se produjo un ligero calentamiento de la atmósfera terrestre. El calentamiento de la Tierra no fue nada dramático si lo comparamos con otros muy superiores habidos en la historia geológica del planeta. La tempe-ratura global media del aire en la superficie terrestre subió entre 6 y 8 décimas de grado. La subida además no fue regular sino que ocurrió en dos períodos diferentes de unos 25 años cada uno: 1922-1945 y 1975-1998. En los años de la primera subida, 1922-1945, las emisiones de CO2 eran muy pequeñas y su incremento atmosférico no justificaba de ninguna manera la subida. El incremento de la temperatura global media se debió a otras causas. El constatado aumento de la actividad solar pudo ser una.
Actualmente, lo que mayor perplejidad causa a los modelizadores es que la temperatura global media no aumenta desde el año 1998, aunque la concentración de CO2 en el aire sí se incrementa. No se sabe por qué. Y si no sabe-mos la causa, menos sabemos aún cómo evolucionará la temperatura media global en las próximas décadas.
¿A qué se debe entonces esta furia contra el CO2? Fundamentalmente a intereses económicos ligados a la sustitu-ción del carbón como fuente energética. El carbón produce el 40% de la electricidad mundial y es la fuente de energía que en la actualidad más crece a escala global, a pesar de la propaganda occidental en su contra. A los que lo rechazan y quisieran ocupar su hueco con la energía nuclear y las energías renovables les viene muy bien la demonización social y política del carbón, para que los gobiernos tengan excusas “medioambientales” para cargar al carbón con un sobreprecio que le reste competitividad, como así ha sido con las tasas impuestas a las emisiones de CO2 justificadas por el Protocolo de Kyoto.
Cada tonelada de carbón quemado emite dos toneladas y media de CO2. Si el precio de la tonelada de carbón es de unos 90 dólares y si el precio de las cuotas supera los 20 o 30 dólares, como así ha ocurrido en los años de más histeria climática, el precio del carbón casi se duplica. Existen además otros beneficiarios colaterales como son aquellos inversores que han invertido en el mercado de emisiones y aquellas poderosas empresas eléctricas y siderúrgicas que venden o vendieron cuotas de emisión concedidas por los gobiernos de forma gratuita (como ha sido el caso de Arcelor, número uno en beneficios de este tipo en España) .
El carbón es abundante, hay reservas para siglos y está bien repartido. Si su precio no lo sube la ONU con la ayuda del IPCC (Panel Intergubernamental para el estudio del Cambio Climático), el carbón seguirá siendo por tres o cuatro décadas más la fuente más barata de electricidad en países como China o la India, y seguirá siendo muy competitivo en muchos países avanzados, como Estados Unidos o Alemania.
El CO2 no es un contaminante. No es un gas tóxico ni venenoso. La concentración actual en el aire libre es de unas 400 partes por millón (ppm), el 0,04 % de la mezcla de gases que constituye el aire. Pero cualquier aula cerrada llega a las 3.000 partes por millón (ppm) al finalizar una clase y, sin embargo, profesores y alumnos salen indemnes cuando toca el timbre de salida o la campana. En nuestros pulmones la concentración suele alcanzar las 50.000 partes por millón, un 5% del aire que expiramos. Al cabo del día, cada uno de nosotros emitimos más de 1 kilogramo de CO2 al aire, parecido a lo que emite un coche en un recorrido de entre 5 y 10 kilómetros.
Una combustión “limpia” es aquélla en la que los desechos resultantes son únicamente CO2 y agua. Como en la respiración humana. Pero es cierto que, como los combustibles fósiles no son puros, la emisión de CO2 en la quema de combustibles fósiles, puede ir unida a la emisión de impurezas tóxicas como óxidos de azufre o de nitrógeno No obstante, la ingeniería ha conseguido que los procesos de combustión tanto en el transporte como en la obtención de electricidad sean cada vez más limpios y eficientes. A pesar del incremento del uso de combustibles, el aire de las ciudades de los países ricos y desarrollados va mejorando día a día. Es en los países aún subdesarrollados en donde la contaminación local y regional es un problema. Pero no por el CO2, sino por otros factores como los óxidos de azufre, el monóxido de carbono o el hollín de las malas combustiones.
¿Aumenta tanto el CO2? Es cierto que ha habido un aumento de CO2 en el aire durante el transcurso del último siglo y que la quema de combustibles fósiles es la causante de ese incremento. Hace un siglo la concentración de CO2 en la atmósfera era de unas 300 partes por millón (ppm), que es un 0,03% del volumen total del aire, y ahora llega ya a las 400 ppm, un 0,04% . Pero de oxígeno hay en la atmósfera unas 210.000 ppm, un 21 %, y aunque es cierto que disminuye cuando aumenta el CO2, su pérdida relativa es inocua e insignificante.
Además las concentraciones de CO2 en el pasado de la Tierra casi siempre han sido muy superiores a la actual. El planeta tiene unos 4.500 millones de años de existencia y su historia geológica se conoce más o menos bien desde hace unos 540 millones de años, desde el inicio del Cámbrico, cuando la evolución de la vida se aceleró en los océanos. Pues bien, según el valor más probable calculado por el estudio Geocarb, podía haber entonces en el aire unas 7.500 ppm de CO2, una concentración veinte veces superior a la actual. Tras una progresiva disminución, por enterramiento de la materia orgánica, que duró hasta el Carbonífero, la concentración de CO2 de nuevo aumentó al comienzo de la Era Secundaria, hace unos 250 millones de años.
La progresiva partición del continente único de Pangea en diferentes islas y continentes originó una gran actividad volcánica y por los conos y las grietas tectónicas salieron al aire grandes cantidades de CO2. Se intensificó la fotosíntesis. Aprovechándose de una fotosíntesis más activa y de una vegetación lujuriante, proliferaron de polo a polo los dinosaurios. Un clima más uniforme, más húmedo y más cálido, les facilitó la vida durante decenas de millones de años a aquellos grandes comilones. El Jurásico, con una concentración probable de CO2 de 2.000 ppm, cinco veces superior a la actual, fue su mejor época.
Hace unos 66 millones de años, por causa del choque de un asteroide o de masivas erupciones volcánicas, se trastocó de nuevo el clima terrestre. Entonces, en los comienzos de la Era Terciaria, los niveles de CO2 eran dos o tres veces superiores a los actuales, pero fueron disminuyendo hasta llegar, hace 2 millones de años, al triste y frío Cuaternario, durante el cual la concentración ha oscilado entre unas 200 y 300 ppm, con glaciaciones siempre al acecho y períodos interglaciales más breves con temperaturas más suaves. ¿Por qué hemos de quejarnos de que nuevo aumente?
El CO2 es un gas beneficioso. Junto con el agua y la luz es un elemento fundamental de la fotosíntesis, de la creación de materia orgánica. Las emisiones humanas la potencian. A partir de mediciones de muestras tomadas directamente del aire se deduce que la concentración de carbono en la atmósfera contenido en el CO2 aumenta de media unas 3 gigatoneladas cada año y, sin embargo, el cálculo de las emisiones humanas de carbono, conteni-do en el carbón, el gas y el petróleo utilizado, supera las 6 gigatoneladas anuales. Ocurre por lo tanto que sólo la mitad del carbono fósil emitido es retenido en la atmósfera porque gran parte del nuevo CO2 de origen fósil se integra de nuevo en el ciclo vegetal del carbono vivo, con lo cual aumenta la biomasa global.
Por lo tanto, a pesar de la creencia de que vivimos en un planeta cada vez más desértico y menos verde, la verdad es la contraria: el planeta cada vez tiene más masa vegetal. Los estudios de imágenes desde satélites lo ratifican. Otra cosa es que, en determinadas regiones, una tala abusiva para obtener madera, o una quema de selva para obtener tierras de cultivo, produzca calvas. Pero no es culpable el cambio climático y aún menos el incremento del CO2 atmosférico.
Más calor ha solido significar en la historia geológica del planeta más humedad y más vida. Las eras geológicas de más vegetación en los continentes y de más corales en el mar han coincido con aquellos períodos de mayor con-centración de CO2 en el aire y en el mar.
Desgraciadamente, en las épocas glaciales del Cuaternario, la concentración de CO2 en la atmósfera bajaba hasta las 200 ppm (la mitad que la actual), las selvas y sabanas se contraían y los desiertos se expandían. Se llegaba a un límite de CO2 tan bajo que a mucha más baja altitud que ahora desaparecía la vegetación arbórea debido a la dificultad de las hojas para realizar la fotosíntesis.
La última glaciación terminó hace unos 11.500 años. Desde entonces los humanos nos dispersamos por todos los confines del planeta. La primera mitad de este interglacial en el que vivimos, hasta el 3.000 y el 2.000 antes de Cristo, fue de clima más caliente que el de ahora y de mucha mayor humedad en las zonas hoy áridas de África. El período óptimo climático ocurrió entre el 9.000 y el 6.000 antes del presente. Se debió a razones orbitales del Sol y la Tierra y no al CO2. Una mayor insolación estival formaba bajas presiones térmicas en el Sahara, más profundas que las actuales, que atraían a los vientos húmedos del Atlántico. En la zona de los macizos del Hoggar y del Ti-besti, en el centro del Sahara, se conservan miles de figuras en pinturas rupestres de aquella época que muestran escenas con jirafas y otros mamíferos de la sabana. Innumerables pinturas rupestres en la meseta de Tassili, en el corazón del Sahara argelino, indican que en áreas hoy superáridas y recubiertas de dunas pastaba la fauna.
Conclusión
En el siglo XX, siguiendo los vaivenes naturales, y mal comprendidos del clima, se produjo un ligero calentamiento medio de la atmósfera. Es probable que este cambio tuviera una parte de influencia humana, pues pasamos de ser 2.000 millones de seres humanos a principios del siglo a ser más de 6.500 millones a finales. Es posible que la at-mósfera también notara nuestra proliferación, pero es ridículo pensar que de ahora en adelante, simplemente con-trolando el CO2, podemos controlar la evolución del clima. El CO2 es, además, un gas beneficioso tanto para la vida del planeta como para el progreso humano. En vez de criminalizarlo, deberíamos aprovechar lo que su incremento atmosférico nos ofrece.
Fuente: Mitos y Fraudes
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