De Sur a Norte
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- El 10 marzo, 2004
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Marta Román y Begoña Pernas
Madrid (España)
Acercarse a la ciudad latina y hacerlo desde el punto de vista medioambiental supone mirar un fenómeno de inusitada complejidad, abierto y en constante transformación, tanto en el Norte como en el Sur. Como dice uno de sus mejores conocedores, Jorge E. Hardoy, la ciudad subdesarrollada está siempre sin terminar, en continuo estado de emergencia. Es una emergencia colectiva, con problemas cuyo volumen e intensidad asombran al observador: contaminación, falta de infraestructuras básicas, carencias de vivienda, salud, seguridad o equidad para poblaciones crecientes. Y también es privada, como prueban las miles de historias de supervivencia cotidiana que forman la trama viva de la ciudad americana. Son vidas en estado de emergencia y urbes que logran sobrevivirse a sí mismas sistematizando sus fallos y creando un orden nada formal y escasamente aseado, pero impresionante en su capacidad de generar ideas y recursos donde la mirada del Norte espera caos y abandono.
En el otro lado se encuentran las urbes de España y Portugal, ciudades ricas que deberían ser sabias por recordar los fracasos y luchas que las han llevado a su actual bienestar. Lejos de haber hallado algún equilibrio, prosigue su crecimiento y transformación profunda, expandiéndose según un modelo difuso que contraviene con alegría la responsabilidad ecológica.
El contraste entre ambas ciudades no es simple y carece de moraleja. Sin embargo, sugiere importantes procesos e ideas que esta exposición y este catálogo han intentado recoger y mostrar. Habla, desde luego, de la globalización de la economía, que afecta a la jerarquía de las ciudades del mundo tanto como a sus diferencias internas y a las posibilidades de cambio social. No pretendemos resumir un fenómeno con tantas vertientes, pero sí iluminar uno de sus aspectos más nítidos: la polarización, a escala mundial, entre zonas de atracción de capitales, materiales, energía y mano de obra, y zonas de expropiación y vertido, para utilizar la expresión de José M. Naredo.
España y Portugal pertenecen a la zona hegemónica y América Latina a las regiones dependientes cuyas decisiones políticas y económicas, estructura social y gestión medioambiental están sometidas a fortísimas presiones externas. Pero no hay que pensar en una polaridad simple: el mismo proceso de atracción, expropiación o vertido se repite en las regiones, entre el campo y la ciudad, y en el interior de las ciudades, entre barrios ricos y pobres. Afecta de un modo diferente al Norte y al Sur, a las clases cosmopolitas y a las populares, a las urbes grandes y pequeñas, a las zonas centrales o periféricas. Los flujos de capital, información y bienes distorsionan y transforman los lugares, fragmentan los barrios, socavan unas actividades y usos para promocionar otros, cambian los espacios y tiempos de las ciudades y los comportamientos de sus habitantes.
En este marco, tiene sentido observar el medio ambiente urbano, presentar la ciudad como parte de la biosfera, absorbiendo recursos y generando residuos, y al medio ambiente como un espacio de definición y conflicto social de primera magnitud. Lejos de cualquier visión tecnócrata o mesiánica de la ecología, De Sur a Norte intenta enfocar los temas ambientales sin desgajarlos de su raíz social y política, pues discutir el crecimiento y sus límites, el uso y reparto de los recursos y el futuro de la sociedad industrial es un tema político cuyo alcance apenas vislumbramos.
El punto de vista no puede ser más que parcial, pero esta muestra trata de recrear algunos de los conflictos y las soluciones más creativas de ambos mundos. En la elección de los autores del catálogo hemos tenido presente esta ambivalencia de la realidad de las urbes: las del Sur son montañas de problemas y de milagros, laboratorios para el análisis y la intervención social; en el Norte, las tendencias llevan al despilfarro mientras una corriente aún minoritaria critica un desarrollo que pasa por alto la ecología científica y la más elemental justicia social. Los artículos describen variados problemas, como variada es la ciudad, pero entre ellos emergen hilos comunes, preguntas que se hacen eco, aunque llegue distorsionado por el `océano de prejuicios’ que nos separa.
El continente urbano
Una de las mayores diferencias entre la ciudad del Sur y la del Norte estriba en su formación. El éxodo rural atraído por la industrialización tuvo en Europa unos plazos y ritmos de crecimiento muy inferiores a los de las urbes americanas, sobre todo megalópolis como México, São Paulo, Buenos Aires o Lima. No sólo llegaron a estas ciudades más de 300.000 personas al año en muchos periodos, sino que lo hicieron en situaciones de menor renta y menor capacidad de gestión estatal. Merecen el nombre de `ciudades hechas a mano’, y sus problemas medioambientales revierten directamente sobre sus pobladores, mientras que en las formales y urbanizadas ciudades ricas la mayor parte de los problemas se apartan y se hacen invisibles. Los recursos y la capacidad técnica del Norte aseguran la calidad ambiental a los habitantes, a menudo desplazando en el tiempo o en el espacio los males generados por el consumo y la producción industrial.
El primer texto, de Ana Hardoy, permite recorrer la historia de la ciudad americana, recordar su origen colonial y enfocar el principal problema actual: la urbe como espacio de competencia por la vivienda, el trabajo, el medio ambiente, en un periodo en el que lo único sostenible es la pobreza, en el que los mitos del desarrollo van cayendo uno a uno y sólo permanece en pie una certeza, la necesidad de una ciudad nueva en la que todos puedan regular y mejorar sus vidas, construyendo `redes de seguridad’ que exijan responsabilidad a todos los sectores.
La urbanización del Sur comienza en la historia privada. Nace con las casas hechas a mano por pobladores desplazados o recién llegados de un campo en crisis, barrios formados por grupos de colonos, con sus normas y organización social compleja, posteriores intervenciones políticas para legitimar las ocupaciones o loteos y a veces permitir la consolidación de los barrios y la continuidad urbana. Están edificados en zonas peligrosas o alejadas, en los desiertos de Lima, los manglares de Guayaquil, las tierras altas de Bolivia, las laderas de Caracas o de Río de Janeiro. En América, la ciudad comienza en cada casa, y también los problemas medioambientales. Éstos son analizados por las arquitectas Ana Falú y Liliana Rainero, que describen las carencias de infraestructura de los barrios pobres a partir de la experiencia subjetiva de un grupo de familias encabezadas por mujeres. Más allá de los datos que muestran el demoledor impacto de estas carencias sobre la salud de los habitantes, las investigadoras hablan de políticas que tengan en cuenta la opinión y recursos personales de los pobladores y, en particular, de las mujeres que suelen hacerse responsables de la familia en momentos de emergencia, es decir, casi siempre.
Verena Andreatta recorre la historia de los asentamientos informales en América Latina y en paralelo, la de la visión de urbanistas y políticos. La informalidad, como el subdesarrollo, fue considerada en los años sesenta y setenta una patología de la ciudad, un periodo transitorio que debía ser resuelto realojando a los miles de nuevos habitantes urbanos en polígonos o suburbios, como de hecho sucedió en las ciudades del Norte. El fracaso y la limitación de estas políticas llevó a una concepción opuesta y que tiene la gran virtud de ser realizable: considerar que `la favela es la solución’ e intervenir en los barrios populares para consolidarlos, unirlos a la trama y a la simbología urbana y mejorar la calidad de vida de sus habitantes sin desplazarlos o despreciar sus logros.
David Satterthwaite ofrece en su artículo una visión general del proceso de urbanización en el continente, que parte del impresionante ritmo del crecimiento urbano desde los años cincuenta para analizar los problemas de definición de los límites urbanos y las tendencias actuales a una desaceleración del crecimiento de las grandes urbes en beneficio de las ciudades medias, cuyo mejor ejemplo es Brasil o las localidades de la frontera norte de México. La urbanización `de aluvión’ latinoamericana tiene carencias en las tres vertientes básicas del medio ambiente urbano: gestionar las infraestructuras esenciales para un entorno saludable, limitar y regular el impacto de la ciudad sobre los recursos próximos y alejados y manejar los desechos y residuos impidiendo el deterioro ambiental. Frente a la enormidad de los problemas, el autor cita el caso de Porto Alegre, en el que una política municipal responsable y una participación popular en el presupuesto han logrado una esperanza de vida similar a la europea, lo que muestra que la capacidad política y la equidad económica pueden revertir procesos de deterioro urbano.
La ciudad acaparadora
Los artículos de Jorge Legorreta y Mariano Vázquez describen las dos caras de la ciudad acaparadora de recursos. En una de ellas se encuentran las urbes del Sur, donde la explotación medioambiental y los errores del pasado pesan directamente sobre las poblaciones y amenazan la viabilidad misma de las ciudades: los asentamientos en lugares peligrosos, la destrucción de paisajes y entornos, la contaminación del aire, de lagunas y mares, la deforestación y el empobrecimiento ecológico del campo que agrava su crisis son fenómenos de gran magnitud y cuya combinación puede crear situaciones gravísimas. El agua de la ciudad de México es aquí el ejemplo máximo de distorsión de un funcionamiento delicado y de despilfarro de un recurso esencial. El texto de Jorge Legorreta recorre la historia de una de las transformaciones ecológicas más asombrosas que se recuerdan: la lucha entre la cultura de la tierra española y la cultura del agua de los mexicanos, el triunfo de la primera y la irracional gestión que ha llevado a círculos viciosos de difícil superación.
Mariano Vázquez muestra la otra cara, menos evidente, del despilfarro. No ya carencia, sino exceso. La ciudad del Norte, la urbe difusa que crece sin límites, devora territorio, energía y tiempo humano para lograr una complejidad que antes conseguía la densidad de la ciudad mediterránea. El modelo suburbial basado en el uso del automóvil privado se impone en España y Portugal creando un paisaje social y geográfico consumista, competitivo antes que cooperador y ciego ante los efectos de su crecimiento, incapaz de autorregulación puesto que desconoce sus límites y puesto que la percepción cada vez más parcial impide una comprensión racional de su propio funcionamiento.
Frente a los problemas de las ciudades acaparadoras, los cascos históricos intentan sobrevivir a la transformación urbana. Tanto en el Norte como en el Sur, están sometidos a fuertes presiones por el abandono o el encarecimiento, la pérdida de población y la simplificación de sus funciones y usos. En América Latina, son el lugar de la memoria histórica, pero también un espacio de supervivencia para muchos de los pobres de la ciudad, asiento de actividades informales. Entre la magnitud de los problemas urbanos, se impone conservar el patrimonio y al mismo tiempo permitir su transformación para no convertir los centros en escenarios sin actores. Los cascos históricos son barrios, un hábitat entre otros, y el autor, Alejandro Suarez, propone para su supervivencia una política de participación, que fomente el equilibrio entre nuevos y viejos residentes, entre tipologías de vivienda, entre usos simbólicos y productivos, entre autoridades y organizaciones populares.
Coches, consumo, basura: hacia la superación de la trilogía urbana
Los últimos textos se ocupan de lo que podríamos llamar la `trilogía urbana’ por excelencia: el transporte privado, el consumo y los residuos son los pilares de la ciudad industrial, explican sus flujos, resumen sus desequilibrios. En su gestión se juega gran parte del futuro de la ciudad y de la relación Norte-Sur. Tres expertos describen los modelos actuales y sus alternativas: Carlos Cordero habla de los cambios en la ciudad, en la vida social y en la percepción del espacio que ha supuesto el triunfo del automóvil, motor de la expansión urbana y del consumo transnacional, y los esfuerzos de algunas urbes americanas para superar su dictadura. Él ha hecho que estallen las distancias y límites urbanos, y la misma magnitud de las ciudades obliga a su uso. Se excluye así a todos los pobladores que carecen de la movilidad adecuada, la gran mayoría, lo que limita sus posibilidades laborales, su salud y su percepción de un espacio cada vez más hostil.
Daniel Wagman analiza el desigual reparto de los recursos del planeta y los devastadores efectos del consumo de masas sobre territorios cada vez más alejados y dependientes. Frente al cinismo de quienes defienden un modelo de desarrollo lineal y la idea de transición, el autor muestra que el ingreso de la población mundial en la sociedad de consumo no es posible y no es deseable. No es posible porque su misma existencia se basa en la desigualdad en el acceso a los recursos y no es deseable porque su extensión agotaría los recursos del planeta.
Alfonso del Val cierra el círculo industrial explicando la necesidad imperiosa de tratar los residuos como recursos, de sellar así los ciclos del desarrollo recuperando una sabiduría económica que era común hace pocos años. De estos textos emerge una ciudad inmadura y un sistema industrial ineficiente desde el punto de vista de la biosfera, pues se basa en la competencia y en el despilfarro, y la promesa de una nueva economía que no sustente sus cálculos únicamente en el valor monetario, sino que incorpore el coste real, ecológico y social de todo proceso de desarrollo. En todas estas reflexiones se repite un tema común: las ciudades, como los barrios, están perdiendo capacidad de autorregularse democráticamente, lo que deja los lugares físicos a merced de los mercados transnacionales. El intento de revertir ese proceso no se fija en un modelo del pasado, aunque sea imprescindible contar con la experiencia histórica de los ciudadanos, sino en fórmulas nuevas de participación que deben transformar profundamente nuestras sociedades.
Para cerrar el catálogo y la exposición, hemos invitado a Mujeres creando, un grupo de activistas bolivianas, a generar un espacio de provocación y creación, donde la relación desde el Sur hacia el Norte deja de ser retórica y se expresa en una voluntad de autonomía y una reivindicación de la felicidad que no pasa por alto la responsabilidad de los países ricos en la opresión material y simbólica de los pobres. María Galindo nos recuerda la hipocresía con que alabamos la belleza de las mismas sociedades que explotamos y despreciamos cuando existe verdadera confrontación, con los inmigrantes como ejemplo. Su artículo es una demostración de que no hace falta ir lejos ni tener respuestas generales para hacer política, y de que lo que está juego entre el Norte y el Sur es una lucha entre intereses opuestos. Sólo politizando la ecología urbana, es decir, reconociendo la pugna entre grupos e intereses y el derecho a la heterogeneidad, ésta puede ser un arma útil para el análisis y la transformación de nuestras ciudades.
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