Balance de la Cumbre de Johanesburgo
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- El 1 enero, 2000
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Los acuerdos de la Cumbre de Johanesburgo se reducen a una Declaración Política y a un Plan de Acción, llenas de buenas intenciones sobre la reducción del número de personas en el mundo que no tienen acceso al agua potable, la biodiversidad y los recursos pesqueros, y sin objetivos para promover las energías renovables. Los documentos aprobados en la Cumbre no contienen compromisos concretos, ni fondos nuevos y adicionales, por lo que puede hablarse de fracaso. El hecho más positivo es el anuncio de la ratificación del Protocolo de Kioto por varios países, por lo que éste finalmente podrá ser ratificado, dejando aún más aislado a EE UU.
Los abucheos a Colin Powell, dirigidos realmente contra el gran ausente, George W. Bush, identificaron claramente al verdadero culpable del fracaso de la Cumbre de la Tierra de Johanesburgo. El gobierno de George W. Bush se ha negado a ratificar el Protocolo de Kioto y el Convenio de Biodiversidad, dedica apenas el 0,10% de su PIB a la ayuda oficial al desarrollo (en su casi totalidad armas para Israel y Colombia), no cumple sus compromisos financieros con la ONU y ha tratado de debilitarla una
y otra vez. Desde el primer momento la administración de George W. Bush trató por todos los medios de hacer fracasar la Cumbre de Johanesburgo, y dado el enorme poder de la única superpotencia, los resultados están a la vista. En este contexto la Unión Europea no ha podido y/o querido asumir el liderazgo necesario.
Del fracaso de Johanesburgo nadie debe alegrarse, aunque era de esperar. Los grandes problemas de hoy no son ni el terrorismo ni Sadam Husein. Son la brutal degradación del medio ambiente y las enormes desigualdades mundiales. Johanesburgo debería haber servido para paliarlas algo. Pero el mundo no se acaba con este fracaso, que debe servir de aliciente para sentar las bases de aquellas políticas que realmente supongan avances en la erradicación de la pobreza, la disminución de las desigualdades y el freno de la degradación ambiental.
No basta con quejarse por los malos resultados. Las Conferencias como las de Johanesburgo plasman una determinada correlación
de fuerzas en un momento dado. Lo que hay que hacer es cambiar esa correlación, y en las próximas cumbres los resultados serán
otros.
De Río a Johanesburgo
La Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible, que se celebró en Johanesburgo (Suráfrica) entre el 26 de agosto y el 4 de septiembre, reunió a dirigentes mundiales, activistas y representantes de empresas, 10 años después de Río.
La Conferencia sobre Medio Ambiente y Desarrollo que se celebró en Río del 3 al 14 de junio de 1992, como Johannesburgo, llegó demasiado tarde como para impedir los problemas que pretendía resolver, ignorando el principio de precaución, pero demasiado pronto como para alcanzar acuerdos satisfactorios, a pesar de dos largos años de negociaciones.
Río-92 se celebró veinte años después de la Conferencia de Estocolmo de 1972. Treinta años después de Estocolmo y 10 de Río, los problemas sociales y ambientales, lejos de solucionarse, se han agravado. La población supera los 6.200 millones de habitantes, el doble que en 1972, y hoy 800 millones de personas viven en la extrema pobreza. Las proyecciones muestran que la población mundial llegará a los 8.000 millones de habitantes para 2025 y a los 9.300 millones de habitantes para 2050, para estabilizarse en los 12.000 millones de personas a finales del siglo XXI.
El 15% de la población mundial vive en países de altos ingresos y a ella corresponde el 56% de todo el consumo del mundo, mientras que al 40% más pobre de la población mundial, que vive en países en desarrollo, corresponde únicamente el 11% del consumo. El promedio de gastos de consumo de una familia africana se ha reducido en un 20% en comparación con 25 años atrás.
La tasa de pobreza general en los países en desarrollo, basada en un umbral de pobreza de 1 dólar de ingresos al día, se redujo del 29% en 1990 al 23% en 1998. El número total de personas que viven en la pobreza por ingresos se redujo sólo de cerca de 1.300 millones a 1.200 millones. Hay 815 millones de personas desnutridas en el mundo, y 777 millones de ellas viven en los países en desarrollo. Las cifras están reduciéndose en Asia, pero aumentan en África.
Cada año se pierden 14,6 millones de hectáreas de bosques y miles de especies, reduciendo y erosionando irreversiblemente la diversidad biológica. La capa de ozono, a pesar del Protocolo de Montreal, no se recuperará hasta mediados del siglo XXI. El dióxido de carbono presente en la atmósfera (370 partes por millón) se ha incrementado en un 32% respecto al siglo XIX, alcanzando las mayores concentraciones en los últimos 20 millones de años, y hoy añadimos anualmente a la atmósfera más de 23.000 millones de toneladas de CO2, acelerando el cambio climático. Se prevé que las emisiones de dióxido de carbono aumenten en un 75% entre 1997 y 2020. Cada año emitimos cerca de 100 millones de toneladas de dióxido de azufre, 70 millones de óxidos de nitrógeno, 200 millones de monóxido de carbono y 60 millones de partículas en suspensión, agravando los problemas causados por las lluvias ácidas, el ozono troposférico y la contaminación atmosférica local.
El accidente de Chernóbil, la proliferación nuclear y la acumulación de residuos radiactivos, son ejemplos de los riesgos de la energía nuclear. El posible conflicto entre dos potencias nucleares, como India y Pakistán, por Cachemira, o de Oriente Próximo, donde Israel posee cerca de 100 bombas atómicas, son ejemplos de que aún no ha desaparecido la amenaza nuclear.
El consumo mundial de energía supera los 9.000 millones de toneladas equivalentes de petróleo, y más de 680 millones de vehículos, la mayoría en el Norte, circulan por costosas infraestructuras. Mientras cerca de dos mil millones de personas carecen de electricidad. La dependencia del petróleo es la causa última de la guerra que viene, la de EE UU contra Irak.
La pesca excesiva, el sobrepastoreo, el consumo de leña, el empleo de plaguicidas y abonos, la contaminación, la producción de residuos y el crecimiento de las áreas metropolitanas, destruyen los recursos a un ritmo nunca conocido. Los cultivos transgénicos, inexistentes en 1992, hoy superan los 45 millones de hectáreas, y han surgido nuevas amenazas, como la nanotecnología y la ingeniería genética aplicada a los seres humanos.
Desapareció el conflicto Este-Oeste, pero los gastos militares apenas se han reducido, e incluso han aumentado tras los atentados del 11 de septiembre, con una única superpotencia, EE UU, mientras han estallado numerosos conflictos y sobre todo se han ahondado las diferencias entre el Norte y el Sur, así como las desigualdades dentro de cada país. La ideología neoliberal pretende erigirse en el pensamiento único, dictando las políticas económicas de todos los países, a pesar de su enorme fracaso en todo el Tercer Mundo, y de la situación que padece más del 80% de la población mundial.
El Norte consumista y desarrollado no quiere asumir sus responsabilidades en la destrucción ambiental y en la explotación de los pueblos del Sur, negándose a hacer ninguna concesión sustancial (deuda externa, transferencia de tecnología, comercio internacional, ayuda al desarrollo, reducción de las emisiones de CO2), y a cambiar su insostenible modo de vida.
A las élites que gobiernan el Sur tampoco les interesa que algo cambie. Ellas son el Norte del Sur, y no están dispuestas ni a redistribuir más equitativamente la renta y la tierra, ni a democratizar sus países, ni a respetar los derechos humanos, ni a acabar con la corrupción, ni a frenar la destrucción de sus ecosistemas.
La ´´Carta de la Tierra´´ quedó reducida en Río a un prólogo descafeinado y sin valor normativo. Los fondos para implantar la Agenda 21 son raquíticos, y para colmo el Banco Mundial es el organismo encargado de su gestión. La Cumbre de Monterrey no logró aumentar la Ayuda Oficial al Desarrollo al 0,7% del PIB de los países industrializados, ni tampoco hubo avances en Johanesburgo.
Pero el hecho más significativo desde la Cumbre de Río es la creación de la Organización Mundial de Comercio y la aceleración de la globalización económica, eliminando las trabas al comercio mundial de mercancías y servicios, sin consideración por la degradación ambiental, las crecientes desigualdades y la destrucción de empleos en las economías del Tercer Mundo.
El Convenio sobre el Cambio Climático, debido a la presión del gobierno estadounidense, no contempló en 1992 ningún compromiso firme para estabilizar las emisiones de los gases causantes del efecto invernadero, y las mismas inconsistencias afectan al Convenio sobre Diversidad Biológica. No obstante, hay que destacar algunos pasos positivos, como el Protocolo de Kioto en 1997 (que debería ratificarse y entrar en vigor tras los avances de Johanesburgo, y a pesar de la oposición de EE UU), el Protocolo de Bioseguridad (al que también se opone EE UU), la firma de un Convenio sobre Desertificación y la creciente organización de la sociedad civil en torno a las ONG y a los movimientos sociales. El auge de la energía eólica y solar es otro indicador claro de que es posible también otro futuro energético, sin nucleares ni combustibles fósiles, a pesar de que en Johannesburgo no se fijó ninguna meta.
El mundo, la biosfera en la que vivimos, no puede soportar por mucho más tiempo el actual modelo de desarrollo insostenible, con las terribles desigualdades sociales y la degradación ambiental. Río, ¿sirvió para algo? A riesgo de pecar de optimismo, cabe afirmar que Río supuso un avance en la conciencia colectiva. Johanesburgo, independientemente de sus escasos resultados concretos, tendrá efectos similares.
La Cumbre de Johanesburgo
Uno de los objetivos de la Cumbre de Johanesburgo era la ratificación de varios tratados internacionales: Protocolo de Kioto, Protocolo de Cartagena sobre Bioseguridad, el Tratado Internacional sobre Recursos Genéticos de Plantas para la Alimentación y la Agricultura, el Convenio de Estocolmo sobre Contaminantes Orgánicos y Persistentes (COP), el Convenio de Rotterdam sobre consentimiento previo informado antes de exportar ciertos productos químicos peligrosos y plaguicidas, el acuerdo de la ONU sobre recursos pesqueros que incluye varios planes de la FAO, el Convenio de Basilea sobre el transporte de residuos tóxicos y el Convenio europeo de Aarhus sobre el acceso a la información, que debería globalizarse. Los avances fueron escasos, excepto en pesca y en el protocolo de Kioto.
Kofi Annan, Secretario General de las Naciones Unidas, resumió los progresos que esperaba ver en Johanesburgo en cinco esferas:
1. Agua y el saneamiento: Poner el agua potable al alcance de por lo menos 1.000 millones de personas que carecen de agua apta para el consumo y proveer de saneamiento adecuado a 2.000 millones de personas.
2. Energía: Dar acceso a la energía a 2.000 millones de personas que carecen de servicios modernos de energía; promover las fuentes de energía renovables; reducir el consumo excesivo y ratificar el Protocolo de Kioto para abordar la cuestión del cambio climático. La población de los países industrializados consume 10 veces más energía por habitante que la población de las regiones en desarrollo.
3. Salud: Abordar los efectos de los materiales tóxicos y peligrosos; reducir la contaminación del aire, que mata a tres millones de personas todos los años, y la incidencia del paludismo asociada con el agua contaminada y la falta de saneamiento.
4. Productividad agrícola: Trabajar para revertir la degradación de las tierras, frenar la erosión y la desertificación, que afecta aproximadamente a los dos tercios de las tierras agrícolas del mundo.
5. Diversidad biológica y ecosistemas: Revertir los procesos que han destruido aproximadamente la mitad de los bosques tropicales húmedos y los manglares de la Tierra, amenazan al 70% de los arrecifes de coral y están diezmando las pesquerías.
Más de 11.000 especies están amenazadas de extinción, más de 800 ya se han extinguido y otras 5.000 podrían extinguirse, a menos que se adopten las medidas adecuadas. Los progresos reales en todas las áreas citadas han sido ínfimos.
Protocolo de Kioto
El Protocolo de Kioto de diciembre de 1997 concluyó con la adopción de un acuerdo de reducción de emisiones de gases de invernadero por los 39 países industrializados. El Protocolo entrará probablemente en vigor dentro de unos meses, a pesar de la negativa del Presidente George W. Bush a ratificarlo, y obligará a limitar las emisiones conjuntas de seis gases de invernadero. En conjunto la reducción global acordada es de un 5,2% para los países industrializados. Estados Unidos es el gran responsable del cambio climático, pues con sólo el 4,6% de la población mundial, emite el 24% del CO2 mundial (más de 20 toneladas por habitante y año), y sus emisiones han aumentado un 22% entre 1990 y 2000, mientras que en Alemania se han reducido un 19%. Los gobernantes de EE UU no quieren reducir las emisiones domésticas, y pretenden con todo tipo de artimañas (negativa a ratificar el Protocolo, sumideros, mecanismos de flexibilidad) seguir con su insostenible modo de vida consumista y despilfarrador, a costa de afectar de forma irreversible al clima del planeta, y sobre todo a las poblaciones más pobres del Tercer Mundo.
Para que el Protocolo de Kioto entre en vigor tiene que ser ratificado por un número suficiente de países desarrollados, que en conjunto sean responsables del 55% de las emisiones. A pesar de que EE UU, con el 36,1% de las emisiones en 1990 de los países del Anexo I, casi tiene poder de veto, la práctica totalidad de los otros países lo ratificarán y entrará en vigor.
Pero Kioto debe ser sólo un primer paso, porque para evitar que el cambio climático adquiera proporciones peligrosas se deberían reducir las emisiones actuales en más de un 60%.
Reducción de la pobreza
La erradicación del hambre y la pobreza son dos derechos humanos fundamentales. La creación y la financiación de una acción pública para garantizar tales derechos apenas progresa y la Meta del Milenio de la ONU de reducir la pobreza mundial a la mitad antes de 2015 está muy lejos de convertirse en realidad. En Johannesburgo no hubo ningún progreso real.
El 20% más rico de la población mundial ganaba 30 veces más que el 20% más pobre en 1960. En 1990 la proporción era de 60 a 1, y en 1997 la diferencia era de 74 a 1, según el PNUD. El siglo XX ha acentuado la desigualdad, en vez de reducirla. En 1820 la proporción era de 3 a 1, de 7 a 1 en 1870, de 11 a 1 en 1913, y de 74 a 1 en 1997, es decir, hoy las desigualdades son mayores que nunca. El 1% de la población mundial tiene el 57% de la renta, lo que quiere decir que apenas 70 millones de ricos tienen más ingresos que 6.100 millones de personas. Y este es el verdadero problema. La gran tarea pendiente es la redistribución más igualitaria de la renta, en el mundo y dentro de cada país.
La globalización pivotada y gobernada por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial de Comercio y la OCDE, no contempla ningún mecanismo de redistribución de la renta. La mitad de la población mundial, más de 3.000 millones de personas, viven con menos de dos dólares diarios, mientras las 225 personas de mayor fortuna poseen un patrimonio equivalente a la renta de 2.500 millones de personas, y la fortuna de las 15 personas más ricas supera al PIB del conjunto de los países del África subsahariana.
Para paliar el desastre de la globalización de la pobreza, se han propuesto algunas medidas, como la condonación de la deuda externa de los países más pobres y el aumento de la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD), hasta alcanzar el 0,7% del PIB de los países ricos. Las remesas de los emigrantes (unos 110.000 millones de dólares anuales) superan en más del doble a toda la Ayuda Oficial al Desarrollo.
Agenda 21
La Agenda 21 se ha visto entorpecida por cuatro factores principales, según la ONU:
*Un enfoque fragmentado que ha permitido que las políticas y los programas aborden cuestiones económicas, sociales y ambientales, pero no de una manera integrada;
*La utilización excesiva de recursos que los ecosistemas no pueden soportar;
*Una ausencia de políticas coherentes en las esferas de las finanzas, el comercio, las inversiones y la tecnología, y de políticas proyectadas con una visión a largo plazo;
*La falta de recursos para ejecutarla. Los países en desarrollo han tenido dificultades en obtener nuevas tecnologías e inversiones privadas de los países desarrollados, y la ayuda al desarrollo se ha reducido en el último decenio.
En general, los intentos para impulsar el desarrollo humano y para detener la degradación del medio ambiente, no han sido eficaces durante la pasada década. Los escasos recursos, la falta de voluntad política, un acercamiento fragmentado y no coordinado, y los continuos modelos derrochadores de producción y de consumo, han frustrados los esfuerzos de poner en ejecución el desarrollo sostenible, o el desarrollo equilibrado entre las necesidades económicas y sociales de la población, y la capacidad de los recursos terrestres y de los ecosistemas para resolver necesidades presentes y futuras. La Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) ha disminuido de 58.300 millones de dólares corrientes en 1992 a 53.100 millones en el año 2000. La AOD, en proporción al Producto Interior Bruto (PIB) de los países de la OCDE, bajó del 0,35% en 1992 al 0,22% en el año 2000.
España en la Cumbre de Johanesburgo
España no ha hecho los deberes y ha jugado un papel secundario en la preparación de la Cumbre de Johanesburgo durante la presidencia de la UE. En este sentido cabe destacar que el gobierno de Aznar ha relegado a un tercer plano todo el proceso reparatorio, como demuestran las Cumbres de Barcelona en marzo o la de Sevilla en junio de 2002, o la propia ausencia del presidente Aznar por razones privadas. El desinterés es manifiesto, más allá de las políticas de imagen sin base real. La ayuda española al desarrollo apenas llega al 0,2 del PIB.
Además la gestión de Aznar y el PP se ha caracterizado por la ausencia total de diálogo con la sociedad civil (nunca ha reunido el Consejo Asesor de Medio Ambiente), la no inclusión de representantes de las ONG en la delegación oficial como sucedió en Río, la ausencia de toda política real para cumplir el protocolo de Kioto a pesar de que las emisiones ya duplican las autorizadas, la no aprobación de la Estrategia Española para la Conservación y el Uso Sostenible de la Diversidad Biológica y los 12 planes sectoriales previstos y la elaboración de una Estrategia Española de Uso Sostenible sin presupuestos ni actuaciones concretas. El gobierno del PP no ha dado ningún paso para avanzar hacia una fiscalidad ecológica, y ha bloqueado las iniciativas en este sentido en el marco de la Unión Europea. España ya ha ratificado el Protocolo de Kioto, pero sin embargo las emisiones de gases de invernadero han aumentado un 33,7% entre 1990 y 2000, y en el año 2001 ya superan el 35%.
La Cumbre de Johanesburgo debería haber unido la equidad social con la sostenibilidad ambiental, sin descuidar ambos aspectos, pero cayó en una retórica vacía, sin llegar a compromisos concretos, sobre todo de recursos financieros. Además se sigue sin avanzar hacia el desarrollo de una fiscalidad ecológica, sin la cual es imposible dar pasos reales hacia la sostenibilidad, y un impuesto internacional sobre las transacciones en divisas (la tasa Tobin) para financiar los programas de erradicación de la pobreza en los países en desarrollo.
por José Santamarta
Artículo extraído de Eco Times
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