Transición energética, ¿cuál es el camino?
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- El 15 marzo, 2022
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Cuando de transición energética se trata, surgen muchas preguntas. ¿Qué implica un cambio hacia una matriz limpia de carbono? ¿Es posible plantearnos este objetivo en una economía y sociedad en crisis? ¿Por qué no pensar esta transición como parte de la solución para alcanzar el bienestar económico y social que tanto anhelamos?
El cambio hacia formas de energía alternativas, más limpias y bajas en carbono, surgió en primera instancia como una opción para independizar a las economías nacionales de los recursos no renovables, como los hidrocarburos. Pero la certeza de que estos recursos empezarían a escasear en un futuro no fue lo único que impulsó la búsqueda de nuevas fuentes de energía. El hecho de que las principales reservas fósiles estén en manos de unas pocas naciones que manejan el mercado a su antojo —como ocurrió en la crisis del petróleo de 1973— también ha sido fundamental para impulsar alternativas que garanticen la independencia energética, indispensable para el desarrollo y crecimiento de los países.
Mientras esta búsqueda de fuentes alternativas crecía incipientemente, otra realidad iba materializándose: el calentamiento global. En 1988, luego de que una serie de eventos registrados demostrara que el cambio climático era una realidad, se creó el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC). Las investigaciones sobre los orígenes del cambio climático determinaron la necesidad de realizar transformaciones en los patrones de consumo globales. Una de ellas es el uso de energía, que resultó ser una de las principales fuentes de gases de efecto invernadero, lo que llevó al cuestionamiento sobre qué energías consumimos y en qué cantidades. De esta forma, la crisis ambiental y climática volvió urgente la necesidad de transformar el sector energético.
Como muestran los sucesivos Informes de Evaluación del IPCC, no es posible quemar más combustibles fósiles. Es necesario cambiar hacia las energías renovables y, además, se debe minimizar el consumo total de energía. Por otra parte, el acceso a la energía sigue siendo desigual, como muestran las estadísticas relevadas anualmente por la Agencia Internacional de Energía (IEA). En este punto, la transición energética puede y debe ser utilizada como una herramienta para eliminar estas brechas y asegurar el acceso igualitario a energía asequible, confiable, sostenible y moderna.
UNA TRANSFORMACIÓN POSIBLE
Las fuentes de energía renovable se encuentran democráticamente dispersas en el territorio, lo que las vuelve accesibles y elimina la necesidad de transporte. Estas características las hacen parte necesaria de las soluciones para mejorar las condiciones de vida de los sectores más relegados, contribuyendo a alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) adoptados por la Argentina y todos los Estados Miembro de Naciones Unidas en 2015 para la tan necesaria equidad social y para el cuidado del planeta
Los compromisos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero asumidos por la Argentina en la última Contribución Nacional Determinada (diciembre de 2020) y el desafío de alcanzar la carbono neutralidad —objetivo a presentar en la COP de noviembre de 2021— dejan en evidencia que la transformación energética es imperiosa. Y lejos de pensarse como un imposible, hay mucho que puede hacerse para impulsar el cambio energético y, al mismo tiempo, mejorar las condiciones de vida de la sociedad en su conjunto. Es necesario considerar a estos objetivos como complementarios e intrínsecamente ligados. Por ejemplo, el fomento de la generación distribuida a partir de energías renovables es una acción directa para la reducción de emisiones y, a su vez, constituye una forma de llevar energía limpia y segura a los sectores más vulnerables y relegados para mejorar sus condiciones de vida. Esto quedó demostrado en los sucesivos Informes de Situación Global de Renovables del grupo “REN21 renovables hoy”.
Entonces, el camino para alcanzar los objetivos planteados no debería estar ligado a megaobras o a proyectos inaccesibles, que siguen extendiendo la misma lógica que el actual mercado energético, sino a apostar por una generación en menor escala, fácil de desarrollar y cercana a los centros de consumo. Esto propiciaría el desarrollo local de servicios y bienes relacionados con la energía renovable disponible en cada zona en particular, impulsando la investigación aplicada y la formación de capacidades. Además, convertiría a las comunidades en dueñas de su propia energía.
¿Por qué pensar en grandes desafíos, en saltos enormes que desalientan antes de empezar? Es necesario concebir el cambio en la producción y consumo de energía como un proceso de transformación a largo plazo, que tiene múltiples aristas que involucran a todos los actores de la sociedad, y que avanza de a pequeños pasos en toda la economía a lo largo del territorio nacional. Para ello debe convertirse en un tema a trabajar en cada institución educativa, barrio, pequeña, mediana o gran empresa, cada organismo público o privado y cada comunidad, desarrollando y favoreciendo iniciativas, proyectos e inversiones a la medida. Y el rol del Estado debe ser impulsar, acompañar y garantizar las herramientas y los mecanismos normativos y financieros que sean requeridos.
Por: Daniela Keesler
Docente e investigadora del Centro de Tecnologías Ambientales y Energía de la Facultad de Ingeniería (Universidad Nacional del Centro). Cursa un doctorado en Ciencias en Energías Renovables (Universidad Nacional de Salta). Integra el Grupo de Trabajo III del Sexto Informe de Evaluación del IPCC.
Fuente: Revista Pulso Nº 17
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