Experiencias de trabajo asociativo de reciclado en el Gran Buenos Aires (2004-2014)
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- El 9 agosto, 2016
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Resumen
En este trabajo reflexiono acerca del modo en que abordamos los discursos que recogemos en el trabajo de campo. Como parte de este recorrido pongo de relieve los supuestos filosóficos detrás de los conceptos de acción y experiencia y las implicancias teórico metodológicas de situarse dentro de estas dos tradiciones analí- ticas. Los datos que presento son resultados de una investigación cualitativa comenzada en 2003, enriquecida por procesos de investigación acción, acerca de la puesta en marcha de una planta social de clasificación de residuos. En este artículo recorro un período de más de diez años a lo largo de los cuales los cambios en los conflictos y el modo de presentar la planta nos permite observar, no solo los cambios en el contexto socio histórico, sino también transformaciones subjetivas que llevan a diferentes posicionamientos de los actores sociales entre sí y frente a su propia historia.
Introducción
Nuestro modo natural de dar cuenta de nuestros actos es la materia prima de la que está hecha buena parte de la investigación cualitativa en ciencias sociales y humanas. En última instancia nuestras preguntas suelen girar en torno a preguntas tales como: ¿En qué consiste su vida cotidiana? ¿Qué hace(n)? ¿Cómo lo hace(n)? ¿Por qué lo hace(n) de este modo? No obstante, los modos de estudiar lo que las personas dicen acerca de lo que hacen no son uniformes y pueden agruparse en dos tradiciones, la que piensa los relatos acerca de la acción como representación exacta de una realidad exterior al individuo, y la que la piensa las narraciones como una instancia de articulación de experiencias. Si partimos de la concepción moderna de un individuo racional y preclaro acerca de los motivos de su acción, la adecuada recolección de datos y la confrontación de discursos nos permitirá conocer lo que verdaderamente ocurre o ha ocurrido y por qué cada quién ha hecho o dicho, hace o dice tal o cual cosa (Honneth, 1992/1997; De Ipola, 2000; Ricoeur, 1990/1996). El enfoque de la experiencia, en cambio, nos invita a estudiar las narraciones como un modo de dar sentido a aquello que nos ocurre, recuperando marcos de sentido históricamente constituidos que nos sitúan respecto a otras personas y a los objetos y que por eso mismo son contingentes y no pueden ser reducidos a ninguna lógica individual (Throop, 2003; Honneth, 2005/2007, Ricoeur, 2004/2006). Las distintas formas de presentar eventos o describir situaciones no responde entonces a una controversia que hay que resolver sino a una disputa por el sentido de determinadas prácticas, disputa que es necesario situar en contextos de producción y reproducción de relaciones sociales de poder de clase y de género (Ricoeur, 2000).
Este trabajo se sitúa en esta segunda tradición y analiza los sentidos en disputa en torno al programa de plantas sociales implementado desde 2004 en el complejo ambiental Norte III que hemos investigado desde su presentación hasta la fecha. Este programa estaba dirigido a quemeros y quemeras del Área Reconquista, es decir a quienes acceden al relleno sanitario1 en busca de materiales para vender o mercadería para consumir2 . Este artículo presenta resultados de una investigación comenzada en 2001 que a la fecha tiene continuidad en el contexto de un proyecto PICT, desarrollada a partir de los supuestos del paradigma interpretativo, el cual nos lleva a analizar el sentido de las prácticas y discursos insertos en el mundo de la vida de los sujetos que las llevan a cabo (Vasilachis de Gialdino, 2009). De allí que la metodología ha sido cualitativa, por lo que hemos buscado pensar y definir conceptos y categorías a partir de los datos, utilizando el enfoque de la grounded theory (Glaser & Strauss, 1967).
En cuanto a las técnicas y procedimientos utilizados para la construcción de los datos hemos trabajado con dos enfoques, dentro de los métodos cualitativos, que se han alternado y complementado: los estudios cualitativos clásicos y la investigación acción participativa (Greenwodd, 2000). El corpus de datos así conformado fue analizado desde su producción y fue retomado en diferentes momentos. Es decir que no sólo hemos tomado las entrevistas, los registros, las fichas, sino las reflexiones suscitadas en el primer análisis y los subsiguientes, los cuales fueron efectuados desde diversas preguntas y marcos analíticos de referencia. En este sentido, hemos considerado cada testimonio, registro, declaración pública e interpretación académica —propia y ajena— en su contexto de producción, sin sustraernos al desafío de repensarlo en función de los acontecimientos que se sucedieron con posterioridad y los rastros de la experiencia previa de quien habló, reponiendo de este modo el modelo de triple mímesis que plantea Paul Ricœur (1990/1996).
Este trabajo analítico nos ha acercado a la pregunta acerca de cómo trabajar con la palabra, los gestos y silencios recabados a lo largo del proceso de investigación y por eso recorrimos el camino del extrañamiento como modo de hacer lugar a lo diferente y a lo singular. Como parte de este recorrido nos planteamos el desafío de reflexionar acerca de las raíces filosóficas de conceptos como acción y experiencia y las implicancias teórico metodológicas de situarse dentro de las distintas tradiciones analíticas que han pensado estos conceptos. Sería demasiado extenso dar cuenta de todo el proceso reflexivo, pero a continuación exponemos sus notas centrales. Luego analizaremos algunos de los principales ejes sobre los que se asentaron las disputas por el sentido del programa de plantas sociales en estos años.
El paradigma de la acción y el enfoque de la experiencia como herramientas analíticas
La pregunta por lo que las otras personas hacen y por el sentido que esas prácticas adquieren en su contexto de producción nos sitúa en el paradigma de la acción, de acuerdo con el cual las personas son capaces de dar cuenta del sentido que tiene para ellas lo que hacen —incluyendo lo que piensan y dicen— y pueden anticipar, planificar, pero también evaluar ex post los resultados que han tenido sus actos y sus palabras. Por eso, cuando miramos (interpretamos) acciones no nos limitamos a describir “movimientos de cuerpos” sino que colocamos esos movimientos “en un marco de interpretación” a partir de un “marco categorial compartido intersubjetivamente” (Naishtat, 1999, p. 22). En este sentido, el mencionado paradigma supone sujetos reflexivos y capaces, porque atribuyen sentido a lo que han hecho (o les ha ocurrido) y son responsables por los efectos de su acción, inclusive por los efectos no anticipados (Ricœur, 2004/2006).
Este paradigma ha dado lugar a diversos enfoques que adquieren su particularidad según la teoría del sujeto o de la subjetividad de la que parten, de entre las cuales las más difundidas en las ciencias sociales y humanas son las del cogito cartesiano y la de la experiencia. El individuo cartesiano está dotado de una racionalidad a priori que le permite conocer y evaluar el mundo a partir de los sentidos, siendo el lenguaje un medio a través del cual es capaz de expresar sus estados internos y sus percepciones acerca del mundo, todo lo cual es perfectamente transparente para su conciencia (Naishtat, 1999) que está dotado de una “razón natural” que es “en principio universal, ahistórica, pre o metalingüística” (Derrida, 1995, p. 4). En cambio, para quienes trabajamos desde el enfoque de la experiencia los motivos de la acción en tanto causa son inaccesibles, incluso para el actor, que no es un individuo preclaro sino un sujeto histórico. La categoría de experiencia remite en la fenomenología al momento exacto en el que las personas dan sentido a aquello que les pasa como organismos vivos y prefiguran sus opciones frente a esos eventos (Throop, 2003). Partir del concepto de experiencia supone, además, considerar la vida como totalidad (James, 1904 citado por Throop, 20033 ) y no como la síntesis de diferentes dimensiones. Al narrar su biografía las personas seleccionan episodios y establecen conexiones causales, fines y efectos no deseados, otorgando coherencia a la trama que elaboran. No obstante, dicha trama no puede comprenderse por fuera de sus condiciones de elaboración, las cuales involucran no sólo la construcción de una identidad narrativa que posiciona a las personas respecto al mundo, sino respecto a sus semejantes (Ricœur, 1990/1996). Por ello, en el acto de narrar se pone de manifiesto el carácter temporal de la experiencia humana, a través del proceso de elaboración de la trama que permite articular un discurso. Este proceso consiste principalmente en la selección y disposición de los acontecimientos y de las acciones narradas que permiten identificar agentes, medios, fines, consecuencias no deseadas. Sin embargo, desde este enfoque consideramos que “ninguna acción es un principio más que en una historia que ella misma inaugura”; y a la vez “ninguna acción es tampoco un medio más que si provoca en la historia narrada un cambio de suerte”, por lo que, finalmente “ninguna acción, considerada en sí misma, es un fin” (Ricœur, 2000, p. 191).
Por otra parte, desde este punto de vista no existe subjetividad a priori ya que “la comprensión de sí mismo es el fruto de una narración autobiográfica en la que se muestra lo que somos al compararlo con lo que podíamos haber sido” y por lo tanto, lo que comprendemos acerca de nuestro self es el resultado de una articulación narrativa de los acontecimientos que hemos vivido. Esta reconstrucción no se efectúa desde una razón natural, si no desde una inteligibilidad históricamente situada y producida “al comparar lo que hemos sido con lo que podríamos haber sido”, de acuerdo a nuestro conocimiento del mundo, lo que hemos escuchado, leído, aprendido (Balaguer, 2002, pp. 91-92). De este modo, “semántica natural de la acción, lenguaje o actitud natural” constituyen en este enfoque “el suelo a partir del cual los actores definen, piensan y conceptualizan las acciones propias y ajenas” (De Ipola, 2000, p. 175)
Las diferencias entre estos enfoques, el cartesiano y el de la experiencia, se rebelan sustancialmente en la interpretación del mythos, es decir el discurso natural acerca de la acción, consistente en la disposición de los hechos de modo tal que se identifican medios, fines, agentes, causas y efectos (Balaguer, 2002). Mientras que el enfoque cartesiano toma la palabra como reflejo del hecho, dejando abierta la cuestión de la validez y confiabilidad de la información, desde el de la experiencia, consideramos que las narraciones respecto a la propia vida no pueden pretenderse más o menos auténticas que cualquier otro set de prácticas socialmente organizadas (Atkinson y Silverman, 1997). Por tanto, a lo que pretendemos acceder no es a la vida de las personas, sino a los (diferentes) relatos a partir de los cuales otorgan (distintos) sentidos a su experiencia a lo largo del tiempo y/o en diferentes circunstancias. Siguiendo a Dodier (1990, p. 117):
La postura que estamos describiendo no implica estar cerrado a la verdad de los discursos de las personas sobre sus propios actos. Las personas dan razones de sus actos, imputan motivos a los otros actores, pueblan las circunstancias de objetos, asignan un origen a las acciones. Como lo ha mostrado Ricoeur, todo relato consiste en aislar, clausurar y, por tanto, configurar un segmento de acción particular, dentro del infinito entretejido de interacciones entre las personas. El trabajo consistirá pues en seguir esas operaciones, y sobre todo en preguntarse acerca de ellas, pero sin juzgar sobre su validez. (Traducción de De Ipola en De Ipola, 2000)
De allí que nuestro propósito no es juzgar o conocer las causas de una acción determinada, sino comprender y explicar el proceso de construcción de lazos y vínculos sociales que se configuran en torno a las disputas por el sentido que adquieren las prácticas. Según entendemos esos sentidos son los que permiten resistir y afianzar las relaciones de poder que se configuran alrededor de comunidades de valor en el contexto de las cuales se lucha por el reconocimiento de capacidades colectivas que señalan lo que es justo y posible en una determinada sociedad (Ricœur, 2004/2006). El concepto de capacidades colectivas fue desarrollado por Ricœur y se refiere a las posibilidades de hacer que pueden ser reivindicadas para sí (atestadas) por parte de un grupo, en clave de podemos, tenemos derecho a mientras sean reconocidas socialmente. Se ha retomado este concepto porque, por un lado, permite recuperar el carácter relacional que conlleva todo proceso de legitimación de prácticas. Por otro lado, nos brinda la posibilidad de desnaturalizar los objetivos e intenciones que dan sentido a esas prácticas. De este modo, es posible pensar los sentidos que adquirió la puesta en marcha del programa de plantas sociales a lo largo del tiempo en el contexto de procesos socio-históricos mucho más amplios que la relación entre habitantes del Área Reconquista y autoridades del relleno.
Conforme a este enfoque, entonces, a continuación analizamos el proceso de implementación del programa de plantas sociales como un proceso de construcción de lazos sociales, en torno al cual se debatieron las capacidades colectivas de los/as quemeros/as para participar legítimamente de la gestión de los residuos sólidos urbanos.
El programa de plantas sociales como tregua entre vecinos/as y CEAMSE (2004-2010)
En septiembre de 2004 recibí una llamada en mi teléfono celular de Francisca, líder de una de las organizaciones territoriales del Área Reconquista, quien me pidió que me acercara esa misma tarde a un bar lindero a la estación de San Martín, en el que ella se iba a juntar a con compañeros y compañeras de otros barrios. La urgencia era que les estaban “ofreciendo una planta para hacer una cooperativa o algo así”, necesitaban ayuda para “convertir un grupo quemero en un colectivo de trabajadores” y no tenían “ni la menor idea de cómo hacerlo”. La propuesta sonaba sumamente confusa e inespecífica, pero el entusiasmo de Francisca me resultó muy convocante. Cuando llegué me encontré con Galíndez, uno de los dirigentes locales, que nos explicó, a mí y a una periodista gráfica allí presente, en qué consistía el programa de plantas sociales:
Acá lo que pasa es que CEAMSE está… complicado. Está lo de Diego, que no fue ni el primero ni el último, pero que, como Alicia, la hermana, está con los piqueteros, los escrachó por todos lados. Pero el tema de la quema, es un tema… acá lo que se dio es que nosotros nos asentamos acá por la cuestión de que la quema es una gallina, no digamos de huevos de oro, pero que te va a dar la posibilidad de rebuscarte siempre, por eso hay cada vez más pibes que van a la quema… Y entonces, bueno, estos días nos han llamado ellos (CEAMSE) y nos dicen: ¿Quieren una planta? Vamos a hacer una por barrio para que trabajen los que ustedes dicen y ustedes nos van a ayudar a sacar a los pibes de la quema, para que no pase más lo que pasó con este pibe y bueh, ahí nosotros le decimos que bueno, que vamos a ver… Encima que CEAMSE quiere abrir relleno acá, allá no puede, los ambientalista los corren a ellos de todos los lados… Bueno, eso me explican, así digamos y entonces ellos se tienen que lavar la cara y mostrar que también son ambientalistas,que quieren reciclar y de paso ver si esta quema de acá les dura un tiempo más, que es lo que nosotros queremos también… y bueno, así, hay que armar los proyectos ahora, por eso estamos acá” 4 (Galindez, referente del barrio Lanzone, registro de campo grabado el 23 de septiembre de 2004)
En este fragmento, Galindez dispuso la trama en torno al programa de plantas sociales organizando causas y efectos, intenciones y compromisos relacionando diversos hechos y creando cadenas de eventos. En primer lugar, traza una línea divisoria que permite situar diferentes puntos de vista e intereses alrededor de la gestión del relleno sanitario objetivados como ambientalistas, habitantes del Área Reconquista y “CEAMSE”. Con esta sigla se designa a la “Coordinación Ecológica Área Metropolitana Sociedad del Estado”, empresa que tiene a su cargo el tratamiento y disposición final de los residuos generados en Ciudad de Buenos Aires y Gran Buenos Aires desde 1977.
En cuanto a CEAMSE —empresa estatal bajo gestión privada5— nos decía que estaba “complicada” en más de un sentido. Primero, veía amenazada la continuidad de sus negocios por la próxima saturación de los rellenos sanitarios existentes y la imposibilidad de abrir nuevos, dada la creciente resistencia a esta modalidad de tratamiento de residuos. Segundo, adolecía de una imagen desprestigiada por diferentes conflictos: los que sostenía en el territorio con quienes iban a la quema y los/as que padecía extra territorialmente en la medida en que el reciclado se imponía como el modelo más adecuado para gestionar los residuos.
Cuando se creó la CEAMSE en 1977 uno de sus objetivos declarados fue centralizar el tratamiento de la basura. Los residuos fueron declarados propiedad del estado y se penalizaron las actividades de clasificación, reciclado y/o venta de materiales por particulares. Así se estableció una distinción entre el circuito formal-legal y el informal-ilegal que incrementó la precariedad en las condiciones de vida y trabajo de las personas que se dedicaban al reciclado, pero no logró erradicar su actividad como pretendía (Carenzo, Acevedo y Barbaro, 2013).
A partir de 2002, en un contexto de fuerte movilización social comenzó a instalarse la relevancia social de las actividades de reciclado y el derecho de las personas que las llevaban a cabo a ganarse la vida mediante la recuperación, clasificación y venta de materiales descartados. El reconocimiento a las capacidades colectivas de las personas abocadas al reciclado se plasmó en la legislación a través de la Ley Nacional 25916 de 2004, la Ley de la Provincia de Buenos Aires 13592 de 2006, y las Leyes de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires N° 992 de 2002 y 1854 de 2005 que impulsaron un “modelo social de gestión de los residuos”.
De allí que las personas que concurrían a cirujear a la quema y sus organizaciones gozaran de una mejor posición para disputar por la legitimidad de su actividad: por un lado, por la mayor disposición social a las actividades de reciclaje, por otro, por haber escrachado, puesto de manifiesto los abusos que se cometían en el relleno, como el sufrido por Diego y su familia. Diego Duarte, un joven de quince años que residía en el Área Reconquista, desapareció la noche del 15 de marzo de 2004. Había ingresado al relleno sanitario a buscar tierrita 6 con su hermano, para que éste pudiera comprarse zapatillas nuevas con las que asistir al colegio. Según denunció este último, fue enterrado bajo una montaña de basura por una retroexcavadora. El cuerpo de Diego aún no fue encontrado y las circunstancias de su desaparición no han sido esclarecidas por la justicia.
Cuando este joven desapareció el ingreso al relleno estaba prohibido, pero constituía una práctica sumamente extendida y, que como señala Galindez, convocaba a un número creciente de jóvenes. Esta contradicción exponía a quienes se acercaban a altos niveles de violencia, tanto entre sí, como frente a las agencias públicas y privadas de seguridad que custodiaban el predio. Como dijo nuestro entrevistado, la desaparición de Diego no fue ni la primera, ni —desgracidamente— la última, pero tuvo una mayor visibilidad porque su hermana Alicia estaba con una organización piquetera. Además, la denuncia de Alicia fue acompañada no solo por el grupo al que ella pertenecía, sino por dirigentes de partidos de izquierda y representantes de organismos de derechos humanos. De este modo, no sólo se logró instalar públicamente la convicción de que existió responsabilidad empresarial en la desaparición de Duarte, sino también sincerar la dependencia de muchas familias de la zona respecto al relleno sanitario.
De acuerdo con la trama que teje Galindez en su relato, el derecho de los habitantes de la zona a participar en la explotación del terreno estaba en mejores condiciones de ser reconocido dado el mayor prestigio de las actividades de reciclaje y el escrache de los abusos perpetrados por CEAMSE. Complicadas en varios frentes las autoridades de dicha empresa necesitaban lavarse la cara y la construcción de plantas sociales era interpretada por nuestro interlocutor como un paso en ese sentido, porque permitía desarrollar actividades de reciclaje y mostrar colaboración con las personas que habían denunciado los abusos, entrando en sintonía con las demandas de las ONG ambientalistas y la dirigencia social y política que había apoyado el conflicto.
En este contexto, el programa de plantas sociales era presentado como la posibilidad de establecer una especie de tregua en un conflicto que ya llevaba décadas: a cambio de que lograran evitar la afluencia de grupos de jóvenes a la quema, se les permitiría seleccionar a quienes ocuparían los puestos de trabajo en las plantas sociales.
Si bien el acuerdo estaba formulado en términos que parecían sencillos, la cuestión resultó bastante más problemática. Por un lado, había que formular un proyecto sumamente complejo, que obligaba a planificar aspectos comerciales, sociales y ambientales de un emprendimiento que era desconocido para todas las personas involucradas por tratarse de una experiencia prácticamente inédita. Por otro, había que formalizar colectivos de trabajo como cooperativas, lo cual era también inédito en esta zona.
El 10 de enero de 2008 se convocó a una reunión entre representantes de las plantas sociales que estaban funcionando o en construcción, integrantes del gobierno nacional y de la provincia de Buenos Aires de áreas comprometidas con el programa y personal jerárquico de CEAMSE que prestaba servicios en el relleno Norte III. Una vez más, estuve presente en calidad de “amiga” de una de las plantas en construcción. La primera cuestión que planteó un funcionario del área de legales fue la necesidad de avanzar en la formalización de las cooperativas. Acerca de este punto, insistía en que “había que comprometerse”, hacer “las cosas en serio” y ser “más prolijos con los papeles”. Frente a esta interpelación se puso de pie uno de los presidentes de las plantas sociales y dijo: “Ustedes saben que para nosotros la cosa no es sencilla, hay compañeros que no tienen ni documento. Nosotros no nos manejamos con libros y asamblea de socios, tenemos otro modo y esto nos obliga a cambiar todo. Nos tenemos que ayudar entre todos, ustedes nos tienen que aguantar un poquito, porque nosotros siempre ayudamos. El único relleno sanitario que hoy no está con fecha de cierre por los ambientalistas es este y ustedes saben por qué: acá los ecologistas no tallan porque nosotros defendemos el relleno”. Frente a esto, otro funcionario de la misma área y mayor rango respondió: “Nos consta y nos importa, ¿me oyó? Nos consta y nos importa”. Desde ese momento el tono de la reunión fue más ameno (Entrada de diario de campo, 10 de enero de 2008).
Esta escena muestra, que varios años después de presentado el programa, el conflicto con los ambientalistas, entendido como la creciente oposición social y política al modelo de gestión de residuos basado en la disposición en rellenos sanitarios, seguía constituyendo un eje común entre los habitantes del Área Reconquista y las autoridades del relleno.
Del mismo modo, se vuelve a poner de relieve el eje formalidad-informalidad dejando a las personas que trabajaban en las plantas en una situación desventajosa al señalar su falta de seriedad, su desprolijidad. Sin embargo, esa caracterización era caprichosa y arbitraria como se encargó de mostrar el dirigente quemero que tomó la palabra. La informalidad es constitutiva de la cotidianeidad en el Área Reconquista en más de un sentido. Muchas de las personas no habían celebrado jamás un contrato de trabajo, ni tenían constancias escritas de las transacciones de compra-venta de bienes muebles o inmuebles que realizaban. En algunos casos, apenas habían accedido a su primer documento de identidad como resultado de políticas específicas implementadas en la zona. En este contexto, todo se hacía “de palabra”. Por eso, someterse a cánones formales suponía modificar de hecho el modo de “manejarse” establecido e imponía modos de gestionar los asuntos que resultan incompatibles con las prácticas habituales, porque podía implicar dejar afuera a un compañero o una compañera de la posibilidad de trabajar en las plantas por criterios que resultaban totalmente extraños. Esta situación no era desconocida por quienes organizaron la reunión, a pesar de que plantearan el tema como una mera cuestión de “prolijidad”.
Del mismo modo, como ya nos lo había manifestado Galindez años antes, quienes representaban a los colectivos de trabajo que explotaban las plantas estaban perfectamente al tanto de las preocupaciones empresariales, el carácter estratégico de este relleno sanitario y las amenazas que se cernían sobre su continuidad. Este aspecto del proceso político, que había llevado a diseñar e implementar el programa de plantas sociales, le permite al dirigente que tomó la palabra plantear su demanda de suavizar las exigencias de formalidad como una prenda de “ayuda mutua”, restituyendo el sentido del programa de plantas sociales como una tregua entre las autoridades del complejo y los habitantes del Área Reconquista en pos de sus comunes intereses frente a grupos ambientalistas. La aceptación de la validez de este argumento por parte de uno de los principales funcionarios de la empresa permitió restablecer el buen clima de la reunión porque disipó, al menos momentáneamente, la tensión que provocó la restitución del eje formalidad-informalidad. Este eje producía tensión porque, a diferencia de la lucha por la continuidad del relleno que los colocaba del mismo lado, oponía a los residentes de la zona y a CEAMSE, como puede leerse en esta conceptualización del programa de plantas sociales tomada de la página web de la empresa en 2010:
En las inmediaciones del Complejo Ambiental Norte III surgieron organizaciones de base, que representan a la gran cantidad de familias humildes que viven de la separación y venta de residuos. La consecuencia fue el ingreso ilegal de personas indigentes al frente de operaciones del relleno que, además de generar diversas dificultades en la disposición final de los residuos, se exponen a contraer infecciones o sufrir cortes o heridas. Y, lo que es más grave, ponen en riesgo sus vidas al desplazarse entre maquinarias de gran porte. Los equipos interdisciplinarios formados por CEAMSE están trabajando para orientar y dar un marco de contención social a estas personas que se encontraban en el mayor desamparo, para que dieran los pasos a fin de constituirse en asociaciones civiles. Y que así sus integrantes encontraran en las plantas sociales su acceso al sistema formal de trabajo (CEAMSE, 2005, párrafo 1).
Esta presentación del programa de plantas sociales por parte del CEAMSE recuperaba en cierta medida parte de la contextualización que efectuaba Galindez en 2004, pero con algunos giros muy significativos. En efecto, lo sitúa en el contexto del aumento de la población en la zona y en su dependencia respecto al relleno sanitario. También se habla de la peligrosidad del ingreso a la quema, aunque se inculpa a las organizaciones de base por la exposición a estos peligros. En esta caracterización no hay homogeneidad entre quienes se acercan al relleno a obtener recursos, indigentesvíctimas y las organizaciones de base que alientan esta actividad, poniendo en riesgo su vida ¿por ignorancia? ¿por negligencia? Quienes redactaron el texto no lo dejan del todo claro. Lo que si queda claro es que esas organizaciones resultan perjudiciales porque exponen a quienes habitan la zona, dificultan las actividades en el relleno y crean problemas para la empresa. Allí los equipos interdisciplinarios de la empresa tienen un rol que cumplir orientando y conteniendo a esta población transformando a estas organizaciones informales en asociaciones civiles formales.
En todo caso, lo que revela este fragmento es la resistencia por parte de las autoridades de CEAMSE a reconocer la legitimidad de la población que viven en las inmediaciones del complejo para participar en la gestión residuos, colocándola como objeto de amparo y asistencia, dada su extrema vulnerabilidad y señalando que su presencia en el relleno es a todas luces inconveniente. Desde este punto de vista, CEAMSE les hace una concesión graciosa al permitirles reciclar para evitarles una muerte segura debajo de alguna de sus máquinas, pero sin otorgarle ningún valor a las actividades que allí realizan, ni en términos de prolongar la vida útil del relleno, ni de recuperar materiales que pudieran ser valiosos para la industria, por ejemplo. En la trama así construida, permitirles a estas personas desarrollar actividades de recuperación de residuos no tiene otro sentido que el de ayudarles a paliar su indigencia.
El recorrido realizado nos permite mostrar que el carácter histórico, en el sentido de contingente, de la atribución de sentidos a un proceso tan complejo como el diseño e implementación del programa de plantas sociales en el Área Reconquista. A lo largo de estos primeros seis años lo que ha estado en disputa ha sido la legitimidad de distintos modos de explotar el relleno sanitario Norte III. Y esta disputa se pone de manifiesto en la construcción del mythos con el que se explica el programa de plantas sociales. Hemos visto que existen hechos que se convocan en todos los relatos relevados: la dependencia de la población local respecto al relleno, los peligros a los que se exponen las personas que ingresan y los daños que muchas de ellas han sufrido, la conformación de organizaciones locales que han mediado en el conflicto con las autoridades de CEAMSE, por citar los más mencionados. Esto muestra un grado de confluencia que hace posible la interacción, aún en términos de conflicto, de habitantes del Área Reconquista y dirigentes el relleno, lo cual muestra la existencia de una comunidad de valor. Sin embargo, es la atribución de intereses, estrategias, necesidades, pero también de legitimidades con los que se hilvanan estos hechos, lo que permite comprender los sentidos de este proceso por los que disputan sus protagonistas. Como vimos, los distintos modos de narrar tienen consecuencias para las pretensiones de legitimidad de quienes han protagonizado este proceso.
El análisis realizado también nos permitió observar la flagrante asimetría de poder entre quienes realizaban actividades de reciclado y las autoridades del complejo. El punto de partida de este proceso coloca al primer grupo en situación de ilegalidad, como sima de la falta de legitimidad, mientras que la empresa que explotaba el relleno luchaba por sostener su legitimidad enfrentando los embates políticos locales y extra locales. Por no hablar de las diferencias en términos de capital financiero para posicionar sus puntos de vista. No obstante, en lo que sigue, veremos un segundo momento en este proceso en el cual la disputa comienza a transitar nuevos carriles, ya que lo que está en disputa no es solo la explotación de los residuos que llegan al relleno, sino la gestión de los fondos públicos que remuneran las actividades de saneamiento, lo cual llevará a construir un nuevo mythos en torno al programa de plantas sociales.
Las plantas sociales como ámbito de trabajo (2010-2014)
A pesar de las expectativas iniciales, el proceso de puesta en marcha de las plantas sociales fue mucho más trabajoso de lo esperado desde todo punto de vista y algunos de sus objetivos no llegaron a concretarse. La afluencia de grupos, sobre todo juveniles, a la quema no solo no se ha erradicado, sino que se ha institucionalizado. Existen horarios pautados de ingreso al relleno y turnos que son administrados por veedores y veedoras que CEAMSE ha nombrado entre residentes de la zona7 .
En cuanto a las plantas sociales, las primeras comenzaron a operar en 2005, aunque recién en 2009 se terminaron de poner en marcha las inicialmente previstas. Todas ellas son bastante similares entre sí. Operan con entre sesenta y cien personas y realizan actividades en dos turnos de lunes a sábado. La mayor parte de quienes trabajan viven en el Área Reconquista, tienen entre 18 y 55 años y la cantidad de varones y mujeres es similar.
Si bien cada planta tiene sus peculiaridades en cuanto a la organización del trabajo, es posible reconocer tres figuras presentes en cada una de ellas. El “presidente” o “presidenta” que se encarga de mantener las relaciones con CEAMSE y con los compradores que se acercan a adquirir la mercadería clasificada. Habitualmente, la presidencia está a cargo de personas con una larga trayectoria de militancia social, sindical o política en la zona. La denominación “presidente” está tomado del formato cooperativa que, como hemos visto, fue uno de los requisitos que imponía el programa para que las plantas pudieran funcionar. La persona designada en este rol se encarga de vender los materiales clasificados y de hacer los pagos a quienes trabajan. La segunda figura son los encargados o encargadas, que organizan el trabajo y están en el día a día de cada uno de los turnos. Los trabajadores y trabajadoras de los distintos puestos constituyen la tercera de estas figuras.
El proceso de trabajo está organizado en dos circuitos denominados domiciliario y privado, en función del tipo de camión recolector sobre el que operan. El circuito domiciliario implica clasificar residuos mientras las bolsas se desplazan por una cinta transportadora. En dichas bolsas se mezclan residuos húmedos y secos, lo cual no solo lo hace que el trabajo sea muy sucio sino poco rentable, ya que ciertos materiales – como el papel o el cartón- pierden el 90% de su valor si están contaminados con residuos orgánicos o simplemente mojados.
El circuito privado, que suele ser un poco más limpio es también el que aporta los mejores ingresos y por eso la demanda a CEAMSE por este tipo de camiones está siempre presente. Asimismo, la amenaza de no mandar privados se utiliza por parte del personal de CEAMSE a cargo del relleno para imponer ciertas condiciones. Por ejemplo: “Si no abren el sábado, no se les manda más privado”, “Hasta que no limpien el volado8 no hay más privado”, “Si no arrancan con el segundo turno no se les va a mandar más privado”. Durante los primeros años de implementación del programa de plantas sociales también estaban a la orden del día las sospechas acerca de que a tal planta se le enviaban más (o mejores) privados, porque tenía cierto arreglo con tal o cual directivo. Estas prácticas llevaron a que durante varios años las plantas sociales compitieran entre sí, recelaran las unas de las otras, y se hicieran todo tipo de acusaciones.
Esta situación cambió en 2011 cuando empezó expandirse el rumor de que el relleno iba a ser cerrado. Frente a esta situación se comenzó a armar una “mesa” con presidentes y presidentas de plantas sociales, quienes comenzaron a articular acciones conjuntas. Esta solidaridad se profundizó frente a la expectativa de que las plantas de clasificación de residuos se iban a reemplazar por plantas de Tratamiento Mecánico Biológico (MBT) que requieren mucha menos mano de obra, lo cual llevó a un corte de la Autopista del Buen Ayre en junio de 2012, contexto en el cual se difundió con una carta abierta a la Presidenta de la Nación que, entre otras cosas, decía lo siguiente:
Usted, Sra. Presidenta, sabe que nuestra región es reconocida por ser una zona en la que el cirujeo ha sido desde hace décadas un refugio constante frente a la pobreza, habiéndose hecho tristemente célebre desde los fusilamientos de J. L. Suarez. (…) Esta actividad siempre fue un sustento para nuestras economías familiares, para algunas de emergencia, para otras permanente (…) Las plantas fueron entonces presentadas como una posibilidad de generar fuentes de trabajo genuino y digno para muchos compañeros. Sin embargo, luego de casi 9 años de lucha, este objetivo no se ha concretado (…) Nosotros somos los que sabemos acerca de cómo manejar los residuos. El reciclado no llego a la argentina de la mano de ninguna empresa u ONG internacional ecologista, que hoy nos invita a admirarlos y a aprender de cómo hacen en Europa, pretendiendo implantar sus conceptos, como “basura cero”. El reciclado no llegó tampoco por los millonarios presupuestos de plantas modernas de valoración energética o MTB. -Tratamiento Mecánico Biológico (…) Seria de ingratos no reconocer cuánto nos han ayudado a resolver urgencias programas como el “Argentina Trabaja” o la Asignación Universal por Hijo, entre otros. Pero ahora queremos también que se nos reconozcan nuestros derechos como trabajadores calificados que somos, con legítimas pretensiones de participar del esfuerzo colectivo que hacen todos los argentinos para mantener limpia su casa, su ciudad, su provincia. Si CEAMSE cobra por contaminar, nosotros queremos cobrar por reciclar”. (Grito Cartonero, 2012, párrafos 12-26)
Luego de varios años de funcionamiento de las plantas las disputas con CEAMSE nítidamente han cambiado en su contenido. Este texto señalaba que las plantas están lejos de constituir una vía de acceso al sistema formal de trabajo, como declamaba la página de CEAMSE, no obstante, constituyen una fuente de ingresos significativa para muchas familias de la zona. Pero, además, su puesta en funcionamiento les permite posicionarse en otro lugar dentro del modelo de gestión de los residuos: como prestadoras de un servicio público, mejor inclusive que el que presta el Complejo Sanitario. Con una lógica implacable, y parafraseando a Marcelo Loto, conocido dirigente cartonero9 , sostienen: CEAMSE cobra por contaminar, mientras a quienes trabajan en las plantas sociales no se les quiere pagar por reciclar.
La oposición contaminación-reciclaje, si bien recupera el eje de disputa con los y las ambientalistas, permite esta vez alinear de otro modo los intereses: ya no coloca CEAMSE y plantas del mismo lado, sino que los opone. No obstante, la disputa con las ONG ambientalistas sigue vigente, pero ahora en términos de quienes saben (o no) gestionar los residuos.
En este eje de disputa también se resignifican las trayectorias de quemeros y quemeras: mientras que el ingreso al relleno era presentado como prueba de su vulnerabilidad años antes, ahora se coloca como evidencia de las capacidades colectivas de quienes viven en el Área Reconquista para constituirse legítimamente en agentes de la política ambiental. De este modo, la valoración de su condición quemera ya no se efectúa en términos de rebusque, es decir como recurso de emergencia individual, sino de oficio y servicio público. En este contexto, ya no admiten ser asistidos con programas como Argentina Trabaja, pensados para quienes no tienen empleo, sino que quieren que se reconozca su aporte al bienestar general.
Estos cambios en el modo en que se presentan los hechos no constituyen solo una estrategia discursiva, sino que se asienta en una nueva configuración de la comunidad de valores que rige la definición del modelo legítimo de gestión de los residuos, que muestra un aumento de la fortaleza relativa de sus pretensiones de reconocimiento. Esto se pone de manifiesto en los términos que sellaron el compromiso que puso fin al conflicto, al menos transitoriamente, el cual se volcó en un texto que firmaron el 9 de julio de 2012 representantes de las plantas sociales, el CEAMSE, el Gobierno de la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires por el cual CEAMSE se comprometía a (ver figura 1).
El texto sostenía que CEAMSE se comprometía a “Implementar un mecanismo de estímulo pecuniario al reciclaje consistente en el pago de un canon por cada tonelada de residuo recuperado, por un valor suficiente para alcanzar una retribución justa” (Documento firmado en mi presencia, 9 de julio de 2012).
La celebración de este acuerdo marcó un hito muy significativo porque implicó el reconocimiento de la actividad de reciclaje como servicio: ya no se habla de donar los materiales a indigentes incapaces de generar sus medios de vida, sino que se les paga por prestar un servicio.
CEAMSE fue designado como responsable de controlar la cantidad de material procesado y efectuando el correspondiente el pago. De este modo, se siguió sosteniendo su posición de privilegio en el negocio, como administradora de los fondos públicos, pero a la vez se obligó al reconocimiento de las capacidades colectivas de quienes trabajan en las plantas sociales para participar legítimamente en la distribución de esos recursos al reconocer que prestan un servicio.
De este modo, entonces, a lo largo de estos diez años hemos podido ver como prácticas similares (o idénticas) van adquiriendo diversas connotaciones: la actividad de quemeros y quemeras, el modelo de gestión de ambiental basado en los rellenos sanitarios, la monopolización de CEAMSE de los recursos públicos para el tratamiento final de los residuos, el programa de plantas sociales, la conformación de organizaciones —de hecho, como asociaciones civiles, como cooperativas— que nuclean a residentes del Área Reconquista que viven del reciclado, etc.
Y esos distintos sentidos no se dejan reducir a la pregunta acerca de los motivos por los cuales una o más personas adoptaron tal o cual determinación, sino que son expresión de procesos históricos de constitución de lazos sociales situados en relaciones de poder (y resistencia).
Reflexiones finales
A lo largo de estas páginas hemos mostrado las disputas en torno al sentido del programa de plantas sociales, tomando como referencia los conceptos de comunidad de valores y capacidades colectivas. La comunidad de valores describe a quienes se encuentran en posición de disputar el sentido de ciertas prácticas, sentidos del que depende el reconocimiento o desconocimiento de las capacidades colectivas de los grupos en pugna: quienes gestionan las plantas y/o trabajan en ellas y/o acuden al relleno a buscar materiales o mercadería frente o junto a quienes dirigen el complejo Norte III.
Vimos en la primera parte que los términos de esta disputa se pueden vislumbrar al observar el hilván que conecta los hechos que se convocan para constituir el mythos que da sentido al programa de plantas sociales. El último apartado nos permitió ver que el punto de partida que se elige para contar la historia, o los eventos que se evocan, también muestran los términos del conflicto. Entre 2004 y 2010 se mencionaba que la crisis social comenzada a fines de los 90 había llevado al incremento de la población quemera, a la conformación de organizaciones territoriales que presionaban sobre el CEAMSE para hacer lugar a las actividades de reciclaje, los riesgos y daños que soportaban las personas que acudían al relleno, el agotamiento del modelo de rellenos sanitarios por la creciente conciencia social acerca de los peligros que acarreaba. Contada de este modo, son los quemeros y las quemeras las que al irrumpir en el complejo ambiental rompen con el statu quo que se habían mantenido durante más de 20 años obligando a diseñar políticas ad hoc, como la de plantas sociales.
En cambio, cuando a partir de 2012 se suma a la narración la reivindicación del cirujeo como oficio calificado y servicio público, poniéndolo en una perspectiva histórica en la que la basura ha sido una fuente de ingresos para quienes viven en la zona desde antes inclusive de que CEAMSE estableciera uno de sus rellenos sanitarios, entonces la perspectiva es otra. En ese marco, la empresa es la que llega, aparece, arremete contra los derechos adquiridos por las familias que por décadas han desarrollado el oficio de recuperar materiales. Entonces es CEAMSE quien irrumpe en la zona y perjudica intereses adquiridos a la vez que desconoce el enorme potencial que tiene el saber local para afrontar el acuciante problema de la basura.
De este modo, el cambio en el contenido de las demandas de quienes trabajan en las plantas muestra no sólo su resposicionamiento dentro de la comunidad de valor sino un cambio en la posición subjetiva de quemeros y quemeras, quienes: ya no se dejan relegar al lugar de la necesidad si no que se afirman desde sus propias capacidades, singulares y colectivas.
Si hemos podido vislumbrar este proceso ha sido porque hemos dejado de lado la visión cartesiana del individuo y el lenguaje que nos hubiera llevado a preguntarnos, por ejemplo, cuál de las distintas explicaciones del programa es la verdadera. Dado que tal cosa no existe, la respuesta escogida dependería de la mayor o menor simpatía personal con los argumentos en pugna, desde una pretendida racionalidad universal y objetiva.
El problema con esto no es la necesidad de explicitar simpatías, que por otra parte se advierten saludablemente en este texto, sino reducir un proceso tan complejo, rico y productivo a un par de reflexiones estériles y un enorme malentendido.
De este modo, en cambio, queda de manifiesto que a productividad política de este proceso reside en la reconfiguración de los marcos desde los que estas personas dan sentido a su experiencia, situándose como personas con un oficio de utilidad social y partícipes de una historia de lucha local por la preservación del medio ambiente, frente a la que el ambientalismo importado no puede imponerse.
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- El sistema de tratamiento de residuos previo a la constitución del CEAMSE consistía en la incineración de los residuos. Al predio donde éstos se transportaban a tal fin se le conocía popularmente como “La quema”. A pesar de que el sistema ha cambiado hace más de 30 años este nombre se sigue aplicando al relleno sanitario.
- La distinción entre mercaderías y materiales resulta a veces más subjetiva que objetiva porque depende en buena medida del uso que se le dé a los objetos. No obstante, los alimentos son nombrados casi siempre como mercade – ría, aún por parte de quienes los recogen para venderlos después. En cambio los plásticos, metales son siempre nombrados como materiales. Las chapas y colchones tienen un status más ambiguo.
- Una de las metáforas usadas por James (1950, 1996, citado en Throop, 2003) en su intento de detallar la naturaleza de la conciencia humana y los contornos de la experiencia vivida, se encuentra en su comparación de la estructura de la conciencia con una corriente que baja y fluye continuamente, y en su avance transporta las corrientes submarinas y los residuos de la experiencia pasada. Otra de estas metáforas es la distinción entre los elementos de focalización y fragmentación de la conciencia, los cuales, de acuerdo con este autor, impregnan todos los cortes de la corriente de la conciencia como si se presentaran y desaparecieran a cada momento. La comprensión del carácter complementario entre ambas metáforas se alcanza al considerar su concepto de “experiencia pura” (James, 1904, citado por Throop, 2003), entendida como un sentimiento no reflexivo, no verbal y preconceptual que rasga el “flujo inmediato de vida”, en términos de su despliegue indiferenciado en el campo de la inmediatez sensorial, previo a su organización en distintos contenido, formas y estructuras.
- El nombre de este entrevistado, como el de todos los citados en este trabajo es ficticio, honrando el compromiso asumido en la realización del trabajo de campo.
- La operación del Complejo Norte III ha sido concesionada por el directorio de CEAMSE a favor de una Unión Transitoria de Empresas (UTE) conformada por Benito Roggio e Hijos y ORMAS S.A.I.C.I.C
- En la jerga quemera la tierrita son los metales que se encuentran en el relleno, que de hecho constituyen el material más preciado dado el alto beneficio que reportan, aún en baja cantidad. La mayor parte de las veces los metales no se encuentran a la vista si no dentro de cables o dispositivos electrónicos, entonces se los somete a un proceso de quemado que derrite el plástico. La palabra tierrita describe el contraste visual entre el plástico y el metal una vez que se apaga la fogata.
- Por ejemplo, las mujeres embarazadas, personas ancianas y con dificultades para movilizarse tienen permitido ingresar media hora antes que el resto
- Se le llama “volado” a los residuos que, literalmente, se vuelan desde los galpones y se alojan en el cerco perimetral que rodea a cada una de las plantas
- Acerca de Marcelo Loto y su rol en la construcción de la demanda de que el reciclado sea reconocido como servicio público ver Sebastián Carenzo y María Inés Fernández Álvarez, 2011.
Por: Cecilia Cross
Centro de Innovación de los Trabajadores
Fuente: Athenea Digital, 16(2), 195-214. http://dx.doi.org/10.5565/rev/athenea.1624
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