El signo de la Muerte
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- El 2 diciembre, 2004
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La situación en Argentina
La cacería ilegal de la fauna autóctona es un flagelo que aumenta constantemente en todo el mundo. En la Argentina, la persecución despiadada de nuestra fauna por distintas técnicas de caza ha puesto en jaque numerosas especies y comprometido su subsistencia. La importancia de tal depredación ha convertido a nuestro país en el primer exportador ilegal de animales silvestres de América Latina, ya que más de 500 especies que conviven con nosotros se hallan en peligro de extinción a causa de la desenfrenada cacería practicada en montes, cursos de agua y selvas. Esto se debe a la gigantesca demanda de pieles, cueros y carnes altamente cotizadas en el mercado internacional. Ya desde los lejanos tiempos de la conquista muchas especies fueron consideradas un importante recurso peletero o plumífero y desde entonces sometidas a una constante expoliación del recurso. Así se destacan los casos de la vicuña y el lobo fino, hoy en una lenta recuperación, y la chinchilla de estatus actual incierto como los más conspicuos.
Los motivos principales de captura comercial de nuestra fauna pueden agruparse en: pilíferos y/o plumíferos, e incluye en tal denominación la obtención de cueros de aplicación en marroquinería; mascotas o animales cautivos con fines canoros, ornamentales o de simple curiosidad y en menor medida como recursos proteicos. Así se destacan en el primer grupo los gatos manchados, los zorros, los zorrinos, los lobitos de río, la vicuña, el guanaco, los pecaríes, la nutria o coipo, las chinchillas, el carpincho, los suris o ñandúes, los yacarés, las boas, las iguanas o lagartos overos entre los más notables y presionados. En el segundo grupo figuran los monos, los loros, los flamencos, los cisnes, los tucanes y numerosas especies de passeriformes, además de peces y anfibios varios y entre los reptiles de diversas especies de tortugas por solo destacar las más perseguidas por este fin.
Sólo para dar algunos ejemplos, se puede citar que hoy por hoy en la Argentina se cazan tarucas en la Sierras de Ambato (Catamarca); venados de las pampas en la Bahía de Samborombón (Buenos Aires); ciervos de los pantanos en Iberá (Corrientes) y huemules en el Cerro Ventisquero (Río Negro). Todos estos ciervos autóctonos se encuentran amenazados de extinción y están protegidos legalmente a nivel provincial, nacional e internacional.
En todos los casos existe una cadena de comercialización con eslabones bastante bien definidos que tienen su origen en los cazadores, por lo general de extracción humilde encuentran en la captura de animales silvestres su único medio de subsistencia o al menos un suplemento importante para sus magros sueldos. Estos eslabones llevan el común denominados de la miseria y están sometidos a los caprichos del mercado que, a veces, no paga nada por un cuero o una piel que demandó un significativo esfuerzo o sacrificio o bien lo abona por un mínimo de su valor, y los restantes eslabones se quedan con toda la ganancia.
Las deficiencias de control por parte del Estado, suelen provocar equivocaciones de todo tipo. Aunque parezca increíble, en las exposiciones anuales de la Sociedad Rural Argentina aún hay stands de algunas provincias que exhiben artesanías de fauna silvestre catalogada como de caza y comercialización prohibidas.
Un diagnóstico general de la caza en la Argentina revela que:
1- Se cazan tanto especies permitidas como prohibidas, incluso aquellas amenazadas de extinción.
2- Tanto los cupos como las vedas se fijan arbitrariamente, sin estudios previos y rara vez se respetan.
3- Los controles quedan supeditados a la conciencia de los mismos cazadores.
4- Los permisos de caza se otorgan sin ningún tipo de examen previo.
5- No existen exigencias suficientes para habilitar a los guías de caza.
6- La inversión en conservación por parte de los cazadores prácticamente no existe.
7- Los ilícitos no suelen ser denunciados a la justicia y cuando lo son, los transgresores no reciben una pena que los desaliente.
8- Las infracciones se verifican desde todos los sectores sociales y culturales.
Debido a estos problemas, la Argentina constituye un polo de atracción para cazadores extranjeros, que acuden por la llamativa “generosidad” de las normas que regulan la caza de algunas especies.
Es hora que los cazadores de la Argentina realicen inversiones para apoyar la conservación “in situ” de las especies que cazan y han cazado en el pasado. También deben denunciar y marginar de manera frontal y organizada a aquellos cazadores o empresas que realizan caza furtiva. La Argentina necesita de esta actitud.
La Argentina contaba originalmente con formaciones boscosas de gran potencial maderero y leñero de haberse planificado adecuadamente su aprovechamiento. En lugar de esto una explotación desenfrenada desde fines del siglo pasado ha reducido los bosques nativos a un pálido reflejo de lo que originalmente fueron, y quedan a veces sus existencias actuales en una situación tan crítica que solo se puede recomendar su protección total, vedando cualquier tipo de aprovechamiento económico, para intentar reservar así esos escasos rodales como bancos de germoplasma que permitan conservar valiosas especies y alentar alguna vez campañas de recuperación de su potencial forestal.
Podemos tomar como ejempla la región chaqueña donde el quebracho colorado (Schinosis balansae) fue víctima primera de la codicia humana para obtener el “tanino” utilizado para curtir cueros que dio lugar a la devastación de la cuña boscosa santafesina, para extenderse poco tiempo después con la ayuda de los ferrocarriles a todo el ámbito chaqueño incluyendo a la otra especie de quebracho (Schinopsis torentzii) y el palo santo (Bulnesia sarmientoi) de hermosa veta. Últimamente la moda de los muebles de algarrobo (Prosopis spp) ha puesto en un estado de vulnerabilidad a las especies de este género que aun eran relativamente abundantes. En las zonas del monte donde los algarrobales dependían de las napas freáticas y formaban un cinturón boscoso alrededor de unas salinas, su tala es una invitación al avance del manto salino y al despoblamiento.
La actividad forestal no solo se traduce en la obtención de madera, sino también en la promoción del cultivo de especies de crecimiento rápido tanto sea para la obtención de leña, como la celulosa, materia prima del papel. Así se destacan los monocultivos de eucaliptos (Eucalyptus spp) oriundos de Australia y pinos nativos de Norteamérica como el eliotti (Pinus ellioti) y el taeda (Pinus taeda) los que son preferidos por su rápido crecimiento, sin olvidarse de las plantaciones de sauces (Salís spp) tan comunes en los ámbitos inundables del Delta del Paraná. Así las forestaciones exóticas van reemplazando bosques o selvas autóctonas y cubren cada año una mayor superficie apoyadas por los créditos fiscales, otorgados por una razón mucho más económica que técnica o ecológica. En algunos casos la insularización de ámbitos nacionales como ocurre en algunos Parques Nacionales es otro efecto preocupante de estos “bosques del silencio” o “desiertos verdes” como se los ha dado en llamar por su valor prácticamente nulo como refugio o zona de alimentación para la fauna autóctona.
El efecto de la contaminación aún no ha sido convenientemente evaluado en su impacto para la fauna en peligro de la Argentina y si bien no sería causa principal de retroceso de nuestra vida silvestre, sin duda debe ayudar a agravar la crítica situación de algunas especies. Podríamos distinguir una contaminación aérea o atmosférica ligada a los grandes centros urbanos e industriales y a veces a plantas industriales particulares que producen efectos graves incluso en la población humana. Seguramente este tipo de contaminación es causa de pérdida o alejamiento de algunas plantas o animales pero aún carecemos de información concreta que avale esta presunción. Otras en cambio muestran una especial resistencia a estas circunstancias como las calandrias que habitan las plazas céntricas de la Ciudad Autonoma de Buenos Aires y que lucen a simple vista más oscuras que las del campo por culpa del hollín y el smog.
La contaminación acuática es para muchas especies un enemigo potencial. Bastaría la conexión de las plantas de desagües cloacales o industriales a algunos ríos, arroyos o lagunas para acabar con especies endémicas de distribución muy limitada. Los focos de contaminación acuática más graves del país están sumamente dispersos y a veces son causados por una sola industria. No obstante se puede señalar al cinturón industrial La Plata-Buenos Aires-Rosario como uno de los sitios más contaminados. Cuencas enteras como las del Riachuelo-La Matanza, el Reconquista-Morón, el Luján, son reflejo de años de convivencia antinatural con los recursos fluviales. La contaminación costera del Río de la Plata alcanza proporciones alarmanten que los habitantes de Buenos Aires y Alrededores desde hace años, son advertidos del peligro de bañarse o ingerir sus aguas. Pero lo mismo podría repetirse en cada río, arroyo, lago o laguna del país que atraviese o bordee una ciudad, incluso la cabecera oriental del Lago Lácar en el Parque Nacional Lanín y el Lago Nahuel Huapi en varios sectores costeros denotan efectos de una avanzada contaminación.
Se debe señalar el uso masivo de agrotóxicos, en especial organoclorados de largo efecto residual como el D.D.T. y sus derivados que causan anualmente la mortandad de numerosas especies útiles a la agricultura o incluso acuáticas debido al arrastre que sufren con las lluvias hacia los ríos y arroyos. Si bien sus efectos aún no han sido debidamente cuantificados, muchos ambientalistas culpan a las fumigaciones o a los cebos tóxicos de animales muertos (especialmente aves) sin daño externo alguno o de las desapariciones locales o temporales ce ciertas especies.
Los problemas que afectan la conservación de la extraordinaria diversidad de ambientes y recursos naturales en la Argentina son múltiples y complejos. Entre ellos, se destacan la expansión de actividades agropecuarias y urbanas sobre los ambientes naturales, la falta de control sobre la deforestación que sufren los bosques y selvas, el esquema de generación y consumo de energía que no tiene suficientemente en cuenta su derroche ni sus impactos ambientas, la sobreexplotación pesquera en el Atlántico Sur e, incluso, la falta de control sobre actividades turísticas. Todas estas actividades deben ser analizadas en función no sólo de sus impactos particulares, sino también del límite máximo de impactos ambientales que acumulan en su conjunto.
Cristian Frers.
Técnico Superior en Gestión Ambiental.
Técnico Superior en Comunicación Social.
Tte. Gral. Juan D. Peron 2049 7mo. “55”.
(1040) Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
República Argentina.
E-mail: [email protected]
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