Ambiente cómodo y seguro, años de bienestar
- Creado por admin
- El 25 octubre, 2005
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Aunque no lo percibimos concientemente, la mayor parte de nuestras actividades son reguladas por dos disciplinas cuya finalidad esencial consiste en brindarnos comodidad y seguridad y que, por ende, constituyen un pilar insustituible para la conformación de una comunicación eficiente: Antropometría y Ergonomía.
Aunque con frecuencia hemos escuchado que alguien que conocemos sufre dolores musculares u otras dolencias relacionadas con el uso “mecánico” de nuestro cuerpo, lo cierto es que la mayor parte de los objetos industrializados o producidos en serie, y de los cuales nos valemos para interactuar con nuestro medio ambiente, son producto de no pocos experimentos, ensayos, errores y accidentes, a la búsqueda de comodidad y seguridad.
Y es que, en efecto, pocos de nosotros reflexionaríamos siquiera un segundo, antes de hacer uso de, por ejemplo, una silla, cuando nuestro objetivo inmediato es precisamente ése, sentarnos. Lo común es que frente a dicho objeto –o tal vez debiésemos decir de espalda- simplemente dejemos caer nuestro cuerpo sobre el asiento, sin calcular el impacto y la presión por centímetro cúbico, que ejercemos sobre el objeto.
Regularmente, ocurre que luego de permanecer determinado tiempo sentados, nos levantaremos sin más y nos marcharemos. Si ello ocurre de esta forma, debemos agradecérselo justamente a la Ergonomía y a la Antropometría.
En términos generales, la Ergonomía es la disciplina responsable de procurar a los objetos diseñados las características tales que faciliten su empleo por parte de los individuos. Esto es, observa, por ejemplo, las texturas que deben conformar las superficies de objetos diseñados para sostenerse con la mano, evitando que resbalen, en caso de resultar demasiado pulidos, o que dañen las manos de las personas, si fueren excesivamente rugosos o duros.
En el caso del mundo del trabajo actual, ya de lleno en la Era Digital, basta que echemos un vistazo por nuestra área de trabajo para que apreciemos lo abundante que puede ser el ámbito de la Ergonomía: tendremos las superficies de todos los objetos a nuestro alcance, desde plumas, gises, señaladores láser, el teclado y el ratón, hasta el teléfono, el pad (la especie de tapete sobre la que deslizamos el ratón), el escáner, la Palm y cuanto artilugio haya sido concebido para ser tocado o sostenido con las manos, así como las hendiduras que teclas, botones, auriculares, manijas y demás objetos de escritorio facilitan el deslizamiento de nuestros dedos.
Ahora que pasamos tanto tiempo frente a las computadoras, conviene observar, más que nunca, que algunos asientos modernos deben sus formas contorneadas a la necesidad ergonómica de proporcionar confort a las diferentes partes del cuerpo humano, mientras igualmente modernos pads incluyen una especie de cojinete, a fin de que la parte baja del interior de la mano, justo en la unión con la muñeca, descanse sobre aquél para evitar imperceptibles “jalones” musculares que, a la postre devendrán en deformaciones de los dedos y las propias manos (síndrome de la secretaria).
Los teclados de algunas firmas de computadoras también han evolucionado en su forma, haciéndola semi-circular, de modo tal que evitan al máximo el maltrato de las falanges, las cuales, de por sí, se ven sometidas a movimientos poco naturales debido a la conformación del teclado conocido como QWERTY, que es el propio de todas las máquinas de escribir, llamado así por su inventor en el siglo XIX, debido a que las letras del nombre son las mismas que inician la primera hilera de teclas, de izquierda a derecha y que fue creado de forma que las letras más usuales quedaran lo más separado posible a fin de evitar que las varillas de las máquinas se enredasen, lo cual –dicho sea de paso- no ocurre desde la invención de las máquinas eléctricas, aunque los teclados han conservado la misma formación.
Incluso la taza en que disfruta del aromático café que nos acompaña durante la sesión frente a la computadora deberá incorporar un mínimo de características de orden ergonómico, puesto que un asa demasiado grande o pequeña puede dificultar, cuando no impedir, que demos un solo sorbo al contenido. Una mala elección de materiales también puede implicar un problema, en función de la resistencia al calor o la reacción respecto de determinados compuestos químicos.
Lo mismo podríamos decir de todos los objetos que solemos emplear en la vida diaria, con excepción, quizá, de algunos de origen artesanal. Obsérvate y lo comprobarás: la forma de tus anteojos, los ojales de tu camisa, las agujetas de tus zapatos, los tejidos con resorte de algunas de tus prendas de vestir, la suavidad, caída y frescura o cobijo de las telas que constituyen el total de tu ropa; los accesorios de tu cocina, baño, automóvil y de todos los espacios donde se desenvuelve una persona. En todo ello se busca, y se debe encontrar, por nuestro bien, la comodidad y la seguridad. Y no es cosa de niños.
Cuando algo no marcha bien, pasa como con la princesa del cuento en que ésta es protagonista junto a un frijolito. Como la doncella tenía dificultad para conciliar el sueño, su padre convocó a los mejores inventores del reino, a fin de que encontraran el colchón perfecto para su hija, ya que su lecho resultaba terriblemente incómodo y la pobre princesa perdía salud rápidamente.
Luego de innumerables intentos infructuosos, donde se habían experimentado todas las texturas, telas y cojines posibles, sin hallar la solución definitiva, con la consecuente ejecución de los incompetentes inventores, un vagabundo solicitó la oportunidad de buscar confort para la princesa.
Aun enmedio de las burlas de la corte, el vagabundo fue autorizado por el rey a inspeccionar el lecho real, levantando aquél la montaña de edredones reales y el colchón con ellos, sustrayendo un pequeño frijol que, accidentalmente, había quedado debajo desde el principio. Cuando la princesa se recostó desanimada, de inmediato notó la gran comodidad y se quedó dormida. Por demás decir que el vagabundo se casó con la princesa y fueron muy felices por todos los días y las noches… gracias a la Ergonomía.
Pero resulta que, con todo y cuento, ésta es sólo la mitad de la historia, pues no hemos comentado lo que ocurre con la Antropometría, hermana inseparable de la Ergonomía.
La Antropometría es, como lo indican las raíces de donde proviene, la disciplina que diseña los objetos en razón de las medidas (por metría) del hombre (por antropos), resultando el perfecto complemento a un objeto que ya tomó en cuenta texturas, materiales y formas específicas.
Así, por ejemplo, ¿te has puesto a pensar alguna vez en el proceso aparentemente insulso de subir una escalera? Suena fácil… y lo es, siempre que la Antropometría haya hecho lo suyo. Si has visitado alguna vez el Centro Cultural Universitario de la UNAM, al sur de la ciudad de México, tal vez habrás tenido la oportunidad de asistir a algún concierto en la magnífica Sala Nezahualcóyotl, cuya acústica y demás atributos arquitectónicos le han dado fama mundial. Pues resulta que tiene un “ligero” defecto en su interior, donde el que no cae, resbala.
Antes de contarte de qué se trata, déjame explicarte que, cuando un sujeto cualquiera asciende o desciende una escalera, el sistema nervioso en su conjunto realiza un buen número de operaciones de seguridad, comenzando con la vista, la cual informa al cerebro la magnitud de la empresa. Para que el cerebro, a su vez, transmita al aparato motriz que suba o baje escalón por escalón hasta el final, primero se procesará la información proporcionada “por las piernas” al entrar en contacto con el primer escalón: piso resbaloso o antiderrapante, resistente, plano o inclinado, base ancha o angosta, de x o y medida… cambio.
¿Te das cuenta? No podemos invertir todo nuestro esfuerzo en calcular la relación con todos y cada uno de los escalones frente a nosotros; se supone que con uno basta, hasta que pppiiiiiiffffffffffffffff, al suelo.
Eso ocurre siempre con uno o más melómanos visitantes de esa prestigiada sala de conciertos de la UNAM, porque un escalón, uno solo de la escalinata izquierda de la planta baja, mirando hacia el foro, no mide lo mismo que los demás. Si te ubicas del lado contrario, en el coro, verás de frente caer a las víctimas. Podría ser cómico, a no ser porque en ocasiones los caídos son abuelitas, cuya resistencia ósea es más bien endeble.
Y aunque no lo fuera; lo menos que podemos imaginar en cuanto al diseño de los objetos es que luego de 40,000 años de conocernos, todos y cada uno de los objetos deben ser diseñados cuidadosamente respecto de sus medidas y proporciones. Parece ser que en general, en el mundo del trabajo lo llevamos bien, y siempre hay alguna investigación para procurarnos mejoras. Pero en el resto del planeta, hay de todo. Si no me crees, pregunta a cualquier usuario de transporte urbano latinoamericano:
Si has tenido el infortunio de viajar en un autobús urbano en la cosmopolita “Mexico City”, comprenderás rápidamente a qué me refiero. A principios de los años 70, al gobierno capitalino le pareció que una ciudad tan importante como la capital mexicana debía tener camiones modernos, en lugar de los ruidosos “chimecos” de techo bajo, con repisas para que las señoras pusieran sus bolsas de mandado, con piso de lámina y asientos acojinados, siempre –vale decirlo-, con el hule espuma de fuera, toda vez que los vándalos los rompían.
El resultado fueron, primero, unos camiones llamados “delfines”, a los que siguieron las “ballenas”, los “metrobuses” y, finalmente, los camiones de la extinta “Ruta 100”, verdadero atentado contra la antropometría. Seguramente copiados de omnibuses europeos o norteamericanos, nuestros camiones son ahora unos gigantescos cajones plásticos donde los asientos, casi invariablemente, resultan demasiado altos para las estaturas típicas de los usuarios mexicanos, de forma que los “afortunados” que encuentran asiento en esas parodias de latas de sardina, llevan los pies colgando, lo que les da poco punto del apoyo vital para contrarrestar, sobre un asiento de acrílico rígido y resbaloso, los arrancones y enfrenones bestiales del cromagnon que suele ir al volante.
Los pasajeros de pie no lo pasan menos mal, pues los pasamanos también quedan más arriba de lo normal para que los mexicanos, bajitos por lo común, alcancen cómodamente el tubo con una mano –pues con la otra sostienen la bolsa, la mochila o el portafolios. Quedando casi de “puntitas”, deben soportar las pataditas involuntarias de los pasajeros sentados. A cada sacudida del camión, la escena de estos infelices viajeros es similar a un tendedero de azotea, donde la ropa es sacudida por el viento. Con este atentado contra las más elementales recomendaciones de la antropometría, a qué empleado de ventanilla de podemos exigir una cara amable, si para llegar al trabajo debe padecer tropelía tal; éstos son problemas de comunicación. Y para qué te cuento lo que ocurre en los todavía más espantosos “microbuses”.
En otro caso igualmente influyente tenemos a la taza de baño (el wc). ¿Si no supieras nada de antropometría, creerías que debido al lugar en que fue diseñada la taza de baño (Inglaterra), un usuario latinoamericano habitual de ese albo objeto –todos nosotros- puede sufrir más problemas del tipo de las molestas hemorroides? Pues cómo ves que así es, porque tomando en cuenta la forma natural del hombre para defecar, las dimensiones de nuestras tazas deberían ser ligeramente menores, en altura al menos, que las tazas de los anglosajones. Hasta en las heces te has de encontrar con la Antropometría…
Tal vez no podamos resolver dificultades como las descritas, pero sí podemos verificar que la Ergonomía y la Antropometría sean nuestras aliadas en lo particular, pues además del aspecto comunicacional que –créeme- influye notablemente en nuestro diario bienestar, queda sobre la mesa la cuestión de la salud.
Por: Salvador Carreño
Comunicólogo
Profesor de Ética en los
Negocios en la Facultad de
Contaduría y Administración
UNAM
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